7 de septiembre de 2012

NOSTALGIAS DEL PARAÍSO PERDIDO (II): LA ACEDIA Y LOS "ANGUSTIÓMANOS" OBREROS DE SATURNO





Acedia y depresión:
Reformulando la vieja batalla
con el “demonio del mediodía” 

Por Neil Preston


“La depresión presenta síntomas bien definidos pero, pese a medio siglo de investigación en el área, aún no hemos en verdad avanzado en comprender qué es realmente. Este artículo postula que gran parte del problema yace en entender otros fenómenos que pueden no ser depresión pero que describen una enfermedad espiritual, conocida en los más antiguos tiempos como acedia. Entre las comunidades religiosas la pérdida de significado, propósitos y esperanza, acoplada a una indiferencia hacia el bienestar de los otros, fue bien conocida como el pecado mortal de la pereza (Schimmel 2007 [1]).Una falta de compromiso con el bienestar de los demás se asocia con frecuencia al debilitamiento de los compromisos religiosos. Por cierto, Carl Jung, el psicoanalista de lo arquetípico, señala:

‘Entre todos mis pacientes en la segunda mitad de la vida – es decir, por encima de los treinta y cinco años -, no habido uno solo cuyo último recurso no fuera el de encontrar una perspectiva religiosa de la vida.’ (Jung 1933 [2])

Parece que Jung está aquí refiriéndose a la recuperación del sentido de significado en la vida de uno, incluyendo la recuperación de una perspectiva religiosa de la vida, donde cada ‘religión viva’ puede aportar un modo de sanación y restauración del yo. Se propone la acedia como una indiferencia hacia este esfuerzo por alcanzar la restauración mediante la práctica espiritual de la virtud.
Entonces, ¿qué es la acedia? No es una pregunta simple ni tiene una respuesta simple. Algunos escritores han afirmado que la ausencia del uso de esta palabra durante los últimos 200 años o casi puede, en efecto, ser un intento de ignorar la dificultad del concepto de acedia en toda su dimensión (Norris 2008 [3]), o, si no, de incluir su fenomenología bajo la usual denominación de depresión…


¿Qué es la acedia y cómo puede diferenciársela de la depresión?

Tal vez la mejor manera de explicar la acedia sea a partir de uno de los más tempranos escritores sobre el tema, Evagrius Ponticus, del siglo IV d. C. Es importante aquí para el lector entender que, en este contexto, un demonio se vería a la vez como una fuerza externa y como fenómenos internos incluyendo un pensamiento, una imagen o una impresión.
El demonio de la acedia – también llamado ‘demonio del mediodía’ – es el que causa el mayor problema de todos. Éste aplica su ataque sobre el monje alrededor de la cuarta hora [canónica] y acosa al alma hasta la octava. Ante todo, produce la apariencia de que el sol apenas se mueve, y de que ese día tiene quince horas de duración. Luego obliga al monje a mirar constantemente por las ventanas, salir afuera de la celda, observar con cuidado el sol para determinar cuánto falta para la hora novena (la del almuerzo), seguir atento así y entonces ver si acaso alguno de los hermanos hace su aparición desde su celda. A continuación también insufla en el corazón del monje odio hacia el lugar, odio por su misma vida, odio por la labor manual. Lo induce a lucubrar que la caridad se ha vuelto ausente entre sus hermanos, que no hay ninguno que dé ánimo. De haber eventualmente alguien que por entonces lo hubiese ofendido de un modo u otro, el demonio lo usa también a fin de exasperar su odio. El demonio lo arrastra al deseo de otros lugares donde pueda procurarse más fácilmente sus necesidades vitales, encontrar de forma más accesible una ocupación y llegar a realizarse exitosamente. Sigue sugiriéndole que, después de todo, el fundamento del agrado al Señor no es el lugar. A Dios ha de adorárselo en cualquier sitio. Él suma a estas reflexiones el recuerdo de sus seres queridos y de su antiguo modo de vida. Se representa la vida desplegándose durante un largo tiempo, y atrae delante del ojo de su mente el duro trabajo de la lucha ascética y, como dice el refrán, no deja hoja (de árbol) sin dar vuelta para inducir al monje a abandonar la celda y darse por vencido en la pelea. Ningún otro demonio se aproxima siguiéndole los talones a este monje (una vez que ha sido derrotado), sino que de esta lucha sólo surge un estado de paz y de indecible gozo. (Norris 2008)
Lo que interesa en esta definición de acedia no es tanto la descripción de la fenomenología sino el estado o nivel que el monje ha desarrollado a lo largo de “el viaje espiritual” en el cual tal experiencia fenomenológica surge de manera natural. No es únicamente cuando esta persona ha renunciado a ‘su antiguo modo de vida’ que tales energías de indiferencia espiritual surgen. La acedia no golpea en la sombra sino a plena luz del día de la vida espiritual. Semejante descripción metafórica, tan rica y aguda, de este fenómeno pone en evidencia y expone al que sufre a un total ataque frontal en lo que atañe a la intención de los actos de ascetismo o de autorenuncia de la persona (en este caso, un monje). La acedia es un ataque sobre el significado y genuino propósito de la autonegación.
Ponticus describe a este demonio como ‘el causal del problema más serio de todos’. ¿Por qué habría de ser éste el caso? Ponticus sostiene con inteligencia que vencer a un demonio así conlleva que ningún otro demonio (una prueba, una energía, un pensamiento o una tentación) ‘se aproxima siguiéndole los talones’, sino que la persona es recompensada con ‘un estado de paz y de indecible gozo (que) surge de esta lucha’. La promesa tiene el sentido de ecuanimidad en relación con los desafíos de la vida y, en verdad, se experimenta además un indecible gozo.
Podría decirse que la depresión es diferente en cuanto a que tiene, casi seguro, una etiología más clara en uno o más sucesos conocidos de nuestra vida. Mientras que la acedia es un un estado mental de indiferencia a llevar una vida buena que lo impregna todo, la depresión es la pérdida por no haber vivido una buena vida. Esta pérdida podría darse en la forma de no tener más al ser amado, o una vocación acariciada con anhelo, o un empleo, o la destreza y la autonomía físicas o mentales…

[…]

Discernimiento o diagnosis: identificación y defensa de la diferencia entre acedia y depresión 

[…]
Existe, después de todo, un propósito orientado a la acedia y su en apariencia fingido significado de falta-de-sentido. Mientras la acedia está ligada a las nociones de pecado y moralidad, ambos conceptos requieren ser reformados a fin de entender el propósito detrás de la acedia. Los primitivos Padres del Desierto como Evagrio Ponticus y aquellos que los siguieron en su despertar, como John Casina, no ven la moralidad como una lista de ‘los debes y no debes’, sino como un esfuerzo por fomentar la correcta relación con lo divino. La preocupación no era si uno actuaba y se comportaba según las reglas, sino si podía penetrar la situación y verla con claridad como realmente es y triunfar sobre la percepción distorsionada que constituye el pecado. Hay una relación lejos mucho más madura con la noción y la práctica de la virtud y la apreciación del pecado. La libertad se encuentra al ver claramente la naturaleza de la separación, ya que el castigo está provisto desde adentro del pecado mismo, que es el estado de alienación respecto de lo Divino. La acedia contribuye a desnudar los estratos del falso yo y su inclinación a darse importancia, su hybris, y sus proyectos en busca de poder y control, afecto y estima, y la protección y la seguridad (Keating 1986 [4]). El viaje espiritual se caracteriza como una serie de humillaciones del falso yo del que la acedia hace las veces de garante para burlar nuestros esfuerzos por transformar o trascender nuestra falsa construcción de nosotros mismos y de lo divino. Entendida correctamente, la acedia nos muestra que el viaje espiritual se compone de desiertos y jardines. Es posible que la psicología secular persiga el mismo fin allí donde las terapias verbales son los hijos y las hijas de lo confesional, donde verbalizar y defender nuestros pensamientos y creencias (a los cuales los Padres del Desierto referían como demonios) son el punto de partida para hallar un camino a través de nuestras falsas suposiciones acerca de nosotros mismos, los demás y el mundo. La acedia en verdad hiere a un individuo cuando sus vanos intentos de santidad quedan expuestos realmente como ‘vanos’. Evagrius y otros Padres del Desierto entendieron que en el núcleo de la acedia yacen frecuentemente la ira y el orgullo (conocido como vanagloria). A menudo el origen de la ira era el no recibir las gracias y el favor de Dios, y [el de] el orgullo, la tendencia extralimitada a creer que el esfuerzo propio solo conducía al logro de la santidad. En una ocasión, Freud comentó que la depresión era ‘ira reprimida’, una forma de escamotear el resentimiento introyectado en el yo por no encontrar expectativas en torno a sí mismo, los otros y el mundo en libertad. [5]

Encontrando lo sagrado en lo profano

El hallar significado en aspectos mundanos de la vida confronta la acedia con lo mismo justamente de lo que ella se burla, que es la falta de sentido de cada día. Thich Nhat  Hanh señaló una vez que si uno no es capaz de lavar los platos en paz, le será casi imposible encontrar la paz en cualquier otra parte (Hanh, 1973; 1975 [6]). El punto aquí es que el reposo sólo puede encontrárselo en el momento presente en cualquier momento, y no se lo puede encontrar en ningún tiempo, estado o condición futuros. El morir a estos falsos supuestos sobre una vida siempre excitante exhibe su propio sentido de pérdida que con frecuencia se enmascara como depresión y letargo… La antigua noción de anomia o lo que hoy llamamos ‘crisis de la mediana edad’ puede provenir de la desesperación por hallar poco o ningún significado, poco o ningún propósito, en la vida y puede en parte rastreársela en ‘el materialismo de la codicia, la apatía espiritual de la pereza y el narcisismo yoico del orgullo’ (Schimmel, 1997 [7]). Estos pecados mortales no son mortales porque conduzcan al infierno después de la muerte, sino más bien porque matan el espíritu de la persona ahora. Nuestros antiguos antepasados y antepasadas entendieron que lo que es dador de vida puede resultar exactamente opuesto a lo que nuestras estructuras sociales nos indican. La bendición de la acedia, destructiva e hiriente como es, podrían ser que hayamos encontrado las limitaciones de los programas para la felicidad. Estos programas son falsas presunciones sostenidas acerca de la realidad del hecho de que nuestras vidas bajo control, de que siempre hallaremos protección y seguridad por nuestro propio y solo esfuerzo, y de que la felicidad se encuentra en el afecto y la estima de los otros (Keating, 1986). Llegamos a la compresión de que, no importa de qué se trate, si acaso del éxito, las relaciones, el ser santos, la perspicacia o la terapia no son lo que conduce a una auténtica respuesta a la vida. El demonio de mediodía se burla de nuestros intentos de tratar de volvernos algo diferente, pero únicamente porque en este intento de desechar estas falsos preconceptos de la vida, puede darse con el júbilo y la felicidad. La acedia podría ser un signo seguro de que uno está progresando en la vida espiritual mediante lo que San bruno expresa como una serie de humillaciones del falso ego (Keating 1986; 1995 [8]); la autorrealización no es un paseo mágico hacia la dicha.”







[1] Schimmel, S., The Seven Deadly Sins, London, Oxford University Press, 1997
[2] C. Jung, Moder Man in Search of a Soul, New York, Routledge and Kegan, 1933
[3] Norris, K., Acedia and Me: A Marriage, Monks and a Writer’s life, New York, Riverhead Books, 2008
[4] Keating, T., Open Mind. Open Heart, New York, 1986, continuum
[5] Las últimas líneas aquí vertidas al castellano presentan, en el original inglés, ciertas anomalías sintácticas (y eventualmente léxicas) que se han intentado salvar - como en otras partes del texto - siguiendo el sentido general de la exposición. (N del trad.)
[6] Nanh, T. N., Zen keys: A Guide to Zen Practice, London, Thorsons, 1973; The Miracle of Mindfulness: A Manual of Meditation, London, Rider, 1975
[7] Schimmel, S., The Seven Deadly Sins: Jewish, Christian and Classical Reflections on Human Psychology, Oxford University Press, 2007
[8] Keating, T., Intimacy with God, New York, Crossroad, 1995


[Título original en inglés: “Acedia and Depression: Reforming the ancient battle with the noon day demon”. Traducción de los pasajes: G. Aritto. Versión completa, en el sitio:
www. renewtheology.org/paperNPreston0809.htm.]


Imagen de portada: Melancolía, de Vincent Van Gogh.


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