“… La tranquilidad del atardecer descendía sobre la tierra.
La experiencia es una cosa, y la vivencia es otra. La
experiencia es una barrera para el estado de vivencia. Por más placentera o
desagradable que sea la experiencia, ella impide el florecimiento de la
vivencia. La experiencia ya está atrapada en la red del tiempo, pertenece al
pasado, se ha convertido en un recuerdo que sólo revive como respuesta al
presente. La vida es el presente, no es la experiencia. El peso y la fuerza de la
experiencia ocultan el presente, y así la vivencia se convierte en la
experiencia. La mente es la experiencia, lo conocido, y jamás puede estar en
estado de vivencia; porque lo que ella experimenta es la continuación de la
experiencia. La mente únicamente conoce la continuidad, y mientras exista su
continuidad no puede recibir lo nuevo. Lo que es continuo jamás puede hallarse
en un estado de vivencia. La experiencia no conduce a la vivencia, que es un
estado sin experiencia. La experiencia debe cesar para que la vivencia sea.
La mente puede atraer solamente sus propias proyecciones, lo
conocido. No puede existir la vivencia de lo desconocido hasta que la mente
cese de experimentar. El pensamiento es la expresión de la experiencia; el
pensamiento es una respuesta de la memoria; y mientras el pensamiento
intervenga, no puede haber vivencia. No hay ningún medio, ningún método para
poner término a la experiencia porque el mismo medio es un obstáculo para la
vivencia. Conocer el fin es conocer la continuidad, y tener un medio para
lograr el fin es mantener lo conocido. El deseo de realización debe disiparse;
es este deseo que crea los medios y el fin. La humildad es esencial para la
vivencia. Pero ¡cuán ansiosa está la mente de absorber la vivencia en la
experiencia! ¡Qué rápida es para pensar en lo nuevo y convertirlo en lo viejo!
Así ella establece el experimentador y lo experimentado, dando nacimiento al
conflicto de la dualidad.
En el estado de vivencia, no existe ni el experimentador ni
lo experimentado. El árbol, el perro y la estrella del atardecer no pueden ser
experimentados por el experimentador; ellos son el mismo movimiento de la
vivencia. No hay separación entre el observador y lo observado; no hay tiempo,
no hay intervalo espacial para que el pensamiento se identifique a sí mismo. El
pensamiento está completamente ausente, pero hay ser. Este estado de ser no
puede ser pensado o meditado, no es una cosa que pueda ser realizada. El
experimentador debe cesar de experimentar, y únicamente entonces hay ser. En la
tranquilidad de su movimiento está lo atemporal.”
LA RADIO Y LA MÚSICA
“… Lo más notable en todo esto es que la radio parece alterar
muy poco el curso de la vida. Puede ser que nos proporcione algunas pequeñas
comodidades más; podemos tener más rápidamente las noticias mundiales y
escuchar una descripción más vívida de los crímenes; pero la información no nos
hará inteligentes. La pormenorizada exposición de informaciones sobre los
horrores de la bomba atómica, sobre las alianzas internacionales, las
investigaciones sobre la clorofila, etc., no parecen producir ninguna
diferencia fundamental en nuestra vida. Somos tan belicosos como siempre,
odiamos a algún otro grupo de gente, despreciamos a este líder político y
apoyamos aquel otro, seguimos siendo engañados por las religiones organizadas,
somos nacionalistas, y nuestras miserias continúan; estamos absortos en las
evasiones, y tanto más cuanto más respetables parecen y mejor organizadas
están. La evasión colectiva es la más alta forma de seguridad. Enfrentando lo
que es, algo podemos hacer a su
respecto; pero el escapar de lo que es, inevitablemente nos hace estúpidos y
embotados, esclavos de la sensación y de la confusión.
¿No nos ofrece la música, en forma muy sutil, un feliz alivio
de lo que es? La buena música nos transporta lejos de nosotros mismos, de
nuestras tristezas, pequeñeces y ansiedades cotidianas, nos hace olvidar; o nos
infunde valor para enfrentar la vida, nos inspira, nos vigoriza y nos
tranquiliza. En todo caso, ya sea como medio de olvido o como fuente de
inspiración, la música se convierte en una necesidad. Depender de la belleza y
evitar lo feo es una evasión que se convierte en una tortura si algo la
interrumpe. Cuando la belleza se torna necesaria para nuestro bienestar, entonces
cesa la vivencia y empieza la sensación. El instante de vivencia es totalmente
diferente de la búsqueda de sensación. En la vivencia no hay percepción del
experimentador y de sus sensaciones. Cuando la vivencia concluye, entonces
comienzan las sensaciones del experimentador; y son estas sensaciones que el
experimentador requiere y persigue. Cuando las sensaciones se convierten en una
necesidad, entonces la música, el río, la pintura sólo son un medio para
obtener nuevas sensaciones. Las sensaciones se convierten en el elemento
predominante, y no la vivencia. El vehemente deseo de repetir una experiencia
proviene de esa demanda de sensación; y mientras las sensaciones pueden ser
repetidas, la vivencia en cambio no puede repetirse.
Es el deseo de sensación lo que crea nuestro apego a la
música, a la belleza. La dependencia de las cosas y las formas exteriores sólo
demuestra la vacuidad de nuestro propio ser, que llenamos con música, con arte,
con deliberado silencio. Es porque invariablemente llenamos o encubrimos este
vacío con sensaciones que existe el perpetuo miedo de lo que es, de lo que somos. Las sensaciones
tienen un principio y un fin, pueden ser repetidas y prolongadas; pero la
vivencia no está dentro de los límites del tiempo. Lo esencial es la vivencia,
que está ausente en la persecución de sensación. Las sensaciones son limitadas,
personales, son causa de conflicto y sufrimiento; pero la vivencia, que es
totalmente diferente de la repetición de una experiencia, no tiene continuidad.
Únicamente en la vivencia hay renovación, transformación.”
LA REPETICIÓN Y LA SENSACIÓN
“Nuestras mentes están
tan llenas de conocimientos que nos es casi imposible experimentar
directamente. La experiencia del placer y del dolor es directa, individual;
pero en la comprensión de la experiencia seguimos las normas dadas por otros,
por las autoridades religiosas y sociales. Somos el resultado de los
pensamientos y de las influencias de otros; estamos condicionados por la
propaganda tanto religiosa como política. El templo, la iglesia o la mezquita
tienen una extraña y oscura influencia en nuestras vidas, y las ideologías
políticas dan aparente sustancia a nuestro pensamiento. La Propaganda nos hace
y nos destruye. Las organizaciones religiosas son en primer término
propagandistas, que hacen uso de todos los medios para persuadir y conquistar.
Somos un conjunto de
respuestas confusas, y nuestro medio es tan incierto como el porvenir que se
nos promete. Las meras palabras tienen para nosotros una extraordinaria importancia;
tienen un efecto neurológico cuya sensación es más importante que lo que está
detrás del símbolo. El símbolo, la imagen, la bandera, el ruido, es todo lo que
nos importa; nuestra fuerza es el sustituto, no la realidad. Leemos sobre las
experiencias de otros, presenciamos el juego de otros, seguimos el ejemplo de
otros, citamos a otros. En nosotros mismos estamos vacíos y procuramos llenar
este vacío con palabras, con sensaciones, con esperanzas e imaginación; pero la
vacuidad continúa.
La repetición, con sus
sensaciones, y aunque éstas sean placenteras y nobles, no es el estado de
vivencia; la constante repetición de un rito, de una palabra, de una oración,
nos brinda una sensación agradable, a la que aplicamos un noble término. Pero
la vivencia no es sensación, y la respuesta sensoria pronto cede su lugar a la
efectiva actualidad. Lo actual, lo que es,
no puede ser comprendido por medio de la mera sensación. Los sentidos juegan un
papel limitado, pero la comprensión o la vivencia están fuera y por encima de
los sentidos. La sensación se torna importante sólo cuando la vivencia cesa;
entonces las palabras son significativas y los símbolos dominan; entonces el
gramófono parece encantador. La vivencia no es una continuidad; pues lo que
tiene continuidad es sensación, en cualquier nivel que sea. La repetición de la
sensación tiene la apariencia de una experiencia nueva, pero las sensaciones
jamás pueden ser nuevas. La búsqueda de lo nuevo no se basa en las reiteradas
sensaciones. Lo nuevo surge únicamente cuando hay vivencia; y la vivencia sólo
es posible cuando cesa el ansia y la persecución de sensación.
El deseo de repetición de una experiencia es la condición
atadora de la sensación, y el enriquecimiento de la memoria es la prolongación
de la sensación. El deseo de repetir una experiencia, ya sea propia o de otro,
conduce a la insensibilidad, a la muerte. La repetición de una verdad es una
mentira. La verdad no puede ser repetida, no puede ser propagada o utilizada.
Lo que se puede utilizar y repetir no tiene vida en sí, es mecánico, estático.
Se puede utilizar una cosa muerta, pero no la verdad. Podéis matar y negar la
verdad, y entonces utilizarla; pero ya no es más la verdad. A los
propagandistas no les interesa la vivencia; les interesa la organización de la
sensación, religiosa o política, social o particular. El propagandista,
religioso o seglar, no puede ser el portavoz de la verdad. La vivencia sólo
puede llegar con la ausencia del deseo de sensación; el nombrar, el designar,
debe cesar. No hay proceso de pensamiento sin verbalización; y estar atrapado
en la verbalización es ser prisionero de las ilusiones del deseo.”
LA FUTILIDAD DEL
RESULTADO
“… La búsqueda del resultado, del éxito, ata, limita; siempre
está aproximándose a su término. La ganancia es un proceso de terminación.
Llegar es morir. Sin embargo eso es lo que estamos buscando, ¿no es así?
Estamos buscando la muerte, sólo que la llamamos resultado, meta, propósito.
Queremos llegar. Estamos cansados de esta eterna lucha, y queremos llegar allí
—un “allí” colocado en cualquier nivel. No vemos la ruinosa destrucción de la
lucha, sino sólo el deseo de librarnos de ella mediante la ganancia de un
resultado. No vemos la verdad de la lucha, del conflicto, y por eso la
utilizamos como medio para lograr lo que queremos, lo que más nos satisface; y
lo más satisfactorio está determinado por la intensidad de nuestro descontento.
Este deseo de un resultado siempre termina en la ganancia pero queremos un
resultado que nunca termine. Así, pues, ¿cuál es nuestro problema? Cómo estar
libre del ansia de resultados, ¿verdad?
[…]
¿No es también la experiencia un resultado? Si queremos estar
libres de los resultados, ¿no debemos también estar libres de la experiencia?
Porque ¿no es la experiencia una consecuencia, una terminación?
‘¿Terminación de qué?’
Terminación de la vivencia. La experiencia es el recuerdo de
la vivencia, ¿no es cierto? Cuando termina la vivencia hay experiencia, el
resultado. Mientras haya vivencia, no hay experiencia; la experiencia no es más
que el recuerdo de haber vivenciado. En cuanto el estado de vivencia
desaparece, comienza la experiencia. La experiencia está siempre estorbando la
vivencia, la vida. Los resultados, las experiencias, llegan a un término; pero
la vivencia es inagotable. Cuando lo inagotable es estorbado por el recuerdo,
entonces empieza la búsqueda de resultados. La mente, el resultado, está
siempre buscando un fin, un propósito, y eso es muerte. La muerte no existe
cuando el experimentador ya no está. Únicamente entonces surge lo inagotable.”
Extraído de J. Krishnamurti, Comentarios sobre el vivir (Primera serie
del Libro de notas),
D. Rajagopal (comp.); Kier, Bs. As., 1991. Edición a cargo de la Krishnamurti Foundation of America.
[1] La edición de Kier traduce la
palabra inglesa experiencing,
utilizada por J. K., sustantivo de raíz “verbal” con aspecto procesual, como vivencia, contrastándola, así, con experience, que el autor opone a la
anterior, vertida simplemente como experiencia,
un término de carácter “resultativo” y estático. Quizás valga la pena comentar
aquí que la palabra “vivencia”, elegida por quien tradujo, fue, en su contexto
humanístico de origen, la equivalente castellana de la alemana Erlebnis, que adquirió un fuerte valor
contrastivo frente a la mucho más coloquial Erfahrung
(esto es, “experiencia” ordinaria basada en la percepción de hechos concretos),
connota, a partir del pensamiento post romántico y hasta K. Jaspers, quien le
confirió su cuño filosófico definitivo, “lo vivido no-conceptualizado”, y casi
siempre “inefable”. [G. A.]
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