LAO-TZU en su exilio hacia el oeste (aguada) |
CHINA:
Aspectos y funciones psicológicos de la escritura
Por
Jacques Gernet
Las relaciones entre psicología y escritura tienen doble sentido.
Necesidades de orden psicológico han influido sobre la escritura en el curso de
la historia: sobre su creación, su desarrollo, sus formas diversas y el sistema
más o menos organizado que ella constituye. Pero, de rechazo, los efectos de la
escritura sobre la “psicología de los pueblos” son, sin duda, mucho más
profundos de lo que por lo general sentiríamos la tentación de creer. Sin duda,
es este segundo aspecto del problema, con mucho, el más rico. En él, asimismo,
puede adelantar la investigación de manera menos conjetural, pues se de
ordinario conocemos bastante mal las condiciones en que la escritura ha nacido
y se ha modificado, en cambio no carecemos de datos sobre las incidencias
psicológicas de la escritura.
¿Qué itinerario adoptar y cómo hacer firme el paso en un dominio en que,
de no haber barreras, la tentación sería no dar sino impresiones personales y
azarosas? En todo caso, no puede admitirse que los pueblos, precisamente por lo
que tienen de popular y espontáneo, hayan ejercido una influencia decisiva
sobre la formación y el desarrollo de la escritura, ya que la historia nos
enseña, muy al contrario, que este instrumento del poder político y religioso
(y lo más antiguo: de un poder cuyas funciones políticas y religiosas estaban
confundidas indisolublemente) durante largo tiempo no pasó de ser un legado de
un número reducido de especialistas o de grupos sociales privilegiados. Son, en
efecto, los datos de la historia los que deben guiarnos: es claro que las
funciones y los aspectos psicológicos de la escritura están en estrecha
relación con sus empleos y con los grupos sociales más o menos restringidos que
se han reservado su uso y a quienes interesaba su conservación.
En el caso de China, el tema es tan rico, tan extenso en el tiempo, y
merecería tantos trabajos, que no podré más que rozar ciertas cuestiones e
indicar cuáles me parecen ser las grandes líneas de una evolución. Desearía
mostrar principalmente cómo esta función de pura comunicación intelectual, de
transmisión de un contenido semántico con exclusión de todo otro elemento, que
es la función que atribuimos hoy a la escritura, sólo despacio se ha
desprendido, y por etapas, y cómo tales etapas corresponden a modificaciones
sociales que han acarreado extensiones sucesivas de los empleos de la escritura
y de su aplicación efectiva. En suma, es toda la historia del espíritu humano
la que se ve envuelta en la de las funciones y del lugar de la escritura en la
sociedad. Aquí el testimonio de China es sin duda excepcional. En efecto, los
datos chinos se extienden por más de tres milenios, y serían superabundantes
con sólo que se hiciese una recopilación sistemática, ya que los chinos han
concedido siempre gran interés a su escritura y a su historia. Pero sobre todo,
el tipo de escritura que se ha desenvuelto y mantenido en esta parte del mundo
es profundamente diferente de los que se han impuesto por doquier. Toda
escritura es para nosotros una transcripción más o menos exacta de l0s sonidos
del lenguaje, y el hecho es que China y Japón son hoy los únicos países en que
la escritura no es de tipo alfabético. Desde sus comienzos hasta nuestros días,
la escritura china no ha dejado de ser, en principio, un repertorio de signos,
cada uno de los cuales corresponde a un semantema [i]. Aun si se carece de todo
conocimiento de los hechos chinos, se presiente el interés que puede exhibir el
estudio de los aspectos y funciones psicológicos de semejante escritura en los
distintos momentos de la evolución histórica. Ahora bien, esta evolución ha
sido mucho más considerable de lo que han hecho pensar de ordinario ideas
estereotipadas y demasiado difundidas, relativas a la inmovilidad de las
sociedades orientales.
Pero antes de abordar las cuestiones que nos interesan directamente, no
está de más precisar con qué tipo de escritura nos encontramos en China, e
indicar las razones propiamente técnicas que lo han impuesto y que de ahí en
adelante han vuelto necesario su mantenimiento. Esto será con la intención de
mejor apreciar el margen dejado a la psicología y la independencia que le
imponen de hecho ciertas condiciones objetivas.
El más antiguo papel chino hallado (Lou-Lan, Turquestán, s. II d. C.) |
Desde los primeros especimenes que de ella se conocen, hacia 1400 a . C., la escritura
china tiene el aspecto de una especie de álgebra. En tanto que la pictografía
se mantiene en otras partes, como en los jeroglíficos egipcios o las escrituras
maya o azteca, con una profusión de detalles sorprendente, la estilización y la
economía de medios han llevado tan lejos en la escritura china más antigua
conocida, que los signos tienen mucho más a menudo aire de “letras” que de
dibujos. Pero, por añadidura, en su constitución misma, esta escritura abunda
en formaciones abstractas (signos vueltos, opuestos, rasgos que marcan tal o
cual parte de un signo) y en combinaciones de signos simples que sirven para
crear nuevos símbolos. Así, desde sus primeros testimonios, la escritura china
parece haber ido mucho más adelante por el camino de la notación ideográfica
que cualquier otro tipo de escritura. Es verdad que, desde aquel momento, y
sobre todo durante épocas ulteriores, esta escritura ha recurrido más o menos a
los préstamos fonéticos, con lo cual algunos signos se emplearon en virtud de
su sonido, independientemente de su sentido original. Pero este empleo fonético
de los signos jamás ha podido llegar al
grado de alterar en principio la escritura china y de ponerla en la vía
de la notación fonética. En efecto, en una lengua monosilábica, como lo era el
chino antiguo, los rasgos distintivos que se hallan agrupados en una sola
emisión de voz son necesariamente más numerosos que en las sílabas de una
lengua polisilábica, hasta el punto de que cada signo de escritura no puede en
la práctica servir más que para la notación de una sola palabra, salvo en los
casos relativamente limitados de homofonía. La escritura refleja, pues, el
estado de la lengua: cada palabra-sílaba tiene generalmente una pronunciación
que le es particular y no puede, en teoría, ser denotada más que por un signo
que se aplica únicamente a ella, con exclusión de todas las demás. Así, al
carácter sintético de la palabra-sílaba desde el punto de vista fonético
responde el carácter sintético del signo desde el punto de vista gráfico. No
van así las cosas en una lengua polisilábica, ya que los mismos signos pueden
servir varias veces: la constitución de un silabario resulta posible y acaba
por imponerse su uso, por razones de economía, cuando esa técnica más o menos
secreta y sagrada que parece haber sido la escritura en un principio acaba por
convertirse en vulgar medio de comunicación.
Sin duda los riesgos de confusión y las dificultades de lectura no han
sido redhibitorios [ii]
nunca, y muchas escrituras han funcionado a pesar de tales inconvenientes. Tal
fue acaso lo que ocurrió a la escritura china en el período turbulento que va
del siglo V a la fundación del Imperio en 221 a . C. Lo que se sabe parece indicar que los
empleos fonéticos de caracteres de escritura para la notación de homófonos [= palabras de idéntica realización
fonética] y de palabras de pronunciaciones afines fueron aun más frecuentes
que en la época arcaica. Por lo demás, la fragmentación de China en varios
estados tuvo entonces por consecuencia un desenvolvimiento independiente de las
grafías y de los estilos. El desgaste fonético, desigual según los dialectos, y
la evolución independiente de dichos dialectos, fueron causa de confusión más
grave aun. Así, cuando el poder imperial, después de la unificación política,
emprendió la unificación de la escritura, recogió superabundancia de formas
gráficas, de las cuales hubo que eliminar buena parte. Pero asimismo, a fin de
evitar las confusiones, pareció necesario distinguir los que podrían llamarse
hologramas. Tal es el origen de las “claves” de la escritura china, signos
simples destinados a marcar con qué categoría de objetos estaba en relación el
carácter entero. Este tipo de formación (clave + fonética) ha sido, como es
sabido, muy prolífico. Pero como desde el principio del Imperio las “fonéticas”
no podían de hecho suministrar más que una indicación muy aproximativa de las
pronunciaciones, variables según las regiones, y sólo el carácter en conjunto
podía permitir identificarlo con tal o cual palabra del idioma, es claro que
esta reforma, lejos de señalar un progreso en el sentido de la notación
fonética era, al contrario, uno de los medios a los que recurrió el poder
central para unificar, ya que no la lengua, al menos la escritura, y para
imponer con fines administrativos una lengua gráfica que pudieran entender en
todas partes del Imperio, independientemente de las diversidades dialectales. El
fundador de la unidad imperial y sus consejeros fueron sin duda responsables de
esta concepción audaz, que representó la fortuna del chino como lengua escrita
de civilización y le aseguró una duración y una extensión tan sorprendentes. La
lengua gráfica oficial que fue establecida como norma prácticamente inmutable
desde fines del siglo III a. C. hasta nuestros días, no ha dejado de
enriquecerse al correr de los siglos, primero sirviendo para notas los Clásicos
y otros textos anteriores a la fundación del Imperio y después por el uso que
de ella hicieron generaciones de funcionarios y de escritores, en tanto que se
acentuaba la evolución fonética de los dialectos, hasta el punto de que la
sustitución de los caracteres de la escritura por una transcripción fonética no
pasó de ser cosa inconcebible hasta la adopción de una lengua nacional fundada en
el habla de Pekín y el abandono de la lengua escrita de los letrados.
El carácter artificial y sabio de la escritura china más antigua invita
a suponer que era patrimonio más o menos secreto de un cuerpo de especialistas,
cosa que confirman la arqueología y la historia. Los primeros signos que
poseemos están sobre huesos de carnero y carapachos de tortuga que servían para
adivinar mediante el fuego. Los trazaron adivinos de la corte real de los Shang
(siglos XVI-XI a. C.). Intérpretes de todo lo que es dibujo y se llama wen [iii] (grietas producidas por
el fuego en los carapachos previamente santificados, signos celestes,
constelaciones…), estos escribas adivinos acaso manejaran asimismo las varitas
de aquilea destinadas a obtener combinaciones de líneas interrumpidas o
continuas, con significados esotéricos [iv]. Es significativo que la
escritura se contara antiguamente entre las
Seis Artes: ritos, música, tiro al arco, guiar carros,
escritura y ciencia de los números (o sea esencialmente ciencia adivinatoria), disciplinas
que, según la tradición confuciana, tendían a la formación de buena gente, pero
que en un principio parecen haber sido artes nobles de carácter mágico.
Implicaban dominio psicosomático, prueba de “sabiduría” (xian), que habilitaba para el mando (lo cual es particularmente
sensible en el caso del tiro al arco).
Réplica de caparazón de tortuga con inscripciones oraculares |
El período de formación de la escritura china nos es desconocido. Pero
puede suponerse que los motivos que incitaron a recurrir ante todo al dibujo,
aun estilizado, fueron por cierto de carácter mágico-religioso. Ya se ha
observado con harta frecuencia: el dibujo es un modo de aprehensión de los
seres y de su esencia, tan eficaz como el verbo. Hay una magia del dibujo como
la hay de la palabra. Hasta el punto de que no es imposible que al principio la
escritura no haya sido lo que para nosotros es – una especie de calco de la
palabra-, sino, en el plano de las prácticas mágicas y religiosas, un modo de
acción paralelo y diferente. Los hechos chinos parecen confirmar semejante
paralelismo y apuntan a una interpretación así.
El ritual de juramento entre reinos, del siglo VIII al V a. C., revela
que a algunas divinidades se les informaba del acto oralmente, y a otras por
escrito. Las partes se frotaban los labios con sangre de la víctima ante un
montículo en que el animal había sido sacrificado. Pronunciaban entonces en voz
alta el texto del juramento que estaba inscrito en una tablilla, la cual era
enterrada acto seguido encima del cuerpo de la víctima, sin duda a fin de hacer
conocer el acto a las divinidades del mundo subterráneo. De modo análogo, en
ocasión de los ritos solemnes que se realizaban en las cortes reales (y
señoriales), y que conocemos por inscripciones en bronce de la primera mitad
del primer milenio, el texto de las donaciones, de los nombramientos, de las
investiduras, de los procesos judiciales, se inscribía en una tablilla, que se
leía en voz alta en el templo de los antepasados reales y que reproducían luego
los beneficiarios en vasos destinados al culto: los espíritus ancestrales,
atraídos por el aroma y el humo de las ofrendas se enteraban así. En una tableta con un contrato del siglo IX d. C.
relativo a la compra de un túmulo funerario figuran las fórmulas siguientes que
se inspiran sin duda, con su paralelismo, en una tradición mucho más antigua: “El texto de este contrato ha sido escrito
por la Carpa ;
lo ha leído la Grulla. Que
la Carpa
descienda a las profundidades de las Fuentes Amarillas [residencia de los
muertos]; que la Grulla suba al Cielo”.
Parece, pues, que hubiera antiguamente en China una especialización de
empleos de la palabra y el escrito en los ritos religiosos. La palabra se
dirigía de preferencia a las divinidades del mundo visible y a los antepasados
promovidos a la condición de dioses, divinidades bienhechoras; el escrito, a
las potencias punitivas y vengadoras del mundo ctónico. En todos los casos,
entre la época de las inscripciones en huesos y escamas del fin de los Shang y
el siglo VII a. C., parece que, en efecto, la escritura no pasó de ser patrimonio
de colegios de escribas versados en las ciencias adivinatorias –y, por ello,
servían de asistentes a los príncipes en las ceremonias religiosas. La
escritura tuvo entonces, sin duda, por función esencial, permitir, en la
adivinación y las prácticas religiosas, una especie de comunicación con el
mundo de los dioses y de los espíritus. Se comprenderá la potencia temible que
seguramente se le reconocía, y el respeto mezclado de desconfianza que debía de
rodear a los especialistas en escritura. Sin duda esta potencia de la escritura
excluyó por mucho tiempo usos profanos, en una sociedad prisionera de sus ritos
en sus actos y su forma de pensamiento.
Las funciones del “hacedor de tablillas” (zuo ce), adivino y astrónomo, probablemente a partir del siglo VIII
se extendieron a la redacción de los anales reales. No es éste, contra lo que
pudiera creerse, un empleo del todo profano de la escritura, sino ritual, por
el contrario.[v] Asimismo, la redacción de
las primeras leyes penales, cuyo texto fue grabado en calderos de bronce en 535 a . C., no constituye
tampoco una radical novedad; siguen siendo fórmulas eficaces, verba sacra, inscritas en bronce. Con
todo, la aparición de los anales y de las leyes escritas es ya índice de los
progresos del poder político. Anuncian los cambios por venir.
Para que la escritura sirviera principalmente a otros fines aparte del
rito y para que al mismo tiempo se modificasen las funciones psicológicas de la
escritura, se requería una profunda revolución. La etapa decisiva en la
historia de la escritura en China será atravesada durante este período
revolucionario que se inicia a fines del siglo VI y termina con la unificación
imperio de 221 a .
C. Aunque tengamos que conformarnos con suponer la importancia de su evolución
en el curso del milenio precedente, el mundo chino sin duda no permaneció
inmutable hasta entonces. Pero el poderío de la religión, de los ritos y de las
jerarquías seguía impertérrito. Pero las cosas cambiarían a raíz de los
progresos del Estado y de la centralización política. Esta modificación del
mundo chino, insensible al comienzo pero que se acelerará con el tiempo, tuvo
por primer efecto generalizar las aplicaciones de la escritura a fines
propiamente administrativos y profanos. Pero provocó, sobre todo, a la larga,
una disociación de lo político y lo religioso, entre las artes de la guerra y
del gobierno, por una parte, y los ritos y la moral, por otra; de esta ruptura
nacería el pensamiento positivo. A partir de entonces no fueron ya sólo
especialistas en las cosas invisibles y divinas quienes usaron la escritura,
sino gente hábil en las técnicas diversas que más necesitaban los estados
nacientes para asegurar su poderío: estrategia, balística, diplomacia,
agricultura, métodos de gobierno, fiscalía, derecho penal… Fue en este momento
sin duda cuando se desenvolvieron formas diversas de escritura, en relación con
los distintos usos: cursiva para la notación estenográfica de la palabra,
escritura oficial, sigilar, escritura de las estelas…
Así, la escritura tiende en esta época a convertirse en un simple útil
de comunicación, de registro y de expresión del pensamiento. Lo asombroso es
que, pese a las transformaciones radicales que sufre el mundo chino durante los
tres siglos que precedieron a la formación del Imperio, no se convirtiera del
todo en tal cosa, y que conservara, por el contrario, en algunos de sus usos,
todo su prestigio, con persistencia de los nexos con la magia, adivinación y la
religión.
Que la
escritura, a pesar de cumplir esas funciones profanas que nos parece serles
inherentes, no haya dejado de ser cosa eficaz, benéfica o nefasta, es algo de
que hay innumerables pruebas durante toda la historia de la China imperial. Y estos
testimonios, como corresponden a diferentes medios de una sociedad cada vez más
compleja, indican que los aspectos mágico-religiosos de la escritura residen,
también ellos, en niveles diferentes. Pudiéramos quedarnos con dos series
principales de hechos: los que atañes a los empleos oficiales –especialmente
imperiales- de la escritura, y los que conciernen a sus empleos populares. Tendré
que contentarme con unas pocas palabras, pues el estudio detallado de estas
prácticas está por hacer[se], y
merecería ser hecho.
Cuando el
poder imperial se afianza bajo los primeros Han (siglos II y I a. C.), la moral
nobiliaria y el ritualismo de la antigüedad fueron restaurados y
reinterpretados en provecho del Estado. Es, así, una concepción ritualista de
la escritura la que se impuso en los medios dirigentes. Desde entonces el emperador
fue el guardián y exclusivo detentador de la norma gráfica, y la escritura se
tornó asunto de Estado. Como la escritura era el conjunto de los símbolos que
representaban y evocaban a todos los seres del universo, y como se admitía que
era privilegio y principal función imperial atribuir a cada quien su nombre y
su rango, la escritura no pudo ser modificada por quienes la empleaban. Sólo el
emperador estaba facultado para proscribir ciertos signos de éstos, o para
lanzar nuevos a la circulación. Durante todo el período imperial, de los Han a
los tiempos modernos, gran parte de la actividad política china se consagró a
otorgar nombres, elegir caracteres propicios para la designación de las eras,
las divinidades, las construcciones oficiales, ciudades, funciones… Los tabúes
que afectaban a los nombres de familia y personales de los emperadores se
observaban en todo el Imperio.
El
prestigio de la escritura explica sin duda, en su originalidad, esa institución
específica del mundo chino que constituyen los mandarines: los funcionarios
chinos se definen antes que nada como letrados, calígrafos, gente hábil para
hacer composiciones literarias y escoger apelativos –o, mejor: signos- eficaces
y benéficos. Merced a las virtudes calificadoras de la escritura, su empleo fue
concebido en China como un medio de gobierno, y la actividad política era una
mezcla, sorprendente a nuestros ojos, de actos rituales, religiosos y
positivos.
Como los
rostros, los caracteres de la escritura, y particularmente los que expresan la
individualidad (apellidos y nombres personales), insinúan verdades ocultas.
Esto lo demuestra una práctica de adivinación vastamente atestiguada: los
caracteres complejos pueden descomponerse en elementos más sencillos que sirven
para formar frases oraculares o dichos proféticos.
Por
último, en los medios populares o semipopulares, pueden mencionarse los
testimonios a favor de los muertos, documentos que se quemaban para que se
enterasen los dioses; los encantamientos escritos destinados a los dioses,
enterrados (o más raramente sumergidos), lo mismo que en ciertas prácticas de
culto oficial.
Se
preguntará por qué, después de la profunda revolución en China de los Reinos
Combatientes (siglos V-III), y del notable desarrollo del pensamiento positivo
que acarreó, la escritura conservó parte de las funciones psicológicas de que
disponía anteriormente. Esto se debe por una parte a la instauración de un
poder político fundado en el rito, pero también, y sin duda en grado esencial,
a que la escritura china es un repertorio de símbolos distintos y
singularizados.
Como la
escritura no paró, en China, en un análisis fonético del lenguaje, jamás se la
ha podido apreciar como calco más o menos fiel de la palabra; de ahí que el
signo gráfico, símbolo de una realidad única y singular como él, haya
conservado mucho de su prestigio primitivo. No hay que creer que en la antigua
China no tuviera la palabra la misma eficacia que la escritura, pero su
potencia pudo ser parcialmente eclipsada por la del escrito. Por el contrario,
en las civilizaciones en las que la escritura evolucionó bastante temprano
hacia el silabario o el alfabeto, es el verbo el que concentra en él, en
definitiva, todas las potencias de la creación religiosa y mágica. Y es, en
efecto, notable, que en China no se encuentre esa valoración pasmosa de la
palabra, del verbo, de la sílaba o de la vocal que vemos atestiguadas en todas
las grandes civilizaciones antiguas, de la cuenca del Mediterráneo a la India.
Los
caracteres de la escritura china están lo bastante singularizados para servir inmediatamente como marcas
(marcas que conceden poder, marcas de identidad, de propiedad, de fábrica…):
los sellos chinos incluyen caracteres, por regla general. No ocurre otro tanto
en las civilizaciones de Occidente o del Cercano Oriente, donde lo que es de
rigor en los sellos es el dibujo. Silabarios y alfabetos están constituidos por
signos demasiado uniformes para servir de marcas. Sobre todo, ninguno de ellos
caracteriza una realidad única, pues cada uno, por el contrario, entra en
composición en un número indefinido de palabras escritas.
El nombre
escrito puede ser en China sustituto de toda representación de la persona
(estatua o dibujo). Así, en el momento en que se hace entrar el alma del
difunto en su tablilla funeraria, se inscriben en ella los caracteres de su
nombre. Los dioses que velan en las puertas de las casas e impiden la entada a
los malos genios son representados ora por pinturas, ora nada más por su nombre
escrito. Por último, todos sabemos que muy a menudo los signos de la escritura
sirven en China para expresar deseos. Los caracteres que significan felicidad,
longevidad, éxito en la carrera de mandarín, riqueza, se reproducen hasta la saciedad
en joyas, vestidos, mobiliario, y en formas extremadamente variadas. Semejante
uso es particular de China y carece de equivalente en las demás civilizaciones,
en las que la escritura es una descomposición fonética del lenguaje. Si lo
caracteres del lenguaje sirven así en China para expresar deseos, es ante todo
porque tienen formas específicas, correspondientes únicamente a la realidad que
les incumbe recordar, y en segundo lugar en razón de su valor estético y de su
función ornamental.
Componentes simbólicos primigenios del signo complejo XÍ KÁN - hexagrama 29 del I Ching: LO ABISMAL), en el fascinante tratamiento hermenéutico de LiSe Hayboer. A saber: 1) ALAS (o EL VOLAR); 2) SOL (eventualmente BLANCO); 3) TIERRA; y 4) EXHALAR, EXHAUSTO, CARENCIA (de aliento o dinero). Todo produciendo el conjunto que expresa, simultáneamente, 'agua que cae', 'abismo / barranco', 'arrojarse (a ciegas)', 'peligro inevitable'..., bajo el imperio de la doble repetición: aprendizaje inspirado en la virtud y dirigido al éxito mediante la experiencia límite de lo terrorífico. Fuente: "I Ching, Oracle of the Sun", www.yijing.nl, con permiso expreso de la autora, a quien agradezco su generosidad y su maravilloso trabajo.
Los signos
de la escritura se incorporan a la esencia de los seres, pero también a la
inversa, el autógrafo retiene parte de la personalidad del autor. Los escritos
de mano del emperador siempre han sido en China objeto de una especie de
veneración. Los chinos han concebido el arte caligráfico como una técnica
propia para la adquisición de ciertas virtudes y el dominio de este arte como
prueba de calidades eminentes. “La palabra es la voz del espíritu, la escritura
el dibujo del espíritu – afirma un autor de fines del siglo I a. C.-. Gracias a
las indicaciones de la voz y del dibujo se reconocen el hombre de bien (el
hombre cultivado de las altas clases) y el hombre de poca monta.” Puede decirse
que la caligrafía ha tenido entre los letrados chinos, al menos hasta la época
de los Tang (siglos VII-X), las funciones de una ascesis casi religiosa, y se
sabe de algún monje budista que no tuvo otra ocupación, aislado en lo alto de
un pabellón durante treinta años. La copia incansable de las inscripciones y de
las caligrafías célebres se concebía como un medio para asimilar el genio
propio del escritor o de su época. “Cuando las costumbres cambian –dice un
autor de la época de los Tang-, cambia también la escritura.” Se ve, pues, que
la idea de la grafología, si no la técnica, es vieja en China. Además, el
interés concedido a este arte no figurativo que es la caligrafía suscitó muy
pronto un análisis estético y de concepciones que no han salido a la luz hasta
época mucho más tardía en Occidente, donde duraba la adhesión al realismo
clásico. Los críticos chinos establecieron una distinción entre la belleza
formal y el equilibrio por una parte, la fuerza interna y la inspiración por
otra. El concurso de estas dos cualidades distintas era, a sus ojos, necesario
para que la obra caligráfica fuese perfecta: “Si no hay más que fuerza, y falta
la belleza, los caracteres parecerán grandes bloques de piedra árida. Si no hay
sino belleza, y falta la fuerza, parecerán magníficos nenúfares sin raíces”. De
este modo, la caligrafía ha influido profundamente sobre las concepciones
pictóricas, ya que la pintura, arte del trazo, no se distingue tradicionalmente
de la caligrafía.
Si la
escritura china ha hecho nacer tan pronto un arte sabio y complejo, es a causa
de su riqueza gráfica y de la estilización de sus formas: también sus funciones
y sus aspectos estéticos son más ricos que los de las demás escrituras. No
tiene solamente valor ornamental como la escritura jeroglífica egipcia
petrificada en formas inmutables, o como la escritura árabe: constituye un arte
en sí misma y el temperamento individual del calígrafo se expresa en ella. De
ahí que los procedimientos de reproducción fiel de la caligrafía se
desarrollasen en China antes que las técnicas orientadas apenas a la
difusión corriente de los textos. La
práctica de la estampación en piedra parece remontarse a los alrededores del
año 500 a .
C., pero dura aún porque constituye un modo de reproducción barato y exacto de
las bellas caligrafías: no es la imprenta, que apunta a la satisfacción de
necesidades muy distintas.
Existen
dos actitudes profundamente diferentes a propósito de la escritura, según que
lo escrito se haga para durar (estelas, bronces), o para ser comunicado y
difundido, cuando lo que importa sobre todo no es tanto la duración sino la
multiplicación. La primera actitud, de apego a la letra y a su duración –hay
que añadir: a su forma- es anterior a la segunda en la historia de las
escrituras. Ha subsistido largo tiempo en China en las clases de los letrados y
hasta se ha mantenido después de la invención de la imprenta. Esto es lo que
explica, en parte, la lentitud con que la técnica de reproducción xilográfica
se difundió por China. Estaba en uso desde los siglos VIII y IX en los medios
populares y en las comunidades religiosas, donde servía para reproducir
calendarios, almanaques, diccionarios elementales, talismanes, fórmulas mágicas
y pequeños textos sagrados. En un caso, la reproducción pretendía satisfacer
necesidades profanas, en otro, necesidades religiosas, particularmente de los
budistas. En efecto, el budismo hace hincapié en las particulares virtudes de
la multiplicación de los textos sagrados y de las fórmulas mágicas. Pero se
requirieron cerca de dos siglos para que esta técnica popular fuera de veras
adoptada por las clases altas. Los clásicos, con sus comentarios autorizados,
no se imprimieron por vez primera, a expensas públicas, hasta el siglo X, y
esto no fue precisamente para que estos textos se difundieran más, sino porque
la xilografía apareció al principio como equivalente provisorio de la
inscripción en piedra. El Estado no tenía entonces ni los fondos ni la
tranquilidad necesarios para emprender una obra tan larga y costosa como el
grabado tradicional en estelas. En efecto, lo importante no era difundir, sino
sólo fijar el texto de los clásicos y
el de su interpretación oficial. Asimismo, decretos imperiales prohibieron, al
comenzar la xilografía en China, la impresión privada de los clásicos, y
también la de calendarios, ya que establecer éstos era también privilegio del
poder central.
El legendario iniciado Fu-Hsi, padre virtual de la escritura en chino. Aquí, exhibiendo los trigramas germinales del I Ching, del que fue su transmisor originario. |
En tanto
que las escrituras alfabéticas están ligadas bastante estrechamente a la
realidad cambiante que es el lenguaje, lo que hizo de la escritura china –y de
la lengua escrita china- un notable instrumento de civilización, fue su
independencia con respecto a la evolución fonética y a las diversidades
dialectales e inclusive lingüísticas. Los japoneses –cuya lengua, con todo,
difiere tanto del chino, por su polisilabismo y su sintaxis- extrajeron todo su
vocabulario gráfico culto de China. Este legado pesa tanto y tiene tanto valor
desde el punto de vista semántico y desde el estético, que los japoneses no han
conseguido decidirse a sacrificarlo a favor de una escritura alfabética que
acarrearía una confusión de los sonidos y de las formas. Incluso en China, la
persistencia de las grafías desde la antigüedad hasta nuestros días ha tenido
consecuencias análogas: como los caracteres de la escritura no han cambiado de
forma, han registrado en el curso de las edades un número siempre creciente de
significaciones. Así también, lo que constituye la dificultad del chino
literario no es tanto la riqueza y la complejidad de la escritura –que forma,
después de todo, un sistema armonioso y que posee su lógica propia-, como esta
multiplicidad de sentidos y de empleos, que provienen de épocas diversas y de usos
diferentes de la escritura.
Este
enriquecimiento ininterrumpido de la lengua escrita que hizo de la escritura
una especie de depositaria de toda la herencia cultural de China, ha tenido por
consecuencia reducir la lengua hablada al más humilde papel: el de la expresión
de trivialidades cotidianas. He aquí sin duda algo que explica por una parte el
lugar que ocupa la escritura en la civilización china y el de las clases de
letrados en aquella sociedad. Esta situación anormal se ha mantenido tanto como
las estructuras sociales de las que rinde testimonio a su manera. La ruptura no
ha llegado hasta época reciente, a principios del siglo [XX]. Inclusive hoy en día, las necesidades modernas de enseñanza,
de comunicación, de difusión, la unificación lingüística y la fijación de una
lengua culta de tipo disilábico, inspirada en la lengua hablada, deben conducir
lógicamente al abandono de una escritura inútilmente complicada, desde el
momento en que no tiene más misión que servir de notación para una lengua comprensible
al oído. Sólo el atractivo estético y sentimental que tiene para los chinos la
escritura tradicional la mantiene y la seguirá manteniendo largo tiempo tal
vez.
En
conclusión, lo que resulta de la historia de los aspectos psicológicos de la
escritura en China es que las funciones de pura comunicación se desarrollaron
allí mucho más tarde que en las otras civilizaciones. Estas funciones, por
decirlo así, han competido con otras, rituales y estéticas principalmente. Las
razones parecen ser sobre todo el tipo mismo de escritura propio de China, y
las estructuras sociales que allí han persistido hasta fecha muy reciente.
Estos dos aspectos, además, no carecen de relaciones mutuas. Recordemos, a este
respecto, la influencia indirecta pero muy profunda de la escritura sobre los
iletrados que constituyen la gran masa de las poblaciones hasta épocas
recentísimas. Es claro que esta influencia es tanto más grave cuanto más
complejo es el sistema gráfico: la escritura ha sido en China uno de los
instrumentos más eficaces de dominio político.
Hay
indiscutiblemente diferencias radicales entre una escritura que se presenta
como un repertorio de símbolos distintos y singularizados, y las escrituras
silábicas y alfabéticas cuyos signos elementales y poco numerosos desde el
principio fungen como herramientas. Y si se consideran desde el punto de vista
chino estas escrituras analíticas que son las de las civilizaciones
occidentales nuestras, da la impresión de que la invención de estos elementos
simples – estos stoichéia-
suficientes sin más para notar todas las palabras del lenguaje, sólo pudo
deberse a poblaciones comerciantes acostumbradas a manejar esa realidad
abstracta y uniforme, común medida de todas las cosas, que es la moneda.
La
escritura da testimonio, pues, de esta realidad profunda que ha contribuido a
formar y que constituye el genio propio de cada civilización.
¤ ¤ ¤
Texto
completo de la ponencia de J. Gernet, incluida en el volumen La
escritura y la psicología de los pueblos (págs. 23-45), Centro Internacional de Síntesis,
trabajos dirigidos por M. Cohen y J. Sainte Fare Garnot, XXII Semana
Internacional de Síntesis (3 al 11 de mayo de 1960, sin indicación del lugar ni sede), Siglo
XXI Editores, México, 2001. Versión castellana: Juan Almela; 1ª ed. en francés,
1963, con el título L’écriture et la psychologie des peuples. Se ha eliminado la sección Discusión que subsigue a la exposición (págs.
38-45), así como las tablas cronológica y evolutiva, y un par de muestras caligráficas. Todo el material paratextual es de elección mía.
[i] Elemento de la palabra portador
de significado. Así, cant en cantar, cantable, cante, etc. Martín S.
Ruipérez lo ha definido con toda precisión como “unidad que es término de una
oposición significativa de vocabulario... Esta denominación [semantema] hace referencia al plano del
significado: en lat., lego
legis legem se habla de un
semantema leg, entendiendo
por tal la forma fónica y su significado”. Boris, Cantineau y otros lingüistas
prefieren el término lexema.» [Lázaro Carreter, F.: Diccionario
de términos filológicos. Madrid: Gredos, 1968, p. 361] (Tomado de J. Fernández López, recop.] [ G.
Aritto]
[ii] Ignoro qué
término en francés se traduce aquí por “redhibitorio”. Por si resulta
aclaratorio, copio el significado que el Diccionario
de la RAE da del
verbo “redhibir” y del adjetivo en cuestión; a saber: “(Del lat. redhibere) Deshacer el comprador la
venta, según derecho, por no haberle manifestado el vendedor el vicio o
gravamen de la cosa vendida”; Redhibitorio:
“(Del lat. redhibitorius)
Perteneciente o relativo a la redhibición; que da derecho a ella”. [G. Aritto]
[iii] La palabra wen significa ‘conjunto de rasgos’, ‘carácter simple de escritura’.
Se aplica a las vetas de las piedras y de la madera; a las constelaciones,
representadas por trazos que ligan las estrellas; a los rastros de patas de
pájaros y de cuadrúpedos en el suelo (según la tradición china, la observación
de tales huellas sugirió la invención de la escritura); a los tatuajes o
también, por ejemplo, a los dibujos que adornan los carapachos de tortuga. (“La
tortuga es sabia – dice un texto antiguo, significando que posee poderes
mágico-religiosos-, pues porta dibujos sobre la espalda.”) El término wen ha designado, por extensión, la
literatura y la urbanidad de las costumbres. Son antónimos suyos las palabras wu (guerrero, militar) y zhi (materia bruta, sin pulir ni adornar
todavía). [N del A]
[iv] Se trata de las varitas de milenrama – otro nombre de la aquilea-,
originariamente utilizadas en la consulta oracular al I Ching, el Libro
de la Versatilidad
(o Libro
de las Mutaciones). Como bien lo sabrá el lector, en la combinatoria de
los trigramas (y los ulteriores hexagramas derivados de ellos), las líneas
continuas manifiestan energías yang y
las discontinuas, energías yin. [G. A.]
[v] Cf. J. Gernet, “Écrit et histoire
en Chine” (Journal de Psychologie,
enero-marzo, 1959). [N del A]
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