3 de marzo de 2013

"UNA TIERRA SIN CAMINOS" (X): KRISHNAMURTI FRENTE A LA PESADILLA DE LA HISTORIA







 “La cesación de la violencia, problema que hemos venido examinando, no es necesariamente un estado mental de paz con uno mismo y, por lo tanto, de paz en toda clase de relaciones.
La relación entre los seres humanos tiene su base en el mecanismo defensivo creador de imágenes. En todas nuestras relaciones, cada uno de nosotros creamos una imagen del otro, y estas dos imágenes sostienen las relaciones, no los seres humanos mismos. La mujer tiene una imagen del marido ‑quizás inconsciente, pero ahí está, sin embargo‑ y el marido, de la esposa. Tenemos una imagen de nuestro país y de nosotros mismos, y estamos siempre fortaleciéndolas, acrecentándolas más y más. Y son estas imágenes las que sostienen relaciones entre sí. La verdadera relación entre dos seres humanos o entre muchos seres humanos cesa por completo cuando existe esta formación de imágenes.
Es evidente que la relación entre las imágenes nunca puede traer paz en la convivencia, porque tales imágenes son ficticias, y no podemos vivir en una abstracción. Sin embargo, esto es lo que todos hacemos: vivir de ideas, de teorías, de símbolos, de imágenes que hemos creado de nosotros mismos y de los demás, que no son realidades de manera alguna. Todas nuestras relaciones, ya sean con la propiedad, con las ideas o con las personas, se basan esencialmente en esta formación de imágenes, y de ahí que siempre haya conflicto.
¿Cómo es posible, entonces, estar por completo en paz internamente y en toda relación con los demás? Después de todo, la vida es un movimiento de relaciones, de otro modo no hay vida en absoluto, y si ésta se basa en una abstracción, una idea o una suposición especulativa, tal vivir abstracto debe inevitablemente producir una relación que se convierte en campo de batalla. ¿Será, pues, de alguna manera posible vivir una vida interior completamente ordenada, sin ninguna forma de apremio, imitación, represión o sublimación? ¿Puede el hombre producir un orden así dentro de sí mismo, o sea, una cualidad viva que no se apoya en un marco de ideas ‑una tranquilidad interior jamás perturbada‑ no en algún mítico mundo abstracto de fantasías, sino en la vida diaria de la casa y la oficina?
Pienso que tenemos que examinar esta cuestión muy cuidadosamente, porque no hay un sitio en nuestra conciencia que no esté tocado por el conflicto. En todas nuestras relaciones, ya sea con la persona más allegada, con un vecino o con la sociedad, el conflicto existe ‑conflicto que es contradicción, división, separación, una dualidad‑. Cuando nos observamos a nosotros mismos y nuestras relaciones con la sociedad, vemos que en todos los niveles de nuestro ser hay conflicto mayor o menor, el cual conduce a respuestas muy superficiales o a resultados devastadores.



El hombre ha aceptado el conflicto como parte inherente a su existencia diaria, porque entiende que la competencia, los celos, la codicia, el deseo adquisitivo y la agresión son una forma natural de vivir. Cuando creemos en ese modo de vida, aceptamos la estructura de la sociedad tal como es, y vivimos dentro del patrón de la respetabilidad. Y en eso estamos atrapados la mayoría de nosotros, pues queremos ser imponentemente respetables. Al examinar nuestra propia mente y corazón, nuestro modo de pensar, nuestro modo de sentir y de actuar diariamente, observamos que mientras nos conformemos al patrón de la sociedad, la vida tiene que ser un campo de batalla. Si no aceptamos ese patrón ‑y ninguna persona realmente religiosa lo acepta‑ entonces estaremos completamente libres de la estructura psicológica de la sociedad.
Muchos de nosotros tenemos bienes sociales en abundancia. Lo que la sociedad ha creado en nosotros y lo que hemos creado en nosotros mismos son la codicia, la envidia, la ira, el odio, los celos, la ansiedad, y con todo esto somos muy ricos. Las diversas religiones en el mundo han predicado la pobreza. El monje toma para sí un manto, cambia su nombre, rapa su cabeza, vive en una celda y hace voto de pobreza y castidad; en Oriente, tiene un taparrabo, un hábito, una comida diaria, y todos respetamos tal pobreza. Pero esos hombres que han tomado el hábito en pobreza, son todavía interna y psicológicamente ricos en bienes sociales, porque aun busca posición y prestigio; pertenecen a esta o aquella orden, a esta o aquella religión; aun viven en divisiones de cultura, de tradición. Eso no es pobreza. La pobreza consiste en estar por completo libre de la sociedad, aunque se tengan unos cuantos trajes, un poco más de comida ‑¡Dios mío! ¿A quién le importa eso? Pero por desgracia, en la mayor parte de la gente existe esta urgencia de exhibicionismo.
Cuando la mente está libre de la sociedad, la pobreza se convierte en algo maravillosamente hermoso. Uno tiene que llegar a ser pobre internamente porque así cesa la búsqueda, no hay interrogantes, ni deseos, ¡nada! Es sólo esta pobreza interna la que puede ver la verdad de la vida en que no hay conflicto en absoluto. Una vida así es la bendición que no ha de encontrarse en iglesias o en templo alguno.

¿Cómo es posible entonces, librarnos de la estructura psicológica de la sociedad, que significa estar libre de la esencia del conflicto? No es difícil poder acondicionar bien ciertas ramas del conflicto, pero nos preguntamos si sería posible vivir en completa tranquilidad interior y, por tanto, exterior. Esto no quiere decir que vegetaremos o nos estancaremos. Al contrario, nos convertiremos en seres dinámicos, llenos de vitalidad y energía.
Para comprender y estar libre de cualquier problema, necesitamos una gran cantidad de energía apasionada y sostenida, no sólo física e intelectual, sino una energía independiente de todo motivo de estímulo psicológico o de droga alguna. Si dependemos de cualquier estímulo, ese mismo estímulo entorpece la mente y la vuelve insensible. Cuando tomamos alguna droga quizás encontramos temporalmente suficiente energía para ver las cosas con mucha claridad, pero retrocedemos a nuestro estado anterior y, por lo tanto dependemos de la droga, cada vez más. Así, pues, todo estímulo, ya sea de la iglesia, del alcohol, de las drogas o de la palabra hablada o escrita, producirá dependencia inevitablemente, y esa dependencia impide que veamos con claridad por nosotros mismos y, en consecuencia, que tengamos una energía vital.
Por desgracia todos dependemos psicológicamente de algo. ¿Por qué dependemos? ¿Por qué esta urgencia por depender de algo? Estamos haciendo este viaje juntos; no tiene usted que esperar a que yo le diga las causas de su dependencia. Si investigamos juntos, ambos lo descubriremos y, por tanto, este descubrimiento será propio de usted, y siendo así, le dará vitalidad.
Yo descubro por mí mismo que dependo de algo ‑digamos, un auditorio que me estimula‑. Derivo de ese auditorio, del acto de dirigirme a un grupo de gente, cierta clase de energía. Por lo tanto, dependo de ese auditorio, de esas gentes, ya sea que ellos estén de acuerdo o en desacuerdo conmigo. Mientras más en desacuerdo están, más vitalidad recibo. Si están de acuerdo, ello se vuelve una cosa trivial, vacía. Así, descubro que necesito un auditorio porque es una cosa muy estimulante dirigirse a la gente. Bien, ¿y por qué? ¿Por qué dependo de ellos? Porque estoy vacío. Nada en mí mismo tengo, no tengo dentro de mí una fuente abundante, rica, vital, que esté siempre en movimiento, viviendo. Por eso dependo de algo. He descubierto la causa.
Pero el descubrimiento de la causa, ¿me librará de la dependencia? El descubrimiento de la causa es meramente intelectual; es obvio, por tanto, que no me libro de su dependencia. La simple aceptación intelectual de una idea, o la conformidad emocional con una ideología, no puede librar la mente de algo que habrá de estimularla. Lo que libera a la mente es ver toda la estructura y naturaleza del estímulo y de la dependencia, y como esa dependencia la entorpece, la vuelve estúpida e inactiva. Sólo cuando ve esa totalidad, se libera la mente.
Así, pues, debo investigar qué significa ver totalmente. Mientras esté mirando la vida desde un particular punto de vista, o desde una experiencia particular que he acariciado, o desde algún conocimiento especial que he almacenado, lo cual constituye mi transfondo, mi “yo”, no podré ver la totalidad. He descubierto intelectualmente, verbalmente, por el análisis, la causa de mi dependencia, pero cualquier cosa que el pensamiento investigue tiene que ser fragmentario inevitablemente, de ahí que sólo puedo ver la totalidad de algo, cuando el pensamiento no interfiere.
Entonces veo el hecho de mi dependencia; veo realmente lo que es. Lo veo sin agrado o desagrado; no quiero deshacerme de esa dependencia, ni librarme de la causa de ella. La observo, y cuando hay una observación de esta clase, veo todo el cuadro, no un fragmento de él, y cuando la mente ve el cuadro en su conjunto, hay libertad. Ahora he descubierto que la energía se disipa cuando hay fragmentación. He descubierto la misma fuente de la disipación de energía.


Usted puede pensar que no hay pérdida de energía si usted imita, si acepta la autoridad, si depende de sacerdotes, del ritual, del dogma, del partido o de alguna ideología. Pero el seguir y aceptar una ideología, ya sea buena o mala, ya sea sagrada o profana, es una actividad fragmentaria y, por tanto, una causa de conflicto. El conflicto surge inevitablemente mientras haya división entre lo “que es” y lo “que debería ser”. Y cualquier conflicto es un desperdicio de energía.
Si se pregunta asimismo “¿cómo voy a librarme del conflicto?”, usted está creando otro problema, y, por lo tanto, acrecentando el conflicto. Por el contrario, si simplemente lo ve como un hecho ‑como vería cualquier objeto concreto en forma clara y directa‑ entonces comprenderá esencialmente la verdad de una vida en la cual no hay conflicto en absoluto.
Pongámoslo de otro modo. Siempre estamos comparando lo que somos con lo que deberíamos ser. Él “debería ser” es una proyección de lo que pensamos que nos convendría ser. Hay contradicción cuando usted se compara, no sólo con algo o con alguien, sino también con lo que fue ayer, y de ahí surge el conflicto entre lo que ha sido y lo que es. Existe lo que es solamente cuando no hay comparación alguna. Y vivir con lo que es, significa ser pacífico. En tal caso usted puede poner toda su atención, sin ninguna distracción, en lo que está dentro de usted mismo ‑ya sea desesperación, fealdad, brutalidad, temor, ansiedad, soledad‑ y vivir con ello completamente. Entonces no hay contradicción, ni conflicto, por supuesto.
No obstante, siempre estamos comparándonos ‑con aquellos que son más ricos, o más brillantes, más intelectuales, más afectuosos, más famosos, más esto o más aquello‑. El “más” juega una parte extraordinariamente importante en nuestras vidas; este medirnos todo el tiempo con algo o con alguien, es una de las causas principales del conflicto.
Y bien, ¿por qué tiene que haber comparación? ¿Por qué se compara usted con otro? Se le ha enseñado a comparar desde la niñez. En toda escuela, A es comparado con B, y A se destruye a sí mismo para ser como B. Cuando usted no compara en absoluto, cuando no hay ideal, ni opuesto, ni factor de dualidad, cuando usted ya no lucha por ser diferente de lo que es, ¿qué le ha ocurrido a su mente? Su mente ha cesado de crear lo opuesto y se ha vuelto sumamente inteligente, sumamente sensible, capaz de inmensa pasión, ya que el esfuerzo es un desperdicio de pasión ‑pasión que es energía vital‑ y usted no puede hacer nada sin pasión.
Si no se compara con otro, será lo que usted es. Por medio de la comparación, usted espera evolucionar, crecer, volverse más inteligente, más hermoso. ¿Pero lo será usted? El hecho es lo que usted es y al compararse, está fragmentando el hecho, lo cual es una pérdida de energía. Ver lo que es usted realmente, sin ninguna comparación, le da tremenda energía para mirar. Cuando puede verse sin compararse con nadie, se coloca más allá de la comparación, lo cual no significa que el contentamiento haya estancado la mente. Así vemos en esencia cómo la mente gasta la energía que es tan necesaria para comprender la totalidad de la vida.

No quiero saber con quién estoy en conflicto; no quiero conocer los conflictos periféricos de mi ser. Lo que quiero saber es por qué el conflicto tiene que existir de todas maneras. Cuando me planteo esta cuestión, veo un problema fundamental que nada tiene que ver con los conflictos periféricos y sus soluciones. Estoy interesado en el problema esencial, y veo ‑tal vez ustedes también lo ven‑ que la misma naturaleza del deseo, si no se comprende en forma adecuada, tiene que conducir inevitablemente al conflicto.
El deseo está siempre en contradicción. Quiero cosas contradictorias ‑lo cual no implica que deba destruir el deseo, reprimirlo, controlarlo o sublimarlo. Simplemente veo que en sí mismo es contradictorio. No son los objetos que deseamos sino la naturaleza misma del deseo lo que es contradictorio. Y tengo que comprender la naturaleza del deseo, antes de que pueda comprender el conflicto. Internamente nos hallamos en contradicción, y ese estado de contradicción es producto del deseo, que va dirigido a perseguir el placer y evitar el dolor. Ya hemos examinado este asunto anteriormente.


Así, vemos el deseo como la raíz de toda contradicción ‑querer algo y no quererlo‑ una actividad dual. El hacer algo placentero no implica ningún esfuerzo, ¿no es cierto? Pero el placer produce dolor, y entonces hay una lucha por evitar el dolor, que es, por otra parte, una disipación de energía. ¿Por qué tiene que haber dualidad? Existe, por supuesto, la dualidad en la Naturaleza ‑hombre y mujer, luz y sombra, noche y día‑ pero internamente, psicológicamente, ¿por qué hay dualidad? Por favor, piense esto conmigo, no espere que yo lo explique. Tiene que ejercitar su propia mente para descubrirlo. Mis palabras son sólo un espejo en el que usted se observa. ¿Por qué tenemos esta dualidad psicológica? ¿Es acaso que se nos ha educado para comparar siempre lo “que es” con lo que “debería ser”? Hemos sido condicionados en lo que es correcto y lo que es equivocado, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es moral y lo que es inmoral. ¿Ha surgido esta dualidad porque creemos que pensar en lo opuesto de la violencia, de los celos, de la envidia, de la ruindad, nos ayudará a desembarazarnos de esas cosas? ¿Usamos lo opuesto como un trampolín para liberarnos de lo que es? ¿O es un escape de lo real?
¿Usa usted lo opuesto como un medio de evadir la realidad, con la cual no sabe usted bregar? ¿O acaso es porque se le ha dicho durante siglos de propaganda que usted debe tener un ideal, lo opuesto de “lo que es” a fin de lidiar con el presente? Cuando usted tiene un ideal, piensa que le ayudará a librarse de lo “que es” pero nunca es así. Usted puede predicar la no‑violencia por el resto de su vida y estar siempre sembrando las semillas de la violencia.
Usted tiene un concepto de lo que debería ser, y de cómo debería actuar, pero continuamente está de hecho actuando de manera muy diferente; así usted ve que esos principios, creencias, e ideales, tienen que llevar inevitablemente a la hipocresía y a una vida falsa. El ideal es el que crea lo opuesto de lo “que es”; por lo tanto, si sabe cómo estar con lo “que es”, entonces lo opuesto no es necesario.
Tratar de ser como alguna otra persona, o como su ideal, es una de las causas principales de contradicción, confusión y conflicto. Una mente que está confusa no importa lo que haga, en cualquier nivel, seguirá confusa; cualquier acción nacida de la confusión, lleva a ulterior confusión. Yo veo esto muy claramente; lo veo tan claramente como vería un peligro físico inmediato. Entonces, ¿qué ocurre? Ya dejo de actuar en término de confusión. La inacción, por lo tanto, es acción completa.”



De J. Krishnamurti, Libérese del pasado (título original: Freedom from the known), Cap. VII (completo). Ed. Orión, México, 1987. Traducción originada por la Krishnamurti Foundation (Londres).




 



En diálogo con Alain Naudé, su secretario y asistente durante años:



Alain Naudé: Usted habla acerca de la totalidad de la vida. Cuando miramos a nuestro alrededor hay tanto desorden en todas partes, la gente parece estar tan confundida. Vemos que en el mundo hay guerras, hay desorden ecológico, político y social, crimen y todos los males de la industrialización y la superpoblación. Y, al parecer, cuanto más trata la gente de resolver estos problemas, más aumentan. Luego está el hombre mismo, lleno de sus propios problemas; no sólo de los que atañen al mundo que lo rodea, sino de los internos: soledad, desesperación, celos, ira ‑todo lo cual constituye lo que podríamos llamar confusión-. Y finalmente, el hombre muere. Ahora bien, siempre se nos ha dicho que existe algo más que ha sido llamado de muy diversas maneras: Dios, eternidad, creación. Y acerca de esto, el hombre nada sabe. Ha tratado de vivir para esto, en relación con esto; pero ello también ha engendrado problemas. Parece desprenderse de lo que usted ha dicho tantas veces, que uno debe encontrar el modo de tratar con estas tres clases de problemas, con estos tres aspectos de la vida al mismo tiempo, porque éstos son los problemas que el hombre enfrenta en su existencia. ¿Existe algún modo de plantear correctamente la cuestión, de manera tal que la respuesta abarque simultáneamente las tres clases de problemas?

KRISHNAMURTI: En primer lugar, señor, ¿por qué hacemos esta división? ¿O hay sólo un movimiento, el cual debe ser encarado sobre la onda misma? De modo que investiguemos primero por qué hemos dividido la totalidad de la existencia en el mundo que está fuera de mí, el mundo que está dentro de mí y alguna cosa que está más allá de mí. ¿Existe esta división a causa del caos externo y tan sólo éste nos concierne, por lo cual hemos de desatender el caos interno? ¿No hallando solución para lo exterior o para lo interior tratamos entonces de encontrar la solución en una creencia, en lo divino?

Naudé: Sí.

KRISHNAMURTI: De modo que al formular una pregunta de este género, ¿estamos tratando con las tres cosas por separado o las encaramos como un movimiento total?

Naudé: ¿Cómo podemos convertirlas en un movimiento único. ¿De qué manera están ellas relacionadas? ¿Cuál es la acción humana que ha de unificarlas?

KRISHNAMURTI: Yo no quisiera llegar a eso todavía. Prefiero más bien partir de esta pregunta: ¿por qué el hombre ha dividido el mundo, la totalidad de su existencia, en esas tres categorías? ¿Por qué? ¿Por qué yo, como ser humano, he separado el mundo que está fuera de mí del que está dentro de mí, y del otro mundo que trato de atrapar, del cual nada conozco y al cual entrego toda mi desesperación y mi esperanza?

Naudé: Bien.

KRISHNAMURTI: ¿Por qué hago esto? Tentativamente pregunto: ¿será porque no hemos podido resolver lo externo con su caos, confusión, destrucción, brutalidad, violencia y todos los horrores que están sucediendo, y por eso nos volvemos a lo interior esperando así solucionar lo externo? ¿Y no siendo capaces de resolver el caos interior, la insuficiencia interna, la brutalidad, la violencia, etcétera, no pudiendo tampoco resolver nada allí, entonces nos desplazamos desde ambos ‑lo externo y lo interno‑ hacia alguna otra dimensión?

Naudé: Sí, así es. Esto es lo que hacemos.

KRISHNAMURTI: Es lo que ocurre todo el tiempo en torno y dentro de nosotros.

Naudé: Sí. Existen los problemas exteriores que engendran los internos. No siendo capaces de encararnos con unos u otros o con ambos a la vez, creamos la esperanza en algo distinto, algún tercer estado al cual llamamos Dios.

KRISHNAMURTI: Sí, un agente externo.

Naudé: Un agente externo que será el consuelo, la solución final. Pero también es un hecho que existen cosas que constituyen realmente problemas exteriores: el techo hace agua, el cielo está contaminado, los ríos se secan, hay problemas así. También hay problemas que pensamos son interiores: nuestros anhelos ocultos y secretos, nuestros miedos y ansiedades.

KRISHNAMURTI: Sí.



Naudé: Está el mundo, y está el hombre que vive en él y reacciona a él. Y así existen estas dos entidades ‑al menos podemos decir que existen desde un punto de arista práctico-. Y tal vez el intento de resolver los problemas prácticos desborda hacia el estado interior del hombre y engendra problemas allí.

KRISHNAMURTI: Eso significa que seguimos considerando lo externo y lo interno como dos movimientos separados.

Naudé: Sí, así es.

KRISHNAMURTI: Y yo siento que eso es un enfoque totalmente equivocado. El techo hace agua y el mundo está superpoblado, hay contaminación, hay guerras, hay toda clase de desastres en marcha. Y siendo incapaces de resolver esto, nos volvemos hacia adentro. Al no poder resolver los problemas internos, tornamos a dirigirnos hacia algo exterior, algo todavía mucho más lejano que todo esto. Mientras que si pudiéramos encarar la totalidad de esta existencia como un movimiento unitario, tal vez lográramos resolver todos estos problemas inteligentemente, razonablemente y en orden.

Naudé: Sí. Al parecer, es acerca de esto que usted nos habla. ¿Quisiera decimos de qué modo estos tres problemas son en realidad una sola cosa?

KRISHNAMURTI: Estoy llegando a eso. El mundo exterior es creado por mí ‑no los árboles, no las nubes, las abejas y la belleza del paisaje- sino la existencia humana en relación, la cual se llama sociedad; eso es creado por usted y por mí. De modo que yo soy el mundo y el mundo es lo que yo soy. Pienso que ésta es la primera cosa que debemos establecer, no como algo intelectual o abstracto, sino como un sentimiento real, una real comprensión. Esto es un hecho, no una suposición, no un concepto; es un hecho que yo soy el mundo y el mundo es lo que yo soy. El mundo es la sociedad en que vivo, con su cultura, su moralidad, sus desigualdades, su caos, todo lo cual soy yo mismo en acción. Y la cultura en que estoy atrapado es la que yo he producido. Pienso que esto es un hecho irrevocable y absoluto.

Naudé: Sí. ¿Cómo es que la gente no alcanza a verlo? Tenemos políticos, ecólogos, economistas, tenemos soldados, todos tratando de resolver los problemas externos simplemente como problemas externos.

KRISHNAMURTI: Probablemente porque falta la correcta clase de educación; por causa de la especialización, del deseo de triunfar, de llegar a la luna y jugar allí al golf, etc., etc. Siempre queremos modificar lo externo esperando con eso cambiar lo interno. «Produzcan el medio adecuado» ‑han dicho cientos de veces los comunistas- «y entonces la mente humana cambiará de acuerdo con eso».

Naudé: Es lo que ellos dicen. Uno podría casi afirmar que todas esas grandes universidades, con sus múltiples departamentos, con sus especialistas, han sido fundadas y edificadas sobre la creencia de que el mundo puede ser cambiado por una cierta cantidad de conocimientos especializados en diferentes departamentos.

KRISHNAMURTI: Sí. Creo que pasamos por alto este hecho básico: yo soy el mundo y el mundo es lo que yo soy. Pienso que este sentimiento ‑no la idea, el sentimiento- engendra un modo por completo diferente de mirar la totalidad del problema.

Naudé: Eso constituye una revolución tremenda. Ver el problema como un problema único, el problema del hombre y no el problema de su medio, eso es un paso enorme que la gente no quiere dar.

KRISHNAMURTI: La gente no quiere dar paso alguno. Están acostumbrados a esta organización externa y descuidan por completo lo que ocurre internamente. Cuando comprendo que el mundo es lo que yo soy y que yo soy el mundo, entonces mi acción no es separativa, no se trata del individuo opuesto a la comunidad, ni de la importancia del individuo y su salvación. Cuando se comprende que el mundo es uno y que uno es el mundo, entonces cualquier acción, cualquier cambio que tenga lugar, cambiará la totalidad de la conciencia humana.

Naudé: ¿Quisiera usted explicar eso?

KRISHNAMURTI: Como ser humano, comprendo que el mundo es aquello que yo soy y que yo soy el mundo. Lo comprendo, lo siento, estoy entregado profundamente a ese hecho, soy apasionadamente consciente de él.

Naudé: Sí, eso significa que mi acción es en realidad el mundo; mi conducta es el único mundo que existe, porque los acontecimientos del mundo son eso: conducta. Y la conducta es lo interno. De modo que lo interno y lo externo son uno porque los sucesos históricos, los acontecimientos de la vida son en realidad este punto de contacto entre lo interno y lo externo. Ello es, de hecho, la conducta humana.

KRISHNAMURTI: De manera que la conciencia del mundo es mi conciencia

Naudé: Sí.

KRISHNAMURTI: Mi conciencia es el mundo. Por lo tanto, la crisis está en la conciencia, no en la organización, no en el mejoramiento de los caminos, demoliendo las colinas para construir mas carreteras.

Naudé: Tanques más grandes, misiles intercontinentales.

KRISHNAMURTI: Mi conciencia es el mundo y la conciencia e mundo soy yo. Cuando hay un cambio en esta conciencia, él afecta la totalidad de la conciencia del mundo. Yo no se si usted ve esto.

Naudé: Es un hecho extraordinario.

KRISHNAMURTI: Es un hecho.

Naudé: Es la conciencia la que está en desorden; no hay desorden en ninguna otra parte.

KRISHNAMURTI: ¡Evidentemente!


Naudé: Por lo tanto, los males del mundo son los males de la conciencia humana, y los males de la conciencia humana son mis males, mi enfermedad, mi desorden.

KRISHNAMURTI: Entonces, cuando comprendo que mi conciencia es la conciencia del mundo y que la conciencia del mundo soy yo, cualquier cambio que ocurra en mí afecta la totalidad de la conciencia.

Naudé: A esto la gente siempre responde: todo eso está muy bien, yo puedo cambiar, pero seguirá habiendo una guerra en Indochina.

KRISHNAMURTI: Correcto, la habrá.

Naudé: Y guetos y superpoblación.

KRISHNAMURTI: Desde luego que los habrá. Pero si cada uno de nosotros viera la verdad de esto, que la conciencia del mundo es mi conciencia y que mi conciencia es a conciencia del mundo; y si cada uno de nosotros sintiera la responsabilidad de eso ‑el político, el científico, e ingeniero, el burócrata, el hombre de negocios-, si todos sintieran eso, Qué ocurriría entonces? Y es nuestra tarea hacerles sentir esto, ésa es la función del hombre religioso, ¿verdad?

Naudé: Esto es algo inmenso.

KRISHNAMURTI: Espere, déjeme proseguir. De modo que existe un solo movimiento. No es el movimiento de un individuo con su salvación. Es la salvación ‑si a usted le gusta emplear esa palabra- de toda la conciencia humana.

Naudé: La totalidad y la salud de la conciencia misma, que es una sola cosa en la cual está contenido lo que aparenta ser lo externo y lo que aparenta ser lo interno.

KRISHNAMURTI: Está bien. Atengámonos a este solo punto.

Naudé: Entonces usted dice que en realidad la salud, la cordura y la totalidad de la conciencia siempre ha sido, de hecho, una entidad indivisible.

KRISHNAMURTI: Sí, correcto. Cuando la gente que desea producir una clase diferente de mundo ‑los educadores, los escritores, los organizadores- comprenden que son responsables del mundo tal como es ahora, entonces la totalidad de la conciencia humana empieza a cambiar. Lo cual está ocurriendo en una dirección distinta; ellos sólo acentúan la organización, la división. Están haciendo exactamente la misma cosa...

Naudé: ...en un sentido negativo.

KRISHNAMURTI: En un sentido destructivo. De aquí surge entonces la pregunta: ¿puede esta conciencia humana que soy yo ‑que es la comunidad, la sociedad, la cultura, que es todos los horrores producidos por mí en el contexto social y cultural que soy yo mismo-, puede esta conciencia sufrir un cambio radical? Esta es la cuestión. No escapar hacia una supuesta divinidad, no escapar. Porque cuando comprendemos este cambio en la conciencia, lo divino está ahí, usted no tiene que buscarlo."






Extracto de La raíz del conflicto, I. EEUU de América, Dos conversaciones entre J. Krishnamurti y Alain Naudé: Cap. 6. “El circo de la contienda humana” (Malibú, California, 27 / 03 /1971). Kier, Bs. As., 1994. Traducción originada por la Fundación Krishnamurti Latinoamericana.




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