EL TIEMPO Y LA TRANSFORMACIÓN
Desearía hablar un poco acerca de lo que es el tiempo, porque creo que el enriquecimiento, la belleza y la significación de aquello que es atemporal, de aquello que es verdadero, sólo puede experimentarse cuando comprendemos todo el proceso del tiempo. Después de todo, cada uno a su manera, nosotros buscamos una sensación de felicidad, de enriquecimiento. Una vida que tenga significación, la riqueza de la verdadera felicidad, no pertenece al tiempo. Como el amor, una vida así es atemporal; y para comprender aquello que es atemporal, no debemos enfocarlo a través del tiempo sino más bien comprender el tiempo. No debemos utilizar el tiempo como medio de lograr, de realizar, de captar lo atemporal. Pero eso es lo que hacemos en la mayor parte de nuestra vida; pasar el tiempo tratando de captar aquello que es atemporal, de modo que es importante comprender qué entendemos por tiempo, porque yo creo que es posible estar libre del tiempo. Es muy importante comprender el tiempo como un todo, no parcialmente.
Es interesante comprender que nuestra vida transcurre principalmente en el tiempo; no en el sentido de la sucesión cronológica, de los minutos, las horas, los días y los años, sino en el sentido de la memoria psicológica. Vivimos por el tiempo, somos el resultado del tiempo. Nuestra mente es el producto de muchos “ayeres”, y el presente es mero pasaje del pasado hacia el futuro. Nuestras actividades, nuestro ser, se basan en el tiempo; sin el tiempo no podemos pensar, porque el pensamiento es resultado del tiempo, el pensamiento es producto de muchos “ayeres”, y no hay pensamiento sin memoria. La memoria es tiempo; porque hay dos clases de tiempo, el cronológico y el psicológico. Hay tiempo que es ayer por el reloj, y hay tiempo que es ayer por el recuerdo. No podéis desechar el tiempo cronológico, lo cual sería absurdo; entonces perderíais el tren. ¿Pero existe realmente tiempo alguno aparte del tiempo cronológico? Es evidente que hay un tiempo que es el ayer; ¿pero existe el tiempo, tal como la mente lo piensa? Esto es, ¿existe el tiempo aparte de la mente? El tiempo ‑el tiempo psicológico- es por cierto producto de la mente. Sin la base del pensamiento no hay tiempo alguno; el tiempo es mero recuerdo, es ayer en conjunción con el presente, lo cual moldea el mañana. Es decir, el recuerdo de la vivencia de ayer respondiendo al presente, crea el futuro; y ello sigue siendo el proceso del pensamiento, un sendero de la mente. El proceso del pensamiento produce progreso psicológico en el tiempo; ¿pero es él real, tan real como el tiempo cronológico? ¿Y podemos emplear ese tiempo que es de la mente como medio de comprender lo eterno, lo atemporal? Porque, como lo he dicho, la felicidad no es de ayer, la felicidad no es producto del tiempo, la felicidad es siempre en el presente, un estado atemporal. No sé si habéis notado que cuando hay en vosotros éxtasis, un júbilo creador, una serie de nubes brillantes rodeadas de nubes sombrías, en ese momento el tiempo no existe: sólo existe el inmediato presente. Pero la mente interviene después de la vivencia en el presente, la recuerda y desea continuarla, reuniendo más y más de sí misma, con lo que crea el tiempo. El tiempo, pues, es creado por el “más”; el tiempo es adquisición, y el tiempo es también desprendimiento, el cual sigue siendo una adquisición de la mente. Por lo tanto, el mero hecho de disciplinar la mente en el tiempo, condicionar el pensamiento dentro el marco del tiempo ‑lo cual es memoria- no revela por cierto aquello que es atemporal.
¿Es la transformación asunto de tiempo? La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a pensar que el tiempo es necesario para la transformación: yo soy algo, y para cambiar lo que soy en lo que yo debería ser, se requiere tiempo. Soy codicioso, y la codicia me trae confusión, antagonismos conflictos y miserias; y para producir una transformación o sea la “no codicia”, creemos que el tiempo es necesario. Es decir, se considera que el tiempo es un medio para desarrollar algo más grande, para llegar a ser alguna cosa. El problema es éste: uno es violento, codicioso, envidioso, iracundo, vicioso o apasionado. ¿Se necesita el tiempo para transformar lo que es? En primer lugar, ¿por qué queremos cambiar lo que es, o producir una transformación? ¿Por qué? Porque lo que somos nos desagrada; engendra conflicto, perturbación. Y no gustándonos ese estado, deseamos algo mejor, algo más noble, más idealista. Deseamos, pues, la transformación, porque hay dolor, malestar, conflicto. ¿Pero al conflicto se lo vence con el tiempo? Si decís que él será superado por el tiempo, aún estáis en conflicto. Podréis decir que os tomará veinte días o veinte años el libraros del conflicto, el cambiar lo que sois; pero durante ese tiempo estáis todavía en conflicto, y por lo tanto el tiempo no trae transformación. Cuando utilizamos el tiempo como medio de adquirir una cualidad, una virtud o un estado del ser, no hacemos más que aplazar o esquivar lo que se es; y creo que es importante comprender este punto. La codicia o la violencia causa dolor, perturbación, en el mundo de nuestras relaciones con el prójimo, o sea en la sociedad; y siendo conscientes de ese estado de perturbación, que denominamos codicia o violencia, nos decimos a nosotros mismos: “me librare de él con el tiempo; practicaré la no violencia, practicaré la no envidia, practicaré la paz”. Ahora bien, vosotros deseáis practicar la “no violencia” porque la violencia es un estado de perturbación, de conflicto, y creéis que con el tiempo lograréis la “no violencia” y os sobrepondréis al conflicto. ¿Qué ocurre, pues, en realidad? Hallándoos en estado de conflicto, queréis lograr un estado en el que no haya conflicto. ¿Pero ese estado de “no conflicto” es el resultado del tiempo, de una duración? No, evidentemente. Porque, mientras estáis logrando un estado de “no violencia”, seguís siendo violentos y, por lo tanto, estáis todavía en conflicto.
Nuestro problema es éste: ¿es posible superar un conflicto, una perturbación, en un período de tiempo, ya se trate de días, de años o de vidas? ¿Qué ocurre cuando decís: “voy a practicar la no violencia durante cierto período de tiempo”? La práctica misma indica que estáis en conflicto, ¿no es así? No practicaríais si no resistierais al conflicto; y decís que la resistencia al conflicto es necesaria a fin de superar el conflicto, y para esa resistencia os hace falta tiempo. Pero la resistencia misma al conflicto es aun una forma de conflicto. Gastáis vuestra energía en resistir al conflicto en la forma de lo que llamáis codicia, envidia o violencia, pero vuestra mente sigue en conflicto. Es importante, pues, ver cuán falso es el proceso de depender del tiempo como medio de superar la violencia, y, con ello, librarse de dicho proceso. Entonces sois capaces de ser lo que sois: una perturbación psicológica, que es la violencia misma.
Para comprender algo, cualquier problema humano o científico, ¿qué es lo importante, qué es lo esencial? Una mente tranquila, ¿no es así? Una mente que esté resuelta a comprender. No una mente que sea exclusivista, que trate de concentrarse, lo cual, una vez más, es un esfuerzo de resistencia. Si yo deseo realmente comprender algo, en seguida se produce en mi mente un estado de quietud. Cuando queréis escuchar música o mirar un cuadro que os gusta, que os emociona, ¿cuál es el estado de vuestra mente? Ella queda inmediatamente en calma, ¿no es así? Cuando escucháis música, vuestra mente no vaga por todas partes; escucháis. De un modo análogo, cuando queréis comprender el conflicto, ya no dependéis para nada del tiempo; os enfrentáis simplemente con lo que es, o sea con el conflicto. Entonces se produce de inmediato una quietud, una serenidad de la mente. Cuando ya no dependéis del tiempo como medio de transformar lo que es, porque veis la falsedad de ese proceso, entonces os enfrentáis con lo que es y como estáis interesados en comprender lo que es, resulta natural que tengáis la mente quieta. En ese estado mental alerta y sin embargo pasivo, surge la comprensión Mientras la mente esté en conflicto, censurando, resistiendo, condenando, no puede haber comprensión. Si quiero comprenderos es obvio que no debo condenaros. Es, pues, esa mente tranquila, esa mente serena, la que trae la transformación. Cuando la mente ya no resiste, ya no elude, ya no descarta ni censura lo que es, sino que se encuentra simplemente perceptiva de un modo pasivo, en esa pasividad de la mente, si ahondáis de veras en el problema, hallaréis que ocurre una transformación.
La revolución sólo es posible ahora, no en el futuro, la regeneración es ahora, no mañana. Si queréis experimentar con lo que acabo de decir, encontraréis que habrá una regeneración inmediata, una cualidad de cosa nueva, fresca, por que la mente siempre está serena cuando está interesada, cuando desea o tiene intención de comprender. La dificultad para la mayoría de nosotros está en que no tenemos la intención de comprender, porque tenemos miedo de que si comprendemos, ello podría traer una acción revolucionaria en nuestra vida; y es por eso que resistimos. Es el mecanismo defensivo lo que está en acción cuando nos valemos del tiempo o de un ideal como medio de transformación.
De suerte que la regeneración sólo es posible en el presente, no en el futuro ni mañana. El hombre que confía en el tiempo como medio por el cual puede lograr la felicidad, comprender la verdad o Dios, sólo se engaña a sí mismo; vive en la ignorancia, y por lo tanto en conflicto. Pero el que ve que el tiempo no es la salida de nuestra dificultad, y por lo tanto está libre de lo falso, un hombre así, naturalmente, tiene la intención de comprender; su mente por consiguiente, está quieta espontáneamente, sin compulsión, sin ejercitación. Cuando la mente está serena, tranquila sin buscar respuesta ni solución alguna, sin resistir ni esquivar, sólo entonces puede haber regeneración, porque entonces la mente es capaz de captar lo que es verdadero; y es la verdad lo que libera, no vuestro esfuerzo por ser libres.
Extraído de J. Krishnamurti, La libertad primera y última, Capítulo XX (completo), Edhasa, Barcelona, 1989. Traducción de Arturo Orzábal Quintana.
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