29 de septiembre de 2015

EN UN CLARO DE BOSQUE CELTA (XIV): LA MUERTE PISA BRETAÑA






“Procopio, el historiador bizantino, que floreció en el siglo sexto (500-565 d. C.), indiscutiblemente se refiere a una forma tardía de la creencia en la misteriosa reputación de la Gran Bretaña en su De Bello Gothico. Hablando de la Isla de Brittia, con lo cual quiere decir Gran Bretaña, él sostiene que está dividida por una muralla. En aquella dirección pescadores procedentes de la costa bretona se ven compelidos a transportar durante en la oscurísima noche las sombras de los muertos, no visibles para ellos, pero orientados ordenadamente por un misterioso guía. Los pescadores que habrán de cruzar en bote a los muertos hasta la costa británica deben irse a dormir temprano, ya que a medianoche son despertados por un golpeteo en la puerta, y alguien los llama en voz baja. Ellos se levantan y se dirigen a la playa, atraídos por cierta fuerza que no pueden explicar. Aquí encuentran ellos sus botes aparentemente vacíos, aunque el agua se alza hasta por encima de la borda, como si hubiese en ellos un montón de gente. Una vez que comienzan el viaje, sus barcas penetran las olas a toda velocidad, cubriendo el trayecto, por lo común de un día y medio de navegación, en una hora. Cuando se llega a la playa británica, las almas de los muertos abandonan la nave, que de pronto aflora del mar como si quedara sin cargamento. Entonces una sonora voz se deja oír en la playa llamando por el nombre y la condición a los que han desembarcado. Cuán difícilmente el saber celta muere queda ilustrado por el hecho de que aún es usual en Treguier, Bretaña, el portar al muerto hacia el camposanto en un bote a través de una zona del río llamada ‘Pasaje del Infierno’, en vez de tomar el camino, más corto, por tierra.”

L. Spence, The Mysteries of Britain, I[i]




[Bretaña Armoricana: un puñado de cosmos céltico]



“Bretaña fue durante mucho tiempo una península aislada en el Noroeste de Francia: la Península Armoricana. Esta tierra emergida en la Era Primaria fue conservando su aspecto montañoso a través de milenios, aunque la erosión haya reducido sus cimas a una altura que no sobrepasa los 400 metros. En la Prehistoria estuvo cubierta casi en su totalidad por un inmenso bosque del que hoy [no] se conservan más que unos modestos macizos, pero que ha tenido, sin embargo, una importante repercusión en la leyenda armoricana. Circundada por el mar, salpicada de valles, de extensas llanuras, de lagos atravesados por ríos poco caudalosos que se lanzan al mar formando estuarios en la roca: los abres, que hacen que la costa sea tan parecida a la costa escocesa.
Armórica fue por excelencia tierra de megalitos. Fue en la Europa del Bronce la tierra de los muertos y el país del mar. Los hombres del interior se dirigían a la costa para inhumar a sus venerados cadáveres, para facilitarles el tránsito exigido por las antiguas tradiciones religiosas. Una vida intensa bullía alrededor de los cementerios. Los armoricanos de esta época fueron los grandes constructores de los monumentos funerarios. Tumbas, estelas, altares de sacrificios, fuentes, menhires…, son la prueba de una civilización muy avanzada.
Los celtas llegaron a este lugar alrededor del año 700 de nuestra era. Al finalizar la Edad de Bronce se separaron del resto de los pueblos indoeuropeos y se dirigieron hacia el Oeste. A una primera migración pertenecen los gaélicos, en Irlanda y en el Norte de Escocia. Una segunda oleada estaría constituida por lo que podríamos llamar la rama Britonnique. De aquí proceden los galos, los belgas, los bretones y sus sucesores. Estos pueblos fueron invadiendo lentamente el territorio de la Europa occidental, incluidas las Islas Británicas, desde la zona del Rin hasta el Noroeste de España (Galicia)[ii] y la llanura del Po.
El primer nombre conocido de la península: Armor, es de origen celta, y se traduce por ‘perteneciente al mar’ (ar mor). Con él se designaba además de a la Bretaña actual, toda la Normandía a este lado del Sena.


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La religión de los celtas aparece íntimamente ligada a la institución sacerdotal de los druidas. No todo el mundo está de acuerdo en otorgarles el título de sacerdotes, pero sabemos que representaron la élite intelectual entre los celtas. Eran los filósofos, los maestros encargados de enseñar a los jóvenes y adentrarles en las tradiciones propias a su raza. Su concepción del Más Allá es más optimista que la que los bretones tendrán más tarde. Enseñaban que el hombre recorre un ciclo completo de experiencias terrestres en el círculo de Abred (el mundo de la necesidad), antes de ser admitido en la eterna beatitud, el círculo Gwended (el mundo del estado puro). Cada uno de nosotros puede haber vivido varias existencias vegetales, animales o humanas, y renacerá todavía bajo otras formas. Dieron al destino del alma puntos de vista nuevos y más reconfortantes: los difuntos se embarcan hacia las Islas Afortunadas, Tir na n’Og, la tierra de la eterna juventud, donde la enfermedad y la vejez no existen. Allí continuará cada uno su vida según sus condiciones.
Todas estas enseñanzas el pueblo las retuvo y las ha ido transmitiendo a través de los siglos; hoy nos encontramos con un conjunto misterioso y a veces abundante en contradicciones.


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Se dice que el bretón es un pueblo especialmente supersticioso, pero todos sabemos que no lo es más que cualquier otro. Un mundo de hadas, de enanos, de duendes, de gigantes… más pagano que cristiano, donde la muerte (L’Ankou) y las almas de los difuntos (L’Anaon), tienen un significado especial y profundo. Sin embargo, estas creencias, estas supersticiones, se pueden encontrar en el resto de Europa, y algunas son específicamente celtas…
En Bretaña las narraciones de la Tabla Redonda, expresión de ese maravilloso mundo céltico que supo conquistar todo el Occidente, incluyen al hada Viviana, o a Morgana, la hermana de Arturo. Los campesinos hablan todavía de hermosas doncellas que se reúnen a la luz de la luna, o que se pueden encontrar cerca de los dólmenes contando sus tesoros. Para ellos son seres bienhechores y serviciales, siempre que no se les falte al respeto. Es posible todavía encontrar cuevas, valles, menhires… con nombres como: La grotte aux Fées, La Roche aux Fées, Le Val des Fées. Muchos recuerdan cómo sus padres o abuelos contaban que habían asistido a sus danzas, o que las habían visto peinando sus hermosos cabellos junto a una fuente. Pero dicen que desde el siglo pasado no las vuelto a encontrar, que quizá hayan abandonado el país…”







[La Muerte viviendo entre los bretones]



“La personificación de la muerte en Bretaña es masculina: el Ankou. Una cabeza cuya cabeza gira sin cesar alrededor de sus vértebras cervicales en busca de víctimas. El último muerto del año en cada parroquia será el Ankou durante todo el año siguiente. Este lúgubre personaje, como la muerte en la iconografía clásica, lleva una guadaña en su mano. Recorre los caminos a pie sobre su carreta tirada por dos caballos: Anken (dolor) y Ankoun (olvido). Delante van dos almas en pena, dos esqueletos con la cabeza tapada, uno tira del caballo por la brida, el otro abre las puertas y amontona a los muertos que Ankou ha elegido sobre la carreta. Dicen los bretones que nadie muere sin que un pariente, un amigo, un vecino o la persona misma haya[n] sido advertid[os] por el Ankou. La raza celta es sin duda la más receptiva a los mensajes que vienen del Más Allá. Un gran número de hechos puede ser interpretado como signo de muerte: la caída de un vaso cuando canta el gallo antes de medianoche, extrañas reacciones de los animales, formas y colores poco usuales en la nubes, la vista de un cortejo fúnebre, un viento helado en el rostro… Le Braz dice[iii] que nadie muere sin haber sido advertido antes. Todo consiste en saber interpretar el aviso.

[…]

Todos los parientes, amigos y vecinos vienen a visitar al muerto y vierten sobre él un poco de agua bendita con una ramita de boj. Todos se sientan a recitar las oraciones, y tendrán buen cuidado de no dejarlo solo durante toda la noche.
Al anochecer tiene lugar la velada mortuoria, en la que todos toman parte. Una vieja recita con voz llorosa las oraciones tradicionales de los difuntos y todos los parientes responden. A medianoche la vieja termina y en otra habitación se servirá una comida para todos los asistentes. En algunas zonas de Bretaña esta comida está hecha de pan y miel. No es raro ver salir de los labios entreabiertos del difunto una pequeña mosca que se posa en el tarro de miel: es la forma que ha tomado el alma que se está alimentando para el camino de vuelta. El tarro de miel se dejará sin tapar durante toda la noche. Hasta que el muerto no haya sido introducido en el ataúd se mantendrá abierta una puerta o una ventana para que el alma pueda salir. Se pondrá también a su disposición un vaso de leche, que deberá blanquearse antes de presentarse ante el gran juez. Si todavía el cadáver no ha abandonado la casa no podrá barrerse ni limpiar los muebles, ni echar fuera nada, para no correr el riesgo de expulsar también al alma, que no dejaría de vengarse por ello. Ningún habitante de la casa podrá reincorporarse al trabajo hasta que los rituales funerarios no hayan finalizado.
Las almas de los difuntos, las Anaon (en Galicia la Santa Compaña), no gozan todas de la misma suerte. Unas suben al paraíso según sus méritos adquiridos, otras se precipitan al infierno. Pero queda además el pueblo inmenso de las almas del purgatorio, que tendrá que sufrir largas penitencias antes de ser admitido en el paraíso. Las Anaon pasan el día en el Más Allá, pero durante la noche vuelven a la tierra, unas para cumplir su penitencia, otras simplemente a pasear y recorrer los lugares que frecuentaban en vida. El purgatorio significa muchas veces la transformación en animal o en planta, y los señores que en vida atemorizaron a los campesinos son convertidos en liebres, en gatos negros o en cuervos. Algunos muertos se encarnan en árboles que durante la noche vuelven a sus hogares a calentarse al lado del fuego. Las almas en pena pueden ser también muertos que tienen que devolver una deuda o un voto que no habían cumplido. Cuenta la tradición que todo muerto vuelve al menos tres veces a la tierra…”




Bosque de Brocéliande



[Dos relatos de la tradición bretona]


I

La ventana abierta


Hace años, fui a velar a uno de mis parientes que estaba a punto de morir. Era pescador y se llamaba Jean Guilcher, y en sus buenos tiempos había sido uno de los mozos más robustos de la región. Pero a pesar de la miseria y de los años conservaba todavía su vigor poco común. Durante dos días estuvo agonizando: su cuerpo no quería separarse de su alma.
A cada rato, los que allí se encontraban, preguntaban:
-- ¿No le ha llegado la hora todavía?
Pues nos creíamos próximos a escuchar su último suspiro. Pero, un instante después, abría los ojos, miraba a las personas que le velaban y pedía que le dieran de beber.
Cuando yo llegué estaba en las últimas, aunque no me reconoció. Me senté a su cabecera y me puse a rezas con todos los allí presentes. De pronto sentí que me tocaban el brazo. Era él, el viejo Guilcher, que quería llamar mi atención. Me incliné sobre él y le pregunté:
-- ¿Quiere usted decirme algo?
El hombre hizo un gran esfuerzo, y con voz muy débil me murmuró al oído:
-- Debe abrir una ventana, mi alma no puede partir.
En la habitación sólo había una ventana; corrí hacia ella y la abrí de par en par. Al volver junto al moribundo, sentí como un olor a bálsamo, aunque en la habitación no había ni una sola flor, pues estábamos en pleno invierno, en diciembre.
Cuando volví a mi asiento, vi cómo Guilcher tenía la mirada fija y los labios entreabiertos: en ese corto intervalo de tiempo, su alma le había abandonado.



♦♦♦♦♦♦♦


II

El entierro


Nunca se debe dejar una casa sola durante un entierro, pues, si no, el muerto al que creemos acompañar permanecerá en ella para cuidarla.
Un carnicero de Gouesnac’ch debía un buey a unos campesinos de Cloras. Un sábado por la mañana, como pasaba cerca de su granja, se dijo:
-- Voy a acercarme a arreglar mis cuentas con la vieja Lharidon.
Naïc Lharidon era el nombre de la mujer que trabajaba la granja con sus dos hijos.
El hombre se dirigió a la granja; al entrar en el patio, quedó sorprendido de no encontrar allí a nadie. Pensó que estarían en los campos. La puerta estaba cerrada, pero se atrevió a levantar el pestillo. Entró en la cocina, y la encontró tan desierta y silenciosa como el patio.
-- ¡Eh! – gritó. ¿Es que todos están muertos en esta casa?
-- Has dado en el clavo, pues es más o menos como tú dices – respondió una voz que él reconoció como la de la vieja Lharidon.
Como la cocina estaba oscura, preguntó:
-- ¿Dónde está usted, Naïc?
-- Aquí, carnicero, en un rincón del hogar.
Se acercó y la vio removiendo las cenizas con una horquilla de hierro.
-- Eh… bueno… Vengo a traerle el dinero del buey. ¿Quiere usted contarlo? Si no recuerdo mal, son cuatro escudos.
-- Sí, sí. Déjalos encima de la mesa.
-- Bueno, Naïc, un saludo y hasta la próxima, que tengo prisa.
-- Gracias a Dios por volver a encontrarnos, carnicero.
El hombre se extrañó. Nunca había encontrado a la vieja tan amable. No se había molestado siquiera en contar las monedas, cuando de ordinario, pedía más de lo que se le debía. Haciendo estas reflexiones, el carnicero llegó a la carretera. Y pronto vio aparecer a un grupo de campesinos que venían en dirección de la aldea. Entre ellos estaban los dos hijos Lharidon. Se detuvo para saludar y preguntó:
-- ¿Vienen de un entierro?
-- Sí – respondió el mayor con voz triste.
-- ¿Alguien de la familia…? Acabo de encontrar a vuestra madre atizando el fuego del hogar con aire preocupado. No se molestó siquiera en contar el dinero que le di por el buey.
Los dos Lharidon se miraron sorprendidos.
-- ¿Nuestra madre dice usted…? ¿Qué? ¿Ha hablado con nuestra madre?
-- Sí. ¿Qué tiene eso de raro para que me miréis con esa cara?
-- ¡Pero si la acabamos de enterrar!
El carnicero los miró asombrado, sin dar crédito a lo que acababa de oír.
La criada de Lharidon, que estaba junto a ellos, dijo:
-- Ya os lo había advertido. Nunca se debe dejar la casa sola. Ahora la muerta no se marchará hasta el anochecer.
Los Lharidon y compañía esperaron hasta esa hora para entrar en la casa. Cuado abrieron la puerta de la cocina, la muerta ya no estaba, pero el dinero del carnicero se encontraba todavía encima de la mesa.




Texto crítico y relatos extraídos de Cuentos y leyendas de la Bretaña, con traducción, recopilación y nota introductoria de Ros Gracía-Lluís; Madrid, Miraguano Ediciones, 1987. La edición no aclara desde qué lengua (o lenguas) traduce o reelabora el compilador. [Notas al pie de esta entrada: G. A.] 






[i] Lewis Spence, THE MYSTERIES OF BRITAIN. Secret Rites and Traditions of Ancient Britain (los misterios de la Gran Bretaña – ritos y tradiciones secretas de la antigua G. B.), I. Introductory (cap. introductorio), p. 19-20; Senate, London, 1997 (1ra ed., Rider & Company, 1928). Trad. de la cita: G. A.

[ii] García-Lluís no parece haber tenido acceso, al menos hasta el año de edición de este volumen, 1987, a los controversiales descubrimientos en torno a la civilización céltica en territorio gallego. En la presente serie dedicada a los celtas en este blog, ya se ha hecho abundante referencia al remoto origen medio-oriental del pueblo que ocupó el nordeste de la Península Ibérica atravesando, probablemente, el norte de África y el Mediterráneo, y que, más tarde, bajo la identidad de los Milesios (‘los hijos de Mile’), migró a la Isla del Destino, la que hoy ocupa la Irlanda total. Sabemos cómo se enfrentaron allí a los míticos Tuatha De Danann, cómo los despojaron de sus tierras y se establecieron en ellas. Creo no equivocarme si afirmo que el más reciente y exhaustivo trabajo sobre este asunto es el de Ramón Sainero, acaso la máxima autoridad en Filología Gaélica de España, Los orígenes de la leyenda de Breogán, Madrid, Ed. Akal, 2013, donde – por primera vez en nuestra lengua - se cotejan y analizan variantes del Libro de las Invasiones (ya antes traducido por el propio Profesor Sainero), siempre a propósito del antiguo reino “celtíbero”.

[iii] Se sobreentiende que lo dice en su libro La Bretagne (Paris, 1948), obra que Gracía-Lluís incluye al final en la bibliografía.


26 de septiembre de 2015

EN UN CLARO DEL BOSQUE CELTA (XIII): LA LEYENDA ARMORICANA DE LA CIUDAD SUMERGIDA







[La Bretaña armoricana a vuelo de pájaro]



La Isla de Bretaña[i], que había escapado provisoriamente a la romanización, fue, pese a la resistencia heroica de ciertos bretones, de entre ellos el célebre Caratacos, presa de los romanos en 51 d. C. Diez años más tarde, tras la aborrecible masacre de los druidas de la Isla de Món (Anglerey), la totalidad de Bretagne [Bretaña] se sublevó, bajo el mando de Bodicea, reina de Ioeni, pero no huno de eso más que pérdidas. En 83 los romanos habían alcanzado las regiones de la Clyde y de Forth donde el emperador Antonio hizo construir el famoso muro que lleva su nombre, a fin de proteger la nueva provincia  contra los pictos del nordeste de Escocia y los últimos bretones independientes de la costa noroeste.
Mientras tanto, a diferencia de la Galia, Bretaña no fue jamás verdaderamente romanizada. Los bretones conservaron su lengua y su cultura, las que perduran aun hoy en el País de Gales y que no han dejado nunca de existir [it. del autor].
Pero si los bretones salieron muy airosos de la ocupación, por lo demás demasiado esporádica, de los romanos, no sucedió lo mismo en que lo respecta a las invasiones germánicas de los anglos, los jutos y los sajones. Del siglo III al VI, bajo la presión anglo-sajona, y dado que eran incapaces de reprimir sus querellas intestinas, los bretones debieron retroceder hacia el oeste de la Isla, y ello a pesar de los períodos de resistencia invicta como la atribuida a través de la leyenda del rey Arturo. Tres cuartos de la Isla de Bretaña se volvió sajona y los bretones que no lograron del todo quedarse en el País de Gales, y en Cornwall [Cornualles] tuvieron que atravesar el mar y establecerse en la Armórica gala que dio en tomar así el nombre de Bretaña. Cornwall cayó muy pronto en la órbita sajona. Sólo el País de Gales pudo mantener su unidad y su etnia, pero perdió, a su vez, su independencia a finales del siglo XIII, cuando, en 1282, el rey de Inglaterra Eduardo I reservó el título de Príncipe de Gales para su hijo heredero[ii].

[…]

En lo que hace a la Bretaña armoricana, llegó a mantener hasta el siglo XV el único estado céltico aún independiente. Después de la instalación de los bretones insulares y de la fundación de plous (en bretón, villas) y de condados que substituyeron a los pagi galo-romanos, la Armórica ensayó, con cierta dificultad, preservar a la vez su unidad y su integridad ante dos vecinos llenos de codicia, los francos y los sajones. En efecto, durante diez siglos la historia de la Bretaña armoricana será un perpetuo juego de equilibrio entre la influencia inglesa y la influencia francesa. En 845, en Ballon, el rey bretón Nominoë derrotó a las tropas de Carlos el Calvo, frenando las pretensiones carolingenses. En 867, su sucesor Salaün hizo reconocer para sí por Charles le Chauve [Carlos el Calvo], no solamente su título de rey sino también la anexión, por los bretones, del Cotentin y de las islas anglo-normandas. Sin embargo, las invasiones normandas fueron fatales para Bretaña, que vio empobrecerse su suelo y vaciarse su territorio de todas sus elites. La influencia francesa comenzó a manifestarse en las nuevas clases dirigentes, a tal punto que la lengua bretona no fue más la lengua de los aldeanos de las regiones más occidentales. En el siglo XII, es la dinastía anglo-angevina de los Plantagenêt (de lengua francesa) la que condujo a Bretaña a volverse un simple ducado. Posteriormente, en el siglo XIII, lo fue una dinastía de Capetos, la de Dreux, la que, por otra parte, fue harto anti-francesa. A comienzos de la Guerra de los Cien Años, dos partisanos se enfrentaron por la sucesión del duque Jean III [Juan III], muerto sin heredero directo: Charles de Blois [Carlos de Blois] , sostenido por el rey de Francia, y Jean de Montfort, sostenido por el rey de Inglaterra. Es Jean IV de Montfort quien lo arrebató, en la batalla de Auray en 1364, donde el jefe del bando Du Gueselin, mercenario a sueldo de Blois, sufrió el más notable revés de su carrera[iii].
Se conoce el final: ciento veinticuatro años más tarde, la armada bretona de FranÇois II [Francisco II]  fue derrotada el 28 de julio de 1488 en Saint-Aubin-du-Cormier, abriendo así todas las puertas a la monarquía francesa. Anne de Bretagne [Ana de Bretaña], única y última heredera del ducado, debió casarse a la fuerza con Charles VIII, después con Louis XII [Luis XII]. La corona ducal pasó a su hija Claude [Claudia]  que se esposó con Francois I, luego al delfín Henri [Enrique]. Pero era a título puramente personal [it. del autor]. Ésa es la causa de que, en 1532, después de una votación del parlamento de Bretaña reunido en Vannes y sometido a todas las presiones, el rey de Francia firmara, el 13 de agosto, un tratado que consagró la unión de Bretaña y de Francia, bajo ciertas condiciones claramente determinadas [it. del autor], y siendo considerados los dos países como soberanos[iv].”



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[La leyenda armoricana de la ciudad “engullida”]







“’En el comienzo los Elohim flotaban sobre las aguas.’ Esta sentencia del Génesis; cualquiera sea la interpretación que se pueda dar a la palabra plural Elohim, y cualesquiera hayan sido las inversiones, interpolaciones y supresiones sufridas por el texto bíblico primitivo, es, sin duda, la clave de todas las explicaciones concernientes al origen del mundo y de la vida. El Kalevala finés, esa epopeya arcaica transmitida después de siglos por vía oral, y quizá menos mutilada, narra cómo la Virgen del Aire desciende del cielo sobre el mar[v] inmenso y espumoso: ‘Entonces el viento que soplaba sobre ella, y el mar, suscitaron la vida en ella.’ Es así cómo ella se vuelve Ilmatar, la Madre de las Aguas, y cómo hace nacer, tras siete siglos durante los cuales ella nada en el océano, al primer ser terrestre, el bardo Väinämöinen. Aquello hace pensar en el nacimiento de Afrodita, surgida de la espuma de las olas, o incluso en el nombre del hada Morgana (Muirgen) que significa verosímilmente ‘nacida del mar’.[vi]

[…]

Es, por consiguiente, una cuestión de un dios – o de un espíritu – que fecunda al mar. El mar se considera, por lo tanto, como la Madre Primordial, sea bajo su aspecto acuático, sea bajo su aspecto metafórico de Virgen de las Aguas, de Sirena o de Ser invisible residente en el fondo de las aguas. Sin embargo, pensándolo bien, uno tiene derecho a preguntarse si el rol del dios o del espíritu es realmente indispensable. Científicamente, el rol de los rayos cósmicos habría ejercido un efecto catalizador. El Kalevala dice que la Madre de las Aguas fue fecundada por el viento, lo que concuerda con la antiguas creencias de la humanidad, en la época en que el varón no tenía aún la certitud de su propio papel en la fecundación, y cuando se lo imaginaba, con cierto terror, sin otra intervención que la – muy vaga – de un espíritu o de un dios.

[…]

Pues es justamente de paraíso perdido de lo que se trata. Todos los antiguos mitos del Edén, de la Edad de Oro, de la Edad Anterior, convergen hacia el mar profundo, así como sus substitutos más recientes, la caverna y el golfo. El psicoanálisis ha mostrado cuántas de estas representaciones de mares, de cavernas, de golfos, de bosques oscuros, están asociados al concepto arcaico de la Mujer, a la vez la madre y la amante. La imaginación humana ha trabajado tan intensamente en torno a este tema que vuelve a encontrárselo en todas partes bajo los aspectos más diversos, y eso prueba que hace desaparecer las preocupaciones esenciales del género humano.

Yo dije ya que el Mito de la ciudad Engullida representaba, entre los celtas, el mito fundamental del origen[vii]. Y este mito toma cuerpo en una leyenda que todo el mundo conocía más o menos bien, la leyenda de la Ciudad de Ys, esparcida por toda la Bretaña armoricana, y de la cual encontramos variantes significativas en los otros territorios de tradición céltica, en especial en Irlanda y en País de Gales. Es pues a partir de esta leyenda, y de sus dos variantes principales, que podemos esbozar un análisis en profundidad del mito de la mujer engullida.


Leyenda de Ker-Ys [De la Bretaña armoricana]: El rey de Cornouaille, Gradlon, hizo construir para su hija Dahud (o Ahès) na magnífica ciudad, Ker-Ys (= la Ciudad de Allá-Abajo[viii]), protegida del mar por un dique y esclusas de las que él guarda celosamente la llave.
Los habitantes de la ciudad de libertinaje de la cual participa la hija del rey, rebelde al cristianismo y un poco ninfómana, tanto es así que la ciudad ’fue en aquella época, por los pecados de sus habitantes, sumergida por las aguas que saliendo de este mar rebasaron sus límites, sumergimiento del que el rey Gradlon, que estaba entonces en la ciudad, escapó milagrosamente, es decir, por los méritos de San Gwennolé’ (Pierre Le Baud, Chronique, 1638, p. 45-46). San Gwennolé, fundador de la abadía de Landevennec, advirtió al rey Gradlon del castigo que se prepara. Pero su hija, que le hurtó la llave de las esclusas para enviársela a un amante, se precipita hacia él y salta sobre el caballo. El caballo se viene abajo. Así ‘la princesa Dahud, hija impudica del buen rey… estuvo a punto de causar la muerte del rey en un paraje que conserva el nombre de Toul-Dahud [= Pouldavid] o Toul-Alc’huez, es decir, Pertuis de Dahud [fosa / agujero de Dahud] o Pertuis de la Chef [fosa / agujero de la llave], por lo que la historia asegura que ella había arrebatado a su padre la llave que él llevaba colgando de su cuello, como símbolo de la realeza’ (Albert Le Grand, Vie des Saints de Bretagne Armorique, 1636, p. 63). Pero San Gwennolé toca a Dahud con su báculo y aquélla desaparece bajo las aguas. Los pescadores, desde entonces, se encuentran de cuando en cuando con la hija del rey que vive bajo las aguas y nada en medio de los grandes peces, y con mar calmo, ellos avizoran también la ciudad de Ys, sus murallas, sus palacios y sus iglesias, oyen ellos sonar tristemente sus campanas. Incluso, de vez en cuando, la ciudad se abre a los humanos, y si alguno puede comprar algo a un habitante de la ciudad de Ys, ésta resucitaría. Sin embargo, ‘cuando el día del restablecimiento[ix] llegue para Ker-Ys, el primero que perciba el capitel de la iglesia o que oiga el son de las campanas se convertirá en rey de la ciudad y de todo su territorio’ (A. Le Bras, Legénde de la Mort en Basse-Bretagne, II, 41).


[…]


Tenemos ahí amplia materia para la reflexión. En estas tres versiones de la misma leyenda[x], un elemento lo domina todo: el rol de la Mujer, de algún modo guardiana del agua, y responsable, por sus propias faltas, de la inundación que se despliega sobre la ciudad y sobre el país. La versión de la ciudad de Ys es evidentemente bien cristiana, pero es fácil ver en ella las huellas de la lucha que oponía, al final del siglo V, época supuesta del sumergimiento de Ys, el cristianismo al paganismo. En efecto, Dahud-Ahès rechaza el cristianismo que adoptó su padre Gradlon. Ella es por eso pecadora, ‘impúdica’ arrojada al abismo del Infierno, mientras que Gradlon es salvado por la intervención de San Gwennolé, símbolo del nuevo orden religioso. Pero las tradiciones paganas gozan de una larga vida: la ciudad de Ys vive todavía en el fondo de las aguas, igualmente Dahud-Ahès. Y un día, la villa de Ys así como Dahud-Ahès resucitarán, como los antiguos dioses del paganismo ocultados por el cristianismo, esto es, en pocas palabras, las estructuras mentales célticas eclipsadas y asfixiadas por las nuevas doctrinas. En ese sentido, la leyenda es de por sí significativa.
Pero, ¿quién es, entonces, Dahud-Ahès? El problema amerita ser expuesto ya que es el personaje principal de drama. No es difícil otorgar un sentido al nombre de Dahud: éste proviene, en efecto, de un antiguo *dago-soitis, lo que significa ‘la buena hechicera’. La etimología está en perfecta correspondencia con el carácter pagano del personaje que la leyenda nos muestra en oposición feroz al cristianismo. Por otra parte, ella es verdaderamente hechicera, ella posee poderes mágicos, y se dice que a menudo, en las tradiciones populares, los poderes mágicos son la transformación degenerativa – o la reminiscencia – de poderes divinos o de poderes atribuidos a las divinidades. Dahud sería, por lo tanto, una antigua diosa bretona a la que se rendía culto en la región de la Punta de Raz y cuya memoria sería perpetuada bajo el aspecto de la ‘buena hechicera’.


Lo que parece inexplicable es la confusión de Dahud y Ahès. Si se analiza el texto de Alberto Magno, se puede, no obstante, emitir una hipótesis: en efecto, el paraje donde la hija del rey se la hizo precipitarse al abismo de las olas se llama Toul-Alc’huez, es decir, ‘Fosa de la Llave’. Se trata claramente de la llave que Dahud había hurtado a su padre, llave que abría las esclusas de la ciudad, según ciertas versiones de la leyenda, y que es ni más ni menos que el símbolo de la realeza. Por lo tanto hay una analogía de pronunciación entre Alc’huez y Ahès [xi], y la identificación debió ser facilitada por el hecho de que numerosas vías romanas surcan Cornouaille y más particularmente la supuesta región de la Ciudad de Ys: y harto frecuentemente, esas vías romanas se denominan ‘Caminos de Ahès’[xii].
Pues existe, en la tradición popular armoricana, un personaje asaz misterioso, Ahès u Ohès, del que se quiso hacer el epónimo de la villa de Carhaix (Ker-Ahès), y que de todas formas está ligado a la geografía vial de la península. No hace falta decir que la explicación de Carhaix por Ker-Ahès, ‘villa de Ahès’, es muy atractiva, pero a pesar del hecho de que esa etimología parece muy antigua y muy arraigada en la tradición popular, es muy sospechosa… Así, el nombre de este personaje misterioso no sería otra cosa que el nombre del camino, devenido incomprensible para una población que no hablaba más el latín ni el romance como consecuencia de la britonización, y cristalizó de alguna manera bajo el aspecto de un personaje mítico. Eso no impide, por otra parte, en modo alguno a ese nombre encubrir una identidad más antigua, que bien puede ser la misma divinidad que Dahud.
Existe un canto popular recogido en el siglo XIX por el colector Kerambrun y que se encuentra en la famosa colección Penguern de la Biblioteca Nacional de París… Ese canto trata sobre la Groac’h Ahès, esto es, ‘la vieja (o hechicera) Ahès’…
Cualquiera sea la sospecha que tengamos a propósito de Kerambrun, que fue por lo demás un tanto imaginativo al recolectar los cantos populares, no hay razón para dudar de la autenticidad de aquéllos. Es perfectamente comprensible y se refiere al siglo XVIII, época en la cual se construyeron gran cantidad de rutas en Bretaña: es una protesta contra el trabajo esclavo y los impuestos nuevos que provocaba la apertura de esas rutas. Pero lo que resulta interesante es que se haya pensado en desprender del mito de Ahès, presente como un avieja mujer devoradora, una hechicera cruel y sin piedad hacia la pobre gente, con la excusa de las rutas.
Ahora bien, hallamos mención de un personaje llamado Ohès u Oès, en relación con la vía romana que va de Condate (Rennes) a la Aber Wrac’h o a la base de Douarnenez, por Merdrignac y Cahaix, en una curiosa canción de gesta del siglo XIII, La Chanson d’Aquin.  Esa obra poco conocida y que supone, según ciertos nombres, un modelo escrito en bretón-armoricano, relata una guerra de Carlomagno en Armórica contra el ‘sarraceno’ Aquin, personificación del paganismo druídico. Carlomagno es ayudado por un cierto número de jefes bretones, de los cuales Hoël de Carhaix le relata, en un momento dado, la construcción de un ‘camino empedrado’ [‘chamin ferré’], es decir, una vía romana. Es la mujer de un cierto Oès ‘que fue muy sabia y de gran belleza’ quien decide construir ‘un gran camino empedrado por donde ir a París la ciudad, pues el país estaba sembrado de bosque…’ Hay que destacar que esa mujer es la hija de Corsolt, ‘que pasaba ya en mucho los trescientos años’. Y Corsolt, héroe ‘sarraceno’ de la canción de gesta del Couronnement de Louis, en la que él se hace dar muerte por Guillermo de Orange, es un gigante, epónimo de la tribu gala de los Curiosolites establecida entre la Rance y la Rivière de Morlaix y cuya capital era Corseul, cerca de Dinan, el Fanum Martis (= templo de Marte, que vive verbalmente en la actual Famars) de la Tabla de Peutinger. En cuanto al país boscoso, no es otra cosa que ese inmenso bosque que cubría todo el centro de la península armoricana y que se transformará en la famosa Brocéliande.
Sin embargo, Oès es un hombre. Él es asimismo nombrado ‘Oès el Viejo Barbudo’. ¿Qué relación puede él tener con la desconcertante Ahès de la leyenda de Ys? Su mujer, probablemente, y como efecto de una confusión, es el nombre del hombre que fue pasado a la mujer.

[…]

Puesto que el Infierno, en el sentido etimológico, es todo lo que está abajo. Consecuentemente, la villa de Ys engullida es necesariamente el Infierno. Y la mujer que gobierna esa ciudad engullida, que osó levantarse contra la autoridad del rey (tradúzcase ‘Dios’) y a quien el rey ha castigado engulléndola de ese modo (véase la caída de Satanás hacia el abismo de las tinieblas, en el admirable poema de Victor Hugo), esa mujer no puede ser sino una mujer malvada, una mujer impúdica, una Mala Lucina, una diosa de las tinieblas comparable a Hécate que reina en las encrucijadas durante la noche, y digámosle, por qué no, la mujer del diablo, es decir Lilith. Y en consecuencia, ¿no es acaso la imagen de la Diosa de las antiguas creencias, las de antes de la instauración de las sociedades patriarcales, esa Magna Mater cuyo recuerdo acecha casi en todas partes, y que se muestra apenas tímidamente, a veces incluso bajo los rasgos de una Virgen Negra, por otro nombre la Virgen María?
Porque la Mujer divina no está siempre engullida bajo las aguas. Las leyendas célticas abundan en historias que tratan sobre princesas enfermas en los castillos, en las cuevas, en las islas. Algunas de entre ellas son particularmente muy conocidas, otras lo son menos. En general ellas no fueron comprendidas más que como cuentos de hadas, relatos de aventuras, de hazañas y de misterio. Ellas son, empero, todas de sulfato al reflexionar lo suficiente sobre ello, y siempre en relación con la leyenda de la Ciudad de Ys y de sus variantes, importa ahora estudiar algunas.”






Extraído de Jean Markale, La femme celte (la mujer celta), Paris, Payot, 1973. Textos correspondientes a: Premiére Partie: La femme dans les sociétés celtiques (Parte I: la mujer en las sociedades célticas), I. Le contexte historique (el contexto histórico), p. 37-40; Deuxiéme Partie: Exploration du Mythe (Parte II: exploración del mito), I. La Princesse Engloutie (la princesa engullida), p. 62-69. Traducción del francés de estos pasajes y de las notas del autor, además de las notas al texto añadidas al pie, y sólo para su lectura en este blog digital: G. Aritto / 2015.






[i] L’ Ile de Bretagne: entiéndase, la isla de la Gran Bretaña.

[ii] Para la historia detallada de la Bretaña insular, ver J. Markale, Les Celtes (los celtas), p. 227-283. (N del A)

[iii] Sobre la historia “oficial” y trucada de la Bretaña armoricana, tal como se la enseña en los manuales franceses, y también sobre el ambiguo personaje de Du Gueselin, ver J. Markale, Les Celtes, p. 311-340, y la notable obra de Morvar Lebesque, Comment peut-on étre Breton? (cómo se puede ser bretón) (Le Senil, 1970). (N del A)

[iv] Dado que se tiene mucho cuidado de hablar de eso, es necesario insistir, no por “separativismo”, sino por afán de veracidad histórica. Es igualmente necesario citar las dos principales cláusulas del edicto de septiembre de 1532, firmado por FranÇois I, y en el cual aquél se compromete a mantener y a respetar los derechos, las libertades y los privilegios de Bretaña: ningún impuesto nuevo en Bretaña sin la aceptación del Parlamento de Bretaña; ningún beneficio eclesiástico en Bretaña a no-bretones; no al servicio militar fuera de Bretaña…; no a la modificación en la legislación, las instituciones, las costumbres, sin el consentimiento del Estado de Bretaña. Este tratado no ha sido denunciado nunca: es siempre perfectamente válido. Pero no ha sido aplicado jamás, ni por los reyes, ni por la República, ni por los Bonaparte. (N del A)

[v] Uno se siente tentado aquí de reanimar la forma femenina casi abolida en castellano, nuestro “la mar”, hoy confinada a un uso estrictamente poético y arcaizante, creo, en todo el ámbito de variedades de la lengua “española”.

[vi] Estas visiones del mito del Origen, así como las asociaciones que siguen hasta introducir la Legénde de Ker-Ys, fueron aspectos ya interpolados en otra entrada de esta misma serie, dedicada a este mismo libro de J. Markale: ver, en EN UN CLARO DEL BOSQUE CELTA (V), el parágrafo in fine titulado “Simbología femenina: el agua, el mar, la mujer “engullida”.

[vii] Ver J. Markale, Les Celtes, págs. 19-43.  (N del A)

[viii] La Cité d’En-Bas”, en el original: aproximadamente “de-abajo-de-nosotros”, “de-ahí-debajo”.

[ix] En la cita que Markale hace de Le Bras, se usan las expresiones “ressuciterait” y “réssurrection”, compatibles, tratándose de la ville (o alternativamente, la cité) y no de la hija del rey, con el concepto figurado de “restablecer” o “restaurar”, de “restablecimiento” o restauración”.

[x] “Tres”, ya que Markale ofrece, a continuación de la versión bretona, los abstracts de la que titula Legénde de Maes Gayddneu (del País de Gales), y de Inondation du Lough Neagh (de Irlanda).

[xi] El [grupo] C’H bretón se pronuncia como la CH alemana, pero se vuelve H aspirada en Vannetais y a veces en Cornouaille. (N del A)

[xii] Se elimina esta nota del autor, en la que sigue detenidamente la ruta onomástica arraigada en el apelativo Ahès