Hoy dejó atrás este mundo corrupto, cruel y estúpido
Manuel García Ferré
(Almería, España, 8
de octubre de 1929 – Bs. As., 28 de marzo de 2013)
Los que alguna vez
jugamos en libertad con la magia sin esfuerzo de su sueño poblado de ecos misteriosos, miradas cómplices de la última profecía del barrio y ademanes copiosos como la vida; los que nos zambullimos de pequeños, sin temor
alguno, en su amoroso río sin origen, seguimos aquí, en este mismo mundo al que
él supo sonreírle hasta el final, debatiéndonos torpemente entre la luz y la
oscuridad, la bondad y la ignorancia, la tristeza y la verdad.
Pero una cosa brota hoy clara y
distinta en mi corazón: quienes vivieron para alegrar a los niños no han de
rendir cuentas para entrar en el Paraíso.
Gustavo Aritto
Una entrevista del diario La Nación, de Buenos Aires,
22 de agosto de 1999
Manuel
García Ferré parece no caber de contento en su productora de la avenida Corrientes al 1300,
después del increíble éxito de Manuelita, con la que volvió al largometraje y
al primer plano del que el legendario creador de Anteojito e Hijitus disfrutó
durante muchísimos años. Su vitalidad está más cerca de la de un joven que ha
terminado su primer cortometraje animado que de la de un hombre de 69 años, que
cuenta con cientos de producciones exitosas. Dice que eso es por vocación. La
enorme vocación que le transmitió su madre, que pintaba al óleo y amaba el arte
sin fronteras.
García Ferré dice que era un niño muy inquieto. Recuerda
que casi todas las mañanas de su infancia bajaba corriendo a la playa por la
calle principal de su pueblo natal, Almería (España), con un bloc de hojas bajo
el brazo y algunos lápices de colores en sus bolsillos. Mientras observaba el
Mediterráneo, garabateaba sus fantasías. Paulatinamente su bloc de hojas se fue
convirtiendo en carpeta de dibujos. En ella se mezclaban retratos de personas
imaginarias, dibujos de paisajes y caricaturas de sus maestras y compañeros de
escuela. A los 15 años, consiguió realizar su primera exposición en una pequeña
galería de Almería. Una de las críticas de la época fue muy alentadora: decía
que era un joven con mucha imaginación y prometedor dentro del arte del dibujo.
El crítico se llamaba Eugenio D´Ors.
"Fue mi punto de aliento, de apoyo y de
partida", dice García Ferré.
-¿Estudió en alguna academia?
-Fui un autodidacto. No tuve ningún estudio. En esa época
no había escuelas de dibujo en España. Yo sostengo que haberme criado hasta los
17 años a orillas del mar me dio mucho sentido del color. El Mediterráneo es
azul muy profundo y tiene un cielo del mismo color. Un lugar con una claridad
única. Para mí el clima influye. Siempre digo que los griegos pudieron
desarrollar un pensamiento tan amplio porque surgieron en el Mediterráneo.
-¿A qué maestros del arte admira?
-Para mí, un gran maestro por su ingenio, por sus ideas y,
sobre todo, por la humanidad de sus films fue Charles Chaplin. De los
directores de cine me quedo con Bergman y Buñuel. En la pintura, me gustaban y
me siguen gustando mucho los clásicos. Admiro a Leonardo da Vinci, a los
grandes del Renacimiento, a Rembrandt, a Velázquez, a El Greco. Entre los
modernos, reconozco que Dalí fue un gran pintor, un técnico con mucha
inspiración, pero el talento de Picasso fue único. Con relación a la música,
soy un apasionado de la clásica. Casi todas mis películas tienen algo de música
clásica, porque considero que hay que divulgarla. Me encanta pasar horas
escuchando a Beethoven. Pero otro caldo de cultivo importante que tuve fue una
peña de mi pueblo donde se reunían artistas, políticos, sacerdotes, a conversar
y debatir distintas teorías. Yo participaba con sólo 14 años. De grande fui
armando reuniones similares. Se divaga mucho en esos encuentros, pero es un
ejercicio de la imaginación muy interesante y un motivador para hacer cosas. En
la actualidad tengo mis grupos de amigos acá en Buenos Aires y en España. Viajo
a Madrid, por lo menos, dos veces al año. Somos pintores, músicos, dibujantes.
Nos reunimos en cafés y conversamos sobre arte, política, economía, hasta altas
horas de la noche. Cuando vemos que ya estamos hablando muchas pavadas, nos
volvemos para nuestras casas.
En 1947, Manuel
García Ferré, junto con sus padres, desembarcó en la Argentina, escapándose de
los años difíciles de la España de la posguerra civil. Rindió las equivalencias
del bachillerato que había cursado en España e ingresó en la Facultad de
Arquitectura. Para poder subsistir, trabajaba como free lance para agencias de
publicidad, y por las noches comenzaba a darle forma a su futura galería de
personajes. En los pocos momentos del día que le quedaban libres recorría, con
su carpeta de dibujos bajo el brazo, las redacciones de las revistas. Hasta que
en 1952, su personaje Pi-Pío fue aceptado nada menos que en Billiken.
-¿Cómo consiguió publicar aquella
primera historieta?
-Por insistente. Recorriendo editorial por editorial,
llegué a Atlántida con una carta de recomendación de un dibujante. Me recibió
Carlos Vigil y le dejé mis trabajos. Más adelante me atendió su padre, don
Constancio. Nos reuníamos semanalmente para hablar sobre mis personajes. Para
un joven en una ciudad desconocida, contar con los consejos de un hombre mayor
como Vigil era algo que daba mucho apoyo e impulso. Me acuerdo que cada día me
esforzaba más, porque sabía que enfrente tenía un juez muy severo.
-¿Cómo van surgiendo sus personajes?
¿Cómo pasan de la cabeza al papel?
-La realidad es mi escuela. Todo lo que uno puede imaginar
ya está dado en el escenario real. Es saberlo sentir y ver. Todos mis
personajes están inspirados en algo real. Desde muy joven, no dejo de salir a
la calle con papel y lápices en mis bolsillos. Cuando se me ocurre algo, esté
donde esté, lo traslado al papel. Si es una idea gráfica la anoto, si es un
apunte al natural lo hago, si es un personaje que surgió por observar el
caminar de una persona que vi en la calle hago el primer dibujo. Después, en mi
estudio o en mi casa, le doy el diseño, el perfil, el estilo de sus movimientos
y gestos. Después busco cómo darle vida con distintas historias y veo sus
posibilidades didácticas.
-¿Todas sus creaciones deben
perseguir un fin didáctico, se podría decir también moralizador?
-Mis personajes tienen un fin didáctico o moralizador
porque expresan ternura, sabiduría en lugar de violencia o expresiones de mal
gusto. Creo que haber sufrido la Guerra Civil Española hizo surgir en mí la
idea de buscar personajes que fueran símbolos de comprensión y de paz.
-¿Consulta o consultaba con los niños
antes de darle el toque final a un nuevo personaje?
-Sí, porque la opinión de un niño es muy sincera, no tiene
intereses creados. Antes consultaba con mis tres hijos. Veía qué les gustaba,
qué les causaba gracia. Ellos iban timoneando mis creaciones. Ahora trabajan
conmigo y mis nietos son los que opinan y critican.
En 1959, García
Ferré dejó de colaborar en agencias de publicidad y logró formar con mucho
esfuerzo su propia empresa de publicidad de dibujos animados. Para ese
entonces, los estudios de arquitectura ya habían quedado truncados en el cuarto
año de la carrera y Pi-Pío seguía atrapando la atención de miles de niños. Su
currículum como publicitario se agrandó con la realización de casi 800 jingles
comerciales. Los más exitosos y recordados son Los Gatitos de Lana San Andrés,
que ganó el primer Martín Fierro que se dio en dibujos animados, la serie de La
Gallina Fanacoa y La Banda de los Quesitos Adler. Eran sus primeros pasos en la
construcción de una gran productora de películas de dibujos animados. Años más
tarde, creó su mayor éxito: Anteojito. El simpático niño de anteojos y su tío
Antifaz comenzaron a poblar horas y horas de la televisión argentina. En forma
de historieta, de libros, de discos, de muñecos y hasta de jabones se
convirtieron en los compañeros de ficción más populares de los niños.
-¿Cómo nació Anteojito?
-Cansado de hacer tantos jingles comerciales, decidí hacer
una historieta que en función de cada argumento promocionara diferentes
productos. Por lo tanto, busqué dos personajes que ocuparan una franja
comercial que fuera desde la línea infantil hasta la adulta. Así nacieron el
sobrino Anteojito y su tío Antifaz, que vivían aventuras. Conseguí anunciantes
de mate, ropa, autos, hasta del ferrocarril del Estado. Promocionaban cualquier
producto menos marcas de cigarrillos y de bebidas alcohólicas. Eran menciones
de diez segundos. Por ejemplo: los dos querían escalar el Aconcagua, entonces
se proveían de buenas botas y carpas en tal casa de camping, llevaban yerba
Nobleza Gaucha y cocinaban con aceite Cocinero. Fue todo un éxito. Salió en
Canal 9 durante seis años. Fue tan popular el personaje de Anteojito que
decidimos sacar una revista de entretenimientos con su nombre. Después
decidimos transformarla en una revista didáctica. Este año cumple 35 años en
los quioscos.
-Dicen que Anteojito es su
autorretrato...
-Puede ser. Seguramente fue algo subconsciente. Ahora que
con el tiempo analizo a mis personajes, veo que Calculín, Anteojito, Neurus
tienen anteojos, como yo tengo desde muy chiquitito. Esto no quiere decir que
me haya quedado una fijación por usar anteojos, pero había que saber llevarlos
con dignidad, porque eran el pie de las cargadas y podían ser un inconveniente
cuando uno se peleaba.
-¿Por qué cree que personajes como
Anteojito u otras de sus viejas creaciones siguen atrapando al público
infantil?
-Porque mis creaciones no nacen de modas pasajeras. El
esnobismo no entra en mi estilo. Los valores eternos que representan mis
dibujos son inamovibles: el ingenio, la bondad, la ternura... Aparte, yo sé que
mis personajes perduran en el corazón de quienes se criaron con ellos y
seguramente de grande se los transmiten a sus hijos. Una de las últimas
muestras de reconocimiento más lindas que viví fue recibir una escultura de
Anteojito tallada en madera, que me hizo llegar un preso desde un penal de La
Plata. Está realizada con mucha fidelidad. Se ve que ha sentido mucho a ese
personaje durante su infancia.
-¿Le gustan los nuevos dibujos
animados?
-Observo que en la actualidad hay un exceso de querer
llamar la atención de los niños con efectos especiales y con escenas de
violencia. Los efectos suelen ser muy buenos, pero se abusa mucho de ellos.
Cuando una película es una sucesión de efectos, se mata al gag, el ingenio, el
guión. Para mí, el argumento es lo más importante de un dibujito animado. Si la
historia es mala, no la salva ni un excelente dibujo. Pero si la historia es
buena y atrapa, el público hasta tolera que tenga alguna imperfección en el
aspecto técnico. Yo creo que las nuevas creaciones han ido perdiendo el
contenido humano, mágico, poético, que tenían los viejos dibujitos. Les falta
ingenuidad, pureza, y recurren a golpes bajos: guarangadas, crueldad... Yo los
llamo dibujos animados amarillos, como se denomina a la prensa sensacionalista.
-¿No rescata ningún dibujo animado
actual?
-A mí me gustan los viejos Tom y Jerry, que realizaban
Hanna-Barbera, y el viejo Popeye. Aparte de ser muy lindos dibujos, poseían
buen humor y una gracia muy espontánea. También tenían mucha acción, swing, y
claro que se daban sus golpes, pero no había crueldad ni morbo. Y de los
largometrajes animados los que más me gustaron fueron Dumbo y Bambi. De los
modernos de Disney hay algunas joyitas como El Rey León y Mulan. Pero no todas
las creaciones de Disney cuentan con el mismo nivel, porque tienen la obligación
de hacer un largometraje tras otro para cumplir con la maquinaria de
merchandising que tienen montada.
Hijitus, Larguirucho,
La Bruja Cachavacha, Petete, Trapito, entre otros, pasaron a ser las estrellas
de García Ferré de los años 60 y 70. Manuel comenzó a ser llamado el Walt
Disney argentino. Gracias a su buen resultado económico, se embarcó en el
proyecto de financiarse un largometraje.
Su primera experiencia cinematográfica, Mil intentos y un
invento (1973), protagonizada por Anteojito, le exigió cuatro años de
realización y pasó a la historia por ser la primera película de dibujos
animados que se filmó íntegramente en la Argentina. Se convirtió en un éxito de
público y recibió varios premios internacionales.
Posteriormente, estrenó Las aventuras de Hijitus (1973);
Petete y Trapito (1975), que obtuvo el primer premio en el Festival de Moscú en
la categoría de dibujos animados, e Ico, el caballito valiente (1983). Y
después de eso, nada hasta la gran bomba de Manuelita. García Ferré dice que
estaba seguro de que sería un éxito, pero que no hubiera arriesgado que
llegaría a semejantes cifras.
Entre película y película, no deja de lado sus creaciones
televisivas y su trabajo editorial. Las tiras siguen saliendo con éxito en
televisión y muchas son vendidas a otros países. Su editorial comienza a
publicar dos nuevas revistas: Ser Padres Hoy y Muy Interesante. Dos títulos que
no apuntan a un público infantil, pero según García Ferré están dentro de su
línea editorial, que es la divulgación de conocimientos culturales y
científicos.
La década del 90 es la etapa de menor producción de
dibujos animados de García Ferré y su revista Anteojito es sometida a la
competencia de otras publicaciones infantiles. Pero, como para despedir el
siglo, García Ferré se lanzó con una producción al mejor estilo Walt Disney. Un
proyecto que le demandó diez meses de trabajo y un equipo de alrededor de 150
personas, entre dibujantes, grupo de voces, músicos, técnicos de filmación,
especialistas en computación animada y asistentes. Para llevar la canción de
María Elena Walsh a la pantalla grande, utilizó un presupuesto que rondó los
cuatro millones y medio de pesos, una cifra muy alta para una producción
nacional.
-¿Cómo surgió la idea de llevar a
Manuelita al cine?
-Cuando me asocié con Telefé para realizar, en
coproducción, una película por año, me acordé que Manuelita era un personaje
argentino muy querido por todo el mundo y que nunca se había hecho una película
con ella, entonces me dije por qué no hacerla en dibujitos animados. La llamé a
María Elena Walsh y de entrada nos pusimos de acuerdo.
-¿El guión lo trabajaron de manera
conjunta?
-María Elena Walsh me dio plena libertad y confianza para
hacer el guión. Ella periódicamente venía por el estudio para ver lo que
estábamos haciendo. Nunca tuvimos una diferencia por una parte del guión que yo
le haya presentado, salvo al principio, cuando se enteró de que en el argumento
inicial no estaba Larguirucho. Entonces me pidió expresamente que estuviera.
Realmente fue un hallazgo ponerlo junto a Manuelita.
-¿Usted sigue realizando los dibujos
animados de manera artesanal o utiliza las nuevas tecnologías?
-Logré combinar los dos estilos. La computación enriquece
mucho, pero la base sigue siendo la animación cuadro a cuadro, dibujo a dibujo.
-¿Nunca pensó en que las voces de sus
personajes las compongan actores o personalidades famosas, como sucede en
algunas producciones de dibujos animados norteamericanas?
-Jamás he recurrido a voces de actores o personas famosas,
porque para mí el público termina asociando el personaje del dibujo con la
imagen del actor conocido. Ve al personaje del actor y no a un personaje de
ficción. A mí me gusta que los personajes nazcan con voz propia. Que tengan su
personalidad y no una prestada. Yo prefiero buscar gente del oficio, que hay
muy buenos en la Argentina, para que le den su voz a mis creaciones.
- Manuelita recaudó más que Tarzán. Podemos
competir con las grandes producciones extranjeras...
-Creo que la forma que tenemos para competir con las
grandes producciones es con la temática. En tecnología e inversión, los
norteamericanos para un dibujito tipo Manuelita invierten diez veces más de lo
que gastamos nosotros. Pero a veces fallan en el argumento. La prueba es que
últimamente están recurriendo a libros que no son lo mejor para realizar
dibujos animados: Pocahontas, El jorobado de Notre-Dame, Hércules. Para mí son
libros que no atrapan a los niños y a los que les falta emoción.
Texto: Marcos Martínez
LA
GALERÍA DE GARCÍA FERRÉ
... recordamos a algunos
de los grandes personajes de García Ferré. Los más viejos y los más nuevos
conviven en el tiempo: en las ediciones actuales de la revista Anteojito se
sigue viendo a Calculín y a Pi-Pío, junto con Petete y Manuelita.
Pi-Pío: fue mi
primer personaje creado en la Argentina. Yo me imaginé un pollito que al nacer
se le queda el cascarón atascado en el cuello y, al no poder quitárselo del
todo, debe usarlo como vestimenta. Originariamente se llamó el linyerita
Pi-Pío, pero luego lo transformé en una especie de vaquerito de un pueblo que
se llamaba Villa León. El era el sheriff, el héroe de ese pueblo.
Calculín: nació como
uno más de la galería de personajes que le daban vida al pueblo de Pi-Pío. Era
el intelectual y el sabio del pueblo. El libro que tenía en la cabeza lo usaba
para sacar sus brillantes ideas. Su éxito personal llegó con una tira didáctica
de televisión, que abordaba temas muy diversos.
Anteojito y Antifaz: el refrán
dice que al que Dios no le da hijos le da sobrinos. Anteojito es el sobrino que
todos tenemos o queremos tener. Es un chico inquieto, travieso, pero muy buena
persona. Antifaz es un tío de gran corazón, que no tuvo hijos, pero crió a su
sobrino como si lo fuera.
Hijitus: nació como
un personaje de la historieta de Pi-Pío. Volví a pensar en él cuando se me
ocurrió hacer, por primera vez en la Argentina, una tira diaria de dibujitos en
televisión. Le ofrecí el proyecto a Goar Mestre, a quien lo entusiasmó la idea
y aceptó hacer una prueba por unos meses en Canal 13. Esa prueba duró siete
años.
Larguirucho: es el
personaje que más prendió en la gente, seguramente porque es el más humano.
Larguirucho posee la mentalidad del que no tiene mayores responsabilidades en
la vida. Es alguien ocurrente, pero suele meter la pata.
Neurus: es un
personaje ambicioso y tremendamente irascible. Pero su desmedida ambición lo
hace caer en el ridículo. Pucho, su lugarteniente, es un hombre que lo quiere
mucho y no tiene su capacidad intelectual. El otro compinche, Serrucho, parece
buscar que siempre les vaya mal.
La Bruja Cachavacha: es la
primera bruja de dibujos animados que quiere ser mala, pero no puede porque
siempre fracasa en sus actos de maldad. Entonces, termina siendo una bruja
buena.
Oaki: es un
consentido hijo de un multimillonario. No le gusta su posición de hijo rico.
Sin embargo, nunca se vuelve agresivo o abandona su lugar. Sí es caprichoso y
cabeza dura, pero en el fondo es buen pibe. Se hace íntimo amigo de
Larguirucho, porque los extremos se suelen juntar.
Petete: es un
típico pingüinito argentino. Nació porque yo veía que en esa época no se había
hecho ningún dibujo animado con los pinguinos, que es un animal muy nuestro.
Trapito: nació en
un cuento escrito en mi época de joven bohemio en Buenos Aires. La idea era que
la gente sin ilusiones es como un espantapájaros. El dibujo de Trapito era un
espantapájaros, un ser sin ilusiones, hasta que el personaje Patriarca de los
Pájaros lo ayuda a descubrir sus bondades.
AUTOBIOGRAFÍA
-Tengo 2 hijas. Una, egresada de Bellas Artes y está a
cargo de Anteojito y la otra, diseñadora gráfica de Ser Padres. Consulto mucho
con ellas, porque son madres jóvenes con hijos pequeños. Tengo 6 nietos
varones. Manuelita es la nieta mujer que todavía no llegó.
-Me hago mi tiempo para poder ir al cine. Como me gusta lo
que hago, no lo tomo como un trabajo, sino como un hobby.
-Mi primera esposa falleció. Ahora estoy casado en
segundas nupcias desde hace 5 años.
-A veces siento
que lucho contra molinos de viento. Pero no me puedo quejar, porque me ha ida
bien. Como dicen: tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Creo que
he hecho las tres cosas.”
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