LA ESPIRAL CREADORA DE UNA VIDA:
Río de Janeiro, 15 de diciembre de 1907 - 5 de diciembre de 2012
"Los ángulos rectos no me atraen. Tampoco las líneas duras e inflexibles creadas por el hombre... Lo que me atrae son las curvas libres y sensuales. Las curvas que encontramos en las montañas, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer que amamos."
O. Niemeyer, Memorias
DE HABER sido alguna vez Emperador (y agradezco que Dios no hubiera proyectado eso para mi vida), el Arquitecto de mi Ciudad Eterna habría sido, sin necesidad de pensarlo dos veces, el genial brasileño Oscar Niemeyer, quien ayer dejó el planeta que habitó casi 105 años. Claro, que breve, muy breve, habría sido mi pretencioso mecenazgo sobre ese hombre, que supo medirse con la propia Naturaleza en el difícil certamen de ser libre. El oro de su sueño y su imperio ideal poco tuvieron que ver con el risible y mezquino poder de los soberanos: "Siempre tuve la idea de que el dinero no vale nada. Dije ya que tenía vergüenza de ser un hombre rico. Considero el dinero una cosa sórdida...".
Me gusta jugar con la fantasía de que San Francisco de Asís habría reclutado entre los suyos a este comunista que aprendió más de la escéptica angustia de Sartre que del evangelio y los apóstoles de la Tercera Internacional. Místico, tal vez no demasiado consciente de ello, intuyó, como un Dante sin Teologías, que el camino al Paraíso no puede prescindir del amor y de la experiencia estética (según los griegos concibieron aísthesis = experiencia perceptual) de ese amor: "¿Qué pienso de la vida? Una mujer a tu lado y que Dios haga lo suyo..."; un testigo dolorido de la inadmisible miseria y la justicia que tarda... tarda en este mundo. Alguien que no pudo prescindir de los Otros para vivir y para crear, esos Otros que están lejos de parecerse al infierno sartreano.
Mucho de su maravillosa aventura artística la cifró en desafiar "las líneas dura e inflexibles creadas por el hombre". Más cerca, en mi torpe opinión, de los celosos cofrades del gótico que del modernismo de Gaudí, no le hizo falta comerciar con los sagrados sólidos platónicos: sabía que todo ser en evolución tiende al círculo, y que éste anhela volverse algún día una esfera fluyendo con la danza sin origen del universo. Es que fue suyo ese genio cósmico y salvaje de su pueblo, el que más admiro en el mosaico cultural latinoamericano. Oswald Andrade, Heitor Villa-Lobos, Vinicius y Gaetano, las alegorías rítmicas de su Carnaval, el maestro Trigueirinho... son apenas un testimonio rápido de eso. Contemplando sus curvas al borde del Silencio, sus espirales hermanas del Infinito, uno siente que la forma y la sustancia, la idea y la pasión, parecen haber nacido juntas de la misma precisa emoción, del mismo río en movimiento, arrojadas a la ilusión del tiempo para gozar del milagro, y que acaso uno mismo nació sin darse cuenta con ellas.
De pocos artistas me he sentido tan hondamente "gemelo" en la inspiración y el asombro. Que los versos que dejo abajo, que mi memoria trae ahora desde un texto que escribí hace mucho evocando a una poetisa argentina, sepan dar voz a mi despedida:
"Y en la voz recobrada,
en su eco invisible y circular,
está el centro vacío de tu largo teorema.
Y una espiral de fuego asciende al infinito
pujando por brotar en tersa música
de tu breve y ruidosa pesadilla...
[...]
Y su fulgor creciente anhela y gira, gira,
con el secreto impulso del que nace un verso,
gira donde se ahuecan las galaxias
y callan los espejos.
Sin procurar llegar,
sin darse vuelta.
Sin detenerse nunca."
Gustavo Aritto
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