19 de febrero de 2012

ENCUENTRO EN CHARING CROSS















[De extrañas visiones:
London 2012]









Nos crucé en Charing Cross un lunes muy temprano.
“Pasa.”… “No, por favor…”, me dijimos (1) esquivos.
“No tengo prisa”, oí, “…la prisa es de los vivos…”
Y en la arcada del vértigo me aferré al pasamano.

Abajo la escalera mecánica medía
con precisión de Anubis el sudor de la frente.
Uno tras otro vi, los vi entre diente y diente,
el grito triturado, el reloj que aún latía…

Giran de sol a sol las ruedas del engaño:
No pierdas tiempo, el tiempo es oro: corre,
toma por las cloacas, la ruta más ligera …

En medio del tumulto pasó como un extraño;
era aquel que cambiamos por miedo y por alhorre,
el que debimos ser y, sin saberlo, espera.

Una sombra se ahogó donde se curva el río (2):
nadie rastreó el cadáver ni reparó en tu frío…



Gustavo Aritto
©2008 / Registro Nac. Prop. Intelectual - Rep. Argentina


(1) “Me dijimos esquivos”, y antes “nos crucé” (sic).
(2) Al pasar por el distrito londinense en que se levanta la antigua estación de Charing Cross, el Támesis presenta una pronunciada curva. Una de las presuntas etimologías del topónimo lo vincula con este hecho.

Ilustración: Graffiti de Banksy, en Regents Canal, Camden, Londres (copyright artofthestate 2009 / 2011, editado como "Fishing Boy" - Muchacho que pesca)

HACIA LA ISLA DE PENGLAI SHAN







A bordo de ocho sencillas barcas de pesca, anudados bajo sus humildes chozas de paja, los monjes se alejan en la niebla. Los puertos de montaña los aguardarán abiertos de nuevo cuando el equinoccio. [1] En la Isla de Penglai Shan[2], que no conciente aparecer en ningún mapa, pasarán el verano en trato asiduo con sus íntimos, los Inmortales. Ellos, obreros de la Luz de la secreta alquimia, renovarán el prodigio de prolongar sus días para el bien del pueblo, ávido de desterrar la mentira. El polen sagrado de sus jardines y el oro impalpable que descansa en el fondo de sus ríos irrigarán el reino desahuciado al regreso. Ocho cánticos que no se confunden y que las vulgares lenguas del mundo no podrían entonar sin depravarlos, resuenan en la oscuridad abovedada encima del mar. El cosmos todo es evocado en sus versos.[3] El mar no los reconoce…
Al clarear, la niebla ha levantado. No hay rastros de la costa del Huang Hai[4] que los vio zarpar en lo secreto. Sí lo hay de la luna llena y translúcida. El viento sopla a favor. Todo es silencio, un silencio grávido de incertidumbres. El buen escanciador de cada barca ha repartido el vino de arroz y panecillos de trigo. El hambre no es un pensamiento en ellos. Llegar, sí. No están habituados a escalar las laderas de las altas olas, a mirar cara a cara al abismo de las aguas. A uno que entró en pánico lo han arrojado sin soga por la borda: así aprenderá que el miedo (y no el odio) es el peor enemigo del amor. Como portar brújula consigo o burdos portulanos ofendería a los Espíritus, no han reparado en que el sol parezca salir del Oeste. El fantasma del opio que envuelve la flota mística suele hacer cosas así. La señal venturosa es que, al abrasarlos el fuego del meridiano, el pasado ha quedado afortunadamente atrás: todo es anhelo de recalar por fin en la cándida arena sin huellas. “Mirar allá…” – vociferó el maestro del templo clandestino de Xi’an, al frente del penúltimo contingente, señalando un punto en el horizonte. Los discípulos a bordo ya estaban de rodillas. “… Gracias a los Eremitas eternamente iluminados hemos recibido la visión… Están esperándonos…” Con el octavo eco de la profecía, las barcas se entregan a al imán sagrado que se abulta verdoso en los confines del mar. De una a otra cubierta los cánticos se replican como espejos enfrentados en el espacio. Muchos de ellos son, quizá, vírgenes, aunque lo disimulen, en la experiencia inefable de un gozo tal. Antes de lo esperado, cuando en las nubes está ya el ocaso, la Isla los atrae a su seno de nieves eternas y valles siempre verdes. Ninguno quiere distraerse discutiéndole el tiempo a su clepsidra, a exigiéndole explicaciones al cielo donde ya parecen palpitar las estrellas. Todos callan o cantan.
Dos de las barcazas se adelantan rumbo a la línea blanca de la espuma, ahora mucho más nítida. Una se vuelve un reflejo a la distancia, como copiando en su cubierta de brillante paja y de bambú el guiño inexplicable de los primeros astros. La otra se detiene de golpe en un cono de sombra. “¿Han visto a esas dos gaviotas estrellarse en el aire…?” Tampoco eso importa. Lo único verdadero es el silencio, es que la Isla de los Espíritus les ha abierto las puertas de su grandioso Templo, invisible a los comunes. Y los elegidos no pueden con su solapada ansiedad. “¿Qué cráter es ése? ¿Qué precipicio se empina ahí, hermano…?” Preguntándose cosas (incorregible sombra humana que no amansa sabiduría alguna) así avanzan los monjes a la deriva: la tercera, la cuarta… Girando sin saberlo con las hélices de la luna menguante, mintiéndose el abundante paraíso que se les aleja, se les aleja a fin de que lo crean más real. Así acuden los monjes entusiastas, anudados a su frágil bajel por el amor, al llamado de las playas de las que nadie vuelve igual ni diferente. (… La séptima… la octava…) De ahí que no haya mapa que localice el gran Vacío, sobre el cual el Supremo sustentador del universo prefiere no pensar. De ahí que le sea preciso arrojarlo a algún otro lado, afuera, adentro, al antes o al después… Ya a la incógnita morada de Alción, ombligo de la galaxia. Ya al abismo del mar de encías negras, bajo los cimientos de las aguas terribles , donde la Isla de sus Eremitas eternos hunde su embudo de follajes y murmullos indecibles con la velocidad de un vórtice de luz. Allá van a parar los vientos favorables y las nubes, la memoria y el terrón caliente de quienes se han acercado demasiado.



Gustavo Aritto
©2009 / Registro Nac. Prop. Intelectual - Rep. Argentina


_____________________________


[1] Según el I Ching o Libro de las Mutaciones, los puertos montañeses eran cerrados al aproximarse el solsticio. Así lo indica, por caso, el texto del hexagrama 24, “El retorno”: “Los antiguos reyes usaban el culminante sol para cerrar los pasos…”.
[2] Penglai Shan es el nombre de la isla legendaria donde, según la sagrada tradición taoísta, moran los Ocho Inmortales (Xian), antiguos espíritus de eremitas difuntos que fueron divinizados.
[3] Son ocho los trigramas elementales que conforman la combinatoria total de los 64 hexagramas del I Ching.
[4] El Mar Amarillo, brazo del océano Pacífico, rodeado al este y norte por China, y al oeste por Corea del Norte y Corea del Sur; al sur se une con el mar de la China Oriental.

Ilustración de portada: El acantilado rojo, del pintor de la dinastía Ming, Qiu Ying (1494-1552).

18 de febrero de 2012

ECOS EN LA ALHAMBRA: Un romance fronterizo


















Abenámar, Abenámar!
¿Por dónde se escondería?
Te perdí en los Alixares.
Te busco donde no oías.
En la herradura del patio
la luna estaba crecida.
Rota la canta la fuente,
los leones no la miran.

Como en mil velos envuelta
la luz se escurre desnuda,
y en el cóncavo vacío
de la sala más oculta,
mi sombra me abandonó
y en otra noche deambula.
No la sigas, es tan tarde,
es la hora tan obscura…
Ven a juntar los añicos
de mi azulejo y escucha:
¿oyes el terso aleteo
soplando entre las columnas,
donde el infinito afila
sus prismas y sus agujas?
Por la ojiva entraba el aire
de vuelta del naranjal.
Iba menguando la luna
novena del Ramadán:
son cipreses las almenas
que la guardan para Alá.
¿Ké fareyu, o ké serad…? (1)

Desde su Torre Bermeja
otro nos está mirando.
¿Cúyas son esas pupilas
que no duermen, que esperaron
a que el espacioso amor
quisiera volverse nardo?
No me engañes, que es el alba,
y ya han partido tus astros.
-- ¿Qué es adentro?¿Qué es afuera?
Eres tú ahí mirándonos.
¿Dónde están ayer, hoy, nunca?
Nos perdiste, me encontramos.
Las palabras son mentira,
el silencio traicionado…



Gustavo Aritto


(1) “Ke fareyu, o ke serad de mibi / habibi? / ¡Non te tolgas de mibi!” (¿Qué haré o qué será de mí, / amado? / No te apartes de mí!” Jarcha hebrea (E. García Gómez n° 16).

Imagen: Túnel al interior de la Gran Pirámide de Keops (Egipto, marzo de 2010), propiedad de http://es.wikiarquitectura.com


Poema incluído en La espiral de fuego: Siete palimpsestos del caos, Buenos Aires, 2008

17 de febrero de 2012

ODA AL ORO








Humillado remedo del auricalco rojo
que depravó la magia vil de los atlantes.
Oro en el tabernáculo y
oro en el Arca,
donde la piedra sufre y sufre, sin gemido,
la insoportable eternidad a solas.
Oro de pie, en la ciega vigilia de los ídolos.
Oro en el alfolí,
en los enseres de Salomón, el sabio.
Oro en el vellocino
y en el escudo atávico de Aquiles,
y oro en el pobre César que dura en la moneda.
Oro de Ofir, de Cuzco y California,
que triunfa en una oreja del pirata
y corona las caries de la reina...
En anillos bañados e inmundos anillacos.
Oro inodoro y oro
que huele a sangre rabiosa y a Atahualpa,
a aterrados sobacos de maíz
que en vano esquivan la encía de la hoguera.
Oro cruzando el mar,
esa embestida de sal, tatuados de viruela.
Oro en la tersa orgía de la luna en el río
que miente en San Telmo un candombe de cadenas.
Oro, sí, oro en el mausoleo de los próceres,
en sus tufos de chácaras y recoletas.
¿Y en los agazapados arsenales? Oro.
Oro que no se salva del gusano;
ora en la trémula sarna del linyera,
ora en la sórdida mano del soborno,
ése, ese mismo, sí,
ese que abrió otra vez las celdas
y cerró las bocas.
Oro en privado y con tarjeta,
y oro en el público escote
de la sonámbula rota en madrugadas.
Oro en la sudorosa alquimia de la Bolsa,
oro de guillotinas, de quirófanos,
de auguradoras parteras y de abortos,
de suspiros de viudas y mueca de rufianes,
de colchones pinchados y albergues transitorios.
Del Buda iluminado que ya nada desea,
y el niño que deseándolo todo se despide
de sus heces y el cólera en Calcuta…

Oro que ora

PAX VOBISCUM

Oro que oro

IN GOD WE TRUST[1]
¡Ay oro!
¡HARE KRISHNA!
A 30 días

GOLDEN GOD

WE TRUST
Oro y reoro y más:
recontraoro y ¡HARE!
verde y reverde y ver
el camello pasando por la aguja
Oro que lame
¡HARE! ¡HARE KRISHNA!
lame y relame la lengua de la gula
los bulos y las bulas
y oro orísimo que anuda
las resecas mandíbulas del hambre


Gustavo Aritto




Poema incluido en La espiral de fuego: Siete palimpsestos del caos, Buenos Aires, 2008.



[1] “En Dios confiamos”, inscripción en todo billete de dólar estadounidense.

3 de febrero de 2012

CARTA DE UN TERRÍCOLA ACUARIANO A NEPTUNO







"ADIÓS, amigo de los abismos. Hasta la vista, compañero Neptuno. Nuestra tribu de volátiles acuarianos ha aprendido una dura y necesaria lección junto a ti. En los últimos catorce años nuestra ardua convivencia conmovió todos los estamentos de este planeta y su presunto orden. En algo, sin duda, nos parecemos.

Contigo, turbulento amigo, nuestro océano interior hubo de ceder sus secretos precipicios a la embestida de los tiempos electrizados del humano Aguador. Tras dos milenios de engaños agridulces, muchos de nuestros miedos y vergüenzas ancestrales dejaron su desnudez tendida en tu resaca. Hoy sabemos navegar por mares invisibles a los ojos, explorar nuestros sueños como vates y aceptar la dualidad que divide y desafía, latido a latido, al druida que una vez abandonamos en el corazón de nuestro bosque oscuro.

GRACIAS por haber permitido a nuestros urgentes niños siderales conversar de igual a igual con tus sabios Delfines. GRACIAS por no habernos negado el antiguo don de tus Ballenas, su memoria antigua y sagrada de la estela espiritual de cada uno, el hasta hoy vedado Registro del Akasha planetario que nos conoce desde que Dios nos sopló. GRACIAS por habernos emocionado con la verdad y habernos probado con la mentira.

Hoy, viernes 3 de febrero de 2012, nos dejarás en medio de la fascinante y filosa aventura de hacer pie en el vórtice que va llevándose un mundo envejecido. Regresa, pues, y descansa, entra sin llamar a tu mística Casa piscinana, acuático guerrero de los falsos límites y las celdas vetustas. Tu labor no ha cesado ni cesará jamás. En algún lugar del Hades aún anudarás de nuevo los remos soberbios de Odiseo. En algún trocito de tierra firme volverás, muy pronto, a decirnos algo más, cuando el último solsticio de la Era nos anuncie que la noche más larga ha terminado, que el Sol ya está asomándose por el Oeste..."



Gustavo Aritto