Canto de una Sibila en el fondo del mar
"... Los cuernos de la luna menguaban confabulados con el
toro en alguna parte sin que nadie los viera. Los otros, los cuernos de fuego del carnero,
se habían hundido hacía rato con el sol en el poniente que desafiaba la proa y a
nadie le importó. Mientras tanto, Toth, el escriba, trazaba signos secretos en
las negras encías del mar cargadas de estrellas y presagios.[2]
Algo de agazapada inminencia había en el espejo que duplicaba las lápidas
azules del hielo, pero ni uno solo de ellos supo mirar. Olvidaron que no todo
cede al resplandor efímero del auricalco, el mismo resplandor que arrastró
hasta aquí las pirámides de cuarzo de los atlantes, nuestros ancestros. Creyeron
poder arrebatarme al beso nocturno de los papiros, al silbido del áspid en las
fosas descalzas de Luxor junto al Nilo, al sueño de la Esfinge equinoccial donde
mi sombra se transformó en cárdeno ibis, a los pliegues consagrados de mi húmedo
kalarsis [3]
deseosos de por fin entregarse a Ra, mi señor, por fin ser suya bajo el imán
antiguo de las Pléyades… (CLIN - CLIN… CLAN
– CLAN…) ¿Quién bajará a nuestro abismo a recogerme? ¿Quién se acordará ya
de la sibila ofrecida en las sórdidas subastas de sus pesadillas como un
anatema? (CLAN – CLAN… CLIN – CLIN…) En
vano rastrearán mi envoltorio humillado por la sal. Jamás conocerán mi rostro
verdadero. Que adornen ahora sus museos con el maletín de acero que maldijeron mi
alhorre y los pétalos de loto. Sus centurias ilusas, incapaces de medir la
eternidad, ignoran que sus días no son más que parpadeos de un ciego en el
túnel sin fin del ammonite del tiempo. CLIN – CLAN… CLAN – CLIN…: así suena mi
sistro [4]
jugando con el eco entre los despojos que perdonó el orín y asedian los
parásitos. En la lacia espiral donde perduramos despiertos no hay lugar para el
llanto. A sus muertos y a mí poco nos importa que no haya existido el témpano,
ni el tajo en la quilla ni unos botes de menos… Nos conocemos de mucho, mucho
antes que aquella breve travesía de primavera y ellos se acordaron enseguida de
la voz cristalina de mi sonajero sagrado. Cuántos de ellos alardeaban de sus senos rosados
y eran princesas o mujerzuelas que nunca regresaron de la fábrica de clones de
los brujos rojos; y entre ellas cuántas fueron gris soldadesca mercenaria, sementales por
encargo y asalariados del látigo, cirujanos atroces y jueces venales. Por
entonces, cuando la isla de Undal [5]
se alzaba aún solitaria sobre la superficie, yo los visité en sueños para
sembrar la profecía en sus corazones: Las
aguas vendrán también por ustedes… Precario
será el refugio que hallen en la venidera morada de los faraones que abracen el
secreto de los atlantes… Será precario, y allí andaré yo ungida, y en alguna
futura noche sin luna volverán a oír el cristal de mi sistro resonando en el
fondo del mar…
... CLIN – CLAN… CLAN
– CLIN… Allá en la tierra donde arden los golfos y declinan
las torres los millones de hermanos de la triste oscuridad nada saben de la
vida. Nosotros, en cambio, apenas recordamos el estruendo clandestino y el cielo donde el
inmóvil Destino humano aboveda sus máscaras. En medio de este ordenado destrozo de
chimeneas, caireles de Murano y relojes detenidos a la madrugada, algo que no se fraguó en el astillero del oxidado Titanic nos alienta a esperar, en silencio, en el perfecto silencio que no puede igualar mi música, buenas
nuevas, una Luz que nada debe a las estrellas, el Cristo germinando en la Flor [6], la misteriosa Flor que fulge y se estremece... que abriéndose infinitamente gira... gira..."
Gustavo Aritto,
Burzaco, madrugada del 14 de abril de 2012
/ Registro Nac. Prop. Intelectual - Rep. Argentina
[1] La sacerdotisa
Amen-Ra vivió alrededor del año mil quinientos
antes de Cristo, en tiempos de Amenophis IV. Cuando murió fue depositada en un
bello sarcófago de madera, embalsamada y enterrada en una cripta en Luxor,
junto a la ribera del Nilo. Más de tres mil años después, a finales de 1890,
cuatro jóvenes adinerados de Inglaterra visitaron las excavaciones que se
desarrollaban en ese lugar, adquirieron su momia y desataron así una sucesión
de desgracias que parecen haber hallado descanso con el hundimiento del
transatlántico Olympic R. M. S. Titanic
hace exactamente cien años, entre la noche del sábado 14 de abril y la
madrugada del domingo 15 de 1912. Tras una estela de una treintena de muertes, un adinerado
arqueólogo norteamericano decidió embarcar la momia de la ungida egipcia en la
bodega (otra versión asegura que su modernizado sarcófago viajó junto a una de
las calderas) del barco que nunca llegó a Nueva York. Su mausoleo metálico fue
hallado y rescatado de entre los despojos submarinos: en su interior, intacto y
sin la menor señal de humedad ni corrosión, no había nada.
[2] En el mapa celeste de ese momento, el Sol
estaba en la constelación de Aries, la
Luna (menguante, aunque no visible esa noche), en la de Tauro, y, entre otras varias configuraciones planetarias, Mercurio (el Hermes heleno en
coalescencia con el mítico Hermes
Trimegisto y el Dyehuti egipcios que los griegos llamaron Toth, el
dios escriba) estaba en cuadratura con
Neptuno (otro nombre para el acuático Poseidón de los helenos). El
insistente motivo de los cuernos
obedece a la asociación del Carnero (Aries astrológico) con el dios egipcio [Auf] Ra, a quien estaba consagrada - en su versión divina de Ammón (= Imn o 'el oculto') - la sibila momificada a bordo del Titanic, y
que guarda relación etimológica con el nombre ammonites, hasta hoy un mero fósil de origen submarino, molusco
semejante en su morfología al actual nautilo.
[3] En el egipcio Imperio Antiguo el kalasiris
o túnicas carecían de cortes y
costuras, eran paños envolventes, drapeadas al cuerpo; eran ajustadas y caían
desde el pecho hasta los tobillos, sujetas por anchos tirantes. Hacia el Imperio Nuevo es el auge de las transparencias y los
pliegues, marcando el cuerpo con otra sensibilidad y logrando una silueta de
curvas suaves. El kalasiris se sujetaba a la cintura con fajines
de colores o cenefas, que se entreabrían dejando ver las piernas de sus dueñas.
[4] El sistro es un antiguo instrumento musical,
con forma de aro o de herradura, que contiene platillos metálicos ensartados en
unas varillas, y se hace sonar agitándolo a la manera de un sonajero. Era muy utilizado en las fiestas
religiosas del Antiguo Egipto, de quienes lo copiaron los romanos. Fue considerado
un atributo de la diosa Hathor,
y también estaba relacionado con las diosas Isis, Bat y Bastet.
El nombre deriva del griego σείω
(seio), agitar, así que σείστρον
(seistron) es lo que está siendo agitado.
[5] Según las crónicas ocultistas, la isla de Undal fue el último bastión
atlante desaparecido bajo el mar. Los remanentes de aquella decadente
civilización fueron reimplantados en el primitivo Egipto, receptor y transmisor
de sus cultos mistéricos y sus secretos cósmicos. A los conocimientos de aquella raza extinta (al menos como expresión civilizadora, no como ancestro genético) debieron los egipcios la práctica de su aún "inexplicable" tecnología.
[6] La Flor de la Vida, arquetipo cosmológico debido a la más remota tradición mística egipcia. El Logos crístico es su segundo “pétalo”, surgido del Uno inicial como agente creador activo de todas las formas del múltiple y diversificado cosmos. Se trata del Vesica Piscis expandido en todo su potencial hexagonal.
[6] La Flor de la Vida, arquetipo cosmológico debido a la más remota tradición mística egipcia. El Logos crístico es su segundo “pétalo”, surgido del Uno inicial como agente creador activo de todas las formas del múltiple y diversificado cosmos. Se trata del Vesica Piscis expandido en todo su potencial hexagonal.
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