29 de septiembre de 2015

EN UN CLARO DE BOSQUE CELTA (XIV): LA MUERTE PISA BRETAÑA






“Procopio, el historiador bizantino, que floreció en el siglo sexto (500-565 d. C.), indiscutiblemente se refiere a una forma tardía de la creencia en la misteriosa reputación de la Gran Bretaña en su De Bello Gothico. Hablando de la Isla de Brittia, con lo cual quiere decir Gran Bretaña, él sostiene que está dividida por una muralla. En aquella dirección pescadores procedentes de la costa bretona se ven compelidos a transportar durante en la oscurísima noche las sombras de los muertos, no visibles para ellos, pero orientados ordenadamente por un misterioso guía. Los pescadores que habrán de cruzar en bote a los muertos hasta la costa británica deben irse a dormir temprano, ya que a medianoche son despertados por un golpeteo en la puerta, y alguien los llama en voz baja. Ellos se levantan y se dirigen a la playa, atraídos por cierta fuerza que no pueden explicar. Aquí encuentran ellos sus botes aparentemente vacíos, aunque el agua se alza hasta por encima de la borda, como si hubiese en ellos un montón de gente. Una vez que comienzan el viaje, sus barcas penetran las olas a toda velocidad, cubriendo el trayecto, por lo común de un día y medio de navegación, en una hora. Cuando se llega a la playa británica, las almas de los muertos abandonan la nave, que de pronto aflora del mar como si quedara sin cargamento. Entonces una sonora voz se deja oír en la playa llamando por el nombre y la condición a los que han desembarcado. Cuán difícilmente el saber celta muere queda ilustrado por el hecho de que aún es usual en Treguier, Bretaña, el portar al muerto hacia el camposanto en un bote a través de una zona del río llamada ‘Pasaje del Infierno’, en vez de tomar el camino, más corto, por tierra.”

L. Spence, The Mysteries of Britain, I[i]




[Bretaña Armoricana: un puñado de cosmos céltico]



“Bretaña fue durante mucho tiempo una península aislada en el Noroeste de Francia: la Península Armoricana. Esta tierra emergida en la Era Primaria fue conservando su aspecto montañoso a través de milenios, aunque la erosión haya reducido sus cimas a una altura que no sobrepasa los 400 metros. En la Prehistoria estuvo cubierta casi en su totalidad por un inmenso bosque del que hoy [no] se conservan más que unos modestos macizos, pero que ha tenido, sin embargo, una importante repercusión en la leyenda armoricana. Circundada por el mar, salpicada de valles, de extensas llanuras, de lagos atravesados por ríos poco caudalosos que se lanzan al mar formando estuarios en la roca: los abres, que hacen que la costa sea tan parecida a la costa escocesa.
Armórica fue por excelencia tierra de megalitos. Fue en la Europa del Bronce la tierra de los muertos y el país del mar. Los hombres del interior se dirigían a la costa para inhumar a sus venerados cadáveres, para facilitarles el tránsito exigido por las antiguas tradiciones religiosas. Una vida intensa bullía alrededor de los cementerios. Los armoricanos de esta época fueron los grandes constructores de los monumentos funerarios. Tumbas, estelas, altares de sacrificios, fuentes, menhires…, son la prueba de una civilización muy avanzada.
Los celtas llegaron a este lugar alrededor del año 700 de nuestra era. Al finalizar la Edad de Bronce se separaron del resto de los pueblos indoeuropeos y se dirigieron hacia el Oeste. A una primera migración pertenecen los gaélicos, en Irlanda y en el Norte de Escocia. Una segunda oleada estaría constituida por lo que podríamos llamar la rama Britonnique. De aquí proceden los galos, los belgas, los bretones y sus sucesores. Estos pueblos fueron invadiendo lentamente el territorio de la Europa occidental, incluidas las Islas Británicas, desde la zona del Rin hasta el Noroeste de España (Galicia)[ii] y la llanura del Po.
El primer nombre conocido de la península: Armor, es de origen celta, y se traduce por ‘perteneciente al mar’ (ar mor). Con él se designaba además de a la Bretaña actual, toda la Normandía a este lado del Sena.


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La religión de los celtas aparece íntimamente ligada a la institución sacerdotal de los druidas. No todo el mundo está de acuerdo en otorgarles el título de sacerdotes, pero sabemos que representaron la élite intelectual entre los celtas. Eran los filósofos, los maestros encargados de enseñar a los jóvenes y adentrarles en las tradiciones propias a su raza. Su concepción del Más Allá es más optimista que la que los bretones tendrán más tarde. Enseñaban que el hombre recorre un ciclo completo de experiencias terrestres en el círculo de Abred (el mundo de la necesidad), antes de ser admitido en la eterna beatitud, el círculo Gwended (el mundo del estado puro). Cada uno de nosotros puede haber vivido varias existencias vegetales, animales o humanas, y renacerá todavía bajo otras formas. Dieron al destino del alma puntos de vista nuevos y más reconfortantes: los difuntos se embarcan hacia las Islas Afortunadas, Tir na n’Og, la tierra de la eterna juventud, donde la enfermedad y la vejez no existen. Allí continuará cada uno su vida según sus condiciones.
Todas estas enseñanzas el pueblo las retuvo y las ha ido transmitiendo a través de los siglos; hoy nos encontramos con un conjunto misterioso y a veces abundante en contradicciones.


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Se dice que el bretón es un pueblo especialmente supersticioso, pero todos sabemos que no lo es más que cualquier otro. Un mundo de hadas, de enanos, de duendes, de gigantes… más pagano que cristiano, donde la muerte (L’Ankou) y las almas de los difuntos (L’Anaon), tienen un significado especial y profundo. Sin embargo, estas creencias, estas supersticiones, se pueden encontrar en el resto de Europa, y algunas son específicamente celtas…
En Bretaña las narraciones de la Tabla Redonda, expresión de ese maravilloso mundo céltico que supo conquistar todo el Occidente, incluyen al hada Viviana, o a Morgana, la hermana de Arturo. Los campesinos hablan todavía de hermosas doncellas que se reúnen a la luz de la luna, o que se pueden encontrar cerca de los dólmenes contando sus tesoros. Para ellos son seres bienhechores y serviciales, siempre que no se les falte al respeto. Es posible todavía encontrar cuevas, valles, menhires… con nombres como: La grotte aux Fées, La Roche aux Fées, Le Val des Fées. Muchos recuerdan cómo sus padres o abuelos contaban que habían asistido a sus danzas, o que las habían visto peinando sus hermosos cabellos junto a una fuente. Pero dicen que desde el siglo pasado no las vuelto a encontrar, que quizá hayan abandonado el país…”







[La Muerte viviendo entre los bretones]



“La personificación de la muerte en Bretaña es masculina: el Ankou. Una cabeza cuya cabeza gira sin cesar alrededor de sus vértebras cervicales en busca de víctimas. El último muerto del año en cada parroquia será el Ankou durante todo el año siguiente. Este lúgubre personaje, como la muerte en la iconografía clásica, lleva una guadaña en su mano. Recorre los caminos a pie sobre su carreta tirada por dos caballos: Anken (dolor) y Ankoun (olvido). Delante van dos almas en pena, dos esqueletos con la cabeza tapada, uno tira del caballo por la brida, el otro abre las puertas y amontona a los muertos que Ankou ha elegido sobre la carreta. Dicen los bretones que nadie muere sin que un pariente, un amigo, un vecino o la persona misma haya[n] sido advertid[os] por el Ankou. La raza celta es sin duda la más receptiva a los mensajes que vienen del Más Allá. Un gran número de hechos puede ser interpretado como signo de muerte: la caída de un vaso cuando canta el gallo antes de medianoche, extrañas reacciones de los animales, formas y colores poco usuales en la nubes, la vista de un cortejo fúnebre, un viento helado en el rostro… Le Braz dice[iii] que nadie muere sin haber sido advertido antes. Todo consiste en saber interpretar el aviso.

[…]

Todos los parientes, amigos y vecinos vienen a visitar al muerto y vierten sobre él un poco de agua bendita con una ramita de boj. Todos se sientan a recitar las oraciones, y tendrán buen cuidado de no dejarlo solo durante toda la noche.
Al anochecer tiene lugar la velada mortuoria, en la que todos toman parte. Una vieja recita con voz llorosa las oraciones tradicionales de los difuntos y todos los parientes responden. A medianoche la vieja termina y en otra habitación se servirá una comida para todos los asistentes. En algunas zonas de Bretaña esta comida está hecha de pan y miel. No es raro ver salir de los labios entreabiertos del difunto una pequeña mosca que se posa en el tarro de miel: es la forma que ha tomado el alma que se está alimentando para el camino de vuelta. El tarro de miel se dejará sin tapar durante toda la noche. Hasta que el muerto no haya sido introducido en el ataúd se mantendrá abierta una puerta o una ventana para que el alma pueda salir. Se pondrá también a su disposición un vaso de leche, que deberá blanquearse antes de presentarse ante el gran juez. Si todavía el cadáver no ha abandonado la casa no podrá barrerse ni limpiar los muebles, ni echar fuera nada, para no correr el riesgo de expulsar también al alma, que no dejaría de vengarse por ello. Ningún habitante de la casa podrá reincorporarse al trabajo hasta que los rituales funerarios no hayan finalizado.
Las almas de los difuntos, las Anaon (en Galicia la Santa Compaña), no gozan todas de la misma suerte. Unas suben al paraíso según sus méritos adquiridos, otras se precipitan al infierno. Pero queda además el pueblo inmenso de las almas del purgatorio, que tendrá que sufrir largas penitencias antes de ser admitido en el paraíso. Las Anaon pasan el día en el Más Allá, pero durante la noche vuelven a la tierra, unas para cumplir su penitencia, otras simplemente a pasear y recorrer los lugares que frecuentaban en vida. El purgatorio significa muchas veces la transformación en animal o en planta, y los señores que en vida atemorizaron a los campesinos son convertidos en liebres, en gatos negros o en cuervos. Algunos muertos se encarnan en árboles que durante la noche vuelven a sus hogares a calentarse al lado del fuego. Las almas en pena pueden ser también muertos que tienen que devolver una deuda o un voto que no habían cumplido. Cuenta la tradición que todo muerto vuelve al menos tres veces a la tierra…”




Bosque de Brocéliande



[Dos relatos de la tradición bretona]


I

La ventana abierta


Hace años, fui a velar a uno de mis parientes que estaba a punto de morir. Era pescador y se llamaba Jean Guilcher, y en sus buenos tiempos había sido uno de los mozos más robustos de la región. Pero a pesar de la miseria y de los años conservaba todavía su vigor poco común. Durante dos días estuvo agonizando: su cuerpo no quería separarse de su alma.
A cada rato, los que allí se encontraban, preguntaban:
-- ¿No le ha llegado la hora todavía?
Pues nos creíamos próximos a escuchar su último suspiro. Pero, un instante después, abría los ojos, miraba a las personas que le velaban y pedía que le dieran de beber.
Cuando yo llegué estaba en las últimas, aunque no me reconoció. Me senté a su cabecera y me puse a rezas con todos los allí presentes. De pronto sentí que me tocaban el brazo. Era él, el viejo Guilcher, que quería llamar mi atención. Me incliné sobre él y le pregunté:
-- ¿Quiere usted decirme algo?
El hombre hizo un gran esfuerzo, y con voz muy débil me murmuró al oído:
-- Debe abrir una ventana, mi alma no puede partir.
En la habitación sólo había una ventana; corrí hacia ella y la abrí de par en par. Al volver junto al moribundo, sentí como un olor a bálsamo, aunque en la habitación no había ni una sola flor, pues estábamos en pleno invierno, en diciembre.
Cuando volví a mi asiento, vi cómo Guilcher tenía la mirada fija y los labios entreabiertos: en ese corto intervalo de tiempo, su alma le había abandonado.



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II

El entierro


Nunca se debe dejar una casa sola durante un entierro, pues, si no, el muerto al que creemos acompañar permanecerá en ella para cuidarla.
Un carnicero de Gouesnac’ch debía un buey a unos campesinos de Cloras. Un sábado por la mañana, como pasaba cerca de su granja, se dijo:
-- Voy a acercarme a arreglar mis cuentas con la vieja Lharidon.
Naïc Lharidon era el nombre de la mujer que trabajaba la granja con sus dos hijos.
El hombre se dirigió a la granja; al entrar en el patio, quedó sorprendido de no encontrar allí a nadie. Pensó que estarían en los campos. La puerta estaba cerrada, pero se atrevió a levantar el pestillo. Entró en la cocina, y la encontró tan desierta y silenciosa como el patio.
-- ¡Eh! – gritó. ¿Es que todos están muertos en esta casa?
-- Has dado en el clavo, pues es más o menos como tú dices – respondió una voz que él reconoció como la de la vieja Lharidon.
Como la cocina estaba oscura, preguntó:
-- ¿Dónde está usted, Naïc?
-- Aquí, carnicero, en un rincón del hogar.
Se acercó y la vio removiendo las cenizas con una horquilla de hierro.
-- Eh… bueno… Vengo a traerle el dinero del buey. ¿Quiere usted contarlo? Si no recuerdo mal, son cuatro escudos.
-- Sí, sí. Déjalos encima de la mesa.
-- Bueno, Naïc, un saludo y hasta la próxima, que tengo prisa.
-- Gracias a Dios por volver a encontrarnos, carnicero.
El hombre se extrañó. Nunca había encontrado a la vieja tan amable. No se había molestado siquiera en contar las monedas, cuando de ordinario, pedía más de lo que se le debía. Haciendo estas reflexiones, el carnicero llegó a la carretera. Y pronto vio aparecer a un grupo de campesinos que venían en dirección de la aldea. Entre ellos estaban los dos hijos Lharidon. Se detuvo para saludar y preguntó:
-- ¿Vienen de un entierro?
-- Sí – respondió el mayor con voz triste.
-- ¿Alguien de la familia…? Acabo de encontrar a vuestra madre atizando el fuego del hogar con aire preocupado. No se molestó siquiera en contar el dinero que le di por el buey.
Los dos Lharidon se miraron sorprendidos.
-- ¿Nuestra madre dice usted…? ¿Qué? ¿Ha hablado con nuestra madre?
-- Sí. ¿Qué tiene eso de raro para que me miréis con esa cara?
-- ¡Pero si la acabamos de enterrar!
El carnicero los miró asombrado, sin dar crédito a lo que acababa de oír.
La criada de Lharidon, que estaba junto a ellos, dijo:
-- Ya os lo había advertido. Nunca se debe dejar la casa sola. Ahora la muerta no se marchará hasta el anochecer.
Los Lharidon y compañía esperaron hasta esa hora para entrar en la casa. Cuado abrieron la puerta de la cocina, la muerta ya no estaba, pero el dinero del carnicero se encontraba todavía encima de la mesa.




Texto crítico y relatos extraídos de Cuentos y leyendas de la Bretaña, con traducción, recopilación y nota introductoria de Ros Gracía-Lluís; Madrid, Miraguano Ediciones, 1987. La edición no aclara desde qué lengua (o lenguas) traduce o reelabora el compilador. [Notas al pie de esta entrada: G. A.] 






[i] Lewis Spence, THE MYSTERIES OF BRITAIN. Secret Rites and Traditions of Ancient Britain (los misterios de la Gran Bretaña – ritos y tradiciones secretas de la antigua G. B.), I. Introductory (cap. introductorio), p. 19-20; Senate, London, 1997 (1ra ed., Rider & Company, 1928). Trad. de la cita: G. A.

[ii] García-Lluís no parece haber tenido acceso, al menos hasta el año de edición de este volumen, 1987, a los controversiales descubrimientos en torno a la civilización céltica en territorio gallego. En la presente serie dedicada a los celtas en este blog, ya se ha hecho abundante referencia al remoto origen medio-oriental del pueblo que ocupó el nordeste de la Península Ibérica atravesando, probablemente, el norte de África y el Mediterráneo, y que, más tarde, bajo la identidad de los Milesios (‘los hijos de Mile’), migró a la Isla del Destino, la que hoy ocupa la Irlanda total. Sabemos cómo se enfrentaron allí a los míticos Tuatha De Danann, cómo los despojaron de sus tierras y se establecieron en ellas. Creo no equivocarme si afirmo que el más reciente y exhaustivo trabajo sobre este asunto es el de Ramón Sainero, acaso la máxima autoridad en Filología Gaélica de España, Los orígenes de la leyenda de Breogán, Madrid, Ed. Akal, 2013, donde – por primera vez en nuestra lengua - se cotejan y analizan variantes del Libro de las Invasiones (ya antes traducido por el propio Profesor Sainero), siempre a propósito del antiguo reino “celtíbero”.

[iii] Se sobreentiende que lo dice en su libro La Bretagne (Paris, 1948), obra que Gracía-Lluís incluye al final en la bibliografía.


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