Acaba de publicarse este volumen.
Siento que he servido a este Universo
para decir algunas cosas sobre él
con el timbre y las cadencias de mi voz tosca y precaria.
Ojalá esa voz mía haya sabido, también,
aproximarse al menos al misterio de su silencio y su música indecible.
‡‡‡
Extracto
del
Prólogo
Un rumor de la mágica tradición
irlandesa da por cierto que quien duerme una noche en la cima del sagrado monte
Slievenamon, al recordarse con la aurora, se habrá vuelto poeta o loco. Nos
revela que será poeta si su ser todo logra vibrar gozoso en armonía profunda
con el hechizo que lo imantó durante el sueño; y que lo vencerá la locura si hubiese
sido incapaz de soportar y de hacer suyo aquel íntimo estremecimiento. Me
pregunto si no vivimos todos, cada anónimo humano extraviado en este planeta,
en la imperceptible inminencia de uno u otro de esos dos “estados de Gracia”.
Un sentir intenso parecido a una intuición me dice muy adentro que, de
entregarnos sin la carga del pasado y sin expectativas al torrente incansable torrente
de la vida, muriendo a todo (o a casi todo) de instante en instante, el
Universo que nos permitió surgir se valdría inmediatamente de nosotros para
seguir creando, es decir, transformando lo que ha envejecido en algo nuevo. Nadie
no debería, entonces, no ser poeta. Donde haya intención no puede haber poesía; la vida de un poema es expresión, jamás comunicación. El lenguaje es, por naturaleza, enérgeia (energía), y llamamos “poesía” a un misterioso movimiento
de sublimación y transmutación verbal cuyo obsceno resultado es un momento de precaria
existencia alojada en la ráfaga de un aedo, un juglar, un bardo. El hecho de
que los otros sean el tímpano es meramente aleatorio. Lo “actual” es la entidad
cósmica del sonido que dejó su huella efímera para retornar cuanto antes a la
esfera donde se suscitan la luz y las formas. Así, un escritor no es, en modo
alguno, autor de nada, a lo sumo le
será concedido ser admitido como aprendiz de alquimista. La escritura, harto
sacralizada por la civilización hegemónica que hoy se desvanece a la vista de todos,
es, por el contrario, puro érgon, trabajo
aplicado a la mecánica tipografía, los autógrafos y sus copistas, bajo el yugo
de la gramática y la retórica, deudores de la profesión del rapsoda, el skald, el fili y el trovador. No hace falta convertirse al deconstruccionismo
para advertir el abismo incalculable que se abre entre un manuscrito y la
perpleja constelación de símbolos que en él sobreviven transformándose de
pueblo en pueblo, de traducción en traducción, de remembranza en olvido de ese que
vuelve a solas a buscarlos y ya no están ahí… Quien escribe un poema sólo puede
dar cuenta de su entramado formal, las estrategias y las tácticas, las
relaciones y las estructuras que prefirió activar para su elaboración; arrogarse
conocer el subsuelo de significados de ese “producto” estampado en la página es
señal inequívoca de su ilusión megalómana y pueril. Empero, quizás haya que secundarlos
en sus razones y sus entusiasmos ya a los dichosos calígrafos chinos, cuyos
ideogramas celebran con su danza la totalidad de la vida, ya a los iniciados
cabalistas que consultan o veneran el alfabeto hebreo o el que Ogham transmitió
en el bosque a sus druidas, letras y árboles donde palpita el nombre último de
Dios. Al asediado palimpsesto y todas sus bibliotecas los preceden una música
inaudible y los preserva la mortaja de la mímica y el dogmatismo de la cultura
de masas y la de élites. La más genuina inocencia
(ese estado que nos vuelve igualmente invulnerables e inofensivos), la más
apasionada impersonalidad (que nos devuelve
nuestra íntima divinidad), serían mis máximas aspiraciones como poeta.
(...)
... Las composiciones que conforman este
volumen nacieron a partir de los
atributos, aspectos, sustancias concretas de ámbitos, relaciones y seres que
vibran en dimensiones de realidad mucho más sutiles que la material tridimensional
de cuyos escamoteos el deseo y el miedo (y su aliado, el tiempo) nos han
perversamente persuadido. No importa en qué inmóvil museo intentemos
confinarlos: cualquier mitología que les endilguemos hombrearía, también, el
fardo del pasado y traicionaría su verdad, su porqué, su meollo esencialmente
cualitativo. Se nos está instando no a creer que existen y en cómo nos los
describen, sino a confiar en que merecemos experimentarlos y ser, aun ignorando
cuándo, bienvenidos a la vecindad de sus regiones todavía extrañas a nuestra
apremiada sensibilidad física. Proyectándose en la superficie geográfica, los
siete centros planetarios (y los centros intraterrenos respectivos que los
sustentan) trabajan conjuntamente a instancias del “gobierno interno” de la Tierra , y según la
circulación de energía asociada a un octaedro etérico conocido por el ocultismo
cosmológico desde la
Antigüedad. Sus nombres son: Anu Tea, Aurora, Erks, Iberá (o
Iberah), Lis-Fátima, Mirna Jad y Miz Tli Tlan (punto éste central del sistema).
A cada uno de ellos, y en compatibilidad con su idiosincrasia particular, está
consagrada cada una de las siete secciones de este volumen. La sustancia
supramental que los constituye y se diversifica internamente en grados
dimensionales más elevados habrá de manifestarse más plenamente a medida que la
humanidad, sumida en la ignorancia y la autodestrucción presentes, logre
desmantelar el aparato de sometimiento masivo que ha desvirtuado su esencia y
su destino cósmicos. Ciudades todavía imperceptibles despiertas en la, así
llamada, “tierra hueca”, entre cuyos habitantes prevalecen una paz y una
alegría creativas difíciles de aceptar como reales, se erguirán, cuando fuere tiempo,
bajo el sol de la raza renovada en ciernes.
La índole narrativa o dramática de los
textos que siguen no hace más que confirmar esos rasgos en un escritor que poco
tiene de poeta “lírico”. Los géneros literarios no son, para mí, sino una
tentación subversiva, y a ella me entrego sin demasiado pudor ni morosos
cuestionamientos artísticos. Lo decisivo de toda poiésis, de un proceso de creatividad genuinamente consubstanciado
con las fuerzas cósmicas, es ajeno al lenguaje. Las palabras –y la sombra de
las palabras– son el tormento del poeta, la ordalía que le impone el Orden programado
del cerebro obediente a ese alienado sospechoso de complicidad con el Caos.
La soledad, su condición más preciada. Conjuración de pulsaciones y apariciones
demenciales, territorio de tensiones siempre por resolverse, un poema es
indecible mito antes que sucesiva fabricación verbal, peregrinación desde el
Vacío hacia el templo de la sagrada imperfección. Mantra sin causa ni finalidad, su materia es la de las marismas del
sueño, visiones donde se funden el observador y lo observado, y las oposiciones
superan la compulsiva dualidad que se nos impuso en beneficio de lo aspectual,
lo que se realiza en la gradación y el matiz, y acepta en su seno todas las polaridades,
todas las presuntas contradicciones. Una vertiginosa trayectoria de dos mil
años aguarda ir desvelándonos nuevas pautas, “extraños atractores” ansiosos por
romper patrones y mandatos que, poco a poco, se librarán de cuanto nos resulte
eventualmente obsoleto. Habrá que descender, no obstante, a las simas del
Silencio primordial, y habrá que remontar vuelo, con una ingenuidad próxima a
la de un niño. El ciclo hoy consumado de la Era de Piscis nos recuerda que el entusiasmo
irrefrenable por visitar el Misterio, “campo unificado” que religa la vida y la
muerte, y que tomó impulso, en Occidente, acaso en el Virgilio de la Eneida y la Égloga IV, que alcanzó su cenit con
Dante y que reclamó su derecho a hundirse en el ocaso de los Four
Quartets (Cuatro cuartetos) de T. S. Eliot, o los “fragmentos
elegíacos” que dan morada a los difuntos de J. Rulfo, reanímase ahora, en el estrago
de tiempos cruciales, orientado hacia imprevisibles horizontes de sentido y
alimentado, como lo hizo bajo aquellas máscaras de egregias individualidades,
por el mismo susurro sin rostro de siglos y siglos de anonimia, recitación y
juegos teatrales ante la corte, la aldea o la soldadesca ávidas de enterarse
qué noticias traía el viento. Las fuentes aborígenes de aquella trayectoria
tendida hacia nuestro encuentro se ven hoy vindicadas por un macrocosmos que
nos habla sin mayores ambages de lo que antes mortificó a quienes pagaron con
su honor, su libertad y su vida el hacer de la verdad su motivación estética. Y
es sugestivo el que la modernidad, la civilización medieval y las antiguas
hayan cumplido una idéntica misión represiva en torno a lo que los portales
oraculares, el claro de los bosques o los “ángeles” desprendidos del cielo
declararon a quienes supieron escuchar.
Una matriz de sagradas geometrías, eco
espontáneo de algún arpegio de Dios, se insinúa en los umbrales de la mente
humana rescatada de sus falsas urgencias. De esa intimidad emergerá un universo
poroso y discontinuo donde cosas y pensamientos llegarán a ser un único y
simultáneo fenómeno. La realidad será, así, un milagro constante. Un día
escondido en el porvenir, ningún acto individual sobrevivirá separado de la
comunión holística y la participación fractalizada en el Todo. Y nada quieren
deberles estas primicias a los sponsors
del siniestro Nuevo Orden Mundial que vigorizó el evangelio de la New
Age. Tampoco a las operaciones metafísicas de ninguna
profanada Enciclopedia: otro Tlön polifónico, asaz diverso de aquel que
genialmente dedujo Borges de su Quijote,
emancipado ya de su predestinación escritural y la conspiración de un puñado de
ideólogos de alguna incógnita matrix que
nos elude y, a la vez, nos confiere consistencia ontológica, irá convocándonos
como sus humildes magos. No nos es dado siquiera avizorar la futura interacción
de quien recita o escribe y de quien escucha o lee, ni la suerte que correrán
la paranoia de las influencias y esa patraña prestigiada como estilo...
(...)
Luz lastimada, fulgor que debió
replegarse al seno oscuro de la tierra, según lo augura el I Ching en su hexagrama
36, Ming YI, a cuyos primitivos
ideogramas pretenden aproximarse, en nuestro dúctil romance castellano, torpes
conceptualizaciones como ‘ocultamiento de la luz’, ‘luz herida’, ‘esplendor
oculto’… A propósito de la maravillosa constelación de enigmas que solapa ese signo
del “libro de la versatilidad”, según interpreta su nombre Rudolf Ritsema,
comenta su amigo Stephen Karcher en la magnífica página electrónica que le
dedica: “El ocultamiento del brillo es el
Sol Oscuro, el sol en la tierra y el sacrificio a los poderes de lo oscuro en
el Altar de la
Tierra. Representa el Mundo de los Muertos y el duelo, el
País del Demonio y la travesía a través de los bárbaros. Retrata a quien ha
sido expulsado, marginado, proscripto, exiliado de los centros de la cultura y
el poder. La imagen central es aquí el eclipse solar… El eclipse significa
tanto el aceptar una tarea ardua como el socorro del espíritu en medio de la
dificultad… La aceptación de la dificultad acá implicada, el portentoso pájaro
profético clamando desde la oscuridad, ha de acarrear la liberación y el nuevo
día.” (En S. Karcher y J. Chase-Daniel, I Ching: Mothering Change,
36; traducción mía). La amarga persecución al rey Wen y a su hijo, el
“aventador” príncipe Chi, redactores de los textos de los trigramas y de los
hexagramas respectivamente bajo la inspiración del legendario chamán Fu Hsi, es
su sustrato histórico. Fue justamente Chi quien, amenazado por el terrible
tirano Chou Hsin, debió huir hacia el sur y “oscurecerse” allí hasta urdir el
plan que devolvió la “luz” a su pueblo.
A la audaz aventura espiritual del
brasileño José Trigueirinho atribuyo plena y gozosamente las extraordinarias
revelaciones que impulsaron los versos y las prosas que habitan inquietos estas
páginas. A él, con mi mayor respeto y mi gratitud, dejo entonces ordenando, con
autoridad muy superior a la mía, algunas cosas difíciles de percibir, algunos
dichos renuentes a ser entendidos del todo: he ahí, quizás, su intensidad
inaudita, su intemporal, fascinante belleza.
(...)
Gustavo Aritto
El esplendor oculto (Siete visiones del inframundo) fue publicado por Editorial Imaginante (www.editorialimaginante.com.ar), Buenos Aires, julio / 2014. Ilustración de tapa: pintura del propio autor sobre prototipo arbóreo céltico; 148 páginas.
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