5 de agosto de 2014

EL ESPLENDOR OCULTO (Siete visiones del inframundo)



El esplendor oculto



Acaba de publicarse este volumen.
Siento que he servido a este Universo 
para decir algunas cosas sobre él
con el timbre y las cadencias de mi voz tosca y precaria.
Ojalá esa voz mía haya sabido, también, 
aproximarse al menos al misterio de su silencio y su música indecible.



Extracto del
Prólogo



Un rumor de la mágica tradición irlandesa da por cierto que quien duerme una noche en la cima del sagrado monte Slievenamon, al recordarse con la aurora, se habrá vuelto poeta o loco. Nos revela que será poeta si su ser todo logra vibrar gozoso en armonía profunda con el hechizo que lo imantó durante el sueño; y que lo vencerá la locura si hubiese sido incapaz de soportar y de hacer suyo aquel íntimo estremecimiento. Me pregunto si no vivimos todos, cada anónimo humano extraviado en este planeta, en la imperceptible inminencia de uno u otro de esos dos “estados de Gracia”. Un sentir intenso parecido a una intuición me dice muy adentro que, de entregarnos sin la carga del pasado y sin expectativas al torrente incansable torrente de la vida, muriendo a todo (o a casi todo) de instante en instante, el Universo que nos permitió surgir se valdría inmediatamente de nosotros para seguir creando, es decir, transformando lo que ha envejecido en algo nuevo. Nadie no debería, entonces, no ser poeta. Donde haya intención no puede haber poesía; la vida de un poema es expresión, jamás comunicación. El lenguaje es, por naturaleza, enérgeia (energía), y llamamos “poesía” a un misterioso movimiento de sublimación y transmutación verbal cuyo obsceno resultado es un momento de precaria existencia alojada en la ráfaga de un aedo, un juglar, un bardo. El hecho de que los otros sean el tímpano es meramente aleatorio. Lo “actual” es la entidad cósmica del sonido que dejó su huella efímera para retornar cuanto antes a la esfera donde se suscitan la luz y las formas. Así, un escritor no es, en modo alguno, autor de nada, a lo sumo le será concedido ser admitido como aprendiz de alquimista. La escritura, harto sacralizada por la civilización hegemónica que hoy se desvanece a la vista de todos, es, por el contrario, puro érgon, trabajo aplicado a la mecánica tipografía, los autógrafos y sus copistas, bajo el yugo de la gramática y la retórica, deudores de la profesión del rapsoda, el skald, el fili y el trovador. No hace falta convertirse al deconstruccionismo para advertir el abismo incalculable que se abre entre un manuscrito y la perpleja constelación de símbolos que en él sobreviven transformándose de pueblo en pueblo, de traducción en traducción, de remembranza en olvido de ese que vuelve a solas a buscarlos y ya no están ahí… Quien escribe un poema sólo puede dar cuenta de su entramado formal, las estrategias y las tácticas, las relaciones y las estructuras que prefirió activar para su elaboración; arrogarse conocer el subsuelo de significados de ese “producto” estampado en la página es señal inequívoca de su ilusión megalómana y pueril. Empero, quizás haya que secundarlos en sus razones y sus entusiasmos ya a los dichosos calígrafos chinos, cuyos ideogramas celebran con su danza la totalidad de la vida, ya a los iniciados cabalistas que consultan o veneran el alfabeto hebreo o el que Ogham transmitió en el bosque a sus druidas, letras y árboles donde palpita el nombre último de Dios. Al asediado palimpsesto y todas sus bibliotecas los preceden una música inaudible y los preserva la mortaja de la mímica y el dogmatismo de la cultura de masas y la de élites. La más genuina inocencia (ese estado que nos vuelve igualmente invulnerables e inofensivos), la más apasionada impersonalidad (que nos devuelve nuestra íntima divinidad), serían mis máximas aspiraciones como poeta.

(...)

... Las composiciones que conforman este volumen nacieron a partir de los atributos, aspectos, sustancias concretas de ámbitos, relaciones y seres que vibran en dimensiones de realidad mucho más sutiles que la material tridimensional de cuyos escamoteos el deseo y el miedo (y su aliado, el tiempo) nos han perversamente persuadido. No importa en qué inmóvil museo intentemos confinarlos: cualquier mitología que les endilguemos hombrearía, también, el fardo del pasado y traicionaría su verdad, su porqué, su meollo esencialmente cualitativo. Se nos está instando no a creer que existen y en cómo nos los describen, sino a confiar en que merecemos experimentarlos y ser, aun ignorando cuándo, bienvenidos a la vecindad de sus regiones todavía extrañas a nuestra apremiada sensibilidad física. Proyectándose en la superficie geográfica, los siete centros planetarios (y los centros intraterrenos respectivos que los sustentan) trabajan conjuntamente a instancias del “gobierno interno” de la Tierra, y según la circulación de energía asociada a un octaedro etérico conocido por el ocultismo cosmológico desde la Antigüedad. Sus nombres son: Anu Tea, Aurora, Erks, Iberá (o Iberah), Lis-Fátima, Mirna Jad y Miz Tli Tlan (punto éste central del sistema). A cada uno de ellos, y en compatibilidad con su idiosincrasia particular, está consagrada cada una de las siete secciones de este volumen. La sustancia supramental que los constituye y se diversifica internamente en grados dimensionales más elevados habrá de manifestarse más plenamente a medida que la humanidad, sumida en la ignorancia y la autodestrucción presentes, logre desmantelar el aparato de sometimiento masivo que ha desvirtuado su esencia y su destino cósmicos. Ciudades todavía imperceptibles despiertas en la, así llamada, “tierra hueca”, entre cuyos habitantes prevalecen una paz y una alegría creativas difíciles de aceptar como reales, se erguirán, cuando fuere tiempo, bajo el sol de la raza renovada en ciernes.

La índole narrativa o dramática de los textos que siguen no hace más que confirmar esos rasgos en un escritor que poco tiene de poeta “lírico”. Los géneros literarios no son, para mí, sino una tentación subversiva, y a ella me entrego sin demasiado pudor ni morosos cuestionamientos artísticos. Lo decisivo de toda poiésis, de un proceso de creatividad genuinamente consubstanciado con las fuerzas cósmicas, es ajeno al lenguaje. Las palabras –y la sombra de las palabras– son el tormento del poeta, la ordalía que le impone el Orden programado del cerebro obediente a ese alienado sospechoso de complicidad con el Caos. La soledad, su condición más preciada. Conjuración de pulsaciones y apariciones demenciales, territorio de tensiones siempre por resolverse, un poema es indecible mito antes que sucesiva fabricación verbal, peregrinación desde el Vacío hacia el templo de la sagrada imperfección. Mantra sin causa ni finalidad, su materia es la de las marismas del sueño, visiones donde se funden el observador y lo observado, y las oposiciones superan la compulsiva dualidad que se nos impuso en beneficio de lo aspectual, lo que se realiza en la gradación y el matiz, y acepta en su seno todas las polaridades, todas las presuntas contradicciones. Una vertiginosa trayectoria de dos mil años aguarda ir desvelándonos nuevas pautas, “extraños atractores” ansiosos por romper patrones y mandatos que, poco a poco, se librarán de cuanto nos resulte eventualmente obsoleto. Habrá que descender, no obstante, a las simas del Silencio primordial, y habrá que remontar vuelo, con una ingenuidad próxima a la de un niño. El ciclo hoy consumado de la Era de Piscis nos recuerda que el entusiasmo irrefrenable por visitar el Misterio, “campo unificado” que religa la vida y la muerte, y que tomó impulso, en Occidente, acaso en el Virgilio de la Eneida y la Égloga IV, que alcanzó su cenit con Dante y que reclamó su derecho a hundirse en el ocaso de los Four Quartets (Cuatro cuartetos) de T. S. Eliot, o los “fragmentos elegíacos” que dan morada a los difuntos de J. Rulfo, reanímase ahora, en el estrago de tiempos cruciales, orientado hacia imprevisibles horizontes de sentido y alimentado, como lo hizo bajo aquellas máscaras de egregias individualidades, por el mismo susurro sin rostro de siglos y siglos de anonimia, recitación y juegos teatrales ante la corte, la aldea o la soldadesca ávidas de enterarse qué noticias traía el viento. Las fuentes aborígenes de aquella trayectoria tendida hacia nuestro encuentro se ven hoy vindicadas por un macrocosmos que nos habla sin mayores ambages de lo que antes mortificó a quienes pagaron con su honor, su libertad y su vida el hacer de la verdad su motivación estética. Y es sugestivo el que la modernidad, la civilización medieval y las antiguas hayan cumplido una idéntica misión represiva en torno a lo que los portales oraculares, el claro de los bosques o los “ángeles” desprendidos del cielo declararon a quienes supieron escuchar.

Una matriz de sagradas geometrías, eco espontáneo de algún arpegio de Dios, se insinúa en los umbrales de la mente humana rescatada de sus falsas urgencias. De esa intimidad emergerá un universo poroso y discontinuo donde cosas y pensamientos llegarán a ser un único y simultáneo fenómeno. La realidad será, así, un milagro constante. Un día escondido en el porvenir, ningún acto individual sobrevivirá separado de la comunión holística y la participación fractalizada en el Todo. Y nada quieren deberles estas primicias a los sponsors del siniestro Nuevo Orden Mundial que vigorizó el evangelio de la New Age. Tampoco a las operaciones metafísicas de ninguna profanada Enciclopedia: otro Tlön polifónico, asaz diverso de aquel que genialmente dedujo Borges de su Quijote, emancipado ya de su predestinación escritural y la conspiración de un puñado de ideólogos de alguna incógnita matrix que nos elude y, a la vez, nos confiere consistencia ontológica, irá convocándonos como sus humildes magos. No nos es dado siquiera avizorar la futura interacción de quien recita o escribe y de quien escucha o lee, ni la suerte que correrán la paranoia de las influencias y esa patraña prestigiada como estilo... 

(...)

Luz lastimada, fulgor que debió replegarse al seno oscuro de la tierra, según lo augura el I Ching en su hexagrama 36, Ming YI, a cuyos primitivos ideogramas pretenden aproximarse, en nuestro dúctil romance castellano, torpes conceptualizaciones como ‘ocultamiento de la luz’, ‘luz herida’, ‘esplendor oculto’… A propósito de la maravillosa constelación de enigmas que solapa ese signo del “libro de la versatilidad”, según interpreta su nombre Rudolf Ritsema, comenta su amigo Stephen Karcher en la magnífica página electrónica que le dedica: “El ocultamiento del brillo es el Sol Oscuro, el sol en la tierra y el sacrificio a los poderes de lo oscuro en el Altar de la Tierra. Representa el Mundo de los Muertos y el duelo, el País del Demonio y la travesía a través de los bárbaros. Retrata a quien ha sido expulsado, marginado, proscripto, exiliado de los centros de la cultura y el poder. La imagen central es aquí el eclipse solar… El eclipse significa tanto el aceptar una tarea ardua como el socorro del espíritu en medio de la dificultad… La aceptación de la dificultad acá implicada, el portentoso pájaro profético clamando desde la oscuridad, ha de acarrear la liberación y el nuevo día.” (En S. Karcher y J. Chase-Daniel, I Ching: Mothering Change, 36; traducción mía). La amarga persecución al rey Wen y a su hijo, el “aventador” príncipe Chi, redactores de los textos de los trigramas y de los hexagramas respectivamente bajo la inspiración del legendario chamán Fu Hsi, es su sustrato histórico. Fue justamente Chi quien, amenazado por el terrible tirano Chou Hsin, debió huir hacia el sur y “oscurecerse” allí hasta urdir el plan que devolvió la “luz” a su pueblo.

A la audaz aventura espiritual del brasileño José Trigueirinho atribuyo plena y gozosamente las extraordinarias revelaciones que impulsaron los versos y las prosas que habitan inquietos estas páginas. A él, con mi mayor respeto y mi gratitud, dejo entonces ordenando, con autoridad muy superior a la mía, algunas cosas difíciles de percibir, algunos dichos renuentes a ser entendidos del todo: he ahí, quizás, su intensidad inaudita, su intemporal, fascinante belleza.

(...)


Gustavo Aritto



El esplendor oculto (Siete visiones del inframundo) fue publicado por Editorial Imaginante (www.editorialimaginante.com.ar), Buenos Aires, julio / 2014. Ilustración de tapa: pintura del propio autor sobre prototipo arbóreo céltico; 148 páginas.






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