[Contra toda autoridad]
“Los seres humanos somos lo que hemos sido
por millones de años: celosamente codiciosos, envidiosos, agresivos, celosos,
impacientes y desesperados, con destellos ocasionales de gozo y afecto. Somos
una mezcla extraña de odio, temor y gentileza. Somos a la vez violentos y
pacíficos. Ha habido un progreso exterior desde el carro de bueyes al avión,
pero psicológicamente el individuo no ha cambiado en absoluto, y la estructura
de la sociedad en el mundo es su creación. La estructura social exterior es el
resultado de la estructura psicológica interna de nuestras relaciones humanas,
porque el individuo es el producto de la experiencia total, el conocimiento y
la conducta del hombre. Cada uno de nosotros es el almacén de todo el pasado.
En el individuo está lo humano, que es toda la humanidad. La historia completa
del hombre está escrita en nosotros mismos.
Observen de hecho lo que realmente está
ocurriendo dentro y fuera de ustedes mismos en esta cultura de competencias
donde viven con sus deseos de poder, posición, prestigio, nombre, éxito y todo
lo demás. Observen los logros de los cuales están ustedes tan orgullosos, la
totalidad de este campo que llaman vida, donde toda forma de relación es un
conflicto que engendra odios, antagonismos, brutalidad y guerras interminables.
Este campo, esta vida, es todo lo que conocemos y siendo incapaces de
comprender la enorme lucha de la existencia, la tememos naturalmente, y
buscamos un escape en toda clase de medios sutiles. Y también estamos temerosos
de lo desconocido (le tememos a la muerte, le tememos a lo que existe más allá
del mañana) de modo que tememos lo conocido y tememos lo desconocido. Esta es
nuestra vida diaria. En ella no hay esperanza y, por lo tanto, cualquier
filosofía, cualquier forma de concepto teológico, es meramente un escape de la
verdadera realidad de lo que es.
[…]
Es importante comprender desde el mismo
principio, que no estoy formulando ninguna filosofía, ni estructura de ideas o
de conceptos teológicos. Me parece que todas las ideologías son totalmente
idiotas. Lo que importa no es una filosofía de la vida, sino observar lo que
realmente ocurre en nuestra vida diaria interna y exteriormente. Si uno observa
muy de cerca lo que está pensando y lo examina, verá que todo ello se apoya en
un concepto intelectual, y el intelecto no es todo el campo de la existencia;
es un fragmento. Y un fragmento por ingeniosamente que haya sido formado, por
antiguo o tradicional que sea, sigue siendo sólo una pequeña parte de la
existencia, en tanto que nosotros tenemos que tratar con la totalidad de la
vida.
Y cuando miramos lo que esta ocurriendo en
el mundo, empezamos a comprender que no hay un proceso interior y exterior; hay
solamente un proceso unitario. Es todo un movimiento total, el movimiento
interior expresándose a sí mismo como exterior, y lo exterior reaccionando de
nuevo sobre lo interior. Ser capaces de mirar esto, me parece que es todo lo
que se necesita, porque si sabemos mirar, entonces todo se vuelve muy claro. Y
para mirar no se requiere una filosofía ni un maestro. Nadie necesita decirle
cómo debe mirar. Usted simplemente mira.
[…]
Puntualmente de nuevo claramente: Veo que
yo debo cambiar por completo desde las raíces de mi ser; ello no puede depender
de ninguna tradición porque la tradición ha producido esta tremenda pereza,
esta aceptación y obediencia. No me es posible pedir a otro que ayude a
cambiar; ni a ningún maestro, ni Dios, ni sistema, ni creencia, ninguna
influencia ni presión exterior. ¿Qué ocurre entonces?
En primer lugar, ¿puedo rechazar toda
autoridad? Si puedo, significa que ya no tengo temor ¿Entonces, qué ocurre?
Cuando usted rechaza algo falso con lo que ha estado cargado por generaciones;
cuando arroja de sí un peso de cualquier clase, ¿Qué sucede? Usted tiene más
energía, ¿no es cierto? Tiene más capacidad, más empuje, mayor intensidad y
vitalidad. Si no siente esto, entonces no ha arrojado, no ha descartado el peso
muerto de la autoridad.
Pero cuando usted lo ha desechado, y tiene
esa energía en la cual ya no hay temor en absoluto ‑temor de cometer un error,
temor de hacer lo correcto o no‑ entonces, ¿no es esa energía misma la
mutación? Necesitamos una tremenda cantidad de energía, y la disipamos con el
temor. Pero cuando existe esa energía que surge al liberarnos de toda forma de
temor, esa energía misma produce la revolución radical interna. Usted no
necesita hacer nada a ese respecto.
Así, usted se ha quedado sólo consigo
mismo, y ese es el verdadero estado de un hombre que se toma en serio todos
estos asuntos; y como no busca ayuda de nadie ni de nada, está libre para
descubrir. Y cuando hay libertad, hay energía; y cuando hay libertad no se
puede hacer nada erróneo. La libertad es por completo diferente de la rebelión.
No existe eso de conducirse bien o mal
cuando hay libertad. Usted es libre, y desde esa libertad, actúa. Y como
consecuencia, no tiene miedo, y una mente que nada teme es capaz de gran amor.
Y cuando hay amor, puede hacerse lo que se quiera.”
[La libertad de llegar a estar solos]
“Si usted dice que está libre de algo, su actitud es una reacción, la
cual se convertirá después en otra reacción, que a su vez producirá otra forma
de conformidad o de dominio. En este caso, usted puede tener una cadena de
reacciones y aceptar cada una de ellas como libertad. Pero no lo es; es la
simple continuación de un pasado modificado, al que la mente se apega.
La juventud de hoy, como toda juventud,
está en rebelión contra la sociedad, y eso es bueno en sí mismo, pero la
rebelión no es libertad, porque cuando usted se revela, sólo está reaccionando.
Y esa reacción establecerá su propio patrón en el cual se vera cogido otra vez.
Usted piensa que es algo nuevo. Pero no lo es; es lo viejo en un molde
distinto. Cualquier rebelión social o política, inevitablemente regresa a la
antigua y buena mentalidad burguesa.
La libertad sólo surge cuando usted ve y
actúa, nunca a través de la rebelión. Ver es actuar, y tal acción es tan
instantánea como cuando usted se enfrenta a un peligro. Entonces no funciona su
cerebro; usted no discute o vacila; el peligro mismo lo compele a actuar. Por
lo tanto, ver es actuar y ser libre.
La libertad es un estado de la mente ‑no
verse libre de algo sino tener
sentido de libertad‑ libertad para dudar e investigarlo todo, y por ser así,
tan intensa, activa y vigorosa que rechaza toda forma de dependencia, de
esclavitud, de conformidad y aceptación. Tal libertad implica estar
completamente solo. Pero, ¿podrá la mente educada en una cultura que depende
tanto del ambiente y de sus propias tendencias, encontrar alguna vez esa
libertad, o sea, una vida de completa soledad en la cual no hay liderazgo, ni
tradiciones, ni autoridad?.
Esta soledad es un estado interior de la
mente que no depende de estímulo, de conocimiento alguno, y que no es resultado
de ninguna experiencia o conclusión. Muchos de nosotros jamás estamos solos
internamente. Existe una diferencia entre el aislamiento, la propia separación
y el quedarse a solas consigo mismo, la soledad interna. Todos sabemos lo que
es estar aislados construyendo un muro a nuestro alrededor, para nunca ser
heridos, nunca ser vulnerables, y cultivando el desapego, que es otra forma de
agonía, o viviendo en la soñadora torre de marfil de alguna ideología. La
soledad interna es algo muy distinto.
Usted nunca está solo, porque está lleno de
todos los recuerdos, de todo el acondicionamiento, de todos los murmullos del
ayer; su mente jamás se halla libre de los residuos que ha acumulado. Para
estar solo debe usted morir al pasado. Cuando está solo, totalmente solo, sin
pertenecer a ninguna familia, a ninguna nación, a ninguna cultura, a ningún
continente particular, usted experimenta la sensación de ser un extraño. El
hombre que está completamente solo en esta forma, es inocente, y esa inocencia
libera la mente del dolor.
Llevamos sobre nosotros la carga de lo que
han dicho miles de personas y el recuerdo de nuestros infortunios. Abandonar
todo eso en absoluto es estar solo, y la mente que está sola además de inocente
es joven ‑no en términos de tiempo o años de vida, sino joven, inocente, vivaz
en cualquier edad‑ y sólo una mente así puede ver aquello que es la verdad y
aquello que no puede medirse en palabras.
En esta soledad interna, usted empezará a
comprender la necesidad de vivir con usted mismo tal como es, no como piensa
que debería ser o como ha sido antes. Vea si puede mirarse usted mismo sin
estremecimiento, sin falsa modestia, temor, justificación o condenación alguna ‑simplemente
viva con usted mismo como es usted en realidad‑.
[…]
Ahora bien, hagámonos otra pregunta más.
¿Ha de lograrse con el tiempo esta libertad, esta soledad interna, este ponerse
en contacto con toda la estructura de lo que somos internamente? En otras
palabras, ¿se logra la libertad por un proceso gradual? Es evidente que no,
porque tan pronto le da paso al tiempo, usted está esclavizándose más y más.
Usted no puede llegar a ser libre gradualmente, no es cuestión de tiempo.
La próxima pregunta es: ¿Puede usted llegar
a ser consciente de esa libertad? Si dice “Yo soy libre”, entonces no es libre.
Es como el hombre que dice, “soy feliz”. Tan pronto dice “yo soy feliz”, está
viviendo con el recuerdo de algo que se ha ido. La libertad sólo puede venir
naturalmente, sin desearla, quererla, anhelarla. Tampoco la encontrará creando
una imagen de lo que usted piensa que es. Para llegar a ella, la mente tiene
que aprender a observar la vida, que es un vasto movimiento sin las ataduras
del tiempo, porque la libertad radica más allá del campo de la conciencia.”
[La "mente religiosa"]
“Después de todo, cualquier movimiento que
valga la pena, cualquier acción que tenga profundo significado, debe empezar en
cada uno de nosotros. Yo debo cambiar primero, debo ver cual es la naturaleza y
la estructura de mi relación con el mundo ‑y precisamente en el mismo ver está el actuar‑; por lo tanto, yo,
como ser humano que vivo en el mundo, produzco una cualidad diferente, que es,
me parece a mí, la cualidad de la mente religiosa.
La mente religiosa es por completo distinta
a la mente que cree en la religión. Usted no puede ser religioso, y ser a la
vez hindú, un musulmán, un cristiano, un budista. Una mente religiosa no busca
nada, no puede experimentar con la realidad. La Verdad no es algo que a usted
le dictan su placer o su dolor o su condicionamiento como hindú o como
cualquiera otra religión a que pertenezca. La mente religiosa es un estado en
que no hay temor, y, por lo tanto, ninguna creencia; sólo hay lo que es, lo que realmente es.
En la mente religiosa existe ese estado de
silencio ‑que ya hemos examinado antes‑ y que no es producto del pensamiento,
sino resultado de estar conscientemente alerta (awareness). Cuando el meditador está totalmente ausente, ese estado
de ser consciente es meditación. En ese silencio hay un estado de energía sin
conflicto. La energía es acción y movimiento. Toda acción es movimiento, y toda
acción es energía. Toda la vida es energía. Si a esa energía se le permite
fluir sin contradicción, sin fricción, sin ningún conflicto, entonces será
inmensa, inagotable. Sin fricción no hay fronteras para la energía. Es la
fricción la que la limita. ¿Por qué entonces, viendo esto, el ser humano
produce fricción dentro de esta energía? ¿Por qué crea fricción en este
movimiento al que llamamos vida? ¿Es la energía pura, la energía sin
limitaciones, simplemente una idea para él? ¿No tiene realidad?
[…]
Ese estado mental en que uno es ya incapaz
de esforzarse por nada, es la verdadera mente religiosa, y en tal estado usted
puede encontrarse con esta cosa llamada verdad, o realidad, bienaventuranza,
Dios, belleza o amor. Esta cosa no puede ser invitada. Por favor, comprenda
este sencillo hecho. No puede ser invitada, no puede ser perseguida, porque la
mente es demasiado tonta, demasiado pequeña; sus emociones son demasiado
falsas, su modo de vivir demasiado confuso, para recibir eso tan enorme, esa
cosa tan inmensa en su pequeña casa, su pequeño rincón de vida, que ha sido tan
hollado y menospreciado. Usted no puede invitarla. Podría hacerlo si la
conociera, y usted no la conoce. Cualquiera que diga, sea quien sea: “Yo la
conozco”, en realidad, no la conoce. Una vez que usted dice que la ha
encontrado, no la ha encontrado. Si afirma que la ha conocido por experiencia,
no puede haberla conocido. Todos esos son medios de explotar a otra persona ‑su
amigo o su enemigo‑.
Uno se pregunta entonces si será posible
encontrarse con eso sin invitarlo, sin esperarlo, sin buscarlo o explotarlo,
que llegue simplemente como una fresca brisa que entra cuando usted deja la
ventana abierta. Usted no puede invitar al aire, pero tiene que dejar la
ventana abierta. No quiere decir que se quede en estado de expectación; esta es
otra forma de engaño. Tampoco quiere decir que se abra usted mismo para
recibir; esta es otra clase de pensamiento.
¿Se ha preguntado alguna vez por qué
carecen de esta cosa los seres humanos? Ellos engendran hijos, tienen sexo,
ternura, la capacidad de compartir algo en compañía, en amistad, en hermandad,
pero esta cosa: ¿por qué no la han hallado? ¿Ha tenido usted alguna vez la
oportunidad de vagar ociosamente mientras caminaba solo por una calle sucia o
sentado en un autobús, o en la playa en un día de fiesta, o andando por un
bosque entre pájaros, árboles, arroyos y animales salvajes? ¿Se le ha ocurrido
preguntarse alguna vez por qué el hombre, que ha vivido por millones y millones
de años, no ha conseguido esta cosa, esta extraordinaria flor que nunca se
marchita? ¿Por qué usted que como ser humano es tan capaz, tan ingenioso, tan
astuto, tan hábil en la competencia, que posee tan maravillosa tecnología; que
se eleva a los cielos y baja a las profundidades de la tierra y del mar, e
inventa cerebros electrónicos extraordinarios ‑¿por qué no ha conseguido esta
única cosa que importa?‑ No sé si usted alguna vez se ha enfrentado seriamente
a este problema: ¿por qué su corazón está vacío?”
Extractos de J. Krishnamurti, Libérese
del pasado, Caps. I, VIII y XVI. Título original : Freedom from the known
(literalmente, « libertad de lo conocido »). Ed. Orión, México, 1987. Compilación y transcripción de las grabaciones magnetofónicas: Mary Lutyens. Traducción originada por la Krishnamurti
Foundation of America.
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