4 de septiembre de 2012

NOSTALGIAS DEL PARAÍSO PERDIDO (I): EL OCCIDENTE MELANCÓLICO








"Su reputación, como se sabe, es muy… la de un carácter muy depresivo. Sin embargo, yo creo que la depresión es diferente de la melancolía: la depresión es un estado clínico, la melancolía tiene relación con la auto reflexión… Y no necesariamente es malo estar [o ser] melancólico: estás vivo para contemplar el mundo… Es una especie de hermosa tristeza entorno acerca de él… Y al mismo tiempo, muchas de sus canciones son de un increíble gozo, son maravillosas canciones de amor, canciones eróticas también… […] Pienso que [Dowland] es bipolar…”


GORDON M. Th. SUMNER (STING), sobre John Dowland




Flow, my tears

 

John Dowland
(1563 - 1626)



Flow, my tears, fall from your springs! 
Exiled for ever, let me mourn; 
Where night's black bird her sad infamy sings, 
There let me live forlorn.
Down vain lights, shine you no more! 
No nights are dark enough for those 
That in despair their lost fortunes deplore. 
Light doth but shame disclose.

Never may my woes be relieved, 
Since pity is fled; 
And tears and sighs and groans my weary days 
Of all joys have deprived.
From the highest spire of contentment 
My fortune is thrown; 
And fear and grief and pain for my deserts 
Are my hopes, since hope is gone.

Hark! you shadows that in darkness dwell, 
Learn to contemn light 
Happy, happy they that in hell 
Feel not the world's despite.
  

‡‡‡‡‡

  
Fluid, lágrimas mías…



Fluid, lágrimas mías, brotad de vuestras fuentes.
Exiliado para siempre, lloro mi pérdida.
Allí donde el pájaro negro de la noche canta su dulce infamia,
allí podré vivir yo, triste y abandonado.

Cesad luces vanas, no brilléis más.
Ninguna noche es lo bastante negra para aquellos
que desesperados añoran sus pasadas fortunas.
La luz sólo descubre la vergüenza.

Mis penas nunca serán calmadas
porque la piedad se fue.
Y lloros, suspiros y gemidos.
Mis cansados días han quedado privados de toda alegría.

Después de la más alta vuelta de felicidad
Mi fortuna ha sido precipitada
y miedo, dolor y pena son mi única esperanza
porque esperanza ya no hay

Escuchad, sombras, pueblo de tinieblas,
aprended a despreciar la luz
Felices, felices quienes en los infiernos
no sufren los ultrajes de este mundo.

  

(Versión castellana: Antonio Torralba.





Leonardo Da Vinci, 
alegoría ilustrativa de los cuatro humores hipocráticos y los tipos humanos derivados: sanguíneo (o emocional), flemático (o equilibrado), colérico o biliar (o irascible), y melancólico o biliar negro (triste o apático)




"Gracias a la melancolía -ese alpinismo de los perezosos-, escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios."

"En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar."

"Sufrimos: el mundo exterior comienza a existir…; sufrimos demasiado: desaparece. El dolor lo suscita únicamente para desenmascarar su irrealidad."


M. E. CIORAN, aforismos



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UNA INDAGACIÓN SOBRE LA MELANCOLÍA

(Fragmento)


Por
Andrés Martínez Lorca

Cátedra de Filosofía Medieval
Fac. de Filosofía (Humanidades)
U. N. E. D., Madid, España



Origen del término melancolía


El término castellano melancolía procede del griego melankholía, que es un nombre compuesto del adjetivo melaina (mélas-aina-an), ‘negro-a’, y del sustantivo kholê, ‘bilis’. Significa literalmente ‘bilis negra’. Antes de quedar fijada la actual grafía castellana, encontramos una serie de variantes que llegan hasta avanzado el siglo XVII: malenconía (término muy usado desde Calila e Dimna en el siglo XIII hasta el Quijote), malanconía, malancolía y malencolía, que se explican por metátesis de las vocales y disimilación consonántica. Aunque poco utilizado, existe el verbo melancolizar/se que significa entristecer/se.
En latín se mantuvo separado el original compuesto griego y se tradujo por atra bilis o nigra cholera, si bien se siguió usando el adjetivo melancholicus [Averroes, El libro de las generalidades de la medicina, parágrafo 81]. Dentro de un contexto aristotélico, hallamos en Cicerón diversas referencias a él, aunque subrayando el aspecto de tensión y violencia como indica su propia traducción de melankholía por furor [Tusculanae Disputationes]. Algún autor latino llegó a relacionar la melancolía con la hidrofobia o rabia. San Isidoro en sus Etimologías considera el aspecto fisiológico de la melancolía al observar que la hiel abundante procede de la coagulación de la sangre negra.
Un autor medieval que, por su profunda conexión con el aristotelismo, prestó especial atención al tema, fue Tomás de Aquino. Partiendo del esquema hipocrático, encontramos en él nuevos desarrollos de carácter psicológico y ético. Así, por ejemplo, en su observación del atardecer como la hora melancólica [In Psalmos, 29, 4] y en su afirmación de que, debido a su naturaleza seca y térrea, los espíritus terrestres y oscuros que poseen a los melancólicos les conducen a la tristeza [In IV Sententiarum, 49, 3. 2]. En su distinción de los caracteres humanos según su diversa constitución física encontramos el eco del naturalismo griego, aunque él deja claro que, desde una perspectiva ética, lo que debe importarnos son los hábitos voluntarios: ‘los flemáticos son por naturaleza perezosos, los coléricos son iracundos, los melancólicos, tristes, y los sanguíneos, alegres’ [Sentencia libri Ethicorum, 3, 12, 1].
Volvamos ahora al griego. En esta lengua existen el verbo melankholáô, el sustantivo ya citado melankholía, el adjetivo melankholikós y el adverbio melankholikôs. En Homero se aplica el adjetivo mélas-aina-an a la sangre, al vino, al agua del mar y, de modo metafórico, a la muerte. Como forma sustantivada mélan significó ‘tinta’.
Sin embargo, el uso del nombre melankholía no procede del lenguaje poético ni del lenguaje popular sino que es en su origen un término médico procedente del llamado Corpus Hippocraticum. En efecto, para los miembros de la escuela de Cos se pueden distinguir cuatro clases de humores: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra (mélaina kholê). La primera es caliente y húmeda; la segunda, fría y húmeda; la bilis amarilla, caliente y seca; y la bilis negra, fría y seca. Del predominio de unos u otros humores se derivan para los hipocráticos estos diversos temperamentos: sanguíneo, flemático, bilioso y melancólico o atrabiliario (ya que en latín, como vimos, se tradujo inicialmente melankholía como atra bilis).
En un conocido tratado hipocrático se alude, por ejemplo, a la aparición de la melancolía en los biliosos cuando el verano y el comienzo del otoño han sido secos y ha soplado el viento del Norte, ‘porque la parte más húmeda y acuosa de la bilis se seca y agota, pero se queda la parte más densa y agria’ [Sobre los aires, aguas y lugares, 10; en Tratados Hipocráticos, II]. Averroes, al comentar este pasaje en su enciclopedia médica, nos dice que con una meteorología tal ‘sobrevendrán enfermedades melancólicas’ en el otoño y que entonces "las fiebres son originadas por la melancolía" [Averroes, El libro de las generalidades…, ibidem, 8]. Tomando como modelo a Demócrito, hallamos también en las Cartas pseudo-hipocráticas una interesante descripción de los rasgos que caracterizan a los melancólicos (son solitarios, taciturnos y amantes de los lugares aislados, se nos dice).
La melancolía o bilis negra aparece mencionada asimismo en varias ocasiones en las páginas de otro tratado hipocrático dedicado a la descripción de diversas enfermedades y a su respectivo tratamiento, redactado hacia la segunda mitad del siglo V a.C., y de probable origen cnidio [Sobre las afecciones internas; en Tratados Hipocráticos VI]. Aunque es una cuestión discutida, parece deducirse de este tratado que la bilis negra constituye una modalidad de la bilis y que se produce por una alteración de ésta [ibidem, cap. 20] . Por otra parte, se afirma que la bilis negra causa a veces enfermedades del riñón (cap. 16), del hígado (cap. 27) y del bazo, sobre todo en el otoño (cap. 34), así como un color oscuro en la piel del que sufre cierta clase de tifus (cap. 43).
En resumen, los hipocráticos conciben en general la melancolía como una enfermedad que se origina por un exceso de bilis negra y que se caracteriza por frecuentes estados fóbicos y maníaco-depresivos.”

[…]


La filosofía melancólica de Marco Aurelio


“El término ‘melancolía’ y su tratamiento científico surgen, como ya hemos visto, en el círculo hipocrático, alcanzan en Aristóteles unas implicaciones sugerentes, al ser considerado el temperamento melancólico sustrato del genio especulativo y artístico, y continúan siendo después tema permanente de interés naturalista en la tradición médica greco-romana y árabe. Pero no serán los médicos griegos ni los filósofos peripatéticos quienes se caractericen por ser lo que llamamos ‘melancólicos’. Es necesario distinguir este aspecto de la cuestión, si no queremos confundirnos.
Hay que acudir a una influyente escuela de pensamiento helenística como el Estoicismo para encontrarnos con una personalidad filosófica inequívocamente melancólica, el emperador romano Marco Aurelio quien, con expresión meditativa y gesto pacificador, ha quedó inmortalizado en la bella estatua ecuestre que domina la colina del Capitolio en Roma.
De forma paradójica, este emperador romano que podría haber hecho realidad el original proyecto platónico de unir filosofía y política mediante la figura del filósofo-rey, expuesto en términos casi dramáticos en La República, volvió la espalda a los sueños racionalistas de Platón. En sus Meditaciones o Soliloquios encontramos, por el contrario, una filosofía ensimismada 42.
El punto de partida de Marco Aurelio es la permanente constatación de la brevedad de la vida y de la pequeñez de nuestro mundo en el universo: brakhýs ho bíos, 'breve es la vida' es el lema repetido [Meditaciones, 6, 30]. Parece clara en este aspecto la influencia de Demócrito, cuyas palabras repite el emperador romano: 'el universo es cambio; la vida, conjetura' [Fragmento B 115, citado por M. Aurelio, Med., 4, 3].
Veamos otros textos complementarios del filósofo estoico. Todo es flor de un día: 'considera las cosas humanas como efímeras y de escaso valor. Ayer, un grumo; mañana, momia o ceniza. Así pues, obedece a la naturaleza en este breve intervalo de tiempo' [op. cit., 4, 48]. La fama póstuma se muestra para él inconsistente: 'Dentro de poco, ceniza o esqueleto, y o bien un nombre o ni siquiera un nombre; y el nombre, un ruido y un eco' [op.cit., V, 33]. El recuerdo también se desvanece pronto: 'todo es efímero, tanto el recuerdo como lo recordado' [op. cit., IV, 35] . El mundo queda empequeñecido en el universo y nuestro tiempo es fugaz: 'Asia, Europa, rincones del mundo; el mar entero, una gota de agua; el Atos, un pequeño terrón del mundo; todo el tiempo presente, un instante de la eternidad; todo es pequeño, mutable, caduco' [op. cit., VI, 36].
En este breve peregrinar que significa la vida humana, donde el alma vaga como en un sueño, Marco Aurelio reconoce como único asidero la filosofía. Lejos de desesperar, encuentra en la reflexión filosófica no un saber para la acción política, como proponía Platón, sino una necesaria compañera de viaje para evitar la soledad y aliviar el desasosiego. Una vida humana digna de tal nombre necesitaría, pues, de la filosofía para comprender la naturaleza y para hallar consuelo en nuestra fugaz existencia. Por aquí comenzamos a entrever esa tenue luz estoica que puede ayudarnos a iluminar el camino. Releamos un significativo parágrafo de las Meditaciones: 'El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía'[op. cit., II, 17] .
En el contraste entre políticos y filósofos resalta la superioridad intelectual de estos últimos. 'Alejandro, César y Pompeyo ¿qué fueron en comparación con Diógenes, Heráclito y Sócrates? Éstos vieron cosas, sus causas, sus materias, y sus principios guías eran autosuficientes; pero aquéllos, ¡cuántas cosas ignoraban, de cuántas cosas eran esclavos!' [VIII, 3] . Esta constatación le hace lamentar haber vivido él mismo lejos de la filosofía durante largo tiempo [op. cit., VIII, 1]. Pues la filosofía puede hacernos más humanos. Con ella es posible trazarse un programa de vida que, en la medida en que lo llevemos a cabo, nos conformará haciéndonos mejores. Es un decálogo nuevo, mundano y racionalista, el que nos propone aquí Marco Aurelio. 'Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte. Respeta a los dioses, protege a los hombres' [VI, 30].
Este modo de vida filosófico conlleva una interiorización que no necesita de retiro exterior en un lugar concreto, bien sea el monte, la playa o el campo, sino sólo de saber retirarse en uno mismo: 'en ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma' [IV, 3] . Y es un proceso de búsqueda permanente: 'Cava en tu interior; en él está la fuente del bien que, si cavas siempre, siempre podrá brotar' [VII, 59] . Pero necesita de un principio directivo o guía interior que no es otro que tò hêgemonikón, concepto-clave en el Estoicismo y que recorre muchas páginas de las Meditaciones. Mediante él, que es de naturaleza intelectual, el hombre puede, por una parte, hacer prevalecer la sociabilidad, tò koinônikón, poniendo en práctica la ayuda mutua entre los seres humanos, y por otra, someter su naturaleza animal a la racionalidad que caracteriza a nuestra especie, siendo capaz, por tanto, de controlar los instintos y las pasiones [VII, 55].
El horizonte que nos propone nuestro filósofo no es celestial ni maravilloso sino terrenal y modesto. Puede inducir ciertamente a la melancolía, como fue su caso, pero creo que puede ser suficiente para sostener una vida. 'Recógete en ti mismo. El guía interior [racional] puede, por naturaleza, bastarse a sí mismo practicando la justicia y, según eso mismo, manteniendo la calma como el mar' [VII, 28]."
  



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Video de portada: Del documental televisivo The Jouney  and the Labyrinth (El viaje y el laberinto), por Sting y el laudista Edin Karamazov. Producción de la BBC de Londres (2006) sobre la vida y la obra del compositor y laudista John Dowland. En los intervalos, comentando el motivo de la melancolía y sus perfiles creativos, el laudista Anthony Rooley. La canción que se interpreta en el fragmento es el ayre-lacrima "Flow my tears" (Fluid,  lágrimas mías).


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