“Los verdaderos secretos no pueden revelarse.”
C. G. Jung
“Cuando usted se
dé cuenta de su condicionamiento, comprenderá la totalidad de su conciencia. La
conciencia es el campo total donde funciona el pensamiento y existen las
relaciones. Todos los motivos, intenciones, deseos, placeres, temores,
inspiraciones, anhelos, esperanzas, penas y alegrías están en este campo. Pero
nosotros hemos dividido esta conciencia en activa y latente, en el nivel
superior y el nivel inferior ‑esto es, en la superficie, todos los
pensamientos, sentimientos y actividades diarias, y debajo de ellos, la llamada
subconsciencia donde están las cosas con las que no estamos familiarizados y
que se manifiestan ocasionalmente por medio de ciertas insinuaciones, sueños y
percepciones intuitivas‑.
Nos ocupamos de
un pequeño rincón de la conciencia donde pasamos casi toda nuestra vida pero no
sabemos cómo penetrar en la subconsciencia con todas sus motivaciones, sus
temores, sus cualidades raciales y heredadas. Ahora, yo me pregunto: “¿Existe
en absoluto el llamado subconsciente?”
Usamos esa palabra con demasiada libertad. Hemos aceptado que tal cosa existe,
y todas las frases y la jerga de los analistas y psicólogos se nos han colado
en el lenguaje; pero, ¿existe tal cosa? ¿Y por qué le damos tan extraordinaria
importancia? A mí me parece que es tan trivial y estúpida como la mente
consciente; igual de estrecha, fanática, condicionada, impaciente y falsa como
el oropel.
Pues bien, ¿es
posible que se dé uno cuenta totalmente de todo el campo de la conciencia y no
sólo de una parte, de un fragmento? Si usted es capaz de ser consciente de la
totalidad, estará actuando siempre con atención completa, no con atención
parcial. Es importante que se comprenda esto porque cuando usted se da cuenta
por completo de todo el campo de su conciencia, no hay fricción. La hay sólo
cuando usted divide la conciencia en diferentes niveles, pues toda ella es
pensamiento, sentimiento y acción.
Vivimos
fragmentados. Usted es una cosa en la oficina y otra en la casa; habla de
democracia, y en su corazón es autócrata; habla de amar a su vecino, pero lo
mata con la competencia; existe una parte de usted trabajando, observando,
independientemente de la otra. ¿Se da usted cuenta de esta existencia
fragmentaria en usted mismo? ¿Y es posible para un cerebro que ha dividido en
pedazos su propio funcionamiento, su propio pensar, es posible que tal cerebro
se dé cuenta de la totalidad del campo donde opera? ¿Es posible mirar la
totalidad de la conciencia de manera completa, absoluta, lo cual implicaría que
somos seres humanos totalmente?
Si para tratar
de comprender la estructura compleja del “mí”, del “yo”, con toda su
extraordinaria complejidad, usted va paso a paso, descubriendo capa por capa,
examinando cada pensamiento, sentimiento e intención, se encontrará atrapado en
el proceso analítico, que puede tomarle semanas, meses, años. Y cuando usted da
entrada al tiempo en el proceso de comprenderse usted mismo, ha de tener en
cuenta cada forma de distorsión, porque el yo es una entidad compleja, viva, en
movimiento, que esta luchando, deseando, rechazando, bajo presiones, tensiones
e influencias de toda clase, las cuales obran sobre él continuamente. Así
descubrirá por usted mismo que éste no es el camino, comprenderá que sólo hay
un modo de mirarse: mirarse inmediatamente, totalmente, sin contar con el
tiempo. Y sólo puede ver la totalidad de usted mismo cuando la mente no está
fragmentada. Lo que usted ve en la totalidad es la verdad.
Y, bien, ¿puede
usted hacer esto? La mayoría de nosotros no podemos porque nunca nos acercamos
al problema seriamente, nunca nos miramos en realidad a nosotros mismos. Nunca.
Culpamos a otros, explicamos de alguna manera las cosas, o nos asustamos de
mirarlas. Pero cuando usted se observe totalmente, pondrá toda su atención,
todo su ser, todo lo que es usted, sus ojos, sus oídos, sus nervios, prestará
atención en completo olvido de sí mismo, y entonces no habrá lugar para el
temor ni para la contradicción, ni, por lo tanto, para el conflicto.
Atención no es lo mismo
que concentración. La concentración
es exclusión; la atención, que implica estar consciente ‑to be aware‑, no
excluye nada. Me parece que la mayoría de nosotros no estamos totalmente
conscientes de lo que hablamos, tampoco de lo que nos rodea: los colores, las
personas, las formas de los árboles, las nubes, el movimiento del agua. Tal vez
es porque estamos tan interesados en nosotros mismos, en nuestros minúsculos
problemas, en nuestras propias ideas, nuestros propios placeres, pretensiones y
ambiciones, que no somos objetivamente conscientes. Y, sin embargo, hablamos
mucho del estar consciente –awareness‑.
Una vez en la India, viajaba yo en automóvil, sentado al lado del chófer. Había
tres caballeros detrás discutiendo acaloradamente acerca del estar consciente y
por desgracia en ese momento, el chófer se distrajo y atropelló una cabra. Y
los tres caballeros seguían hablando del tema sin darse cuenta en absoluto de
que habían atropellado una cabra. Cuando se señaló esta falta de atención a
estos señores que trataban de estar alertas, recibieron una gran sorpresa.
Y con la mayoría
de nosotros pasa lo mismo. No nos damos cuenta de las cosas externas o
internas. Si quiere usted comprender la belleza de un pájaro, de una mosca, o
una hoja, o de una persona con todas sus complejidades, tiene que darles
atención completa, que es estar consciente. Y usted sólo puede prestar atención
cuando tiene interés, lo que significa que realmente quiere comprender ‑entonces
pone usted todo su corazón y su mente en la búsqueda‑.
Este estado de
ser consciente sería como vivir con una serpiente en una habitación, vigilaría
cada movimiento y estaría muy, muy sensible al más ligero ruido que hiciera.
Tal estado de atención es energía total; en ese estado de ser consciente la
totalidad de su ser se revela en un instante.
Cuando usted se
ha mirado así tan hondamente, podrá penetrar a mayor profundidad. Cuando
decimos “mayor profundidad” no estamos comparando. Siempre pensamos a base de
comparaciones ‑profundo y superficial, feliz e infeliz‑. Siempre estamos
midiendo, comparando. Y bien, ¿hay tal estado que se llame profundo y lo
superficial en uno mismo? Cuando digo “mi mente es superficial, vacía, pequeña,
estrecha, limitada”, ¿cómo sé todas estas cosas? Porque he comparado mi mente
con la de usted, que es más brillante, que tiene más capacidad, es más
inteligente y alerta. ¿Conocería mi pequeñez sin la comparación? Cuando tengo
hambre no comparo ésta con mi hambre de ayer. El hambre de ayer es una idea, un
recuerdo.
Si estoy siempre
comparándome con usted, luchando por ser como usted, estoy negando lo que soy
y, por tanto, creando una ilusión. Cuando he comprendido que la comparación en
cualquier forma lleva sólo a mayor ilusión y mayor desdicha, igual que cuando
me analizo, añadiendo algo poco a poco al conocimiento de mí mismo, o me
identifico con algo exterior a mí, ya sea el Estado, un salvador o una
ideología ‑cuando comprendo que todo este proceso conduce a mayor conformidad y
en consecuencia, a mayor conflicto‑, cuando veo todo esto, lo pongo a un lado
por completo. Entonces mi mente ya no está buscando. Es muy importante
comprender esto. Entonces mi mente ya no está tanteando, preguntando, buscando.
Esto no significa que mi mente esté satisfecha con las cosas tal como son, pero
sí que no tiene ilusiones. Una mente así puede moverse entonces en una
dimensión totalmente distinta. La dimensión donde pasamos de ordinario la vida
diaria, que es dolor, placer y temor, ha condicionado la mente, ha limitado su
naturaleza, y cuando el dolor, el placer y el temor han desaparecido ‑lo cual
no significa que ya nunca habrá gozo, que es algo del todo diferente del placer‑
entonces la mente actúa en una dimensión distinta donde no hay conflicto, ni
sentido de separación de los otros.
Sólo hasta aquí
podemos llegar verbalmente; lo que está más allá no se puede poner en palabras,
porque la palabra no es la cosa. Hasta ahora, podemos describir, explicar, pero
ni las palabras ni las explicaciones pueden abrir la puerta. Sólo abrirán la
puerta el estar consciente y la atención diaria (darnos cuenta de cómo
hablamos, qué decimos, cómo caminamos, qué pensamos). Es como limpiar una
habitación y mantenerla en orden. Conservarla en orden es importante en un
sentido, pero no tiene importancia alguna en otro. Ha de haber orden en la
habitación, pero el orden no abrirá la puerta o la ventana. Lo que abrirá la
puerta no es su voluntad ni su deseo. No hay posibilidad de que usted pueda
invitar a “lo otro”. Todo lo que puede hacer es conservar la habitación en
orden, lo que es una virtud por sí misma, no por lo que ello produzca. Será
usted sano, racional, ordenado. Entonces, tal vez, si tiene suerte, la ventana
se abrirá y la brisa entrará. O puede que no entre. Depende del estado de su
mente. Y ese estado mental sólo puede ser comprendido por usted mismo
observándolo sin tratar nunca de moldearlo, de tomar partido, de oponerse, de
estar o no de acuerdo, de justificar, de condenar, de juzgar, esto es,
observarlo sin ninguna elección. Y si se da cuenta sin elección alguna, quizá
la puerta se abra y usted sabrá qué es esa dimensión en que no existe el
conflicto ni el tiempo.”
De J. Krishnamurti, Libérese
del pasado (Freedom from the
known), Cap. III. La Conciencia - La
Totalidad de la Vida - El Estado de ser Consciente (Awareness); Ed. Orión, México,
1987. Traducción generada por la Krishnamurti
Foundation Trust – Londres.
Todas las imágenes pertenecen a El Libro Rojo, de C. G.
Jung. Edición en castellano del sello El Hilo de Ariadna para Malba - Fundación
Costantini, en coedición con la editorial Norton, bajo el cuidado, traducción y
comentario del Dr. Bernardo Nante y un equipo de estudiosos de la Fundación
Vocación Humana de Bs. As., 2010.
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