25 de octubre de 2013

NOSTALGIAS DEL PARAÍSO PERDIDO (VIII): DE LA ESPIRAL QUE OCULTABA EL LABERINTO








Del libro


La espiral mística: 
Viaje del alma


de 
Jill Purce 






Laberinto y danza



La espiral en expansión que crea y protege el centro, y la espiral en contracción que lo disuelve, son ambos conceptos implícitos en el laberinto. Gracias a la existencia del laberinto, el centro es creado y protegido. Cuando se penetra el laberinto, el centro es disuelto. La entrada y la disolución ocurren sólo bajo las debidas condiciones: sólo con el conocimiento del camino.

Aunque a menudo intrincado en su forma, el laberinto es una espiral, y una tal que retorna. Es una representación del cosmos y todos los cosmos, y por ello de todas las entidades ordenadas que se corresponden en la escala descendente de analogía. Es, consecuentemente, tan pronto el cosmos, el mundo, la vida individual, el templo, el pueblo, el hombre, el vientre – o los intestinos – de la Madre (tierra), lasa convulsiones del cerebro, la consciencia, el corazón, la peregrinación, el viaje, y el Camino.

El más temprano laberinto conocido es el que data del siglo XIX a. C. en Egipto; el más famoso estuvo en la Creta minoica. Éstos, y algunos de los grabados de espiral en piedra de los tiempos paleolíticos, son recuerdo de la incesante preocupación del hombre por el orden espiral y su propio desarrollo en espiral.

Como el laberinto crea y disuelve, se expande y se contrae, por eso mismo revela y oculta. Es cosmos para quienes conocen el camino, y caos para quienes lo pierdan. Es el hilo de Ariadna, las vueltas de cuyo devanado crean el mundo y, no obstante, nos habilitan a desenredarlo – o enredarlo:


“I give you the end of the golden string,
Only wind it into a ball,
It will lead you in at Heaven’s Gate
Built in Jerusalem’s wall.”

(Te dejo el cabo de la cuerda dorada,
Sólo enróllala haciendo un ovillo,
Ella ha de conducirte hasta el Portal del Cielo
Levantado en el muro de Jerusalén.)

                      William Blake, Jerusalem


Es éste el mismo hilo que avanza a través del argumento cuya pista (la ‘pista’ u ovillo de hilo) seguimos nosotros; y, de no perderla, nos conduce al blanco. Sin embargo, también oculta el blanco, nos desorienta, y es la prueba de nuestra resistencia y nuestro conocimiento.


El blanco o centro, en aquellos laberintos representados en los embaldosados de muchas catedrales medievales, es a veces (como lo fue originariamente en Chartres) una representación de Teseo y el Minotauro. El simbolismo es el del laberinto cretense original – una prueba iniciática del héroe, la superación de la muerte en el centro, y un subsiguiente retorno o un renacer a la vida, una regeneración en un bobinado superior. Ya que, dado que es necesario nacer del vientre para ver el mundo, sólo aquel que nace de sí mismo ve el otro mundo. ‘Aquel que no nace de nuevo no ascenderá al Reino de los Cielos’. Otros laberintos catedralicios representaron al arquitecto en el centro, a veces simbolizado en la persona de Dédalo, constructor del laberinto de Creta. Como el tránsito a pie por el laberinto era una peregrinación a Jerusalén en miniatura, Dédalo representa además al Divino Arquitecto.

In la mayoría de los laberintos la espiral continúa, y habiendo alcanzado la meta y el centro, o bien retorna a la periferia y la vida diaria, o emerge en la otra orilla, tal como lo haría en el vórtice-esfera del cual esto es una versión bidimensional.

En los tiempos clásicos, el laberinto, junto con su circunvalación ritual, era esencial en la creación de una ciudad. Esta forma ritual daba inicio o reactivaba la creación cósmica original; pues un espacio, al ser apartado o delimitado, es ordenado, labrado a partir del caos circundante, y, así, santificado.

Troia, o Troya, es aún el nombre de muchos laberintos – incluso los del césped comunal de las aldeas inglesas. El movimiento de la espiral volvía el caos en cosmos, y protegía el espacio sagrado así formado de los intrusos. Pero según la misma ley por la que ella tanto ocultaba como revelaba, también protegía a la vez que destruía: de ahí que, mientras que los dos circuitos anuales de los saliares (sacerdotes de Marte) protegían a la ciudad de Roma, fueron siete circunvalaciones las que asolaron Jericó hasta derribarla.

La espiral o el laberinto, representados en tumbas antiguas, dan a entender una muerte y una re-entrada dentro del vientre de la tierra, necesarias con antes de que el espíritu pueda renacer en el territorio de los muertos. Pero muerte y renacimiento significan además la transformación y la purificación continua del espíritu a lo largo de la vida; los alquimistas usan la palabra VITRIOL para significar Visita interiora térrea rectificando invenies occultum lapidem (‘Visita el interior de la tierra; mediante la purificación encontrarás la piedra escondida’). Semejante descenso al inframundo (el reino de Plutón) es el tema de la mayor parte de los rituales iniciáticos, y es comparable al pasaje a través del desierto, o la ‘noche oscura del alma’, lo cual es experimentado en su sendero por los místicos. Y más aun, casi siempre se lo simboliza con la espiral. Las de las columnas del Tesoro de Atreo (una reliquia de la cual todavía queda por hallarse en las volutas de la columna jónica) mantiene otra correspondencia más; pasando entre dos columnas espiraladas, el iniciado se vuelve el eje central o pilar de la consciencia y el equilibrio, ya que él ha pasado entre los dos pilares enfrentados del Árbol de la Vida, o entre las dos serpientes enrolladas del caduceo, y ha entrado, de ese modo, en contacto directo con la Fuente del Ser.

El laberinto gobierna (y también constituye) los devanados de los circuitos del hombre a través del espacio y el tiempo, ordenando, guiando, comprobando y haciendo que se desarrolle desde y hacia la fuente. Nada menos que un modelo de existencia tal como lo conocemos, eso es, un mandala, y una versión en dos dimensiones del vórtice esférico.

De todos modos, la esencia del laberinto no es su forma exterior, su delinear piedras y cercas protectoras, sino el movimiento que engendra. La espiral, movimientos mandálicos de la dance preceden inclusive el laberinto mismo.

Mediante el danzar y emular la microcósmica danza creativa de Shiva, el girar de los planetas o la danza de los átomos, el hombre incorpora activamente las vibraciones creativas y los movimientos ordenadores del cosmos. Su cuerpo se vuelve el universo, sus movimientos, los de éste, y cuando estos últimos son armoniosos, entonces él no está sólo en armonía consigo mismo, sino con el universo en el que se ha transformado.

En las tradiciones religiosas y místicas, no es solamente el dios Shiva quien danza este incesante replegarse y expandirse del mundo, de la materia y su esencia. Estas continuas creación y disolución de la materia y del mundo son el hilo conductor que devana su camino a través de las espirales del arabesque islámico y las espirales de su danza arremolinada. Los místicos sufis, la orden de los Derviches Mevlana fundada por Jelladin Rumi, hacen ser al universo manifiesto. Por obra de sus remolinos, el Supremo Intelecto se vuelve, atravesando todas las esferas de existencia, la más densa materia.

En las tradiciones hindú y cabalística, el espíritu surge revirtiendo la dirección de la espiral a través de la cual el mundo se manifiesta, y expandiéndose según la materia se contrae, como en la inhalación y la exhalación del vórtice esférico. De modo semejante, por su progresivo éxtasis giratorio, los espíritus de los Derviches ascienden en espiral a través de las órbitas celestes, cuyos movimientos representan, a la unión con lo Divino. Su danza o ‘giro’ muestra los sucesivos grados de manifestación dentro de la materia seguidos por los de la ‘molienda’ de su ilusoria existencia, y la ascensión de sus espíritus.

La primera fase es la de la concentración; el Derviche comienza sudanza con sus brazos cruzados sobre su pecho, sugiriendo una junción en el corazón de los vórtices descendente y ascendente. Él tiene su pie izquierdo firmemente apoyado en la tierra, representando el eje inmóvil. Al mover su pie derecho, empieza a girar sobre su propio eje igual que un planeta, mientras da vueltas con sus compañeros en torno de un sol central, el Derviche conductor. Gradualmente se expande, descruza sus brazos, e, inclinando su cabeza encima de su hombro derecho, levanta su brazo derecho (de y en la consciencia) a fin de recibir la Divina Emanación, y baja el izquierdo para devolver su regalo a la tierra. Es un espín gradualmente más y más rápido, como si gracias a sus propias revoluciones estuviese conectando Cielo y tierra transformando realmente el espíritu a través de sí mismo e introduciéndolo en el suelo, en tanto su eje y su corazón se mantienen absolutamente quietos y su propio espíritu se remonta a su Fuente Divina. Cuanto mayor su éxtasis, su expansión y su velocidad, más se abre en redondo su saya. Cuando sus brazos están ambos extendidos al Cielo, es como si la unión en su corazón, delineada en su estado de concentración (el espíritu dentro de la materia) por sus brazos cruzados, ha alcanzado su expansión más plena (la materia dentro del espíritu) mediante la acción de oponer brazos y sayas: la expresión exterior de su dicha por la Unión Divina en la propia quietud de su corazón.




Para muchos de nosotros, la autoconciencia está aún limitada a la percepción de nuestros cuerpos físicos, y aun así, la mayor parte de nuestras acciones se han vuelto automáticas. En verdad, hemos olvidado la hondura de significado detrás de la danza. Sin embargo, pese a ello, es tal vez a través del movimiento físico de todo nuestro cuerpo como la senda en espiral puede hacérsenos más real. Cada vez que ‘giramos’ o circulamos, por ejemplo, en los movimientos de la danza escocesa, estamos activando las energías interiores y sus contrapartes cósmicas.

Leemos en un temprano texto gnóstico cristiano, los Hechos Apócrifos de San Juan, que Jesús dirigió a los apóstoles en un himno al Padre; su ritmo extraordinario y sus virtudes hipnóticas vibran a través de las palabras de San Juan:

“And we all circled round him and responded to him: Amen…
The twelfth of the numbers paces the round aloft, Amen...
To each and all it is given to dance, Amen...”

(Y todos nos ubicamos en círculo en torno a él y respondimos: Amén…
El décimo de los números ambla la rueda en alto, Amén…
A todos y cada uno le es dado danzar, Amén…)


Que esto era una espiral iniciática, una progresiva conquista del Conocimiento, queda claro en las palabras de Jesús: ‘Incluso la pasión que les revelé a ustedes y a los otros en la danza circular, la habría llamado yo un misterio’.

El bobinado hacia arriba que alcanza la cumbre del entendimiento total es el sendero de siete vueltas de los musulmanes alrededor del Ka’aba, el fin de su peregrinaje a La Meca. El origen de la palabra táfa, el nombre árabe para esta circunvalación, significa ’lograr someter una cosa rodeándola en forma de espiral’. El centro, la piedra cuadrada del Ka’aba, es el ‘Templo del Corazón’ y el eje del mundo. Las vueltas son como el girar de la Rueda budista del Dharma: las revoluciones del cosmos vistas como la Inmutable Ley Divina.

Dado que el peregrino circula en espiral alrededor del Ka’aba en tanto corazón del universo, aquél es también su propio corazón; y así, el vórtice que está siendo creado es el de su propia receptividad, la cual se equipara al vórtice descendente de la revelación Divina.

Ibn ‘Arabi en his Revelaciones de La Meca describe su ascenso gradual a través de las siete esferas del Sí Mismo – los cielos, planetas o atributos Divinos – hasta que el Ángel que lo acompañó le dice de pronto:
‘Yo soy el séptimo grado en mi capacidad de abrazar los misterio del llegar a ser…
Yo soy el Conocimiento, lo Conocido y el Conocedor; Yo soy la Sabiduría, el hombre Sabio y su Saber.’








Tomado de The Mystic Spiral: Journey of the Soul, Thames & Hudson . London, Netherlands, 1974. Traducción del inglés (para este blog): G. Aritto (2013). Que yo sepa, no existe aún, pese a sus casi cuatro décadas de vida, ninguna edición castellana de este libro singular, cuyos resplandores inaugurales quizás hayan resultado a esta altura neutralizados por la torrencial proliferación de textos afines a sus tesis más fuertes, en especial los de perfiles esotérico-metafísicos aplicados a la exploración y la simbólica de la - así llamada - “geometría sagrada”.

A propósito de la imagen de portada, arriba de todo, pintura de Punjab Hills, India, ca. 1785, conocida como Sudama aproximándose a la Ciudad Dorada de Kridhna, J. Purce comenta lo siguiente: “La perla ansiada por el peregrino Sudama es la Ciudad Dorada de Krishna. Igual que el budista Sudhana, él es el héroe cuyas andanzas en busca de la más alta sabiduría debería emular cada devoto. La naturaleza espiralada de su conquista de la iluminación, la ruta en círculos por la que semejantes viajes, todos, largos y dificultosos, llevan al hombre, encuentra un eco y una afirmación en la naturaleza. Como la forma de espiral de las nubes y el agua, que envuelve en misterio el Camino de los dragones, las ambiguas fuerzas de la naturaleza se vuelven vórtices espiralados detrás de él; de sus torbellinos aparecen bestias naturales.” (Las láminas,  fig. 21) La pintura, por otra parte, sirve de imagen de tapa a la edición en inglés.


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