“Cerró
tras si la puerta, y a la luz de dos velas de cera se desnudo, y al descalcarse
(oh desgracia de tal persona) se le soltaron, no suspiros, ni otra cosa, que
desacreditasen la limpieza de su policía, sino hasta dos docenas de puntos de
una media, que quedó hecha celosía.”
Quijote, II, 44
Cuidando
que estuviese la aldea sosegada,
salió
en secreto Antonia[1]
bajo la noche quieta.
Sansón,
el bachiller – su camastro oloroso
y su
puerta sin tranca –
la
presintió muy cerca con sigilo de luna
“Quedaron estas prendas
–susurró
acariciada en la penumbra,
soltando
el saco incómodo.
Son trapos y más trapos, harapos sin arreglo.
Teresa no ha podido ni siquiera
tocarlos con sus manos: le dan miedo.
Y venderlos ahora junto con sus cacharros
atraería a la lengua de la chusma.
Mejor será ayudarlo a que acabe de partir
quemando en un montón sin dejar rastros
lo que ha llevado puesto…
Mañana, bien temprano, cuando rabie en los fondos
la primera fogata,
acuérdate de esto, y a otra cosa;
que no hay hurón ni caza con la liebre de marzo…”
Algún
extraño sueño de llamas demenciales
debió
aguardarlo al alba en el declive
tenebroso
y fatal de la Cuaresma.
Porque
antes que ningún madrugador
escuchara
el consejo de los gallos,
pasó
Sansón, cautivo o extraviado,
con el farol y el bulto camino a la
dehesa…
Triple nudo de cuervos,
brusco vuelo de hélices oscuras,
Una quema, sin cura y sin barbero,
humilla en la fogata las prendas
malolientes
de Alonso, alias el Bueno.
Todo
lo vuelven una parva gris
sus añiles
encías despiadadas.
Todo
salvo una media,
su
agujero en la lana destejida,
un
ovalado cráter abierto entre los puntos
que
soltó alguna lid o la polilla.
Sansón,
ese traidor de los espejos,
se
resistió a dar crédito a sus ojos:
ya
no quedaban magos[2]
en la tierra,
y el
mundo y sus molinos era de nuevo el mundo…
Pero
aquel desgarrón en el espacio
burlaba
con su alquimia
sus signos
y su fuego.
Era un
fulgor incógnito, un vértigo de estrellas
remontando
otro cielo con alas de relámpago
para
precipitarse en el profundo oriente.
En esa noche grávida
de
pájaros suicidas,
el encinar lloraba sus bellotas de uranio.
Pero
el trueno le dijo que sin temblar cruzara;
que
Merlín, el druïda de pezones rosados,
era por
fin un niño
de
sienes de cristal:
“… Ya se han contado todas las historias,
y el Cide agujereó, aturdido, el palimpsesto.
Deja morir el eco de tus viejas preguntas,
tus palabras de histrión, el ruido de tus máscaras.
El buraco que urdió el de la Triste Figura
es tu vacío ahora,
la hélice del viento entre invisibles aspas,
y la
tuya, perdido en la Matrix del Silencio …”
A la
tarde sin rostros del Guadiana
le
dolieron la fiebre y los juncos del pantano.
Una
campana se cansó a lo lejos.
Otra
fogata se apagó muy cerca.
Mañana,
como hoy, madrugará su gallo,
pero
no habrá en la cama deshecha quien despierte…
Nadie
busca la luz en su ventana abierta,
ni escucha
a su rocín en el corral.
Igual
a cualquier viernes es el viernes,
y
las mismas de siempre, las lentejas…
Gustavo Aritto
©2012 / Registro Nac. Prop. Intelectual - Rep. Argentina
[1]
Antonia, y, enseguida, el bachiller Sansón Carrasco, activo
personaje éste de la Segunda Parte del Quijote (primero, disfrazado de Caballero del Bosque o de los Espejos – Caps. 12-16 -; luego,
en la batalla final, como el Caballero de
la Blanca Luna – Cap. 66-). Se trata, como bien se sabe, de la sobrina y de
un dudoso amigo, respectivamente, de Alonso Quijano. Teresa es Teresa (o también Juana) Panza. La casa del Bachiller Sansón Carrasco es, según la tradición local, una
casa típica manchega, situada en el número 1 de la actual calle Académicos, de
Argamasilla de Alba, presuntamente el “lugar de la Mancha” de cuyo nombre no
quiere acordarse el creador de don Quijote (como tampoco su imaginario biógrafo arábigo).
[2] Magos por sabios, que es la denominación
inequívocamente utilizada en la “historia” por su ficticio autor Cide Hamete
Benengeli (y por la tradición orientalista en que abrevó su época).
Fotografía de portada: Orilla del río Guadiana (España) - Fuente: http://www.dipity.com
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