I. HUNDIMIENTO
porque el espejo era el mismo en todas partes,
y yo era siempre otro, otro…
en el movedizo y ruidoso escenario del
mundo, los añicos doloridos de nuestro sueño efímero (el mío, el tuyo, el de
ellos, todos) representaban un drama que nadie buscaba entender
mi rostro, hecho jirones,
flota en el agua sombría del canal;
debajo está (lo sé) oculta mi cara…
debajo de mi cara, mirándome, mi máscara
llena de espanto, se hunde y desfigura...
II.
VACILACIÓN
En la herradura blanca
de la ventana,
y en el balcón,
al borde del vacío,
algún presagio envuelve
su seda púrpura
¿Qué secreto profundo guarda el velo?
Tu corazón recóndito, mujer,
tus ojos turcos,
la golondrina trémula, aterrada,
de tu mirada:
Socorro,
vacila y sí;
Socorro,
vacila y no…
… con mi puño en el remo;
donde el canal se estrecha,
el agua desanuda
rastros de seda negra
y golondrina púrpura…
En mi silente barca,
pacientemente
la espero…
III.
TRES MÚSICOS
Cruza el Puente su lánguido quebranto de
cadenas. En ese otro tiempo, que miden los pesados grillos y el hierro, el
encapuchado atisba, como detenido en un recuerdo dichoso, los cristales del
último crepúsculo. ¿Tanto dolía, tanto, tener que renunciar al sol?...
Son la escolta un carcelero borracho, un
perro viejo y tres músicos. Para alegrar el calabozo de su vigilia postrera
hasta la vecindad del alba, van ahí el Pierrot flautista, Arlequino con tiorba
y el Monaco con su fe:
“Porto
iette de sparviere,
soneglianno nel mio gire”[1]
¿Qué más encubren sus máscaras impunes? ¿Qué
acallan con su canto, qué no dicen?
“… nova
danza ce pó odire
chi sta
appresso a mia stazzone…”
¿Tanto costaba, tanto, tener que renunciar a
la luna? Alguien dormirá tranquilo en Venecia desde mañana. Encapuchado
silencioso, ¿cuál será el asesino que espiará tu muerte desde el disfraz?
“Que farai, fra Iacovone’?
Ei
venuto al paragone…”
IV. BARCAROLA
Nos hundimos,
irremediablemente
nos inundan los filos de un espejo frenético y oscuro.
Ya nuestro hueco herido
se vacía
de las muecas del mundo,
mascarada moribunda y cruel,
cháchara y reflejos,
mientras pasan las góndolas…
V. DESPEDIDA
Yo mercadeaba en Esmirna en los buenos tiempos;
como presunto judío conocedor de sedas y de alumbre hice fortuna.
Dice un mutilado papiro hallado en la
iglesia de Ikara que dos beduinos me vieron en Bizancio salir de una mujer
hermosa que no tenía noticia alguna de Jesucristo.
Recuerdo mis años felices de muchacho,
entregado a los desafíos nocturnos y la alegre luz de un altivo villorrio de
Constantinopla.
Increíblemente, pasé por hasisín ismaelita entre los mercenarios
anónimos de un submarino ruso hundido, al ceder la última guerra, frente a la
costa de la huraña Menoría…
Hace ya mucho que dejé mis ganas de vivir
entre los senos cobrizos de una mujer de Taormina, los únicos ojos humanos que
conocieron, creo, mi rostro verdadero. Ahora quiero irme; y a mi barbero, ese
ardiente efebo veneciano que mi brasa cansada y mi corazón sin edad cautivaron
no sé por qué, le diré “adiós” esta
noche…
Mi sombra apresurada y mis atuendos se
enredan con las palomas al esquivar las habladurías de la Piazza San Marco. Soy
libre, y hoy no me confunde el opio; ni los fantasmas seguros del tarot pueden
ya tatuar mi destino. El mar que agita
perlas y esmeraldas en Estambul se ocupará de lo que va quedando de mí.
Nunca, nunca se sabe.
VI. UOMO FERITO
el sueño te ha vencido,
fatal y agazapado como el alba,
te va volviendo ajeno,
húngaro que consuelas con tu violín lloroso
la disfrazada soledad de otros sobre el
puente…
quítate el antifaz,
uomo
ferito[2]
nada puede esconder el que se duerme,
y el misterioso abrazo de la noche que acaba
nos va dejando huérfanos…
quítate el antifaz,
si añoras la ceniza de otra lluvia gris,
si te duele el destrozo
de la luna embestida por las góndolas,
si anhelas el exilio azul dove si ascota
l’uomo
che é solo con se,
descúbreme quién eres, recio húngaro,
que acaso seamos dos,
que acaso seamos uno…
VII.
JUSTICIA POÉTICA
Pasaron unos minutos antes de que acudieran
en su auxilio; había caído a un lado de la silla…[3]
Mientras tanto, desprendido del ruidoso
grupo de muchachos, fingiendo distraerse de la neblina y sus barcas, Tadzio,
más rubio que nunca, se aproximó furtivo al cuerpo de Aschenbach, exánime en la
arena.
En cuclillas, le dijo algo en voz alta.
Entonces, bien cerciorado, Tadzio extendió su mano izquierda sin el menor
temblor. Lo más fácil fue el reloj de oro derramado de la cintura; lo demás lo
resolvió el mismo apuro de hurgarle los bolsillos y hacerse de unos cuantos
francos suizos tan como caídos del cielo en estos tiempos duros, duros…
LAS DOS CARÁTULAS
No te rías, lector, ¿qué te divierte?
Los histriones
huyeron del espejo.
Y la séptima máscara es la Muerte ,
y nuestro rostro, su fugaz reflejo…
GUSTAVO ARITTO
[1] Estos versos y los que siguen en italiano pertenecen a Jacopone da
Todi, poeta franciscano encarcelado por el Papa Bonifacio VIII en 1298: “Llevo grilletes de gavilán / suenan cuando
deambulo… / danza nueva que puede oír / quien está cerca de mi morada.” Más
abajo: “¿Qué haréis, fray Jacopone? /
Habéis llegado a la prueba…”
[2] “Hombre herido”: G. Ungaretti, “La Pietá ”; más abajo, del
mismo poema: “… donde se escucha / el hombre que está solo consigo…”.
[3] Tomado de las líneas finales de
Der Tod in Venedig (La muerte en Venecia), de Th. Mann.
Texto incluido en LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008
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