15 de mayo de 2017

POR UN SENDERO ENTRE FLORES SILVESTRES





Camino que conduce a través de un prado de flores silvestres en los acantilados sobre la playa de Crantock en West Pentire cerca de Newquay en Cornwall Foto de archivo - 29421736





Me perdía entre matas de cristal.
Pétalos y rocío alucinado.
En aquel prisma lleno de grillos y temblores,
yo era todos mis rostros posibles y ninguno:
ahí estaban, incógnitos,
burlándose de mí,
de mis atajos y mis prisas inútiles,
y de la Rueda harta de dar vueltas,
y esas tres viejas frígidas,
sin hilo ya ni pulso                                                                    10
ni filo en sus tijeras…
Me extraviaba con nadie.
Nos perdíamos
por un sendero hacia ninguna parte
que desaparecía atrás a nuestro paso.
Huellas dejadas lejos,
en las arenas negras del futuro,
salieron a mi encuentro.
No recordaba haber estado allá…
Puede que todo siempre haya pasado , entonces,                        20
me oí decirme.
Y que el tiempo se curve de nuevo en su nautilo,
y aquel eco quebrado que regresa
acaso seas vos, confiando en que te espero;
acaso yo, creyendo haber partido       ido            ido
Pero, ¿cómo acallar la oscuridad
y salvar las luciérnagas?
¿Cómo abrazar la llama que se extingue        ingue         ing
en las flores silvestres
y volvernos su aroma y su fantasma?                                          30
Por si, otra vez, la noche me niega las estrellas,
yo le devuelvo al viento las palabras,
las voces y el espanto.
Una aguja de hielo penetra por mis huesos.
Mis párpados aprietan
un insomnio de atroces golondrinas
y el puñal de un relámpago:
ser la fosa imantada
donde se arroje el mundo tristemente,
el oro de la luna,                                                                            40
la sombra en el eclipse,
el agua que desgaste
la memoria de piedra,
y estallar en silencio,
brotar (sin hacer ruido) de la muerte…

El ocaso apagaba sus últimos rescoldos
a orillas del vacío.
Repliegues invisibles.
Órbitas de zumbidos y aguijones.
Remolinos de humo.                                                                 50
Polvo de mariposas
que tatuaban furiosos
los espectros soltados por mi puño.
La encía de los cirros
nos anudaba en una misma herida.
Desde el fondo del tímpano
de un sueño que entreabría apenas sus portales,
emergía el rezongo
oxidado y banal de una veleta.
Cerca, muy cerca,                                                                     60
una ronda de niños
desafinaba adrede una canción,
y el monstruo azul mutaba, mutaba en la fogata…

Y desaparecíamos.
El sendero extraviándose en nosotros
para olvidar el rumbo
                                  nuestras pisadas mías
              hacia ningún lugar
mi balbuceo tuyo
                                              todo lo que                                     70
                   la soledad desnuda
todo lo que quedab
                                             mordazas y ceniza
todo lo que quedaba de la nada



GUSTAVO ARITTO
Otoño / 2017
©2017 (texto registrado)


10 de octubre de 2015

EN UN CLARO DEL BOSQUE CELTA (XVIII): REMONTANDO LA ESPIRAL HACIA EL ORIGEN






EN ALGÚN LUGAR Jean Markale enfatiza con fervor que los celtas sueñan su historia más de lo que la viven. Tal vez en esa sentencia hermosa y temeraria anide, como un pájaro que se sabe a salvo del ojo humano, el último Secreto. No sé si fue el único pueblo -o mosaico armonioso de pueblos- en hacerlo; sí puedo confesar, sin hesitar, que, entre aquellos que me han legado generosamente su cultura, es el único capaz de hacerme sentir lo mismo. Sólo los chinos de la Antigüedad, espías entusiastas del Tao y amanuenses de los astros que les susurraron el I Ching, logran disuadirme de echar a perder, entregado al ilusorio y aniquilador mercadeo de la historia, el impulso creativo que anima mi vida y la del congénere humano, mineral, vegetal, animal o dévico con quien el azaroso Destino desafíe mi espontaneidad y mi asombro, mi promesa de no regresar nunca por el mismo camino…


En un segundo, el perfume más evanescente puede hacernos caer en picada a las raíces de nuestro ser, verticalizada toda nuestra vida por una sensación fugaz: hemos sido conectados por un mero olor con otro lugar y otro tiempo. La suma que hemos cambiado en el reconocimiento de este momento, esto es la espiral: el sendero que hemos seguido para alcanzar el mismo punto en otro giro.
Todas nuestras experiencias son como ese aroma arrobador: las situaciones ocurren recurrentemente con una familiaridad casi tediosa hasta que hayamos logrado dominarlas a la luz de la anterior curva del tiempo. Cuanto más hacemos esto, más empinado el gradiente, que es la medida de nuestro crecimiento. La espiral que recorremos alrededor de la vida es el medio que tenemos para compararnos a nosotros con nosotros mismos… El tiempo mismo es cíclico, y mediante la espiral de sus recurrentes estaciones revisamos el progreso y el crecimiento de nuestro propio entendimiento.
Nuestra es la casa espiral que construimos para mantenernos el torrente continuo de la vida, desde influjo que de otro modo no sería comprobado hacia lo desconocido. Dado que lo que es desconocido tiene poder sobre nosotros, resultaríamos, de lo contrario, tan vulnerables como lo sería un caracol si su concha se alargara y se volviera recta. La familiaridad con las experiencias de la vida se curva en torno nuestro y nos protege, creando esas misteriosas vistas de montañas de giros a medias ocultos que nos mantienen brillantes con la especulación y la anticipación.
El declive del camino recto es prohibitivo para la mayoría de nosotros. El místico llama a esto el “atajo”, el Sendero de la Iluminación; pero lo que alumbra el camino del místico ciega al hombre común, no preparado para la luz del conocimiento pleno. Para él, la verdad develada es muerte; en vez de eso, debe él realizar su ascenso gradual, permitiéndose a sí mismo la reafirmación protectora de sus suaves giros.

Jill Purce[i]



Llegar al encuentro del que es siempre un desconocido libres del hule cerebral que inexorablemente distorsionará al otro, a lo que el otro perciba en nosotros, a nosotros mismos, a la magia de esa coincidencia asaz inexplicable en el magma del espacio-tiempo: ¿por qué nos será tan difícil, tan cercano a lo imposible? Con abnegado aliento Jiddu Krishnamurti intentó propagar ese evangelio, sin mayor éxito, durante sesenta y tantos años. Sin embargo, algo hay de inefable en el “espíritu” celta que, a despecho de ese esfuerzo banal que llamamos “argumentar”, parece querer contagiarnos –sin persuadirnos de nada- su misteriosa frescura innata, su pasión por transformar cada hecho de la vida en una vivencia sin precedentes, sin pautas, sin precintos dogmáticos. No importa de qué se trate, ni cuáles fueron sus motivos, ni cuáles sus consecuencias; sólo lo que encierra de imprevisible su suceso mismo será lo que transforme alguna zona aún incógnita de nuestra consciencia minando su inercia digitada. A diferencia de la memoria de los antiguos chinos, la celta no sobrevive por acumulación sino que son sus aspectos invocados, los necesarios para conferir sentido al acontecer actual, lo que las conjunciones y disyunciones cósmicas reaniman al activarse un nuevo "eón" en el trayecto individual o colectivo. Puede ser el primer umbral de un relato que fingirá consagrarse a las vicisitudes de una conquista pero, muy en el fondo, sólo nos hablará de la naturaleza inasible y proteica del lenguaje de las palabras:


“Fue un Primero de Mayo que los Milesios llegaron a Irlanda. Vinieron con sus mujeres y sus hijos y con todos sus tesoros. Eran muchos, y llegaron en barcos. Hay quien dice que venían de una tierra más allá del azul más distante del cielo, y que sus barcos dejaron una estela entre las estrellas, que aún puede verse en las noches de invierno.”

“Inisfal”[ii]


Pronto, muy pronto, Ameirgín, el primer poeta de Irlanda, pedirá con su voz interior al Universo que la isla desaparezca por un momento, y la isla desaparecerá. Era la voz de un pájaro, de un mediador interdimensional.
O bien el incidente trágico que borre en el seno de las aguas del mar el límite entre la vida y la muerte, confiados todos al bucle dorado de la Promesa:


“Cuando nuestro barco chocó con la hundida nave
las salvajes olas a raudales invaden
Lo mismo el vivar que la puerta oeste, de popa a proa.
El capitán dice: ‘Temo, mis muchachos,
que a la pálida muerte escuche su llamada;
navegaremos con ella y con el viento, con
la esperanza de la tierra deseada’.”

[“When our boat atruck the sunken wreck /
 the wild waves did pour in
As from the well or wate-gate, from her /
 stern anto her stem.
The Captain said: ‘I fear, my boys, /
 pale death is close at hand;
We’ll sail her in close by the wind, in
/hopes to gain the land’.”][iii]







Todo nos alienta a re-cordar que un Universo en constante autocreación y autodestrucción nos acoge y habita a un tiempo, conforme a leyes cósmicas que aún desconocemos, pero cuyo dominio ha sido, como esa Tierra de Promisión, anunciado a quienes supieron y saben escudriñar humildemente las señales y prodigios. Dos aspectos particularmente entrañables de esa conflagración incesante adentro mío hallo entre las operaciones más sutiles de la magia céltica. Uno, la visión de que no hay Orden sin Caos intrínseco. Otro, que todo proceso creador presupone la existencia y la manifestación (interna, externa) del Vacío. Para quien fije sus ojos en las estrellas, la Matrix que se entretiene haciéndonos extraviar en los recodos de sus diversos laberintos pierde eficacia y se desvanece ante el ritmo y el movimiento de cuya empatía mutua resurge, una vez más, la espiral de fuego de nuestro Destino creativo:


“… yo personalmente he recibido las más fuertes y más afables impresiones. ¡La sensación de comunicarse a través del tiempo fue particularmente fuerte y pareció darse de ida y vuelta! Uno podría recoger algo de las actitudes de esta gente antigua y ellos también, al parecer, podrían ganar algo del contacto a través del tiempo. De nuevo, nuestra usual concepción del tiempo como un fenómeno lineal está puesta en duda.
Notas personales del incidente rezaban: ‘A partir de mis impresiones psíquicas, eso pareció en gran medida un culto al Sol y al Mar, y yo descubrí que el mantener un marco mental simpatético proporcionaba una cierta cuantía de enseñanza. Una decoración común en los templos prehistóricos es la espiral…
‘Aquí, evidentemente, estaba la significación de la espiral, una revolución o un desenrollado, a partir de un punto central a fin de impulsar la vida hacia delante. Y para retroceder a una consciencia de los orígenes uno puede seguir la espiral en sentido reverso, taladrando un agujero contemplativo hacia el origen mismo y el centro de las cosas.
‘Esta no es una experiencia modelo que se preste fácilmente a la descripción verbal, pero aquellos que lo deseen pueden hallar una cantidad sorprendente de revelaciones si se toman el trabajo de contemplar la concha de un caracol real, estudiando los ejemplos modelo y patrones de la naturaleza como lo hicieron nuestros remotos precursores.’
Este retroceder al punto inicial central de la espiral contiene dentro, además, una verdad profunda que tiende a ser esquivada por muchos expositores esotéricos modernos de Occidente. Esto es, que el camino a las estrellas, como dijo el antiguo rey, se comienza mejor introduciéndose en la Tierra. Cristo mismo descendió al Hades antes de su resurrección y ascensión, y el camino que el mostró se repite en el gran sistema cósmico de la Divina Commedia de Dante. Se lo enfatiza en la alquimia rosacruz (visita el interior de la Tierra, al purificarte tú descubres la piedra oculta)…”

[…]

“… La vida en general es cíclica, o de hecho espiral, y cualquiera sea el punto en que un alma se halle sobre la espiral determinará si una fase o muchas se experimentan o no en una sola vida. Así, se puede observar a algunos individuos llevar vidas muy plácida, estables; otros pueden atravesar un sinnúmero de diferentes experiencias de condiciones de vida en el curso de una misma encarnación física, casi como si estuviesen repletando una vida con muchas. Todo depende de su punto en la espiral.
El poeta Yeats se interesó muy mucho por esta línea de investigación de lo que el denominó ‘giros’ [‘gyres’]. El giro de las curvas de la espiral proporciona además paralelismos entre diferentes fases de expresión de la vida, distanciadas en el tiempo cuando se lo considera como lineal.
Estos principios generales son capaces de una expansión infinita por ser el modelo subyacente sobre el cual se construye la estructura de la vida personal. Del mismo modo, existe, en la práctica, una complejidad considerable en el modo en que las relaciones polares tienen lugar…”

Gareth Knight[iv]




 

“Los monjes irlandeses, trabajando en sus rocosas islas, estaban completamente rodeados por el océano –su memento constante del flujo perpetuo y el movimiento en vórtice del cosmos. Esta así llamada ‘página ornamental’ del Libro de Durrow es una página para la meditación y la preparación para la verdad de los evangelios que siguen. Constituidos por una sola línea, como el plegarse y desplegarse del arabesco islámico, estos bucles celtas representan la creación y disolución continuas del mundo.” 

Jill Purce[v]








Poemas y relatos de viajes y aventuras presuntamente deudoras del mundo dejan oblicuamente expresada esa concepción “inmanentista” de la energía espiritual y de lo divino.  La tierna fragilidad última de sus héroes, por mejor dotados que se lo presente, y la fortaleza natural de sus figuras femeninas no hacen sino ahondar más y más la gracia y la dimensión típicamente “humanas” de sus creaciones. Nunca pude sentir míos los dioses que aprecian o desprecian a las estirpes del Mahabarata, a Odiseo o a Eneas; por el contrario, las potestades y seres latentes en la luz (o la oscuridad) de otros reinos que configuran el cosmos físico y psíquico de estas narraciones o efluvios líricos, parecen haber estado ahí, en alguna región negada de mí mismo, desde siempre. Evidentemente, el Dios-Padre (o, mejor, la Diosa-Madre) de los pueblos celtas, había hecho morada, junto a sus difuntos transfigurados, en el templo generoso y violento, leal y corrompible, de su corazón.   


“Venir a Roma: ¡vaya, tanta labor para tan poco provecho! El Rey a Quien tú buscas aquí, a menos que Lo traigas contigo, no Lo encontrarás.”

[Comino to Rome, much labour and little profit! The King whom you seek here, unless you bring Him with you, you will not find Him.”]

Epigrama anónimo irlandés del siglo IX[vi]



Podemos descansar en el seno insondable y oscuro del Cosmos. La verdad –a la que el celta evolucionado consagró sus facultades como hermana de la belleza y la compensación universal- es luz, sólo la ofuscación de la luz da lugar a la oscuridad, a la fealdad de lo vulgar y lo ignorante, a la deuda kármica que pesa sobre nuestros hombros. Ni el vértigo de lo Infinito ni la desazón ante el Vacío, que tanto rehuyeron, por ejemplo, los griegos, cuyos mitos les sirvieron sirvieron como antídoto, fueron desheredados de la metafísica, la vocación naturista y la imaginación del genio celta. Hasta en la cosmovisión de un exiliado de la polis como el gran iniciado Heráclito se reclama un  logos  que (heleno al fin) imponga alguna "medida" para el río indetenible de la realidad. En el bosque de los druidas, nada se pierde, nada nos excluye de su propia esencia; todo nos devuelve continuamente a nuestro Origen común e inagotable, todo se equilibra:


“El árbol que arde sin consumirse no es la única visión que deslumbra al errante Peredur. El río en cuya orilla se yergue divide el valle en dos praderas y lo que él ve allí, en mi opinión, capta la esencia del druidismo mejor que ninguna otra cosa. En una de las praderas pastan unas ovejas negras; en la otra, pastan ovejas blancas. Cada vez que bala una oveja negra, una de las blancas cruza el río hasta la otra pradera, al tiempo que se vuelve negra. Cuando bala una oveja blanca, sucede lo contrario. En el relato irlandés The Voyage of Mael Duin [el viaje de Mael Duin] , el héroe y sus compañeros de viaje tienen una experiencia similar que, en su caso, ocurre en una de las maravillosas islas descubiertas en sus viajes.
No hace falta ser muy sutil para reconocer que lo que aquí se representa es la noción del Equilibrio Cósmico entre los dos mundos. César menciona que a los druidas se les empleaba para ofrecer sacrificios en bien de los individuos que estuvieran gravemente enfermos o a punto de enfrentar algún peligro. Resulta instructivo que en la versión de Peredur las ovejas deban cruzar un río, frecuentemente la frontera entre dos mundos. El Equilibrio Cósmico debe restablecerse cada vez que es perturbado, un proceso que se complica por el hecho de no ser estático, sino dinámico, tal como demuestra el modo en que las ovejas negras y blancas se intercambian constantemente. Desde cierto punto de vista, podría considerarse esto como el flujo entre el ‘yin’ y el ‘yang’ del taoísmo chino al que, en determinados aspectos, se asemeja el druidismo. Pero esto es algo que, desde luego, está implícito en todas las religiones. Allí donde se ceba la calamidad, los líderes religiosos rápidamente ven en ella un justo castigo divino por algún pecado colectivo que ha alterado el Equilibrio Cósmico.
Tal como señala Jean Marx, aun hay otra consideración que hacer en cuanto a las ovejas blancas y negras: su número total es inalterable. Es ‘como si existiera una especie de capital limitado de almas y espíritus que circularan entre los dos mundos’, dice.
La imagen chamánica del Más Allá –espejo de nuestro mundo- ilustra este principio de equilibrio. Los dos mundos son simétricos.”

Ward Rutherford[vii]






Vacío y plenitud son los dos aspectos esenciales de esa Matriz creativa que conocemos como Grial, da lo mismo que se lo conciba como el Caldero de la Inspiración céltico o la sagrada Vasija pagano-cristiana). Plenitud y Silencio, el otro nombre que cifra la anhelada disolución de la consciencia en la Consciencia Cósmica. Sin su subyacencia a todas las cosas, a todos los hechos, nada podría ser creado (es decir, co-creado):




Silencio absoluto – le susurra un ser de Luz al gran José Trigueirinho -. Ningún movimiento en el espacio cósmico. La Noche colma el gran Vacío.
Una pequeña centella se enciende. Es el despertar. De esa centella, que permanece encendida, emerge un vórtice de luz que en movimiento giratorio va penetrando el espacio cósmico. Es el inicio de una nueva creación.

La noche, símbolo de la receptividad, del misterio, permite al hombre contemplar las estrellas y sumergirse en busca del propio origen. La noche está permanentemente presente. En realidad, ella acoge la luz de la alborada, mas no se deshace; por el contrario, permanece como sustrato invisible para que el día pueda manifestarse; la noche es la urdidura que, de día, recibe la trama de la luz.”[viii]


Sólo si las palabras son también las cosas, o sea, sólo si se es un mago iniciado por la Jerarquía, instruido en el temor de las leyes superiores, puede serse, también, un poeta, un creador de Destino. ¿Hay en la ruidosa Biblioteca de la Modernidad algo tan espeluznante y, a la vez, sublime, como lo que el poema El Viaje de Bran nos cuenta del retorno del héroe a su lugar en Irlanda? No le bastaron sus hazañas entre las “salvajes olas” del mar, ni haber conocido el hidromiel de la Isla de la Alegría ni la Isla de las Mujeres. “Pero – comenta J. Marx- uno de los compañeros de Bran languidece por la tierra de los hombres, y lo impulsa a retornar. Por fin desembarcan en Irlanda, y cuando él anuncia que Bran, hijo de Fecal, le responden que ese personaje murió ya, pero que el relato de su partida se ha transmitido a través del tiempo”[ix]… Vacío y plenitud, ruido y Silencio. Como el que tiene que vivir Oisín, otro héroe, el bellísimo relato que trabaja sus días (y sus noches) abandonado a la lírica voz de su emotiva primera persona. También lo dejó “todo” por un Paraíso que le ofreció el amor de una mujer y la eterna juventud a cambio de no volver a pisar con sus talones su propia tierra. “Todo” lo tuvo, pero, sin embargo, no logró resistir el llamado del pueblo que lo había visto nacer y crecer junto a su padre. Y entonces, volvió. Nada era igual –por supuesto; a nadie reconoció ni lo reconoció nadie, pero quiso, igual, ayudar a unos paisanos que no había visto nunca:


“Apenas se hubo sentido libre, el corcel blanco se estremeció y relinchó. Luego, partiendo con la velocidad de una nube en marzo, me dejó allí de pie, desamparado y afligido. Instantáneamente, un lamentable cambio se produjo en mí: mi vista comenzó a empañarse, la rubicunda belleza de mi rostro desapareció, perdí todas mis fuerzas y me desplomé en tierra, convertido en un viejo arrugado, ciego, marchito y débil.
Jamás volví a ver al corcel blanco. Jamás recuperé mi vista, mi juventud, mis fuerzas; y he seguido viviendo acongojado siempre por la pérdida de mi gentil esposa Niam la de los Cabellos de Oro, y recordando siempre a mi padre Finn y a los desaparecidos camaradas de mi juventud.”[x]


Porque, sí, cuesta eso de despedirse. Acaso nos cueste incluso más el hoy tan trillado “desapego” del mundo y esta vida de ilusiones que el olvidarnos de nosotros mismos. Siento que esa hermosa trama de ritmos, cadencias y timbres, de vibraciones mentales y significados nuevos para mí, ya no me abandonarán jamás. Más que cualquier otra literatura occidental, el legado verbal (y necesariamente musical) de los celtas vive y muere (ya sé que son dos nombres para lo mismo) al unísono con la espiral que, frágil e a los tumbos como un niño, va trazando mi ardua trayectoria de esta experiencia en la tierra. Adentrarme en su magia es conocerme un poco mejor, amarme y amar un poco más, celebrar el camino sin comienzo ni fin, los pasas dados y lo no dados aún, sanarme de mí mismo, saberme más libre, eximido del tiempo planetario, eterno igual que cada ser que me ha servido de maestro.

Vuelven ahora a mí los versos de T. S. Eliot que sirvieron de acápite al libro que se me permitió escribir como amanuense de este universo con el título LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del Caos; pertenecen a Little Gidding, el último de sus Four Quartets. Ya fueron evocados cierta vez en este blog, pero siento que vuelven hoy a reclamar un lugar, y así, con gozosa emoción, los dejo de nuevo para que sean ellos la última palabra:


“We shall not cease from exploration,
And the end of all our exploring
Will be to arrive where we started,
And know the place for the first time.”

[No dejaremos de explorar,
Y el fin de toda nuestra exploración
Será volver a donde comenzamos
Y conocer el lugar por primera vez.]




♦♦♦♦♦♦♦♦




Gustavo Aritto
Gran Buenos Aires / Sur









[i] THE MYSTICAL SPIRAL. Journey of the Soul (la espiral mística – viaje del alma), Thames and Hudson, London, 1974, p. 7. (Trad. del fragmento: G. A.)

[ii] En Cuentos Maravillosos de la Irlanda Céltica (recopilación y versión inglesa de Ella Young bajo el título original de Celtic Wonder Tales, Dublín, 1910), Columba, Santiago, Chile, 1988. Traducción castellana: Mónica Cumar y Juan Zegers.

[iii] J. N. Healy, Irish Ballads and Songs of the Sea, Mercier (Cork), 1971. Versión castellana de R. Sainero, en Leyendas celtas, Leyendas sobrenaturales del mar: “El soldado muerto”, Madrid, Akal, 1989.

[iv] THE SECRET TRADITION IN ARTHURIAN LEGEND. The Magical and Mystical Power Sources Within the Mysteries of Britain (la Tradición Secreta en la leyenda artúrica – las fuentes de poder místico y mágico dentro de los Misterios de Gran Bretaña), Part II / 15. Merlin and Nimuë, y Part III / 18. Sexuality in Magic and Psychism (Parte I / 15. Merlín y Nimuë, y Parte III / 18. la sexualidad en la magia y el psiquismo); The Aquarian Press, Irthlingborough, Northhamptonshire, 1983. (Trad. del fragmento: G. A.)

[v] Op. cit., Página del Libro de Durrow, Irlanda, siglo VII. (Trad. de la cita: G. A.)

[vi] En Keneth Hurlstone Jackson (ed. / trad), A Celtic Miscellany (una miscelánea céltica), § Epigram (el epigrama); Penguin Classics, Aylesbury, 1971. (Trad.: G. A.).

[vii] El misterio de los druidas, Barcelona, Ed. Martínez Roca, 1994, p. 94-95. Trad.: Patricia Shelly.

[viii] J. Trigueirinho, La Creación (En los caminos de la energía), Parte II. La creación en el Universo: “Los procesos de creación”, p. 104; Buenos Aires, Kier, 1994; trad.: Diana Zermoglio.

[ix] La literaturas célticas, Cap. I. La literatura irlandesa, p. 65; Buenos Aires, Eudeba, 1964.

[x] “Oisín de Tirnanoge”, en Cuentos populares y leyendas de Irlanda, Buenos Aires, Espasa-Calpe / Austral, 1947 (sobre la reelaboración hecha por Patric Weston Joyce, Old Celtic Romances, London, 1879 / Dublin, 1961).