Las fresias vuelven caducas en su mano,
exánimes
vuelven con él a la estación [1],
y
el perramus raído,
suelto,
mojado
por
esa lluvia ajena,
de
los otros que corren sin paraguas,
sin
preguntarse más si vuelven o si van…
Pero
ahí, en el fragor de las frituras
y
de los mingitorios,
¿quién
quiere recordar?
Pasan
los otros,
pasan,
pasan.
¿Qué
saben ellos del alma de las fresias:
cuándo
en su iris la vida aún se acurruca,
y
cuándo ya están muertas?
Cinco,
trece, setenta y…
Da
lo mismo contar los escalones,
porque
lo mismo da subir, bajar, quedarse quieto,
lo
mismo un Glew, un Plaza o un Ezeiza…
Llueve
sobre los durmientes insepultos,
donde
las ratas grises y suicidas
juegan
a las escondidas con la última peste.
Llueve
para que mires desde el puente
tus
pisadas volviendo del Geriátrico,
sus
palmeras eternas y plateadas
y
esa paloma ciega que buscaba refugio en su balcón.
Será
por parecerse hoy la lluvia a su silencio
de
labios que te negaron para siempre,
y
más allá, muy lejos,
entre
bultos sonámbulos,
su
sombra que se mece en un exilio azul,
y
un desconfiar ladeado,
ojos
que dejó solos la mirada,
llorando
en otra parte
eso
nunca llorado contra el viento
ni
al apagarse en casa
la
luz del velador…
Tarde,
muy tarde ya.
Porque
hoy fuiste un intruso en el espejo vacío
donde
mamá está a salvo,
donde
no llega el tiempo que estrangula
las
palabras no dichas
y
las fresias
que
arrojarás caducas
a
las vías.
GUSTAVO ARITTO
[1] Localidad en el sur del Gran Buenos Aires, lo mismo que, más
abajo, Glew y Ezeiza. “Plaza” es Plaza Constitución, terminal ferrovial metropolitana
del sur.
Poema incluido en LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008.
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