“Desde pequeña lo desconocido me ha hechizado. El mundo conocido
no tenía, para mi ninguna atracción en absoluto. Lo visible y lo conocido no
eran más que la sombra de lo invisible; la sombra de lo desconocido. Hace
algunos años mi romance con lo desconocido llegó a su fin. Este libro contiene
el relato de este abrupto fin. El cual ha significado el comienzo de una nueva
vida.”
Vimala Thakar, Un viaje eterno
“Antes de examinar el problema de la meditación debemos
discutir, o compartir juntos -quizás ésa sea la palabra correcta- la
importancia de la disciplina. Muy pocos en el mundo somos disciplinados,
disciplinados en el sentido de estar aprendiendo. La palabra ‘disciplina’ se
deriva de la palabra discípulo, el discípulo cuya mente está aprendiendo -no de
una persona particular, o de un gurú, de un maestro, de un predicador, o por
medio de los libros, sino que aprende a través de la observación de su propia mente,
de su propio corazón; aprende de sus propias acciones. Y ese aprender requiere
cierta disciplina, pero no el amoldamiento que, se sobreentiende exigen casi
todas las disciplinas. Donde hay amoldamiento, obediencia e imitación, nunca
existe el acto de aprender -hay meramente seguimiento. La disciplina implica
aprender, aprender de la propia mente compleja que uno tiene, del vivir la
existencia cotidiana, aprender acerca de la relación con el otro, aprender de
tal manera que la mente sea siempre flexible, que esté siempre activa.
Para compartir juntos la naturaleza de la meditación uno debe
comprender la naturaleza de la disciplina. La disciplina, como la entendemos
comúnmente, implica conflicto; amoldarse a un patrón de conducta como un
soldado, o ajustarse a un ideal, o someterse a determinada afirmación que
contienen los libros sagrados, y así sucesivamente. Cuando hay sometimiento
tiene que haber fricción y, por tanto, desgaste de energía. Si nuestra mente y
nuestro corazón se hallan en conflicto, nunca puede existir la posibilidad de
meditar. Examinaremos eso; no se trata de una mera declaración que ustedes han
de aceptar o rechazar, sino de algo que vamos a investigar juntos.
Hemos vivido en conflicto por miles y miles de años,
sometiéndonos, obedeciendo, imitando, repitiendo, de tal manera que nuestras
mentes se han vuelto extraordinariamente torpes; nos hemos convertido en
personas de segunda mano, siempre citando a algún otro, lo que el otro dijo o
no dijo. Hemos perdido la capacidad, la energía para aprender de nuestras
propias acciones. Somos nosotros los responsables por nuestras propias
acciones, lo somos totalmente -no la sociedad o el medio, ni tampoco los
políticos- somos enteramente responsables por nuestras acciones y por el
aprender que de ellas se deriva. En un aprender semejante descubrimos
muchísimo, porque cada ser humano, en todas partes del mundo, contiene la
historia de la humanidad. En cada uno de nosotros está la humanidad con sus
ansiedades, sus temores, su soledad, su desesperación, su angustia y su dolor,
toda esta compleja historia está en nosotros. Si ustedes saben cómo leer ese
libro, entonces no tienen que leer ningún otro libro -excepto, por ejemplo, los
libros técnicos. Pero nosotros somos negligentes -no diligentes- en aprender de
nosotros mismos, de nuestras acciones, y es por eso que no vemos el hecho de
que somos responsables por nuestras acciones, por lo que está ocurriendo en
todo el mundo y por lo que sucede en este infortunado país.
Debemos poner orden en nuestra propia casa, porque nadie en la
tierra o en el cielo va a hacerlo por nosotros, ni nuestros gurus, ni nuestros votos, ni nuestra
devoción. La manera en que vivimos, en que pensamos, en que actuamos, es
desordenada. ¿Cómo puede una mente que se halla en desorden, percibir aquello
que es orden total -como el orden total que impera en el universo?
¿Qué relación tiene la belleza con una mente religiosa? Ustedes
podrían preguntarse por qué todas las tradiciones religiosas y los rituales
nunca se han referido a la belleza. Pero la comprensión de la belleza forma
parte de la meditación, no la belleza de una mujer, de un hombre, o de un
rostro -que tienen su propia belleza- sino la comprensión de la belleza misma,
la verdadera esencia de la belleza. Casi todos los monjes, los sannyasis y las llamadas personas con
inclinaciones religiosas, hacen caso omiso de esto y se vuelven insensibles
hacia todo cuanto les rodea. Sucedió que cierta vez nos encontrábamos en los
Himalayas con algunos amigos; había frente a nosotros un grupo de sannyasis que descendían por el sendero
e iban cantando; en ningún momento miraban los árboles, jamás dirigían una
mirada a la belleza de la tierra, a la belleza del cielo azul, a los pájaros, a
las flores, a los ríos; estaban totalmente preocupados por su propia salvación,
interesados en su propio entretenimiento. Y esa costumbre, esa tradición se ha
venido prolongando por mil años. Un hombre que se supone religioso, debe
rehuir, descartar toda belleza, y su vida se vuelve insulsa, monótona, carente
de todo sentido estético; sin embargo, la belleza es uno de los deleites de la
verdad.
Cuando damos un juguete a un niño que ha estado parloteando,
haciendo travesuras, gritando, desobedeciendo, cuando le damos un juguete
complicado a ese niño, queda totalmente absorto en el juguete, permanece quieto
disfrutando de su mecanismo. El niño se concentra por completo, queda
totalmente cautivado por ese juguete, el cual absorbe todas las travesuras. Y
nosotros tenemos juguetes que nos absorben: los juguetes de los ideales, los
juguetes de la creencia. Si ustedes adoran una imagen -de todas las imágenes de
la tierra ninguna es sagrada, todas están hechas por la mente del hombre, por
su pensamiento- entonces quedan absortos en la imagen, tal como el niño queda absorto
en un juguete, y se vuelven extraordinariamente tranquilos y apacibles. Cuando
vemos una montaña maravillosa cubierta de nieve contra el cielo azul, y los
valles profundamente sombreados, esa inmensa grandeza y majestad nos absorben
completamente; por un momento nos quedamos absolutamente silenciosos, porque la
majestad de lo que vemos se apodera de nosotros, nos olvidamos de nosotros
mismos. La belleza está donde ‘uno’ no está. La esencia de la belleza es la
ausencia del yo. La esencia de la meditación consiste en investigar la
abnegación del yo.
Para meditar se necesita una tremenda energía, y la fricción es
un derroche de energía. Cuando en nuestra vida cotidiana hay mucha fricción,
conflicto entre la gente, disgusto por el trabajo que hacemos, etc., existe un
derroche de energía. Y para investigar esto realmente de una manera muy
profunda -no superficial, no verbal- tenemos que penetrar bien a fondo en
nosotros mismos, en la propia mente, y ver por qué vivimos como lo hacemos,
siempre derrochando energías -porque la meditación es la liberación de la
energía creadora.
La religión ha jugado un papel inmenso en la historia del
hombre. Desde el principio de los tiempos éste ha luchado para encontrar la
verdad. Y ahora, las religiones aceptadas del mundo moderno no son religiones
en absoluto, son meramente la insustancial repetición de frases, galimatías y
disparates, una forma de entretenimiento personal sin mayor significado. Todos
los rituales, todos los dioses -especialmente en este país donde existen no sé
cuántos miles de dioses- son una invención del pensamiento. Todos los rituales
son un producto del pensamiento. Lo que el pensamiento crea no es sagrado; pero
nosotros atribuimos a la imagen creada las cualidades que queremos que la
imagen tenga. Y todo el tiempo, si bien de manera inconsciente, nos estamos
adorando a nosotros mismos. Todos los rituales en los templos, los pujas, y
todas las imágenes y prácticas de las iglesias cristianas han sido inventadas
por el pensamiento. Y nosotros le rendimos culto a eso que ha inventado el
pensamiento. Sólo vean la ironía, el engaño, la deshonestidad que esto implica.
Las religiones del mundo han perdido por completo su
significación. Todos los intelectuales las rehuyen, escapan de ellas; por eso,
cuando uno usa las palabras “mente religiosa” -tal como quien les habla lo hace
con mucha frecuencia- ellos preguntan: “¿Por qué utiliza usted esa palabra
‘religiosa’?” Etimológicamente no está muy claro cuál es la raíz de esa
palabra. Originalmente significaba un estado del ser vinculado a aquello que es
noble, que tiene grandeza; y por eso uno tenía que vivir una vida diligente,
escrupulosa, honesta. Pero todo eso ha desaparecido; hemos perdido nuestra
integridad. Por lo tanto, si descartamos todo aquello en que han llegado a
convertirse las actuales tradiciones religiosas con sus imágenes y sus
símbolos, ¿qué es, entonces, la religión? Para descubrir qué es una mente
religiosa, tenemos que descubrir qué es la verdad; la verdad no tiene senderos
que conduzcan a ella. No hay sendero alguno. Cuando uno tiene compasión -la
compasión es inteligencia- dará con aquello que es eternamente verdadero. Pero
no existe una dirección; no hay capitán que nos dirija en este océano de la
vida. Como ser humano, uno ha de descubrir esto. Uno no puede pertenecer a
ningún culto, a ningún grupo, cualquiera que sea, si es que ha de dar con la
verdad. La mente religiosa no pertenece a ninguna organización, a ningún grupo,
a ninguna secta, y tiene la cualidad de una mente global.
La mente religiosa es una mente que se halla por completo libre
de toda atadura, de cualquier clase de conclusiones o conceptos; sólo trata con
lo que realmente es; no con lo que ‘debería ser’. Es una mente que
aborda, en todos los días de nuestra existencia cotidiana, lo que de hecho está
sucediendo tanto interna como externamente, y comprende todo el complejo
problema del vivir. La mente religiosa está libre de prejuicio, de tradición,
de todo sentido de dirección. Para dar con la verdad uno necesita gran claridad
de la mente, no una mente confusa.
Por lo tanto, habiendo puesto orden en la propia vida,
examinemos lo que es la meditación -no ‘cómo’ meditar, ésa es una cuestión
absurda. Cuando uno pregunta ‘cómo’, lo que desea es un sistema, un método, un
esquema cuidadosamente trazado. Vean lo que sucede cuando uno sigue un método,
un sistema. ¿Por qué deseamos un método, un sistema? Pensamos que el camino más
fácil es seguir a alguno que dice: “Yo te diré cómo meditar”, ¿no es así?
Cuando alguien nos dice cómo meditar, esa persona no sabe qué es la meditación.
El que dice, “Yo sé”, no sabe. En primer lugar, uno tiene que ver lo
destructivo que es un sistema de meditación, aunque se trate de una de las
muchas formas de meditación que parecen haber sido inventadas para estipular
cómo debe uno sentarse, cómo debe respirar, cómo debe hacer esto, aquello y lo
de más allá. Porque si lo observamos, vemos que cuando uno practica algo
repetidamente una y otra vez, la mente se vuelve mecánica. Ya es mecánica, y a
eso todavía agregamos más rutina mecánica; así, poco a poco, nuestra mente se
atrofia. Es como un pianista que continuamente practicara la nota equivocada;
ninguna música resulta de ello. Cuando uno ve el hecho de que ningún
sistema, ninguna práctica conducirá jamás a la verdad, entonces abandona todo
eso por engañoso e innecesario.
Tenemos que investigar también todo el problema del control.
Casi todos tratamos de controlar nuestras respuestas, nuestras reacciones,
tratamos de reprimir o moldear nuestros deseos. En ello siempre están el que
controla y lo controlado. Uno jamás se pregunta: ¿Quién es el que controla, y
qué es aquello que uno está tratando de controlar en lo que suele llamarse
meditación? ¿Quién es el que trata de controlar sus pensamientos, sus modos de
pensar, etcétera? ¿Quién es el que controla? El que controla es, ciertamente,
esa entidad que ha decidido practicar el método o sistema. Y bien, ¿quién es
esa entidad? Esa entidad surge del pasado, es pensamiento -que se basa en la
recompensa y el castigo.
[…]
También tenemos que comprender la diferencia cualitativa que
existe entre la concentración y la atención. La mayoría de nosotros conoce la
concentración. En la escuela, en el colegio, en la universidad aprendemos a
concentrarnos. El niño mira hacia afuera por la ventana, y el maestro le dice:
“¡Concéntrate en tu libro!” Y así aprendemos lo que eso significa. Concentrarse
implica reunir toda nuestra energía para enfocarla en un punto determinado;
pero el pensamiento se distrae, y así tenemos una perpetua batalla entre el
deseo de concentrarnos, de poner toda nuestra energía en el acto de mirar una
página, y la mente que divaga y que tratamos de controlar. Mientras que en la
atención no hay control, no hay concentración. Es una atención completa, lo
cual quiere decir que uno pone toda su energía, sus nervios, la capacidad, el
poder del cerebro, el corazón, todo, en el acto de atender. Es probable que
nunca hayan prestado atención de una manera tan completa. Cuando lo hacen así,
tan completamente, no hay registro ni acción alguna que provenga de la memoria.
Cuando ustedes atienden, el cerebro no registra. Mientras que si se concentran,
si hacen un esfuerzo, están siempre actuando desde la memoria como un disco de
fonógrafo que se repite.
Comprendan la naturaleza de un cerebro que no necesita
registrar, excepto lo imprescindible. Es indispensable registrar el lugar donde
uno vive y las actividades prácticas de la existencia. Pero no es necesario
registrar psicológicamente, internamente, el insulto, la alabanza y todo ese
tipo de cosas. ¿Lo han intentado alguna vez? Probablemente todo esto sea nuevo
para ustedes. Cuando atienden de este modo, el cerebro, la mente se libera por
completo de todo su condicionamiento.
Todos somos esclavos de la tradición y pensamos que también
somos totalmente distintos unos de otros. No lo somos. Todos sufrimos las
mismas grandes desdichas, la misma infelicidad, todos derramamos lágrimas;
todos somos seres humanos, no hindúes, musulmanes o rusos -esas son
etiquetas que no tienen ningún significado. La mente tiene que ser totalmente
libre. Ello significa que uno debe permanecer totalmente solo -¡y nosotros
tenemos tanto miedo a permanecer solos!
La mente tiene que ser libre, totalmente silenciosa y no
sometida a control alguno. Cuando la mente es por completo religiosa, no sólo
es libre, sino que es capaz de investigar la naturaleza de la verdad, hacia la
cual no existe gurú ni sendero alguno. Es sólo la mente religiosa, la mente
libre, la que puede dar con aquello que está más allá del tiempo.
¿Han advertido ustedes -si es que se han observado a sí mismos-
que la mente de uno está eternamente parloteando, ocupada perpetuamente con una
cosa u otra? Si uno es un sannyasi,
su mente está ocupada con Dios, con las plegarias, con esto y con aquello. Si
se trata de una ama de casa, su mente se halla ocupada con lo que va a preparar
para la próxima comida, cómo va a utilizar esto o lo otro. El hombre de
negocios está ocupado con el comercio, el político, con los partidos, y el
sacerdote está ocupado con sus propias tonterías. De modo que nuestras mentes
están todo el tiempo ocupadas y carecen de espacio. Y el espacio es
imprescindible.
El espacio implica también un vacío, un silencio que posee una
energía inmensa. Ustedes pueden silenciar la mente tomando una droga, pueden
disminuir la velocidad del pensamiento y hacer que se aquiete más y más,
ingiriendo algún producto químico. Pero ese silencio se relaciona con la
supresión del sonido. ¿Se han preguntado alguna vez qué implica tener una mente
que, de manera natural, permanezca totalmente quieta, sin un solo movimiento, y
que no registre sino aquellas cosas que son necesarias, de modo que nuestra
psiquis, nuestra naturaleza interna se vuelva absolutamente silenciosa? ¿Han
investigado eso? ¿O se encuentran meramente atrapados en la corriente de la
tradición, en la corriente del trabajar y atormentarse por el mañana?
Donde hay silencio, hay espacio -no la distancia de un punto a
otro, como habitualmente imaginamos al espacio. Donde hay silencio, no hay punto
alguno sino sólo silencio. Y ese silencio tiene la extraordinaria energía del
Universo.
El universo carece de causa; existe. Ese es un hecho científico.
Pero nosotros, los seres humanos, estamos enredados en las causas. Por medio
del análisis, ustedes pueden descubrir la causa de la pobreza que impera en
este país o en los otros países; pueden encontrar la causa de la
superpoblación, de la falta de control de la natalidad; pueden encontrar la
causa de que los seres humanos se hayan dividido ellos mismos como sikhs, hindúes, musulmanes, etcétera.
Pueden encontrar la causa de la ansiedad que les afecta, o la causa de que se
sientan aislados en su soledad; pueden descubrir todas estas causas a través
del análisis, pero jamás están libres de la causalidad en si. Todas nuestras
acciones se basan en la recompensa o el castigo, por finamente sutiles que
sean, lo cual constituye una causalidad. Para comprender el orden del universo,
en el cual no existe causa alguna, ¿es posible vivir una vida cotidiana en la que
tampoco exista ninguna causa? Ése es el orden supremo. De ese orden proviene
nuestra energía creadora. La meditación consiste en liberar esa energía
creadora.
Es extraordinariamente importante conocer y comprender la
profundidad y belleza de la meditación. Desde tiempos inmemoriales, el hombre
siempre ha estado preguntándose si existe algo más allá del pensamiento, más
allá de las invenciones románticas, más allá del tiempo. Siempre se ha
preguntado: ¿Hay algo más allá de este sufrimiento, más allá de las guerras, de
la constante batalla entre los seres humanos? ¿Existe algo inmutable, sagrado,
absolutamente puro, no contaminado por ningún pensamiento, por ninguna
experiencia? Desde los tiempos antiguos, éste ha sido el interrogante de todas
las personas serias. Para descubrir eso, para dar con ello, es imprescindible
la meditación. No la meditación repetitiva; eso carece por completo de sentido.
Cuando la mente se halla libre de todo conflicto, de cualquier afán del
pensamiento, existe entonces una energía creadora que es auténticamente
religiosa. Dar con esa energía que no tiene principio ni fin, es la verdadera
profundidad y belleza de la meditación. Ello requiere libertad con respecto a
todo condicionamiento.
La completa seguridad está en la inteligencia compasiva - seguridad
total. Pero nosotros deseamos seguridad en las ideas, en los conceptos, en los
ideales; nos aferramos a esas cosas, ellas son nuestra seguridad -por falsas,
por irracionales que sean. Donde hay compasión con su suprema inteligencia, hay
seguridad -si es que uno busca la seguridad. En realidad, donde hay compasión,
donde existe esa inteligencia, no hay problema alguno de seguridad.
De modo que existe una fuente, una causa original de la que
surgen todas las cosas, y esa causa original no es la palabra. La palabra nunca
es la cosa. Y la meditación consiste en dar con esa causa que es la fuente
original de todas las cosas y que está totalmente libre del tiempo. Este es el
camino de la meditación. Y bienaventurado es quien lo descubre.”
Nueva Delhi, 8 de
noviembre de 1981
Extraído de J. Krishnamurti, La
llama de la atención, Edhasa, Barcelona, 1991. Traducción de A.
Clavier.
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