29 de junio de 2012

EL ASILO DE LOS CLONES: CRÓNICA DE UN REPTILIANO DESERTOR






“… No. No es que hayan perdido la razón; eso nunca ha morado en sus mentes. De muy hondo de las mazmorras de este fértil planeta azul los han invocado con sus imanes cósmicos. Pero en ello ni se te ocurra indagar: es probable que también extravíes tu cerebro en el mero intento. Lo cierto es que se vienen tiempos difíciles, muchacho, días y noches en que la Tierra no tendrá paz y los cielos estarán sordos a toda súplica. Los virus oníricos que van habitando el cuenco dormido de nuestra frente no cejan en mutar; mutan para confundirnos, para que sus abominables profecías acaben por desquiciarnos y sean, a la larga, tachadas de falsas. Sin embargo – créemelo -, la encía abovedada de una ola más alta que esta torre se está preparando en el fondo del gran Océano para borrar toda memoria de Poseidonis [1] antes que se complete la luna. Ya llegará la terrible nueva a las puertas del Asilo, y volverás a avergonzarte de no haber confiado, una vez más, en tu guardián. Sé que llevas a ocultas de mí un asiduo diario íntimo, sé dónde celosamente lo escondes y cuál es tu verdadero temor. Por ejemplo, una visión se apoderó anoche de mí revelándome lo que estabas escribiendo, encerrado en tu claustro, en tu saturado palimpsesto de cuarzo. ¿Que no es posible? Escucha, que voy a hacer audibles algunas de esas anotaciones cuya música aún vibra en mí: ‘… Los grises reptilianos [2]  suben y bajan por el hoyo de la torre sin que nuestros ojos logren verlos…Pero Abigail y yo podemos percibir su sombra erizada contra los muros mientras dormimos… Dos camaradas blancos, de padres carbonizados por la última erupción, el buen titiritero que había derrotado a sus manitas de un solo pliegue [3], y una niña amarilla trasladada, sin origen conocido, desde un desierto que llaman Gobi, han desaparecido durante esta lunación de nuestro pabellón: nada se nos permite preguntar, nadie trajo alivio a la angustia que no nos deja tragar ni una ración de avena… Pronto será algo normal que no estemos más en nuestra cama, y sólo habrá que callar…’ ¿Lo ves? ¿Te he mentido jamás? ¡Ay, tierno mancebo de bucles dorados, cuánto te queda por aprender antes del fin! Anota. Hay en Undal [4] más agujeros clandestinos que estrellas moribundas en la galaxia. No te aflijas, hermoso heraldo de pezones pujantes y sienes azules: pronto verás de nuevo a tus hermanos de sangre. Sólo aflígete si acaso reconoces a más de uno con su mismo rostro. Será señal nefasta de que los brujos rojos [5] siguen su labor sin pausa, seguramente con el favor mendaz de los tránsfugas que embaucan con la lengua y con la dádiva a este pueblo ignorante y debilitado por el miedo. Por la mirada te harás uno con cada uno, y zafarás así de la abominable ilusión del espejo que en la Matrix los multiplica y pervierte. Oirás a los Otros balbucir maldiciones, y te horrorizará sorprenderlos a solas babeando bilis verde y ofrecerles su sexo a las bestias que todavía asolan la ciudad. Así los fabrican, así los incuban, pacientemente, huevo tras huevo, en sus madrigueras de obsidiana… Como recién te decía, no es que hayan perdido la razón. Del puterío donde el Universo evacua merecidamente sus instintos, de allí los recogen para librar sus combates, oficiar de impostores en las embajadas que resten, transfundir pestes o detonar explosivos. Ten cuidado de con quién hablas, hoy no existe cara que no sea una máscara. Pero si de algo, por gracia, podemos todavía sentirnos dueños, eso es nuestro silencio. Ahora me voy, pupilo melancólico. Es tiempo de develarte mi rostro y entonces despedirme en paz. Recuerda que al León algún día vendrá a recompensarlo el buen Escanciador [6] por cuya agua cambiarán los usureros del mundo entero todo el rojizo oro que estimarán en más que nuestro humillado auricalco [7], toda la sabia negra de hasta el último fósil derrotado por la luz. Te espero entonces allá, en alguna parte, después de que suene el Acorde: los milenios que abruman a los humanos como tú no son más que un parpadeo de la eternidad…”
Así, a punto de despertar Layf, su pupilo secreto de barba rala, el Guardián espantoso salió de la oscuridad que lo salvaba en el sueño. La alarma exasperó al instante la torre hexagonal del orfanato: los suyos habían detectado su traición y ya se movían en su busca. Pero el generoso reptiliano de voz melodiosa y rasgadas pupilas bermejas no les daría el gusto. Una sonrisa final para su pupilo, y su pobre cuerpo viejo se arrojó al vacío hecho un poltrón desde la atalaya. Inexplicablemente, el veterano desertor nunca imaginó que otro Layf de mirar extraño juntaría abajo, a regañadientes, sus restos aplastados contra el hielo en una zorra de carga.




Gustavo Aritto
©2010 - Reg. Prop. Intelectual - Rep. Argentina




[1] Mítica cosmópolis que pasa por haber sido capital de la Atlántida.
[2] Los Reptilianos son entidades muy avanzadas, aunque peligrosos, hostiles y negativos, que tienen a los humanos por seres inferiores. Aunque pertenecen a la raza de los Grises hoy intraterrestres, el ocultismo cosmológico sostiene que son sabios en el conocimiento de la genética y que conjuntamente con otras Jerarquías los podemos considerar como nuestros “padres creadores”, habiendo sido los instigadores principales de la generación de la especie humana en este planeta. Los Grises son, en general, seres de condición inmoral y vibración espiritual muy baja, resabio de la caída y el exterminio de las razas. Otras dos subrazas, moradoras de las profundidades interdimensionales de la Tierra, son sus congéneres: los Reticulianos (procedentes del sistema Zeta Reticulis) y los Rigelianos (oriundos de Rigel). Fenómenos como los zombies centroamericanos, los “chupacabras”, los vacunos desollados, injustificables conflictos bélicos, entre otros, les son atribuidos o, en su defecto, al menos asociados.
[3] Señal innata característica de un niño afectado por el Síndrome de Down.
[4] Nombre de la que pasa por ser la última isla que sobrevivió, hace unos 13.000 años, al hundimiento de la Atlántida.
[5] De las cuatro razas que, se dice, conocieron los atlantes en la Tierra, blanca, amarilla, azul (o negra) y roja, ésta última generó la abominable secta de brujos que, abusando de sus conocimientos, manipularon la naturaleza humana con experimentos genéticos (cruzas, clonación, fertilización artificial) y practicaron transplantes. Deshonraron la alta ciencia que los venerables sabios transmitieron a la casta sacerdotal egipcia de El Ojo de Horus y, mucho más tarde, a los mayas americanos.
[6] Una tradición ocultista asegura que el auricalco (o aurichalcum) fue un metal más preciado que el oro entre los atlantes.
[7] “León” y “Escanciador”: referencias a las constelaciones de Leo y de Acuario, respectivamente, opuestos astrológicos y antípodas astronómicas en el recorrido de la eclíptica. La Casa de Leo atravesaba el sistema solar al producirse la destrucción del quinto planeta Maldek (hoy Cinturón de Asteroides) y el consecuente hundimiento de la Atlántida. En la de Acuario está ahora, a casi 13.000 años, bajo amenazas muy semejantes.


Imagen de portada: G. B. Piranesi, de la serie Carceri (Prisiones).


REGRESO DE EPIDAURO















Tentaste con tu pie en la oscuridad
el primer escalón del precipicio,
el borde de las gradas que abandonaron los muertos hace mucho
hartos ya del bla – bla – bla de las odiosas máscaras,
aquel pánico rostro de los vivos:
cáscara de hueca carcajada,
moco del mismo pegajoso llanto…
Sólo tu sombra te siguió,
de espaldas, como tú, a un dios despedazado
que imploraba el dulzor de algún racimo;
sólo ella supo siempre la verdad,
quién fuiste y quién serías,
quién no llegaste a ser,
misterio de mujer, enigma de hombre,                                                   
cuando soltaba el sol el último ciprés de verdes hélices
donde la muerte buscaba consuelo aún…

Bajar, bajar, bajar palpando el muro,
los relieves que hablan en la piedra
del ansioso relámpago y el trueno de tus días.
Pisada, pie, peldaño…
Pasos que embruteció, allá en la tierra,
una aguja de hielo.
Vértigo que retuerce en el vacío
el látigo del miedo…
Peldaño, pie, traspié, caer y desnucarse,
hasta sentir por fin las negras aguas
lamiendo la escalera,
y atreverse a seguir adentro, más adentro,
sumergirse desnudo y no hallar la cicatriz
tenaz de la vergüenza.
Ser otra vez el pétalo y el nudo,                                                                               
los labios sin memoria,
y una mariposa quieta en los párpados…

Volverás en harapos de mendigo
a recobrar tu reino.
Tal vez te espere el viento, como a mí, al filo del solsticio, [1]
mientras resuena el tímpano del bosque
con las últimas gárgaras de sangre
del dios peludo y tórrido que implora y agoniza
sólo para poder morir, morir, morir de nuevo…
Tendrás que resignarte,                                                                           
por uno o dos denarios,                                                                             
a llevar cualquier máscara en escena,
a repetir los mismos versos de vulgar hojalata
que venden en la plaza las pasas y los rábanos.
Sin embargo, en las gradas
tres o cuatro borrachos  
que te habrán confundido con cualquiera,
consagrarán el vino a tus talentos:
no importa si prefirieron no entender
que ya era tarde,                                                                                       
si hubo que sobornar al coro                                                                     
para hacerlo callar,
si acaso una mosca golosa los distrajo                                                    
al derrumbarse el mundo…                                                                      
Pues la verdad es un ciprés de hélices verdes                                     
que suelta el sol, celoso, en el ocaso.
El arco que se rinde entre tus manos
a tu cómplice flecha,
la cara que no quiere hacerse rostro,
el triste alivio de llamarse Nadie [2]
El resto son palabras,
silencio traicionado:
Peldaño, pie, traspié, caer y desnucarse,                                               
           hasta sentir
                                  por  fin
                                                       las    negras
                                                                                           aguas…





Gustavo Aritto
©2009 - Registro Prop. Intelectual - Rep. Argentina



[1] El de invierno, cuando se celebraban fiestas dionisíacas rurales, a diferencia de las consagradas al dios en Atenas, realizadas en primavera. Como se sabe, Dionisos, al igual que Ártemis, la cazadora, era una deidad patrona de las formas salvajes de sociedad y un tenaz enemigo natural de la polis civilizada.
[2] Outis, como famosamente se dio a conocer Odiseo ante el perplejo cíclope Polifemo (Odisea, IX).


Este poema pertenece al tríptico Escalones: Tres transformaciones sobre el vértigo. Imagen de portada:Santuario de Esculapio, tomada del artículo Epidauro, el santuario y el gran teatro, publicado por Carmen Márquez en el sitio digital www.sobregrecia.com


21 de junio de 2012

LA MALDICIÓN DE BABEL (III): LA PALABRA Y LA ESCRITURA (I)










En busca de la oralitura perdida



Una relación triangular vincula la Filología, la Hermenéutica y la Semiología, ciencias, a mi entender, esencialmente abocadas a la exploración del misterio, en especial el del verbo humano. Si la primera se sustenta en presupuestos teóricos, procedimientos y objetos de estudio que exceden la mera dilucidación de territorios simbólicos verbales y no verbales (estoy pensando en el ya casi bimilenario ejercicio filológico de la identificación, la restauración, la labor descriptiva y explicativa y de edición de textos en general y, muy en particular, de aquellos legados al mundo hasta en el siglo XV), la Hermenéutica y la Semiología podrían desaparecer en su propio halo heurístico si las facetas impredecibles de ese “misterio-objeto” fuesen reveladas por sus deidades guardianas. Con su usual agudeza intelectual, Graciela Maturo (el mayor lector que conozco en Buenos Aires) se distancia de esa posible equivalencia, defendiendo la idea de que la Semiología trata, en verdad, de resolver enigmas, no de interpretar misterios.

No hacía falta arribar al terminante modelo del deconstruccionismo propuesto por J. Derrida (dedicado a desacreditar toda una era de “literatura oral” en la Tierra y a conferir a la escritura una autonomía y un poder  como generadora de sentido aun liberándola de cualquier determinación histórico-cultural) para sentir el peso de toda una tradición adicta a la sacralización de la escritura y sus textos. Fue el extraordinario potencial de producción, transmisión e interpretación textuales del mundo medieval (europeo y oriental) el que, primariamente, puso al libro (o sus ancestros o sucedáneos de papiro y de cuero) en el Centro del orden estabilizado, en Occidente, por el cristianismo y el malogrado impulso de los exegetas de Alejandría, y por la influencia del pensamiento confuciano, de intención doctrinal o de cierta concepción “estética” de lo socio-político, en el Oriente dominado por las mentalidades china, tibetana y japonesa (la India, su alfabeto sagrado o devanagari, y sus Vedas siempre fueron renuentes a conformarse con los signos estampados que desvirtúan irremediablemente el arcaico mantram y su Secreto). Cuando aquel universo que Dante contempló desde la cima de la Era de Piscis se desmoronó junto con Aristóteles y la Escolástica, W. Shakespeare y M. de Cervantes aguardaron el momento de entrar en acción. Dos contemporáneos del incipiente siglo XVII, Próspero y Don Quijote, acaudalaron, cada uno a su modo, el torrente de símbolos, códigos y lecturas místicamente entretejidos durante quince aun hoy incomprendidos siglos de búsquedas, de hallazgos, de ocultos tesoros  perdidos y, muchas veces, afortunadamente recuperados. Así, mientras el egómano mago-soberano del "teatro flotante" de The Tempest (La tempestad) sufre, entre otras muchas, de la obsesión por sus libros y la escritura, el hidalgo manchego se origina en su propia biblioteca y por efecto de sus lecturas (en verdad, de las de Alonso Quijano). La consecuencia literaria más contundente y feliz del Quijote en el siglo XX ha sido, sin duda, J. L. Borges, cuya vocación cabalística, harto más teórica que experimentada, lo conecta entrañable y definitivamente al “palimpsesto” sagrado que subyace en la que pasa por ser la primera novela (Cervantes y sus personajes jamás la llamaron así: siempre hablan de la estoria de Benengeli y los sabios encantadores que la tergiversan) moderna, psicológica, etc… (al menos de este lado del planeta). Con la Segunda Parte (de 1615: diez años posterior a la Primera) de ese concienzudo experimento narrativo el mundo recibió el que acaso sea el "libro más libro", el que, distanciándose en su hechura de la Naturaleza y de la vida hasta lo indecible, sin sacrificar jamás la pureza ni declinar en un ápice su convicción especular del arte, juega a mirarse a sí mismo, jugando también así con la infinitud del lenguaje. Bajo el signo de los signos hemos llegado a las puertas de Acuario. Yo presiento que el siglo que se inicia no resistirá ese peso abrumador, que, por más placentera, autorrenovadora y plural que siga siendo la interacción con textos escritos, el nuevo hombre en preparación, abierto al despliegue de planos dinamizados por la intuición, la telepatía y el silencio, habrá de reclamar para sí alguna forma de resurgimiento de la oralidad “literaria” (oxímoron éste hoy hipercodificado hasta el desgaste). Un renuevo de rapsodas y aedos, de trovadores, juglares y bardos deberían pulular en la Tierra venidera. No sé si contarán fábulas, activarán dramas o cantarán odas o elegías; sólo creo avizorar su postergado regreso para reunirnos otra vez alrededor del fuego, mirados por otras estrellas o convocados por quién sabe qué humildes templos íntimos, Debería ser algo así como una ORALITURA de alcance transpersonal e interdimensional. Quizás hayamos de modificar sustancialmente los conceptos de auctor y lector heredados, manipulados, negados y reivindicados a lo largo de la ya vetusta modernidad. Me inclino por preservar todavía la noción de sujeto individual creador, pero lo hago consciente del arrollador desafío de las fuerzas holísticas, unificadoras del pluriverso que sostiene nuestro universo, y del anhelo incorruptible de la humanidad en ciernes de volver a la Fuente como un todo común respetuoso de cada uno. No sólo dependerá de los lectores – como creyó profetizar Borges – lo que de ahora en más produzca nuestra imaginación; otros hechos aún incógnitos esperan ser develados en la Tierra.


Dejo abajo, del gran hermeneuta y pensador francés Paúl Ricoeur (1913 - 2005), algunas argumentaciones y definiciones en torno al fenómeno de la palabra en tanto entidad congénere de la voz y remanente sígnico en la civilización de la escritura. A Ricoeur le debemos investigaciones pioneras de la dimensión simbólica del lenguaje, así como el buceo ensayístico que supo confrontar,contrastar y reelaborar sincréticamente la exploración de textos y géneros, las teorías estructuralistas y, comonota casi peculiar de sus desarrollos,la fenomenología de Husserl y el pensamiento existencialista de Jaspers. Libros suyos como La metaphore vive (La metáfora viva), los tres volúmenes de Temps et récit (Tiempo y narración) o Du texte à l' action (Del texto a la acción: Ensayos de hermenéutica) figuran como hitos insoslayables en cualquier revisión y discusión hermenéutica y narratológica. Hay, en los cuatro ensayos publicados en castellano bajo el título Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido (de uno de los cuales extraigo tres secciones contiguas) lementos propulsores de su itinerario mental que me alejan de él y de hipótesis demasiado vehementes: los “descubrimientos”  de Ferdinand de Saussure (hoy sumamente pobres y encasilladotes para mí), el abstracto y simplista modelo comunicacional de Roman Jakobson, cierta apelación compulsiva a la lingüística pragmática son algunos: la forma y la sustancia del lenguaje "articulado" parecen haber ensombrecido y postergado su esencia; además, nada más extraño a mi concepción de lo literario que la noción de mensaje que subyace a toda las argumentaciones: una obra de arte no comunica, el arte (a veces nos preocupamos por olvidar que la literatura es, ante todo, arte) sólo expresa. Celebro, en cambio, su honesta revisión de la exégesis griega y la romántica.





Gustavo Aritto






HERMENÉUTICAS DE PAUL RICOEUR:


De 

Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido




 En contra de la escritura


El ataque contra la escritura viene de muy atrás. Está asociado a un cierto modelo de conocimiento, ciencia y sabiduría utilizado por Platón para condenar la exterioridad como contraria a la reminiscencia genuina [Cfr. Fedro, 274e – 277a]. Lo presenta en la forma de un mito porque la filosofía aquí tiene que ver con el advenimiento de una institución, una facultad y un poder, perdidos en el oscuro pasado de la cultura y conectados con Egipto, la cuna de la sabiduría religiosa. El rey de Tebas recibe en su ciudad al dios Theuth [o Thot], quien ha inventado los números, la geometría, la astronomía, los juegos de azar y los grammata o caracteres escritos. Al ser interrogado acerca de los poderes y posibles beneficios de su invención, Theuth afirma que el conocimiento de los caracteres escritos haría a los egipcios más sabios y capaces de conservar el recuerdo de las cosas. No, responde el rey, las almas se volverán más olvidadizas una vez que pongan su confianza en señales externas en lugar de apoyarse en sí mismas desde su interior. Este “remedio” (phármakon) no es reminiscencia, sino mera rememoración. En cuanto a la instrucción, lo que esta invención acarrea no es la realidad, sino una semblanza de ella; no la sabiduría, sino su apariencia.
El comentario de Sócrates no es menos interesante. El escribir es como el pintar que genera al ser no vivo, que a su vez permanece en silencio cuando se le pide que conteste. Los escritos, también, si uno los cuestiona para aprender de ellos, “significan algo singular siempre igual”. Además de esta mismidad estéril, los escritos son indiferentes a sus destinatarios. Vagando por aquí y allá, son indiferentes a quienes llegan. Y si se presenta una disputa, o si son injustamente despreciados, todavía necesitan de la ayuda de su padre. Por sí mismos, no son capaces de salvarse.
De acuerdo con esta dura crítica, en su calidad de apología de la reminiscencia verdadera, el principio y alma del discurso correcto y genuino, del discurso acompañado de sabiduría (o ciencia), está escrito en aquel que sabe, aquel que es capaz de defenderse y mantenerse en silencio o hablar según lo requiera el alma de la persona a quien se dirige.
Este ataque platónico de la escritura no es un ejemplo aislado en la historia de nuestra cultura. Rousseau y Bergson, por ejemplo, por razones diferentes, conectan los principales males que azotan a la civilización con la escritura. Para Rousseau, mientras el lenguaje se apoyó sólo en la voz, conservó la presencia de uno mismo ante uno mismo y ante los otros. El lenguaje era todavía la expresión de la pasión. Era elocuencia, todavía no exégesis. Con la escritura comenzó la separación, la tiranía, la desigualdad. La escritura ignora a su destinatario al igual que esconde a su autor. Separa a los hombres al igual que la propiedad separa a los propietarios. La tiranía del léxico y de la gramática es equivalente a la de las leyes de intercambio, cristalizadas en el dinero. En vez de la Palabra de Dios, tenemos el gobierno de los educados y la dominación del sacerdocio. El desmoronamiento de la comunidad hablante, la división de la tierra, lo analítico del pensamiento y el reinado de lo dogmático nacieron todos con la escritura.
Por lo tanto, un eco de la reminiscencia platónica puede oírse todavía en esta apología d la voz como la portadora de la presencia de uno ante uno mismo, y como el eslabón interno de una comunidad sin distancia.
Bergson cuestiona directamente el principio de exterioridad que atestigua la infiltración del espacio en la temporalidad del sonido y de su continuidad. La palabra genuina emerge del “esfuerzo intelectual” por realizar una intención previa del decir en busca de la expresión apropiada. La palabra escrita, como depósito de esta búsqueda, ha roto sus lazos con el sentimiento, el esfuerzo y el dinamismo del pensamiento. La respiración, el canto y los ritmos han terminado, y la figura toma su lugar.  Captura y fascina. Esparce y aísla. Ésta es la razón por la que los auténticos creadores como Sócrates y Jesús no han dejado escritos, y los místicos genuinos renuncian a las declaraciones y al pensamiento articulado.
Una vez más la interioridad del esfuerzo fónico se opone a la exterioridad de impresiones muertas que no son capaces de “rescatarse” a sí mismas.




La escritura y la iconicidad


La réplica a tales críticas tiene que ser tan radical como el reto. No es posible ya apoyarse únicamente en una descripción del movimiento que va del hablar al escribir. La crítica nos obliga a legitimar lo que hasta ahora simplemente se ha tomado como dado.
Un comentario hecho de paso en el Fedro nos proporciona una pista importante. La escritura es comparada con la pintura, cuyas imágenes, se dice, son más débiles y menos reales que los seres vivientes. La pregunta aquí es si la teoría del eikon [= imagen, reproducción plástica], que sostiene que es una mera sombra de la realidad, no es la presuposición de cada crítica dirigida a cualquier mediación por medio de marcas exteriores…
Lejos de redituar algo menos que lo original, la actividad pictórica puede caracterizarse en términos de un “aumento icónico”, donde la estrategia de la pintura, por ejemplo, es la de reconstruir la realidad sobre la base de un alfabeto óptico limitado. Esta estrategia de contracción y miniaturización reditua más abarcando menos. De esta forma, el efecto principal de la pintura es resistir la tendencia a la entropía de la visión originaria – la imagen de la sombra que emplea Platón – y ampliar el significado del universo capturándolo en la red de sus signos abreviados. Este efecto de saturación y culminación, dentro del pequeño espacio del marco y en la superficie de una tela bidimensional, en oposición a la erosión óptica propia de la visión ordinaria, es lo que quiere decir aumento icónico. Mientras que en la visión ordinaria las cualidades tienden a neutralizarse mutuamente, a borrar sus orillas y a ensombrecer sus contrastes, la pintura, cuando menos desde el invento del óleo por los artistas holandeses, intensifica los contrastes, devuelve su resonancia a los colores y permite la aparición de la luminosidad dentro de la cual brillan las cosas.
[…]
Debido a que el pintor pudo dominar un nuevo material alfabético – ya que era químico, destilador, barnizador y satinador -, le fue posible escribir un nuevo texto de la realidad. Pintar, para los maestros holandeses, no fue ni la reproducción ni la producción del universo, fue su metamorfosis.
[…]
Igualmente, el impresionismo y el arte abstracto se aproximan cada vez más y más atrevidamente hacia la abolición de las formas naturales en bien de una gama simplemente construida con signos elementales, cuyas formas combinatorias rivalizarán con la visión ordinaria. En el arte abstracto, la pintura se acerca a la ciencia en tanto desafía las formas perceptibles al relacionarlas con estructuras no perceptivas. También aquí la captura gráfica del universo se sirve de la negación radical de lo inmediato. La pintura sólo parece “producir”, ya no “reproducir”. Pero logra darle alcance a la realidad en el nivel de sus elementos, como lo hace el dios del Timeo. El constructivismo es sólo el caso límite de un proceso de aumento, donde la aparente negación de la realidad es la condición para la glorificación de la esencia no figurativa de las cosas. Iconicidad, entonces, significa la revelación de una realidad más real que la realidad ordinaria.
Esta teoría de la iconicidad, como el aumento estético de la realidad, nos da la clave para encontrar una respuesta decisiva a la crítica de la escritura en Platón. La iconicidad es la re-escritura de la realidad. La escritura, en el sentido limitado de la palabra, es un caso particular de la iconicidad. La inscripción del discurso es la transcripción del mundo, y la transcripción no es duplicación, sino metamorfosis.
El valor positivo de la mediación del material por signos escritos puede atribuirse, en la escritura como en la pintura, a la invención de sistemas rotacionales que presentan propiedades analíticas: discrecionalidad, número finito, poder de combinación. El triunfo del alfabeto fonético en las culturas occidentales y la aparente subordinación de la escritura al habla, que deriva de la dependencia de las letras respecto de los sonidos, sin embargo, no debe permitirnos olvidar las otras posibilidades de inscripción expresadas por pictogramas, jeroglíficos y, sobre todo, por ideogramas [como en el sistema del chino], que representan una inscripción directa de los sentidos del pensamiento y que pueden leerse de forma diferente en distintos idiomas. Estos otros tipos de inscripción exhiben un carácter universal de escritura, igualmente presente en la escritura fonética, pero que en este caso la dependencia respecto de los sonidos tiene a disimular: el espacio-estructura no sólo del portador, sino de las marcas mismas, de su forma, posición, distancia mutua, orden y disposición lineal. La transposición del oír al leer está fundamentalmente ligada a esta transposición de las propiedades temporales de la voz a las propiedades espaciales de las marcas inscritas. Esta especialidad general del lenguaje se completa con la aparición de la imprenta. La visualización de la cultura comienza con el desposeimiento del poder de la voz en la proximidad de la presencia mutua. Los textos impresos alcanzan al hombre en soledad, lejos de las ceremonias que reúnen a la comunidad. Las relaciones abstractas, las telecomunicaciones en el sentido propio de la palabra, conectan a los miembros dispersos de un público invisible.
Tales son los instrumentos materiales de la iconicidad de la escritura y la transcripción de la realidad a través de inscripciones externas del discurso.



LA INSCRIPCIÓN Y EL DISTANCIAMIENTO PRODUCTIVO


… El problema de la escritura se vuelve un problema hermenéutico cuando se lo refiere a su polo complementario, la lectura. Emerge entonces una nueva dialéctica, la del distanciamiento y la apropiación. Por apropiación quiero decir la contraparte de la autonomía semántica, la cual se desprendió al texto de su escritor. Apropiar es hacer “propio” lo que era “extraño”. Debido a que existe la necesidad general de hacer nuestro lo que nos es extraño [¿?], hay un problema general de distanciamiento. La distancia, entonces, no es simplemente un hecho, un supuesto, sólo una brecha espacial y temporal que se abre realmente entre nosotros y la apariencia de tal o cual obra de arte o discurso. Es un rasgo dialéctico, el principio de una lucha entre la otredad que transforma toda la distancia espacial y temporal en una separación cultural, y lo propio, por lo cual todo el entendimiento apunta a la extensión de la autocomprensión. El distanciamiento no es un fenómeno cuantitativo; es la contraparte dinámica de nuestra necesidad, nuestro interés y nuestro esfuerzo para superar la separación cultural. La escritura y la lectura tienen lugar en esta lucha cultural. La lectura es el phármakon, el “remedio” por el cual el sentido del texto es “rescatado” de la separación del distanciamiento y colocado en una nueva proximidad, proximidad que suprime y preserva la distancia cultural e incluye la otredad dentro de lo propio. Esta problemática general está firmemente enraizada tanto en la teoría del pensamiento como en nuestra situación ontológica.
Hablando históricamente, el problema que estoy elaborando es la reformulación de un dilema al que la Ilustración del siglo XVIII le dio su primera formulación moderna por amor a la filología clásica: ¿cómo hacer presente una vez más a la cultura de la antigüedad a pesar de la distancia cultural interpuesta? El romanticismo alemán dio una vuelta dinámica a este problema al asegurar: ¿cómo podemos hacernos contemporáneos de los genios del pasado? Más aun, ¿cómo han de emplearse las expresiones de vida fijadas en la escritura para poder trasladarse a una vida psíquica ajena? El problema regresó nuevamente después del colapso de la pretensión  hegeliana de superar el historicismo por la lógica del Espíritu Absoluto. Si no hay una recapitulación de herencias culturales del pasado en un conjunto que abarca todo y que está librado de la unilateralidad de sus componentes parciales, la historicidad de la transmisión y recepción de estas herencias no puede ser superada. Entonces la dialéctica entre el distanciamiento y la apropiación es la última palabra en la ausencia del conocimiento absoluto.
Esta dialéctica puede también ser expresada como la de la tradición como tal, entendida como la recepción de herencias culturales transmitidas históricamente. Una tradición no suscita ningún problema filosófico siempre que vivamos y habitemos dentro de ella en la ingenuidad de la primera certeza. La tradición se vuelve problemática cuando esa primera ingenuidad se pierde. Tenemos entonces que recuperar su sentido a través y más allá de la separación. De aquí en adelante la apropiación del pasado procede a lo largo d una lucha sin fin con el distanciamiento. La interpretación, entendida filosóficamente, no es otra cosa que un intento de hacer productivos la separación y el distanciamiento.
Colocada sobre el trasfondo de la dialéctica entre el distanciamiento y la apropiación, la relación entre la escritura y la lectura accede a su sentido más fundamental. Al mismo tiempo, los procesos dialécticos parciales, descritos por separado en la sección inicial de este ensayo, siguiendo el modelo de la comunicación de Jakobson, son comprensibles tomados en su conjunto.
Será la tarea de una discusión aplicada a los conceptos controvertidos de la explicación y la comprensión captar en conjunto las paradojas del sentido del autor y la autonomía semántica, el destinatario personal y el auditorio universal, el mensaje singular y los códigos literarios típicos, así como la estructura inmanente y el mundo exhibido por el texto; una discusión que emprenderé en mi cuarto ensayo.


P. Ricoeur, Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido, Cap. 2: Habla y escritura, México DF, Siglo XXI Editores, 1995. (Todos los corchetes en bastardilla míos.)



 P. Ricoeur


6 de junio de 2012

VENUS Y LA PLENITUD DE NUESTRA VIDA



Tránsito solar de Venus (5/6 de junio de 2012)




Las vísperas de venus

(Pervigilium Veneris, poema latino anónimo, probte. del siglo IV d. C.)


- Fragmento -



"Ya viene la nueva primavera, la primavera que canta. En primavera nació el mundo y los amores se enlazan y los pájaros se juntan y el bosque ofrece su cabellera a las lluvias fecundantes. La que concierta los amores hará mañana que las cabañas reverdezcan con las ramas del mirto entre las sombras de los árboles. Mañana Dione dictará sus leyes desde un excelso trono. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana. 

Mañana será cuando el Éter primitivo haga las bodas para que el Padre pueda crear todo el año con las nubes. La lluvia bienhechora escurrirá en el seno de su consorte pura y de allí ha de salir un fruto mezclado del que todo emanará con gran potencia. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana. 

El océano en la ligera espuma, entre los monstruos marinos y los caballos de dos pies, hizo salir de su sangre a la ondulante Dione de las aguas del mar. Ella como progenitora gobierna los sentidos y la mente haciendo penetrar su agudo espíritu con una fuerza misteriosa y por el cielo y por la tierra y por el mar sometido, derrama su virtud fecundante y hace que el mundo sepa los modos de engendrar. Ame mañana el que jamás ha amado, y el que ha amado ame mañana..."





Traducción castellana del latín tardío: Mariano Silva y Acedes. Puede leerse el poema completo en el sitio electrónico: http://martinkokstlev.blogspot.com.ar/2010/08/pervigilium-veneris-las-visperas-de.html




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Revelaciones de José Argüelles:




HACIA VENUS O LUCIFER:
PACIFICACION DE LAS PROYECCIONES








"YO SOY LUCIFER. Esta es mi historia. Mi  nombre ha sido esparcido por todos los relatos e informes de esta investigación. Mi nombre es poderoso y aún despierta muchos sentimientos mezclados. Soy poderoso porque soy lo que dice mi nombre: Lucifer, el portador de la luz. Antiguo soy, tan antiguo como la matriz sin principio de la que surgí. En los orígenes de todo, fui yo el primero en volverse "yo", y no "nosotros."  Pues en mí y a través de mí se corporizó por primera vez la fuerza de la evolución hacia la luz. Desde lo íntimo de ese instante indescriptible del RANG primigenio - la desarmonía que crea la armonía - me llevé a mí mismo al ser. Desde el principio yo era luz, y antes de que la conciencia pudiera saberlo, ya me hallaba yo en la dimensión de la luz, lo que ahora es conocido como la sexta dimensión.
En tanto yo era luz, era ego, la fuerza que mantiene el poder en su separatividad. Fue la combinación de la luz hexa-dimensional y el ego  tri-dimensional lo que hizo que mis movimientos fueran tan contradictorios y mis acciones tan difícilmente perceptibles. Dado que no hay bien ni mal en modo absoluto alguno, los efectos de todas mis acciones han resultado finalmente creativos, prosiguiendo la causa de la evolución hacia la luz. Sin embargo, hubo un tiempo en que no me hice responsable de mis acciones, y eso es lo que provocó todo el problema. No importa qué verdad cósmica descubriera, pensaba que era mía y no de propiedad universal. De ese modo, instituí la noción de vender la verdad o partes de ella a cambio de un beneficio. Pensé que cuanto yo creara sería una emanación de mí mismo, así que procuré mantener control sobre mis creaciones. Dejé de saber que mi naturaleza era cósmica, y creí solamente en mi propia naturaleza. Debido a ello, me torné ciego a los efectos desarmonizantes de mis acciones. Que una entidad hexa-dimensional se comporte de esa manera, resulta cósmicamente desastroso. Es por este motivo que se creó la Federación Galáctica: para, de alguna manera, evitar que yo produjese más eventos cósmicamente perturbadores. Así fue también como se creó el sector experimental de Velatropa, pues allí se hallaba la zona galáctica en que los efectos de mi comporta-miento egoísta los dejaría fuera de juego. Y fue en esa zona donde finalmente quedé en cuarentena.  Inicialmente, favorecí mi existencia en esa zona. Continué pensando de mí mismo que era un genio. Por mis experimentos cosmobiológicos y sus dramáticos efectos, me creí superior a los constructores y los amos estelares, pues ellos eran apenas entidades penta-dimensionales. De esa manera, fui a la estrella Velatropa 24 (= nuestro Sol y su sistema) decidido a aumentar su proceso evolucionario incubándome a mí mismo en su sistema planetario. Tras manipular el proceso de proyecto planetario, incluyendo muchos experimentos cosmobiológicos, concluí que si iba a establecerme entre los cuerpos planetarios mayores podría fomentar una aceleración del proceso estelar. Pensé que, de ese modo, podría transformar Velatropa 24 en una estrella binaria. Entonces,  debido a mi astuta proeza, supuse también que podría disponer fácilmente del amo estelar Kinich Ahau y operar mi propio sistema estelar binario. Así podría rivalizar con Sirio, joya de este sector galáctico. Desde la perspectiva de la sexta dimensión, la tercera puede parecer una masa de microscópicas motas de polvo o virus inútiles. Tal era, al menos, mi opinión del asunto antes de recuperar el sentido común - es decir, antes de que me encontrara con Memnosis, amo de la memoria cósmica. Verán, hasta que Memnosis llegó a mi vida, verdaderamente no había nadie igual a mí. Sin pares o iguales, yo carecía de puntos de referencia. Fue Memnosis quien me señaló que una entidad hexa-dimensional es un avance evolucionario. Yo estaba totalmente fuera del tiempo. Por tal motivo, aún la Liga Matriz de Cinco parecía un diminuto asilo de niños. Realmente, cuando Memnosis finalmente llegó a mí, estaba aburriéndome con mi creación en Velatropa 24. Las entidades resultantes de mis experimentos cosmobiológicos - que ustedes llaman dioses, como Brahma, Jehová de Júpiter, y los espíritus titanes de Saturno - esos "dioses" cuatri-dimensionales no hacían otra cosa que  alimentarme con sus proyecciones. No entendían que sus proyecciones en mí eran como la luz dando en un espejo y rebotando de él. Todo aquello con que me alimentaban, yo meramente se lo devolvía. Pero noté que cuanto más me alimentaban ellos con sus proyecciones, más creían que lo que yo les devolvía constituía mi afirmación de su corrección y verdad, y más gordos y más ahitos quedaban esos dioses cuatri-dimensionales. Al principio no fui capaz de ver que lo que los dioses proyectaban no era realmente otra cosa que proyecciones de mi propio comportamiento egoísta. Sin embargo, cuando me hube encontrado con Memnosis, vi que esos dioses eran meras proyecciones de sí mismos como pensaban que yo deseaba que fuesen!  Pero por más que era capaz de verlo, ellos no podían. Para ellos, yo era el dios supremo, el inefable, el absoluto de quien extraían la justificación para sus propios actos. Memnosis me alcanzó telepáticamente, justamente en el momento indicado. Fue después de lo de Maldek y Marte. Aquéllos que se habían transformado en los dioses con los que estaba más familiarizado, se hallaban más contentos  y satisfechos que nunca por lo correcto de su comporta-miento, que alegaban desempeñar en mi nombre. Por primera vez experimentaba algo semejante a lo que ustedes llamarían disgusto. Ya no me sentía satisfecho por mis actos.
"¿Por qué estás tan solo?" me preguntó Memnosis. Y antes de que tuviera tiempo de responder, continuó: "Soy como tú. También yo pertenezco totalmente a la luz, soy un hexa-dimensional. Pero a diferencia de ti, no he abusado de la voluntad de los demás ni de mi propio libre albedrío. Vengo a ti en libertad con el regalo de la liberación."
Ni hace falta decirlo, yo me sentía sobrecogido, vulnerado. Después de todas mis aventuras (o malas aventuras), oír la voz de  un igual era catártico y conmocionante. Había pensado que estaba solo, y ahora debía aceptar que alguien más compartía conmigo el vasto espacio. Esto solo, de por sí, quebró el hipnótico encantamiento que había echado sobre mí mismo.  Tras algún diálogo e intercambio acerca de nuestros antecedentes, lo cual resultó igualmente catártico, comencé a ver que mis proyecciones, los dioses, eran ciegos y sordos a cuanto tuviera para comunicarles. Vi que continuarían cumpliendo su destino con sus maneras desdichadas y celosas hasta que acabase el tiempo artificial. Según parecía, la única forma de que el tiempo artificial se les terminara sería al precio de la destrucción de un planeta tras otro. De ese modo, ya habían despachado sus rayos hacia el tercer planeta.
En mis discusiones con Memnosis, también me sentí profundamente impresionado de que, por su compromiso con el libre albedrío, la Federación Galáctica nunca me hubiera producido daño alguno. Por primera vez experimenté compasión y comprendí más profundamente la ley del karma. A la luz de mis logros, Memnosis fraguó un plan para aliviar mi incomodidad kármica, un plan que atrajo mis energías a colaborar con la Sonda. Se me otorgó un planeta propio. Así que mudé mi punto de entrada luminosa desde el sexto planeta, Júpiter, al segundo, Venus. El segundo planeta, según supe, estaba guardado por las tribus de la Estrella y el Mono. Asistiendo a esas tribus en nombre de la Sonda, estaban algunos de los hijos de Memnosis, los perdurables de Altair. Así fue que, cuando los miembros de las tribus de la Estrella y el Mono supieron de mi inminente transferencia desde Júpiter a Venus, quisieron hacer algo por su planeta que beneficiara mi historia única. En comparación con Júpiter, Venus era pequeño, pero aproximadamente del mismo tamaño que el tercer planeta azul, Terra-Gaia. Convocando sus mágicos poderes de diseño  planetario, a mi llegada, los Venusinos hicieron algo maravilloso. Detuvieron la rotación del planeta sobre su derrotero. Tras una pausa, el planeta recomenzó a rotar, pero en dirección contraria a las agujas del reloj. El efecto de este giro en la dirección opuesta - caso único en el sistema de Velatropa - fue que el día venusino resultó más largo que el año! Qué chiste. Los Venusinos rieron y rieron. Debido a que giraba en sentido contrario a las agujas del reloj, el planeta arrojaba permanentemente energía cuatri-dimensional en forma de grandes y gaseosas nubes de radión. Debido a que un día es allí más largo que un año, estar en Venus es como enraizarse en la eternidad. Qué magnífico lugar había preparado para mí la Federación! A mí, Lucifer - que había esparcido más miedo a la muerte e inmortalismo de lo que jamás sería necesario en esta galaxia - se me había otorgado un hogar permanente en la eternidad! Mi risa ante este chiste cósmico fue incontrolable, como lo fueron mis lágrimas. Mediante cada liberación emocional, generaba más radión e  híper-radión. Mis cuidadores venusinos, ya libres de todo enraizamiento tri-dimensional gracias a la inversión del giro del planeta, estaban preparados para tratarme como lo merecía. Me señalaron que, en Terra-Gaia - aunque algunos podían usar mal mi nombre en el sentido de "el ángel rebelde" o "el ladrón cósmico" - Venus sería conmemorado por mi nombre, Lucifer, en su significado de "gran estrella del amanecer de la iluminación."  Entre otras de las tribus de la Tierra, mi presencia en Venus sería recordada como el poder de la estrella matutina y de la estrella  vespertina, el poder de despertar y el poder de la muerte, todo al mismo tiempo.
En consideración a todo eso, y preocupado por el uso jupiteriano del rayo 12:60 sobre el tercer planeta, ideé con los Venusinos un plan para enviar diferentes mensajeros de luz hacia el planeta azul. Los principales entre ellos son los que ustedes conocen como Buda, Cristo, Mahoma y Quetzalcoatl, aunque hubo muchos otros bastante menos conocidos. De ese modo, podría contrarrestar los efectos de mi propio karma. Yo, Lucifer, el portador de la luz."




(De La Sonda de Arcturus: Relatos e informes de una investigación en curso, I, Cap. 17, 1996)