“En una ocasión, hablando
del tema del sufrimiento, [Joseph Campbell] mencionó juntos a Joyce y a
Igjiugarjuk. ‘¿Quién es Igjugarjuk?’, le dije, casi sin poder pronunciarlo.
‘Ah’, respondió Campbell, ‘era un chamán de los caribú, una tribu al norte de
Canadá, quien decía a los visitantes europeos que la única verdadera sabiduría
‘vive lejos de los hombres, en la gran soledad, y sólo puede obtenerse mediante
el sufrimiento. Únicamente la privación y el sufrimiento abren la mente a todo
lo que permanece oculto para los demás’.’
‘Por supuesto’, dije,
‘Igjurgajuk.’…”
J. Campbell
– en diálogo con B. Moyers, El poder del mito
Del libro
El Reino
de los Dioses,
de
Geoffrey Hodson
Parte Segunda: DESCRIPCIONES
Cap. IV: “Los Dioses
Menores”
Las
formas astrales y etéricas
En los peldaños
inferiores de la escala de la Jerarquía Angélica se hallarán los espíritus
naturales de los cuatro elementos sutiles de la tierra, el agua, el aire y el
fuego. La campiña inglesa donde fueron efectuados estos estudios está bien
poblada con la variedad casi infinita de habitantes de estos cuatro reinos de
la Naturaleza.
Mis
observaciones sugieren que los espíritus usan dos formas distintas. Una de
éstas es el cuerpo astral permanente, y la otra forma consiste en un aura
esférica y multicolor que rodea la forma interior ‘feérica’, delicada y
construida por las fuerzas. Se presume el vehículo etérico por dos razones al
menos. Una es que, cuando se usa un cuerpo etérico, la mente naciente
experimenta un sentido adicional de individualidad o entidad, que es
normalmente inconsciente de sí y difuso en todo un grupo. La otra es que se
logra acrecentada e intensa vitalidad mediante un contacto más estrecho con el
mundo físico, durante las estaciones de germinación, crecimiento y desarrollo
pleno de las plantas, y bajo los rayos del Sol. Estas experiencias proporcionan
placer. Bajo estas condiciones los espíritus naturales emergen de los niveles
astrales a los etéricos donde se los puede ver con más facilidad y más
generalmente se los aprecia por primera vez. Allí bailan, juegan, se miran,
miran a los seres humanos hasta cierto punto, los imitan y en ocasiones se
apegan a los suficientemente sensitivos para responder a su presencia e incluso
comunicarse con ellos.
Una vez asumida
la forma etérica, ésta parecería estar gobernada por tres influencias por lo
menos. La primera de éstas es la del Arquetipo, que es el mismo para los reinos
Angélico y humano. La segunda es la modificación de la característica
Arquetípica de los espíritus naturales de cada uno de los cuatro elementos de
tierra, agua, aire y fuego. También se observan variaciones de éstos en
diferentes niveles de abajo, sobre y arriba de la superficie de la Tierra, en
diversas condiciones naturales y en diferentes distritos.
La tercera
influencia es ejercida por los hábitos humanos, las ropas y el pensamiento
popular relativo a la apariencia de los entes ‘feéricos’ de particulares
tiempos y lugares. Ciertos períodos de la historia dejaron así su marca en el
reino de los espíritus naturales. La forma de los gnomos data aparentemente de
los primeros habitantes físicos del planeta en los antiguos tiempos lemurianos [i].
La impresión del pensamiento atlante se verá aun en los Dioses Mayores y
Menores de países de América Central, Sudamérica, Islas del Pacífico y
Archipiélagos que fueron habitados durante largos períodos por los atlantes. La
apariencia de otros espíritus naturales está moldeada evidentemente según el
campesino europeo medieval, de la que el duende es, en parte, una reproducción
en miniatura. En Inglaterra se encontrarán tribus enteras de espíritus
naturales de la tierra, vistiendo atuendo masculino de estilo isabelino [ii].Las
hadas asumen con frecuencia una apariencia relativamente moderna, incluso
respecto del estilo del “cabello”, como ocurre asimismo con las hadas
fotografiadas por los dos niños de Yorkshire [iii].
Algunos espíritus naturales asumen el atuendo de un herrero, e incluso llevan
herramientas confeccionadas con el pensamiento, otros el del zapatero, mientras
que otros, a su vez, consciente o inconscientemente, evidencian similares
formas imitativas de las actividades, hábitos y vestimentas humanos.
El pensamiento
‘feérico’ es poderosamente formativo en la material astral y etérica. Hasta
donde se lo permiten sus limitados poderes de observación, se deleita en copiar
la apariencia de los seres humanos que pueden ver, arte en el que es muy
experto. En Norteamérica los espíritus naturales de la tierra están con
frecuencia desnudos hasta la cintura y usan lo que parecen ser pantalones de
piel o de gamo, a veces desflecados según el hábito de los indios americanos.
No es raro que también sus auras estén dispuestas en franjas concéntricas de
color, haciendo que éstas de algún modo sugieran la apariencia del gorro indio
de guerra, de plumas de águila, teñidas. En Sudáfrica y Australia se ven gnomos
desnudos y negros, que parecen aborígenes, mientras ciertos espíritus de la
naturaleza de la tierra, en Nueva Zelandia, más bien parecen semivestidos
maoríes en miniatura.
Todas las
descripciones del cabello, alas y atavíos de los espíritus naturales,
incluyendo especialmente la apariencia de ropa muy sutil y tenue, se refieren a
las condensaciones, hasta el nivel del cuarto subplano desde arriba del éter,
de ciertas porciones interiores de sus auras astro-etéricas. Las varas, por el
otro lado, aparecen espontáneamente como símbolos de autoridad, como formas
asumidas naturalmente por el atributo de gobierno por parte de la voluntad
instintiva y mediante lo cual los movimientos concertados de los espíritus
naturales controlan y dirigen a quienes están a su cargo.
La consciencia
de estas criaturas ‘feéricas’ funciona normalmente sobre el plano astral, que
es un plano vital. Cuando se ingresa en una expresión más objetiva, se lleva a
cabo más o menos instintivamente un proceso de autorrevestimiento en la materia
etérica que es un plano formal. Esto culmina en la creación temporaria de un
cuerpo etérico animado, impenetrado y rodeado por el creador astral. La
reproducción como forma relativamente fija de corrientes en el aura astral y la
formación de guirnaldas, cinturones y varas como expresiones de los atributos,
son procesos naturales. Creo que son manifestaciones de la pequeña palabra del
hada de aquellos procesos y leyes creadores Cósmicos por los que la Naturaleza
externa entra en la existencia como expresión de ESO de lo cual emana.
Reconocidamente, las formas de los espíritus naturales son ilusorias y evanescentes, pero así es todo el universo objetivo desde el punto de vista de la realidad última.
Reconocidamente, las formas de los espíritus naturales son ilusorias y evanescentes, pero así es todo el universo objetivo desde el punto de vista de la realidad última.
Esta expresión
microcósmica de los poderes y las Leyes Microcósmicas acuerda hasta a las
formas y seres más pequeños de la naturaleza su profundo interés y significado.
Se piensa que el átomo químico reproduce en proporciones ultramicroscópicas la
forma y los movimientos interiores de un sistema solar, siendo manifestaciones
de unidades aun mayores y expresiones objetivas de los principios universales
numéricos y geométricos. De modo parecido, mis observaciones me indujeron a
creer que las formas de elfos, hadas y dríadas son resultado de la actividad de
las leyes por las cuales fue construido el Cosmos. Por tanto, un estudio de
estos seres puede llevar al observador desde el efecto minúsculo hasta la gran
Causa, desde la simple existencia hasta el principio general.
Las
observaciones y descripciones que siguen son reconocidamente limitadas, en
ámbito y comprensión, habiendo sido tomadas de las constancias de mis primeros
intentos defectuosos de investigar el Reino de las Hadas. Sin embargo, para ser
preciso, las presento tal cual las escribiera entonces, más bien que ampliadas
a la luz de un conocimiento posterior. Si fuera menester otra explicación, e
incluso una disculpa por incluir en esta obra tantas trivialidades aparentes de
la tradición ‘feérica’, respondería que, a la luz de un conocimiento más
completo, puede descubrirse que esos pequeños seres, aunque inconscientemente,
ocupan posiciones importantes en la realización de los misteriosos planes y
procesos de la Naturaleza. El poder de la simple célula para moverse, respirar,
reproducirse y nutrirse, y el de los grupos de células para comunicarse,
cooperar y coordinar sus actividades en el desarrollo de los cuerpos orgánicos,
puede ser explicado por la presencia e influencia instintivamente directiva de
los espíritus naturales. Se sabe que las amebas se mueven hacia una existencia
conjunta y comunal, estimulada y guiada físicamente por ciertas sustancias
químicas. El origen y la acción de tales sustancias y del mecanismo aparente en
la evolución de los moldes de barro y sus sucesores en la escala, puede tal vez
seguirse hasta las actividades de organismos, invisibles y astro-etéricos del
orden de los espíritus naturales de los cuatro elementos.
Nada es
insignificante en la Naturaleza. Lo extremadamente diminuto es tan importante
como lo inconcebiblemente vasto. La dimensión y el significado aparente a la
luz del actual conocimiento humano no pueden ser considerados como normas
importantes. Además, puesto que el pequeñísimo átomo y el grandísimo Arcángel
son producidos, formados y hechos evolucionar de acuerdo con las mismas leyes,
un estudio de lo minúsculo y lo aparentemente carente de importancia puede
conducir a la comprensión de todo lo que existe. Desde este punto de vista, un
espíritu natural es de tanta consecuencia como un Dios creador, y quienes toman
a toda la Naturaleza como su campo de estudio difícilmente puedan pasar por
alto estas corporizaciones de la vida inmanente de la Naturaleza. Los espíritus
naturales tal vez se descubran un día como eslabones de la cadena de causalidad
por la que un universo es concebido, ‘denominado’ mentalmente y pronunciado su
‘nombre’ o ‘palabra’ para que su sonido haga que el concepto único y primordial
se manifieste como naturaleza física en toda su complejidad y variedad
infinitas de seres, especies y formas que evolucionan.
Admito que
también me acució el pensamiento de que lectores – y aquellos a quienes se lee
– de tiernos años puedan hallar en estas descripciones mucho que entretenga y
tal vez proporcione después un fácil portal para un estudio más profundo del
Reino de los Dioses. Además, hay otra razón para interesarse por los
elementales de la tierra, el agua, el aire y el fuego que resultará evidente
para aquellos lectores míos interesados por la alquimia.”
(Extraído de la
edición de Editorial Kier, Buenos Aires, 2003, págs. 113-117. Título original The
Kingdom of the Gods, The Theosophical Publishing House, Adyar , India , 1952. Traducción
castellana: Héctor V. Morel)
[i] Lemuria y Atlantis son nombres dados a continentes
ahora sumergidos debajo de los océanos Pacífico y Atlántico, respectivamente.
Fueron asientos de la tercera y cuarta de las siete Razas mayores de los
hombres que ocuparon este planeta. La actual Raza Aria y el grupo lingüístico
constituyen la quinta de éstas. Las primeras dos Razas, al estar en el arco
descendente, sólo usaban cuerpos superfísicos y etéricos… (N del a)
[ii] Véase Fairies, E. L. Gardner, y en
especial la fotografía de un denominado gnomo, cuyo esbozo aparece en esta
página. […], Londres. (N del a)
Con respecto a las nociones de "planos" y "subplanos", tal vez sirva de aclaración elemental el siguiente pasaje: “Así como las Mónadas, manifestadas a través de todas las facetas de la ideación divina, son resguardadas y auxiliadas por sus superiores evolutivos, lo mismo ocurre con los que, cuando sus Rayos tocan por primera vez el mundo físico, hallan su corporización como miles de minúsculos insectos. De allí en más, a lo largo de todo su viaje ascendente, que culminará al convertirse en un ser perfeccionado y divino en uno de los Siete Rayos* en los que puede clasificarse el reino de los insectos, como todos los demás, están sujetos a la administración de sus superiores. Atraviesan su existencia física y logran todo lo que desean al traspasar ese reino como mariposas, abejas, escarabajos, hormigas u otros aspectos principales de los tipos del Rayo de los insectos, y penetran en los mundos superfísicos a través de los cuales, primero como espíritus de la naturaleza y después como rupa y arupa devas [rupa, arupa, sánscrito: ‘con forma y amorfo¿, en referencia a los niveles que se hallan respectivamente debajo y arriba del cuarto subplano del plano mental. En el primero, la tendencia a asumir la forma prepondera sobre el ritmo, y en el segundo predomina el ritmo o el libre flujo vital. Los ángeles de los planos rupa presentan más claramente a la conciencia humana la idea de la forma corporal que los ángeles de los niveles arupa.], ascienden hasta las alturas Arcangélicas, trascendiéndolas. Las Mónadas que atraviesan el reino de los insectos, y las formas que animizan, son, por tanto, de igual importancia a todas las demás manifestaciones, facetas, modalidades y formas de la existencia divina. Rigiendo sobre sus Rayos, sus Órdenes y sus especies están los Arcángeles y los ángeles, que no sólo cuidan de la vida inmanente sino que también preservan y modelan la forma de los insectos en procura de una belleza mayor. Su presencia como guardianes y tutores estimula la actividad del instinto natural de las numerosas especies para que sigan los hábitos físicos por los que se perpetúe el tipo, se atraviese exitosamente las etapas de gestación, se encuentre comida, se cumpla el apareamiento y se depositen los huevos.” (G. Hodson, esta misma obra, “Reino de los insectos”, Parte II, Cap. II Las Jerarquías Angélicas de la Tierra.) Seguramente podrá objetárseme, no sin razón, "no aclare, que oscurece...". (N de G. Aritto)
Con respecto a las nociones de "planos" y "subplanos", tal vez sirva de aclaración elemental el siguiente pasaje: “Así como las Mónadas, manifestadas a través de todas las facetas de la ideación divina, son resguardadas y auxiliadas por sus superiores evolutivos, lo mismo ocurre con los que, cuando sus Rayos tocan por primera vez el mundo físico, hallan su corporización como miles de minúsculos insectos. De allí en más, a lo largo de todo su viaje ascendente, que culminará al convertirse en un ser perfeccionado y divino en uno de los Siete Rayos* en los que puede clasificarse el reino de los insectos, como todos los demás, están sujetos a la administración de sus superiores. Atraviesan su existencia física y logran todo lo que desean al traspasar ese reino como mariposas, abejas, escarabajos, hormigas u otros aspectos principales de los tipos del Rayo de los insectos, y penetran en los mundos superfísicos a través de los cuales, primero como espíritus de la naturaleza y después como rupa y arupa devas [rupa, arupa, sánscrito: ‘con forma y amorfo¿, en referencia a los niveles que se hallan respectivamente debajo y arriba del cuarto subplano del plano mental. En el primero, la tendencia a asumir la forma prepondera sobre el ritmo, y en el segundo predomina el ritmo o el libre flujo vital. Los ángeles de los planos rupa presentan más claramente a la conciencia humana la idea de la forma corporal que los ángeles de los niveles arupa.], ascienden hasta las alturas Arcangélicas, trascendiéndolas. Las Mónadas que atraviesan el reino de los insectos, y las formas que animizan, son, por tanto, de igual importancia a todas las demás manifestaciones, facetas, modalidades y formas de la existencia divina. Rigiendo sobre sus Rayos, sus Órdenes y sus especies están los Arcángeles y los ángeles, que no sólo cuidan de la vida inmanente sino que también preservan y modelan la forma de los insectos en procura de una belleza mayor. Su presencia como guardianes y tutores estimula la actividad del instinto natural de las numerosas especies para que sigan los hábitos físicos por los que se perpetúe el tipo, se atraviese exitosamente las etapas de gestación, se encuentre comida, se cumpla el apareamiento y se depositen los huevos.” (G. Hodson, esta misma obra, “Reino de los insectos”, Parte II, Cap. II Las Jerarquías Angélicas de la Tierra.) Seguramente podrá objetárseme, no sin razón, "no aclare, que oscurece...". (N de G. Aritto)
[iii] Ibídem. (N del a)
Imagen de portada: Figurita n° 1 del álbum Blancanieves y los siete enanitos, 1967 (una reliquia de mi infancia - G. A.)
Imagen de portada: Figurita n° 1 del álbum Blancanieves y los siete enanitos, 1967 (una reliquia de mi infancia - G. A.)
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