“Resulta muy particular observar la relevancia con que para la
comprensión griega una figura divina emerge de los restantes dioses. Nosotros
sabemos que los griegos adoraban a diversos dioses. Estos dioses eran la imagen
refleja, la proyección de aquellas Entidades originadas en el paso por los
planetas del ulterior Jesús nathánico con el Cristo dentro de sí.
Ellos lo visualizaban a sí cuando elevaban su mirada hacia las lejanías
cósmicas, cuando penetraban con ella en el éter de la luz, y así con toda razón
declararon a Júpiter –no al externo, sino al verdadero, interior, espiritual-
como su origen, cuando mencionaban a Zeus. Así se expresaban cuando mencionaban
a Palas Atenea, a Artemisa y así también a los diversos dioses planetarios que
eran la sombra de aquello que hemos señalado. Pero en esta manera de ver a los
distintos dioses, uno cobraba especial relevancia: la figura de Apolo. La
figura de Apolo destacaba en una forma singular. ¿Qué vieron los griegos en
Apolo?
Nosotros los conoceremos si dirigimos nuestra mirada hacia el Parnaso y
la fuente Castalia. En el Oeste de ella se abre como una garganta en la tierra
sobre la cual los griegos levantaron un templo. ¿Por qué? De esa garganta
anteriormente fluían ciertos vapores, que cuando las corrientes de aire eran
las adecuadas, se enroscaban cual un dragón en derredor de la montaña. Los
griegos imaginaban a Apolo lanzando sus flechas contra el dragón, que en forma
de fuertes vapores se alzaba desde esa garganta. Allí, en el Apolo griego se
nos presenta San Jorge arrojando sus flechas contra el dragón, pero como si
fuera su sombra terrestre Y cuando él venció al dragón Pitón, allí se edificó
un templo, y en vez del Pitón vemos que los vapores se desplazaban en el alma
de la Pythia ;
ahora entonces los griegos imaginaban que el los vapores salvajes del dragón
vivía Apolo en su interior, el que profetiza por medio de los oráculos, por
boca de la Pythia. Y
los griegos, ese pueblo consciente de sí mismo, ascienden por los escalones
anímicos que ellos mismos habían preparado y reciben por la boca de la Pythia que se halla
compenetrada por loa vapores del dragón, aquello que Apolo tenía que expresar.
Esto quiere decir que Apolo vive en la sangre del dragón e impregna a los
hombres con esa sabiduría que ellos buscan en la fuente Castalia. Y este sitio
se convierte en un lugar de reunión para los juegos y las festividades más
sagradas. ¿Por qué Apolo pudo realizar esto? ¿Quién es Apolo? Él realiza lo que
fluye de la sangre del dragón como sabiduría, solamente desde la Primavera hasta el
Otoño. Llegado el Otoño, se encamina hacia su antiquísima morada primordial,
hacia el norte, hacia el territorio de Hiperbórea. Su partida se festeja como
despedida, puesto que Apolo se va. En la Primavera , cuando llega del norte, subyace una
profunda sabiduría. El Sol físico se dirige al sur, pero en lo espiritual
siempre es lo opuesto. Con esto se quiere señalar que Apolo tiene que ver con
el Sol, Apolo es aquel ser cuasi angelical del cual hemos hablado: una sombra,
una proyección dentro del alma griega, del Ser angelical que actuaba
efectivamente en las postrimerías de la época atlante y que fue compenetrado
anímicamente por el Cristo. La proyección en el alma griega del Ángel
compenetrado anímicamente por el Cristo, es Apolo, el cual expresa sabiduría a
los griegos por boca de la Pythia. Y
esta sabiduría apolínica fue de una suma importancia para los griegos. Se
guiaron por ella en todos sus asuntos más importantes o al tener que adoptar
ésta o aquella medida. Anímicamente bien preparados en sus almas, en
situaciones difíciles en la vida, ellos se dirigían una y otra vez hacia Apolo,
y se dejaban profetizar por la
Pythia que estaba animada por los vapores en los que vivía
Apolo. Y Esculapio, el curador, para los griegos es hijo de Apolo. El dios
curador es Apolo: ‘curador’. La atenuación de Aquel Ángel en el cual alguna vez
habitó el Cristo, en la Tierra
o para la Tierra
se convierte en un curador. Porque Apolo nunca fue una figura físicamente
encarnada, sino que actuaba por intermedio de los elementos terrenales.
Y el dios de las musas, y ante todo el dios del canto y el arte musical,
es Apolo. ¿Por qué lo es? Porque él utiliza lo que resuena en el canto y en el
arte de los instrumentos de cuerda, para poner orden en aquello que sin esto
–el conjunto del pensar, sentir y querer- entraría en el caos. Nosotros siempre
tenemos que tener presente que en Apolo, todo esto es una proyección de aquello
que había sucedido hacia el final de la época atlante. En ese tiempo, desde las
alturas espirituales todavía afluía algo en las almas humanas que tenía un
débil eco en el arte musical que los griegos practicaban bajo la protección del
dios Apolo. Los griegos eran conscientes de que su arte musical solamente era
el reflejo terrestre de aquel antiguo arte que en las alturas practicaba ese
Ser Angelical que estaba compenetrado por el Cristo, para así poder alcanzar la
armonía del pensar, sentir y querer. Ellos no lo expresaron así, sólo en sus
misterios se sabía de qué se trataba. En los Misterios Apolínicos se decía: una
excelsa Entidad divina alguna vez compenetró a un Ser de la jerarquía de los
Ángeles. Esto condujo a la armonía del pensar, el sentir y el querer, y un
reflejo de ello es el arte de las musas, especialmente el arte apolínico, por
ejemplo, aquel arte musical que tiene su expresión en el sonido de las cuerdas.
No se consideraba apolínico aquello que se manifestaba a través de instrumentos
tales como la flauta, o sea de viento. Aquello que no apela tanto a los
elementos, como son los instrumentos de viento, y que necesita un manejo manual
por parte del hombre, es lo que resuena en las cuerdas de Apolo; a esto los
griegos lo denominaron ‘el efecto musical que brinda armonía en el alma’. Y de
esos hombres que no expresan inclinación ni aprecio por este arte musical de
Apolo, los griegos decían, conscientes de todo lo ya mencionado, que en su
cuerpo físico de hecho presentan un signo que demuestra su apatía hacia el
principio apolínico, ellos demuestran en él que han quedado retenidos atávicamente
en un escalón anterior.[1] Es
extraño que cuando nació un hombre con orejas excesivamente largas –era el Rey
Midas- los griegos decían: éste nació con orejas de burro, porque antes de
llegar al mundo, él no se expuso adecuadamente a los efectos que alguna vez
arribaron al mundo por medio de Aquel Ser cuasi angelical que fue compenetrado
por el Cristo. Por eso ellos decían: como tiene orejas de burro prefiere los
instrumentos de viento a los de cuerda. Y cuando cierta vez nació un niño que
carecía de piel –en la mitología se lo conoce bajo el nombre de Marsyas el
desollado- decían: esto ocurrió porque antes de su nacimiento no prestó la
debida atención a aquello que manaba del Ser cuasi angelical. Esto surge por la
observación oculta.[2]
[…]
… ¿Qué significa en verdad Apolo? No la silueta de sombra que los
griegos veneraron después, sino ¿qué es en verdad Apolo? Como ser divino es el
Ser que hizo fluir, desde los mundos superiores, las fuerzas sanadoras del
alma, paralizando de ese modo las luciférico-ahrimánicas[3]. Esto
también causó en el cuerpo humano un accionar conjunto de cerebro, respiración,
pulmón, laringe y corazón, que son la proyección de esa acción conjunta
expresada en el canto. Porque la correcta acción conjunta de cerebro,
respiración, órganos del habla y corazón, es la expresión física para una
correcta acción conjunta del pensar, sentir y querer. El curador, el divino
curador es Apolo. Hemos visto sus tres escalas evolutivas, y también sabemos
que el curador sobre el cual se basa Apolo, nació en la Tierra y los hombres lo
llaman Jesús, que traducido a nuestro idioma significa: ‘El que cura a través
de Dios’. Es el Jesús nathánico quien cura a través de Dios, Jehoschua Jesús.”
Tomado de Rudolf Steiner, La búsqueda del Santo Grial, Conferencia III, Bs. As.
Editorial Antroposófica, 2004 (1ra ed.). Traducción del alemán: Carlos
Friedenreich.
[1] No estoy seguro de poder comprender del
todo esta conclusión de Steiner. Lo que creo, sí, poder arriesgar es que en los
márgenes de toda esta tan original y universalista exposición en torno del
sincretismo mítico asegurado por la figura de Apolo, late y reclama sus
derechos a la vida el censurado orbe natural cuyo centro de sentido fue el mito
de Orfeo-Diónisos, también vinculado entrañablemente con la simbología
crística. Ha sido gracias a la tradición autoritaria sellada por Homero y
Hesíodo (y traicionada por el iniciado Platón) por lo que Occidente quedó
“retenido atávicamente” (para usar las propias palabras del gran ocultista
austrohúngaro) al orden y el esplendor de la polis civilizadora, su nomos y sus valores hegemónicos de
Verdad (como des-ocultamiento), de Bondad (amarrada a la suprema Idea del Bien)
y de Belleza (en tanto reflejo de la medida,
esto es, de la proporción y la jerarquía). Hay que recurrir a la mística
primitiva, al anti-olímpico orden instintual del irrepetible genio de Esquilo
para dar con algo de luz que alumbre
esta zona de sombra; F. Nietzsche, por afuera de la tradición secreta, lo supo
desde muy joven. (G. A.)
[2] Steiner alude
aquí a su propio y prestigiado don de acceder a los Registros del Akasha a fin de recibir información
interdimensional de forma intuitiva y más allá de las funciones normales de la
mente concreta inmersa en el orden material. (G. A.)
[3] El autor trata
en detalle, en conferencias previas incluidas en este mismo volumen, acerca de
las figuras de Lucifer y Arhimán, adalides de las fuerzas involutivas desatadas
contra la consumación del Plan Divino para la humanidad en la Tierra. (G. A.)
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