El pétalo azulado de la fogata en la orilla detuvo por un
instante los remos. Pero no. A la deriva, el río, nosotros y el crepúsculo nos
perdíamos en la misma herida. El borde agazapado de la noche fue revelándonos
que íbamos a morir así, juntos, de a poco. Porque no era el río y nosotros y el
crepúsculo: éramos uno y lo mismo, un único dolor, una única estela, comenzando
a terminar de nacer…
Los
habíamos dejado atrás, igual que a un sueño que no quiere abandonarnos. Nadie
respondió desde la orilla a nuestro largo alarido.
GUSTAVO ARITTO
Texto incluido en LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008.
Pintura: E. Munch, Paisaje marítimo con luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario