29 de abril de 2015

EL SONIDO QUE NOS CREA (VI): LA MÚSICA DE APOLO, EL SANADOR





“Resulta muy particular observar la relevancia con que para la comprensión griega una figura divina emerge de los restantes dioses. Nosotros sabemos que los griegos adoraban a diversos dioses. Estos dioses eran la imagen refleja, la proyección de aquellas Entidades originadas en el paso por los planetas del ulterior Jesús nathánico con el Cristo dentro de sí.
Ellos lo visualizaban a sí cuando elevaban su mirada hacia las lejanías cósmicas, cuando penetraban con ella en el éter de la luz, y así con toda razón declararon a Júpiter –no al externo, sino al verdadero, interior, espiritual- como su origen, cuando mencionaban a Zeus. Así se expresaban cuando mencionaban a Palas Atenea, a Artemisa y así también a los diversos dioses planetarios que eran la sombra de aquello que hemos señalado. Pero en esta manera de ver a los distintos dioses, uno cobraba especial relevancia: la figura de Apolo. La figura de Apolo destacaba en una forma singular. ¿Qué vieron los griegos en Apolo?

Nosotros los conoceremos si dirigimos nuestra mirada hacia el Parnaso y la fuente Castalia. En el Oeste de ella se abre como una garganta en la tierra sobre la cual los griegos levantaron un templo. ¿Por qué? De esa garganta anteriormente fluían ciertos vapores, que cuando las corrientes de aire eran las adecuadas, se enroscaban cual un dragón en derredor de la montaña. Los griegos imaginaban a Apolo lanzando sus flechas contra el dragón, que en forma de fuertes vapores se alzaba desde esa garganta. Allí, en el Apolo griego se nos presenta San Jorge arrojando sus flechas contra el dragón, pero como si fuera su sombra terrestre Y cuando él venció al dragón Pitón, allí se edificó un templo, y en vez del Pitón vemos que los vapores se desplazaban en el alma de la Pythia; ahora entonces los griegos imaginaban que el los vapores salvajes del dragón vivía Apolo en su interior, el que profetiza por medio de los oráculos, por boca de la Pythia. Y los griegos, ese pueblo consciente de sí mismo, ascienden por los escalones anímicos que ellos mismos habían preparado y reciben por la boca de la Pythia que se halla compenetrada por loa vapores del dragón, aquello que Apolo tenía que expresar. Esto quiere decir que Apolo vive en la sangre del dragón e impregna a los hombres con esa sabiduría que ellos buscan en la fuente Castalia. Y este sitio se convierte en un lugar de reunión para los juegos y las festividades más sagradas. ¿Por qué Apolo pudo realizar esto? ¿Quién es Apolo? Él realiza lo que fluye de la sangre del dragón como sabiduría, solamente desde la Primavera hasta el Otoño. Llegado el Otoño, se encamina hacia su antiquísima morada primordial, hacia el norte, hacia el territorio de Hiperbórea. Su partida se festeja como despedida, puesto que Apolo se va. En la Primavera, cuando llega del norte, subyace una profunda sabiduría. El Sol físico se dirige al sur, pero en lo espiritual siempre es lo opuesto. Con esto se quiere señalar que Apolo tiene que ver con el Sol, Apolo es aquel ser cuasi angelical del cual hemos hablado: una sombra, una proyección dentro del alma griega, del Ser angelical que actuaba efectivamente en las postrimerías de la época atlante y que fue compenetrado anímicamente por el Cristo. La proyección en el alma griega del Ángel compenetrado anímicamente por el Cristo, es Apolo, el cual expresa sabiduría a los griegos por boca de la Pythia. Y esta sabiduría apolínica fue de una suma importancia para los griegos. Se guiaron por ella en todos sus asuntos más importantes o al tener que adoptar ésta o aquella medida. Anímicamente bien preparados en sus almas, en situaciones difíciles en la vida, ellos se dirigían una y otra vez hacia Apolo, y se dejaban profetizar por la Pythia que estaba animada por los vapores en los que vivía Apolo. Y Esculapio, el curador, para los griegos es hijo de Apolo. El dios curador es Apolo: ‘curador’. La atenuación de Aquel Ángel en el cual alguna vez habitó el Cristo, en la Tierra o para la Tierra se convierte en un curador. Porque Apolo nunca fue una figura físicamente encarnada, sino que actuaba por intermedio de los elementos terrenales.


Y el dios de las musas, y ante todo el dios del canto y el arte musical, es Apolo. ¿Por qué lo es? Porque él utiliza lo que resuena en el canto y en el arte de los instrumentos de cuerda, para poner orden en aquello que sin esto –el conjunto del pensar, sentir y querer- entraría en el caos. Nosotros siempre tenemos que tener presente que en Apolo, todo esto es una proyección de aquello que había sucedido hacia el final de la época atlante. En ese tiempo, desde las alturas espirituales todavía afluía algo en las almas humanas que tenía un débil eco en el arte musical que los griegos practicaban bajo la protección del dios Apolo. Los griegos eran conscientes de que su arte musical solamente era el reflejo terrestre de aquel antiguo arte que en las alturas practicaba ese Ser Angelical que estaba compenetrado por el Cristo, para así poder alcanzar la armonía del pensar, sentir y querer. Ellos no lo expresaron así, sólo en sus misterios se sabía de qué se trataba. En los Misterios Apolínicos se decía: una excelsa Entidad divina alguna vez compenetró a un Ser de la jerarquía de los Ángeles. Esto condujo a la armonía del pensar, el sentir y el querer, y un reflejo de ello es el arte de las musas, especialmente el arte apolínico, por ejemplo, aquel arte musical que tiene su expresión en el sonido de las cuerdas. No se consideraba apolínico aquello que se manifestaba a través de instrumentos tales como la flauta, o sea de viento. Aquello que no apela tanto a los elementos, como son los instrumentos de viento, y que necesita un manejo manual por parte del hombre, es lo que resuena en las cuerdas de Apolo; a esto los griegos lo denominaron ‘el efecto musical que brinda armonía en el alma’. Y de esos hombres que no expresan inclinación ni aprecio por este arte musical de Apolo, los griegos decían, conscientes de todo lo ya mencionado, que en su cuerpo físico de hecho presentan un signo que demuestra su apatía hacia el principio apolínico, ellos demuestran en él que han quedado retenidos atávicamente en un escalón anterior.[1] Es extraño que cuando nació un hombre con orejas excesivamente largas –era el Rey Midas- los griegos decían: éste nació con orejas de burro, porque antes de llegar al mundo, él no se expuso adecuadamente a los efectos que alguna vez arribaron al mundo por medio de Aquel Ser cuasi angelical que fue compenetrado por el Cristo. Por eso ellos decían: como tiene orejas de burro prefiere los instrumentos de viento a los de cuerda. Y cuando cierta vez nació un niño que carecía de piel –en la mitología se lo conoce bajo el nombre de Marsyas el desollado- decían: esto ocurrió porque antes de su nacimiento no prestó la debida atención a aquello que manaba del Ser cuasi angelical. Esto surge por la observación oculta.[2]

[…]

… ¿Qué significa en verdad Apolo? No la silueta de sombra que los griegos veneraron después, sino ¿qué es en verdad Apolo? Como ser divino es el Ser que hizo fluir, desde los mundos superiores, las fuerzas sanadoras del alma, paralizando de ese modo las luciférico-ahrimánicas[3]. Esto también causó en el cuerpo humano un accionar conjunto de cerebro, respiración, pulmón, laringe y corazón, que son la proyección de esa acción conjunta expresada en el canto. Porque la correcta acción conjunta de cerebro, respiración, órganos del habla y corazón, es la expresión física para una correcta acción conjunta del pensar, sentir y querer. El curador, el divino curador es Apolo. Hemos visto sus tres escalas evolutivas, y también sabemos que el curador sobre el cual se basa Apolo, nació en la Tierra y los hombres lo llaman Jesús, que traducido a nuestro idioma significa: ‘El que cura a través de Dios’. Es el Jesús nathánico quien cura a través de Dios, Jehoschua Jesús.”



Tomado de Rudolf Steiner, La búsqueda del Santo Grial, Conferencia III, Bs. As. Editorial Antroposófica, 2004 (1ra ed.). Traducción del alemán: Carlos Friedenreich.






[1] No estoy seguro de poder comprender del todo esta conclusión de Steiner. Lo que creo, sí, poder arriesgar es que en los márgenes de toda esta tan original y universalista exposición en torno del sincretismo mítico asegurado por la figura de Apolo, late y reclama sus derechos a la vida el censurado orbe natural cuyo centro de sentido fue el mito de Orfeo-Diónisos, también vinculado entrañablemente con la simbología crística. Ha sido gracias a la tradición autoritaria sellada por Homero y Hesíodo (y traicionada por el iniciado Platón) por lo que Occidente quedó “retenido atávicamente” (para usar las propias palabras del gran ocultista austrohúngaro) al orden y el esplendor de la polis civilizadora, su nomos y sus valores hegemónicos de Verdad (como des-ocultamiento), de Bondad (amarrada a la suprema Idea del Bien) y de Belleza (en tanto reflejo de la medida, esto es, de la proporción y la jerarquía). Hay que recurrir a la mística primitiva, al anti-olímpico orden instintual del irrepetible genio de Esquilo para dar con  algo de luz que alumbre esta zona de sombra; F. Nietzsche, por afuera de la tradición secreta, lo supo desde muy joven. (G. A.)

[2] Steiner alude aquí a su propio y prestigiado don de acceder a los Registros del Akasha a fin de recibir información interdimensional de forma intuitiva y más allá de las funciones normales de la mente concreta inmersa en el orden material. (G. A.)

[3] El autor trata en detalle, en conferencias previas incluidas en este mismo volumen, acerca de las figuras de Lucifer y Arhimán, adalides de las fuerzas involutivas desatadas contra la consumación del Plan Divino para la humanidad en la Tierra. (G. A.)


26 de abril de 2015

EL SONIDO QUE NOS CREA (V): La lira y la voz de Pitágoras



Monocordio de Pitágoras





Semblanza del gran Iniciado de Samos
extraída de


Porfirio
(233-304 d. C.):

VIDA DE PITÁGORAS



“Siendo así que narró Diógenes[1] con exactitud los hechos referentes a su condición de filósofo en sus Hechos increíbles más allá de Tule, yo decidí no omitirlos en modo alguno. Dice, pues, que Mnesarco, que por su origen era un tirreno de los que colonizaron Lemnos, Imbros y Esciros, y que desde su lugar de residencia visitaba muchas ciudades y recorría muchas comarcas, se encontró en una ocasión con un tierno niño que estaba tumbado al pie de un álamo grande y frondoso. Observó que, boca arriba, dirigía su vista al cielo, hacia el sol, sin parpadear, y que se había metido en la boca una caña delgada y fina, a modo de flauta. Contempló con admiración que se alimentaba del rocío que goteaba del álamo y lo cogió en brazos, suponiendo que, en cierto modo, era divino el origen del niño.” [§ 10]

[…]

“Poniendo sus pies en Creta, entre los iniciados de Morgo, se dirigió a uno de los Dáctilos Ideos[2], por quienes también fue purificado con una piedra tocada por el rayo, tendido boca abajo, desde el alba, junto al mar, y, por la noche, junto a un río, adornado con los mechones de un carnero negro. Y bajó a la llamada cueva del Ida con la lana negra; allí pasó tres veces los rituales nueve días y ofreció un sacrificio a Zeus. Contempló también el sitial que se le preparaba cada año y un epigrama sobre su tumba con estas palabras: ‘Pitágoras a Zeus.’ Su comienzo es el siguiente:

Aquí yace, tras su muerte, Zan, a quien suelen llamar Zeus[3].

Una vez que desembarcó en Italia y se encontró en Trotona, cuenta Dicearco que, por haber llegado como hombre tan viajero e importante y, en consonancia con su propia naturaleza, por verse agraciado por la fortuna – ya que era liberal y elevado en su modo de ser y tenía muchísimo atractivo personal y encanto, por su voz, por su carácter y por todos los otros aspectos -, influyó en esa ciudad de tal modo que cautivó al consejo de los ancianos con su rica y amena charla; a su vez, a instancias de los magistrados, elaboró exhortaciones juveniles para los muchachos. Y, después, lo hizo para los niños que acudían juntos a las escuelas. […] Por lo demás, lo que decía a los que con él convivían ni siquiera uno solo puede manifestarlo con certeza, porque se daba un silencio ritual entre ellos.” [§ 17-19]

[…]

“En Tarento vio a un buey que, en un enorme pastizal, daba cuenta de unas matas de habas; se acercó al pastor y le sugirió al pastor que le dijera al buey que respetara las habas. El pastor, bromeando, le respondió que no sabía hablar en la lengua de los bueyes. Se acercó Pitágoras y le susurró al toro, al oído, que no sólo se alejara de las habas en aquel momento, sino que en lo sucesivo no las tocara. En Tarento, por el templo de Hera, permaneció mucho tiempo un buey viejo, el llamado “buey sagrado”, que comía los alimentaos que le ofrecían los visitantes. Se cuenta que se ocupaba con sus discípulos casualmente Pitágoras, en Olimpia, de los augurios, de los símbolos y de las señales por las que se manifiesta Zeus, y un águila que sobre volaba el lugar descendió adonde estaban; la acarició y de nuevo la dejó ir, porque son mensajes de los dioses lo mismo[4] que, entre los hombres, los que reciben su afecto. En otra ocasión, poniéndose junto a unos pescadores, en tanto su red arrastraba del fondo un gran copo, predijo la cantidad de peces que estaban recogiendo, precisando el número. Los hombres se comprometieron a hacer lo que se les ordenara si su predicción se cumplía; Pitágoras les pidió, a su vez, que dejaran vivos a los peces, después de contarlos con exactitud. Y lo más sorprendente es que ningún pez pereció, al permanecer fuera del agua, durante todo el tiempo que duró el recuento en su presencia.
A la mayoría de las personas con que se relacionaba les recordaba la vida pasada que sus almas habían experimentado antaño, antes de vincularse al cuerpo que tenían. Y con pruebas irrefutables se declaraba a sí mismo la reencarnación de Euforbo, el hijo de Pañito, y, especialmente, celebraba y cantaba cadenciosamente con la lira aquellos versos de Homero:

y sus cabellos, semejantes a los de las gracias, se mancharon de sangre,
y sus rizos, que estaban sujetos con ceñidores de oro y plata.
Y cual frondoso plantón de olivo que, plantado por un hombre
en apartado lugar, donde brota en abundancia el agua,
crece hermoso, y lo sacuden corrientes de toda
clase de vientos, y de flores blancas se cubre;
mas, de repente, se presenta un ventarrón, acompañado de fuerte
tormenta, lo arranca de su hoyo y lo tiende en tierra;
así también, al hijo de Pántoo, a Euforbo, de robusta lanza armado,
el atrida Menéalo, tras darle muerte, lo despojó de su armadura.[5]


[…]

Afirmaban que, en otra ocasión, cuando pasaba el río Cáucaso con muchos de sus discípulos, le dirigió a éste la palabra. Y el río le respondió: ‘Salve, Pitágoras’[6]. Y casi todos aseguran que, en un único y mismo día, tanto en Metapunte, de Italia, como en Tauromento, de Sicilia, se había entrevistado y conversado cara a cara con los discípulos de uno y otro sitio, siendo así que mediaban, por tierra y por mar, muchísimos [estadios][7] que ni siquiera se recorrían en bastantes días.” [§ 24-27]

[…]

“Con sus cadencias rítmicas, sus cánticos y sus ensalmos mitigaba los padecimientos psíquicos y corporales. Estos procedimientos los desarrollaba para sus discípulos, pero, particularmente, escuchaba la armonía del universo, porque comprendía la armonía universal de las esferas y de los astros que en ella se mueven, y que no la percibimos por la pequeñez de nuestra naturaleza. Y con estas palabras lo atestigua Empédocles, cuando dice:

Había entre ellos un varón, poseedor de sólidos conocimientos,
y dominador de toda clase de actos, especialmente de los sensatos,
que, naturalmente, había logrado la grandísima riqueza de la 
                                                                                           [inteligencia.
Porque, cada vez que con toda ella efectuaba una tentativa,
fácilmente veía cada uno de los seres existentes, en su detalle,
en diez o en veinte generaciones humanas.

En efecto, las expresiones ‘sólidos’, ‘veía cada uno de los seres existentes’, ‘riqueza de inteligencia’ y otras semejantes son un indicio revelador de la selecta y singularmente crítica capacidad organizativa [de Pitágoras][8], por encima de otros, en el ámbito de la vista, el oído y el pensamiento. Por lo demás, las voces de los siete planetas, la [de la esfera] de los fijos y, además de ésta, la [de la esfera] de encima de nosotros, llamada entre ellos[9], por otro lado, ‘antitierra’, había asegurado que eran las nueve Musas. A la mezcla, sinfonía y, por así decirlo, atadura de todas ellas[10], llamaba Mnemósine, de la que cada una era parte y efluvio de un eterno increado. Al exponer sus hábitos cotidianos, Diógenes dice que a todos aconsejaba regir la ambición y la vanidad, que contribuyen particularmente a la envidia, y evitar las reuniones masivas. En efecto, desde el alba ocupaba su tiempo conversando en el umbral de su casa, acompasando su voz a la lira y cantando algunos peanes antiguos de Teletas[11]. Entonaba también los versos de Homero y Hesíodo que, estimaba, suavizaban el alma. Y practicaba ciertas danzas que creía proporcionaban al cuerpo agilidad y salud. Sus paseos no los hacía acompañado de muchas personas, por el hecho de que pudiera provocar envidia, sino con dos o tres, por los santuarios o bosques sagrados, escogiendo los lugares más tranquilos y más bellos. Apreciaba extraordinariamente a sus amigos, y fue el primero que declaró que los asuntos de los amigos eran comunes y que el amigo era la réplica de uno mismo[12]. Y si estaban sanos, pasaba su tiempo con ellos; si se encontraban enfermos del cuerpo, los cuidaba, y si sus lesiones eran psíquicas les daba ánimos, como decíamos, a unos, con conjuros y ensalmos, a otros, con la música. También tenía para las enfermedades somáticas cánticos guerreros; al entonarlos, restablecía a los enfermos. Había otros que provocaban el olvido del dolor, calmaban los arrebatos de cólera y eliminaban los deseos absurdos.” [§ 30-33]

[…]

“Pero no admitía el placer populachero y marrullero[13], sino el firme, serio y exento de calumnia. Porque es doble la variedad de placeres: aquellos, por un lado, que obtienen su complacencia en el vientre y en los placeres eróticos, a través del lujo, [que][14] equiparaba a los cantos homicidas de las sirenas; por otro, los que se sustentan en las cosas bellas y justas, necesarios para la vida, placenteros, a la vez y de inmediato, y que no comportan la posibilidad de arrepentimiento ante una contingencia futura, y de los que, afirmaba, se parecían a una armonía musical.” [§ 39]

[…]

“Hablaba también, en un tono misterioso, valiéndose de símbolos, de ciertos aspectos que Aristóteles, precisamente, los ha señalado con profusión. Como, por ejemplo, el llamar al mar lágrimas, a las Osas manos de Rea, a la Pléyade lira de las Musas y a los planetas perros de Perséfone. Y del ruido que se producía al ser golpeado el bronce, decía que era la voz de algún demon encerrada en él. Había también otra clase de símbolos, del tipo siguiente: … no llevar las imágenes de los dioses en los anillos, esto es, no tener ni representar a la multitud, sobre los dioses, opiniones y palabras corrientes o manifiestas; ofrecer a los dioses libaciones solamente por el asa de las copas[15], porque de ello se infería honrarlos y celebrarlos con música, pues ésta penetra a través de los oídos…” [§ 41-42]

[…]

“Practicaba una filosofía cuyo objetivo era preservar y liberar de determinadas trabas y ataduras a la mente que se nos ha asignado, sin la que, en modo alguno, nada sensato ni auténtico se puede conocer ni percibir, sea cual sea el sentido que utilicemos. Porque la mente por sí misma ‘todo lo ve y todo lo oye; lo demás es sordo y ciego’[16].
Y una vez que se encuentra purificada, hay que proporcionarle algo que le sea útil. Y esto es lo que él procuraba, en su discurrir de medios: en primer lugar, la conducía suavemente a la contemplación de los seres incorpóreos, eternos y de su misma raza[17], que permanecen idénticos y sin alteración, avanzando después, poco a poco, por temor a que, perturbada por un cambio repentino e imprevisto, se desanimara y se cansara en virtud de la alimentación tan nociva y duradera que había recibido. Por consiguiente, a causa de las ciencias y especulaciones que tienen lugar en la frontera de los cuerpos y de los incorpóreos [en una dimensión triple en cuanto cuerpos, pero sin resistencia en cuanto incorpóreos][18], se ejercitó poco a poco en los seres reales, conduciendo con habilidad técnica los ojos del alma, desde los seres corpóreos que jamás se mantienen idénticos, ni siquiera en una mínima cantidad, hasta la adquisición de su alimento. Por ello, introduciéndolos en la contemplación de las auténticas realidades, hacía dichosos a los hombres. Así, pues, el ejercicio de las matemáticas había sido aceptado en su sistema.
El estudio de los números, como asegura, entre otros, Moderato de Cádiz[19], que reúne once libros, muy atinadamente, las opiniones particulares de los escritores, se emprendió por la siguiente razón. Al no poder, dice, transmitir de palabra con claridad las primeras formas y los primeros principios, a causa de la dificultad de concebirlos y de expresarlos, se aplicaron a los números por la claridad de su enseñanza, imitando de ese modo a los geómetras y a los maestros de escuela. Porque, como éstos, en su intento por transmitir el significado de las letras y estas mismas letras, recurrieron a los caracteres del alfabeto, diciendo que estos caracteres son las letras en lo que respecta al comienzo de una enseñanza; después, sin embargo, enseñan que esos caracteres no son letras, sino que representan un concepto, a través de ellos, de las auténticas letras[20]; y también los geómetras, al no poder representar con la palabra las formas corpóreas, se aplican al dibujo de las figuras, diciendo que el triángulo es esto, pero sin querer que ello sea lo que cae bajo la vista, sino lo que tiene determinada característica, y, en base a ello, sostienen su concepción del triángulo; así también los pitagóricos hicieron lo mismo: como no podían explicar por la palabra las formas incorpóreas y los primeros principios, se aplicaron a la demostración por medio de los números. Y así, llamaron ‘uno’ a la razón de la unidad, de la identidad, de la igualdad, y a la causa del acuerdo y simpatía del universo y de la conservación de lo que se mantiene en una identidad inmutable…” [§ 46-49]




De PORFIRIO, Vida de Pitágoras [con Vida de Plotino; y ‘ORFEO’, Argonáuticas e Himnos órficos], Planeta DeAgostini, Madrid, 1998, Colección Los Clásicos de Grecia y Roma, según la edición original de Editorial Gredos (Biblioteca Clásica), 1987-1992. Traducción del griego y notas: Miguel Periago Lorente.



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[1] Antonio Diógenes, autor de relatos de viajes y de aventuras. Vivió hacia el año 100 de nuestra Era y es uno de los más importantes narradores griegos de la época imperial; sólo se conoce un fragmento de su obra, recogido por Focio, Biblioteca, 166.

2 Cf. C. A. Lobeck, Aglaophamus, Königsberg, 1829, págs. 1179-1180. Para la purificación en el orfismo y pitagorismo, cf. R. Parker, Miasma: Pollution and Purification in Early Greek Religión, Oxford, 1985, págs. 292 y sigs.

3  Para Calímaco, Himnos I 8, la tumba de referencia era una superchería de los cretenses. En cuanto al nombre de Zan por Zeus, hay testimonios de que Ferecides de Siro lo utiliza para una de las deidades supremas originarias de su cosmogonía.

4 Hay en el original griego un ‘attai que dejaría la traducción así: mensajes de los dioses y voces suyas para los hombres que de ellos reciben su afecto”. He creído más congruente con el sentido general del párrafo, aceptar la lección hai autaí, en cuyo caso no hay que pensar en unas águilas que, aparte de transmitir los mensaje de los dioses, encarnan también sus voces. Más lógico parece que se debe entender que su función de mensajeras es análoga a la de los mortales que reciben el afecto de los dioses, tal como queda la traducción.

5 Ilíada, XVII 51-60.

6 No tiene sentido que este hecho se relacione con el río Cáucaso. Puede tratarse de una confusión por Casas, riachuelo que pasaba por Metapunte.

7 No figura en el texto. Lo introdujo el filósofo Holstein, tomándolo de Jamblico.

8 Elimina Nauck (cuyas referncias aluden a su edición de las obras de Porfirio, en Porphyrü opuscula selecta, Teubner, Leipzig, 1866… Evidentemente, su inclusión no se ve necesaria para la comprensión del texto.

9 Debe entenderse “los pitagóricos” […].

10 Las Musas, evidentemente.

11 Poeta natural de Gortina, en Creta, y radicado en Esparta. Floreció en el siglo VII a. C. y su obra ha desaparecido casi por completo.

12 Literalmente, “otro de sí mismo” (‘állon heautón).

13 El término griego goeteutikén [¿?] viene a significar algo así como “por malas artes”, “a base de superchería, de charlatanería”; de ahí el calificativo de “marrullero” que propongo como traducción.

14 Conjetura del filólogo Nauck, útil para el sentido y la concordancia sintáctica.

15 Esto es, cogiendo las copas por su asa, para verter el contenido.

16 Célebre fragmento de Epicarmo [fr. 12 de Diels-Kranz]. Cf . Porfirio, De abstinentia I 41 y III 21.

17 Homophýlon, en griego. Cf. Platón, Fedón 78c5, donde se expresa un parentesco entre la mente y lo divino.

18 La edición de “Les Belles Lettres” conservan el somáton (= de los cuerpos) original, que presenta también el texto de Jámblico. No veo necesaria la corrección somatikón (= de los corpóreos) de Nauck.

19 Contemporáneo de Nerón, parece que ejerció una gran influencia en Jámblico y Porfirio. Intentó conciliar el platonismo y el neopitagorismo, en el sentido de que su simbología de los números, que presentaba al “Uno” como fundamento teológico de su sistema, se hallaba muy próxima al platonismo tardío.

20 Alude, sin dura, al hecho de que las letras con su sonido y el concurso de unas con otras dan lugar a las palabras.




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La Música
del Macrocosmos y del Microcosmos humano



“El aspecto cosmológico de los conceptos musicales no es una característica solo de China. Se hallan correspondencias similares en India, en los países islámicos, en Grecia antigua y hasta en el Medievo cristiano. Las estaciones, los meses, los días, las horas, los planetas, las partes del cuerpo humano, los humores, las enfermedades, los elementos y hasta la visión del mismo cosmos repetida en una eterna armonía de las esferas.
Hay pasajes bíblicos que parecen estar inspirados en la idea de la armonía cósmica. Pero muestran al máximo una tendencia a admitir la idea a través de la concepción general de que ‘toda la tierra’ debe cantar al Señor y ‘proclamar su gloria entre las naciones, su maravillosa obra entre los pueblos’. Pasa una relación lógica entre el Salmo 96:12 donde ‘todos los árboles y el bosque rebosaron de contento delante del Señor’. Y Filón en su Vida de Moisés exclama ‘Oh Señor, las estrellas, unidas a formar un coro, ¿son capaces de entonar un canto digno de ti?’ 12 El nexo es constituido en aquella demanda que se halla en el Libro de Job:13:  ‘¿Dónde estabas tú cuando las estrellas de la mañana cantaron juntas?´
El Libro de Job es considerado tardío; el mismo Job vivió en el tiempo del exilio Babilonio (VI a.C.). Por otra parte Filón atribuye a los Caldeos la idea de la armonía cósmica. Es por lo tanto más probable que la armonía de las esferas desarrollada de más antiguas coordinaciones cosmológicas, hallara su forma final en Babilonia, y de ahí se difundiera entre los hebreos, entre los griegos, e incluso entre los egipcios.
Una distinción no debe ser descuidada: la armonía de las esferas difiere fundamentalmente de la teoría original de la coordinación. Ésta última establecía que cada planeta estaba en relación a otro, como cierta altura sonora estaba en relación a otra; la armonía de las estrellas significa una cosa totalmente distinta: los planetas, o mejor dicho las esferas, suenan verdaderamente, aunque son sonidos imperceptibles.
En ninguna de las dos formas la idea de una interdependencia funcional de realidad musical y no musical resulta evidente, ni puede ser originada espontáneamente en cada país del Pacífico al Mediterráneo.
Entonces, ¿dónde y cuándo tomó vida? No lo sabemos. La mejor vía, aquella que se remonta a los testimonios más antiguos, se dirigen menos a las fuentes asiáticas, que no estamos en condición de datar por espacio de un milenio. Por demás, los textos egipcios, sumerios, babilónicos, asirios y persas no tocan este tema (lo que no demuestra que las caracterizaciones cosmológicas fueran desconocidas).”

[…]

“Aristóteles en un largo párrafo sobre música en su Política, acepta la división de las melodías según su ethos, asignando a cada clase su especial harmonia. Pero oponiéndose a principios no liberales, él agrega que no se debe juzgar su valor por puntos de vista preconcebidos; la música debe ser estudiada con la intención de (a) educación (b) purificación y (c) goce intelectual, distracción y recreación. ‘Algunas personas’, continúa, ‘caen en un frenesí religioso y les vemos liberarse con el uso de melodías místicas, las cuales llevan curas y purificaciones al alma’. Justo aquí estamos en el centro de lo que los griegos llamaban katharsis o curación por medio de la purificación. Aristóteles dice en la Política 8:1340b, 8 que las personas insanamente transportadas por el “entusiasmo” ‘escuchan las entusiastas melodías que intoxican sus almas y son vueltos atrás una y otra vez en sí mismos, así la catarsis tiene exactamente el lugar de una cura médica’.
Werner y Sonne llamaron a esto un ‘tratamiento fundamentalmente homeopático’. Por otra parte el tratamiento alopático busca aliviar a los maniáticos haciendo ‘sobre sus desorganizadas almas la impresión de la magia numérica y del orden cósmico, y por lo tanto, en cierto sentido concordándolo a las proporciones del universo’.
La cura de los males corporales es menos mencionada, aunque no fueron del todo insólitas. Ateneo declara expresamente que las ‘personas sujetas a la ciática debían ser liberadas de sus ataques si uno tocaba la flauta en la armonía frigia sobre la parte doliente’ 31. Ni debemos olvidar que los himnos fueron en origen un encantamiento contra males y muerte.
La intoxicación y la cura por medio de la música se encuentran entre los numerosos residuos de primitivismo de la vida espiritual de los griegos. El doble poder de la música de calmar como de agitar el pensamiento, era entendido, en el periodo clásico de la civilización helena, como elemento capaz de influir en las cualidades morales de la nación.
Esta reforzaba o debilitaba el carácter, creaba el bien y el mal, el orden y la anarquía, la paz y la inquietud. En el siglo IX a.C. el músico Taleto fue designado para asistir a Licurgo, el legislador espartano; durante la guerra civil el oráculo délfico aconsejó llamar al compositor Terpandro para poder pacificar la ciudad; en Atenas, Platón exhortaba a los tutores de su estado ideal a fundar la república sobre la música.
Estas ideas no eran del todo helénicas; habían existido en China y en Egipto antes de llegar a Grecia. Pero era una característica griega (aunque egipcia en sus inicios) el organizarlas en un sistema pedagógico. Para Platón, la práctica de la música era educacional, paideía. Y por lo tanto el entrenamiento musical, vocal e instrumental debía ser obligatorio, y lo fue a larga escala: cada ciudadano de Arcadia fue obligado a estudiar música desde la primer infancia a los treinta años; la música tenía preferencia sobre la gramática en las escuelas espartanas, y hasta el final un poeta como Luciano todavía reclamaba que la música debía ser primera materia en la educación, y la aritmética solamente la segunda. Sobre la idea de preferir la música como objeto educativo, Platón ciertamente la dedujo de autoridades más antiguas.
En el siglo V a.C. Herodoto refiere que los niños egipcios no tenían permitido aprender música a la ciega; solo la buena música estaba permitida y eran los sacerdotes los que decidían cual era la buena música. En el mismo orden de ideas los niños griegos comenzaban por los Himnos más antiguos y en algunos casos llegaban hasta la música contemporánea; las melodías cacofónicas eran evitadas, mientras que las aptas para templar el carácter tenían predominancia.”



Tomado de Curt Sachs, La música en el Mundo Antiguo. Oriente y Occidente, III. El Asia Oriental, 1. “Características generales”; V. Grecia y Roma, 9. “Salud y curación”.  Edición electrónica, sin datos de lugar ni traductor, trad. de la versión italiana, Florencia, 1981.



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Aspectos de la música en la Grecia antigua,
a propósito de la tradición pitagórica


“Entre los griegos, el uso preponderante de lo que llamamos música se daba en conjunción con la poesía y la danza. ‘La palabra música  (mousiké) tenía, en el mundo antiguo, dos significados diferentes: uno amplio, el otro estrecho. En el sentido amplio significó la totalidad de la cultura intelectual o literaria, en tanto opuesta a la cultura de las habilidades físicas, agrupadas bajo el término gimnasia… En su sentido estrecho, mousiké es sinónimo aproximado de nuestra palabra derivada de ella; pero los antiguos incluían en el concepto ‘música’… los movimientos de danza que acompañaban el canto, y el texto poético mismo’ (Theodor Reinach, Musica, en trad. de A. Mendel – n. del autor).
La historia de la música en la Grecia antigua está, pues, entretejida con mitos que las hilachas de verdad histórica sólo pueden ser desenmarañadas con dificultad… Nuestro conocimiento de esta música – fragmentaria como es – abarca unos nueve siglos (ca. s. VII a. C – s. II d. C.), y es, por lo tanto, importante tener in mente que su naturaleza debe haber cambiado de época en época, y que ninguna descripción fácil de fase alguna del arte es pasible de ser aplicada al período entero.
La figura concreta más temprana en emerger del sombrío pasado musical personificado por el mítico Olimpo es el citarista Terpander de Lesbos (ca. 675 a. C). Tenemos noticia de que fue convocado a Esparta, por orden del oráculo de Delfos, a fin de pacificar disputas con el estado. Se lo considera el fundador de la música griega clásica y se le atribuye, entre otras cosas, el haber incrementado las secciones del nomos [= medida, norma, ley] citaródico hasta el santificado número de siete (cf. pág. 6, además, las siete puertas de Tebas, los – en cierta época -  siete planetas, etc.). El nomos era una manera cantada en contraste con una recitación, y parece haber erigido un repertorio de ‘regulaciones’, tipos melódicos y rítmicos fundamentales que podrían ser introducidos por los músicos como algo más o menos nuevo… El término se aplicó también a producciones nuevas. Éstas no tenían todas una forma musical común, pero la división en un número definido de ‘movimientos’ era esencial.”

[…]

“Entre los neoplatónicos que se refirieron a la música estaban Plotino (205-270 d. C.), su pupilo Porfirio (233-304 d. C.), cuyo comentario a la Harmonia de Ptolomeo ha sido ya mencionado, y Proclos (412-485 d. C.), los tres asociados a Alejandría, y al sirio Jámblico († ca. 330 d. C.), quien estudió con Porfirio en Roma. Plotino, al igual que Platón y Aristóteles, atribuyó una importancia considerable a la música como influencia moral, pero difirió de ellos al estimar su eficacia más desde el punto de vista religioso y menos desde el político. Lo Bello, según él, purifica el alma y la conduce por grados a la contemplación del Bien. En su filosofía, la música tenía un poder mágico capaz, ateniéndose a su naturaleza, de llevarlo a uno tanto hacia el bien como al mal. De algún modo, ella semeja la oración.

‘La melodía de un encantamiento, un grito cargado de significado… tienen también un… poder sobre el alma… , configurándola con la fuerza de… sonidos trágicos – pues es al alma falta de razón, no la voluntad o la sabiduría, la que es seducida por la música, forma ésta de brujería que no plantea pregunta alguna, cuyo hechizo, en verdad, es bienvenido. … Del mismo modo ocurre con las oraciones; … los poderes que responden a encantamientos no actúan a voluntad. … La oración es respondida por el mero hecho de que aquella parte y la otra parte [la del Todo] están plasmadas en un mismo tono como una cuerda musical que, sujeta de un extremo, vibra también en el otro. Frecuentemente, además, la sonoridad de una de las cuerdas activa lo que podría pasar por una percepción en la otra, resultado de estar en armonía y afinadas según una escala musical; ahora, si la vibración de una lira afecta a otra en virtud de la simpatía existente entre ambas, entonces sin duda en el Todo – aun cuando esté constituido por contrarios – debe haber un sistema melódico, ya que él contiene sus unísonos también; y su contenido total, pese a aquellos contrarios, es de un conjunto de afinidades.’ [Todos los suspensivos del autor]

Porfirio, aunque un defensor del paganismo y un violento opositor al cristianismo, llegó a ejercer una influencia decisiva sobre los Padres de la Iglesia. Ardiente defensor del ascetismo, desaprobaba el placer sensual proporcionado por la música y colocó los espectáculos dramáticos y la danza, junto con su música, dentro de la misma clase que las carreras de caballos. Proclo, en tanto complaciente con el simbolismo neo-pitagórico, tuvo sobre la música una mirada mucho más cercana a la de Plotino. Poniendo el acento en los atributos mágicos del arte, vindicó la música que podía poner a los hombres en contacto con lo divino, y al igual que Porfirio, mostró su desaprobación por la música proveniente de la escena. Jámblico sostuvo ideas bastante similares, creyendo que cada uno de los demonios – es decir, los espíritus que servían de intermediarios entre la suprema divinidad y los hombres – tenían su canto especial propio y podían ser contactados mediante su ejecución.”



Extraído de Gustave Reese, Music in the Middle Ages (With an Introduction on the Music of Ancient Times) [Música en la Edad Media (Con una Introducción sobre la Música en la Antigüedad)], Introduction: 2. Greece and Rome [Introducción: 2. Grecia y Roma]; J. M. Dent & Sons LTD., London, 1941. [Versión castellana de estos pasajes: G. Aritto]






24 de abril de 2015

EL SONIDO QUE NOS CREA (IV): LA MÚSICA Y EL HOMBRE CÓSMICO











Vocales, Aliento, Energía

Por R. J. Stewart



“En los textos sagrados antiguos a menudo se omitían las vocales: en las prácticas y textos religiosos ortodoxos y místicos judíos, por ejemplo, se hace mucho énfasis en la cualidad sagrada de las vocales.
[…]
Las vocales son el espíritu del habla, de la vocalización, de modelos musicales entonados hechos audibles como sonido en proporción. Sin ellas, no tendríamos habla (¡intente hablar sin una sola vocal!). Es simplemente imposible. La primera exhalación de aliento provoca la emisión de un sonido vocal. Las uniones o umbrales subsiguientes son las consonantes: las vocales son sonidos abiertos, las consonantes se pronuncian cerrando. [1]
[…]
El primer impulso del universo, que se emitió a sí mismo a partir del Vacío, se llama tradicionalmente Aliento (Pneuma, Ruach Elohim, el Espíritu Santo). El Primer Aliento, saliendo hacia fuera, pronunció el primer sonido inicial, que consistía en consonantes aspiradas y vocales. En la Cábala, simplemente el sonido de la respiración, el Aliento del Ser Divino.
Este concepto metafísico se busca más fácilmente en meditación que por intelectualización verbal, pero explorémoslo un poco más, ya que tiene muchas perspectivas potenciales ocultas. Tradicionalmente, se entendía que el impulso creador del universo era Sonido; por consiguiente, en el misticismo y la magia tradicionales, se describía una emisión universal en términos del mecanismo de producción de sonidos de la voz humana. Esto parece un modelo de enseñanza muy práctico, especialmente en culturas donde se utilizaban símbolos míticos y poéticos para describir la realidad, y no fórmulas matemáticas.
Sin embargo, la tradición no consiste en una mera analogía o metáfora: estos conceptos habrían resultados incomprensibles o incluso aberrantes a los antiguos. La voz humana y, de hecho, cualquier emisión instrumental definida proclama la actividad de una Voz universal, a través de la ley de octavas, hasta el reflejo del macrocosmos dentro del microcosmos. Así que abandonaremos toda cómoda noción de alegoría, o supuestos arrogantes de que la pre-ciencia aprovechaba las palabras para expresar los conceptos que necesitaba y como un ordenador aún no inventado.
La física moderna ha constatado que el universo es emitido, formulado, puesto en movimiento, a través de una potencia de contracción y expansión simultáneas. Esta potencia, esta fuente desconocida de energía, espacio y tiempo, pronuncia el Sonido, el Verbo de la antigua metafísica. Así pues, cuando pronunciamos un sonido definido, o ponemos en movimiento un instrumento musical aplicando energía a sus componentes y generando así sonido a través del aire, nos estamos haciendo eco de ese Primer Aliento y esa Primera Emisión.
Ahora bien, si suscribimos la teoría racionalista o materialista de que existe un vacío, una vacuidad espacial que después es llenada (bien por estrellas en explosión, o, en términos musicales, por sonidos), quedamos atrapados en todo tipo de problemas relativos a la primera explosión, la época, la cantidad de energía disponible y demás. El cuadro alternativo es el de un pleroma como plenitud en el cual la expansión (positiva) y contracción (negativa) son hechos simultáneos, y dentro del cual aparecen, interactúan y desaparecen nodos o esquemas de energía. La propia plenitud permanece, por utilizar un antiguo término, trascendente pero inmanente.
Cuando pronunciamos un sonido, o causamos la emisión de una nota a través de un instrumento, creamos esquemas de energía, nodos, dentro de la plenitud. No hacemos sonar una nota en el vacío, sino que tomamos la plenitud existente y la moldeamos en un esquema temporal (es decir, cronometrado). Este esquema recorre su camino a través de ciertas combinaciones y reiteraciones, y en su momento revierte en la plenitud de la que procede. Este modelo conceptual se aplica a la música, a las entidades y energías físicas, a los seres humanos, los planetas, las estrellas, los átomos. Ciertas proporciones y esquemas nodales típicos se encuentran entonos los arquetipos, órdenes o espirales armónicas del universo. Para nuestra comprensión, implican que son armónicos, subtonos o parciales de los esquemas nodales primordiales de todo Ser, de la plenitud creadora y destructora simultáneamente, y de la conciencia inclusiva que implica y que la implica.
[…]
Por consiguiente, según la ley de las octavas dentro de la Plenitud del Ser, la voz humana puede emitir y emite los sonidos del Ser universal. En realidad, esto es de sentido común (a un nivel), ya que todo lo que hacemos forma parte del ser, nuestro sonido forma parte del Sonido. Sin embargo, la voluntad y la imaginación humanas actúan como fuerzas mediadoras dentro del pleroma para provocar ciertas formas, ciertos sonidos, para sintonizar proporcionalmente con la emisión intrínseca del universo.
En los sistemas metafísicos o mágicos tradicionales, se definía una octava o modelo proporcional, en virtud de la cual se obtenían escalas u octavas terrestres, lunares, solares y estelares. En realidad, estas no son ni más ni menos que los conceptos originales que surgen del hecho de estar de pie sobre la superficie de nuestro planeta y mirando al universo. Observe que decimos ‘al’ y no ‘hacia arriba’. Aunque utilicemos los conceptos de arriba y abajo como conceptos de ubicación, debido a la fuerza de gravedad, cuando miramos hacia las estrellas estamos mirando hacia adentro, hacia la esfera del universo. Albert Einstein determinó este concepto de relatividad para el intelecto moderno, aunque se ha afirmado en muchas expresiones distintas a través de los tiempos y, por su propia naturaleza, no puede ser un ‘nuevo descubrimiento’.



Utilización de las vocales para el aumento de poder musical


Evidentemente, se puede ser un espectador, un gandul. Cualquiera puede reunir una lista de grabaciones y sugerir que pasar una tras otra por el estéreo cambiará la consciencia. Esta actitud es particularmente prevalerte en la gente condicionada por la música rock y otras formas de música popular que pretendía ser transformadora en los años 60. Y este planteamiento (tan querido por los libros de la Nueva Era sobre música y terapia) parece funcionar de forma limitada. No obstante, se basa en una tecnología pasajera, y en la repetición. No provoca una transformación permanente, ya sea positiva o negativa. Se podría decir lo mismo de las músicas llamadas ‘superiores’, como la música artística o la música clásica; la elevación e inspiración (o depresión y náusea) pueden ser asombrosas, pero no son permanentes.

En contraste, la salmodia mágica consiste en pronunciar vocales en ciertas relaciones entonadas, y después añadir consonantes a estos tonos mágico-sagrados, para generar Palabras de Poder. Cualquier antropólogo lo puede confirmar, y el método está bien definido en escritos esotéricos de los tiempos más remotos. No obstante, surge una confusión sobre el uso de vocales y tonos. Todo el mundo discute furiosamente sobre esto, en vez de seguir realmente adelante y hacer algo práctico. Por consiguiente, consideremos un método de trabajo asignando vocales a los elementos.



Vocales, de Tierra a Aire


Hay una resonancia elemental intrínseca en las Cuatro Vocales A, E, I y O: tiene que ver con sus cualidades o energías modales. El orden de la espiral elemental e A O I E, de la vocal más abierta o lenta, a la vocal más tensoactiva o rápida. A/Tierra, O/Agua, I/Fuego, E/Aire. Al pronunciar tonos o frases para los Elementos, este orden de vocales es muy eficaz, debido a la profunda afinidad entre la naturaleza de la vocal en cuestión y el Elemento pertinente que proclama.


Aliento, Voz, Armónicos


La voz humana es nuestro medio más eficaz de aumento de poder a través de la música. Las razones de este hecho son numerosas, y abiertas a varias ‘explicaciones’ diferentes, pero la raíz del poder de la voz es que es nuestro máximo vehículo de expresión de entidad, de consciencia, de Ser. Las cosmologías tradicionales a menudo describen la Creación, la primera aparición del Ser, como una emisión, una Voz, un Verbo; y el Aliento siempre va asociado al Espíritu creador. La Humanidad es un reflejo, un armónico, una miniatura del Ser universal. Así pues, nuestro aliento, nuestra voz y nuestro organismo físico con tienen en su interior el reflejo de la creación y formación del universo.
No es necesario que aceptemos esta antigua enseñanza como una religión o dogma de cualquier índole; existe una amplia evidencia del poder de la voz que soporta incluso el análisis materialista más riguroso. El poder de la voz es reconocido, por ejemplo, en diversas ramas de la musicoterapia y de la curación por el habla, sin que se haya establecido ninguna teoría o reglas de práctica bien definidas. Sin embargo, dichas teorías y disciplinas estaban muy desarrolladas en el mundo antiguo, y se siguen utilizando en ciertas escuelas de canto religioso o mágico incluso hoy en día, y pueden ser reimplantadas para la práctica contemporánea. No obstante, existen varias diferencias significativas entre la utilización de la voz para la transformación interna y la habilidad general para el canto, o el poder de la música instrumental.
La ventaja más importante de la voz humana es que actúa directamente sobre el organismo físico de varias maneras muy claras, que han sido tema de estudio y de práctica durante miles de años en las disciplinas mágicas y espirituales del mundo entero. Los resultados de este arte de voz de poder no se pueden oís en la música clásica o la ópera, sino en el salmo litúrgico o canto llano, los salmos chamánicos, el canto narrativo épico mágico, los salmos de templo en todo Oriente, y la colección verdaderamente inmensa de canto ritual que impregna todas las culturas del mundo entero.
Se encuentran reminiscencias de este canto ritual incluso en zonas marginales de [Gran] Bretaña, tales como el Oeste de Irlanda, los Highlands y las islas de Escocia, y muchas regiones aisladas del Noroeste de Europa. En los lugares donde tienen lugar dichos cantos o frases mágicas tradicionales anónimas, éstas están evidentemente teñidas de música étnica del pueblo y la región que representan. Pero existen varios aspectos definibles en este tipo de canto que lo diferencian claramente de la canción artística o incluso de la canción folclórica en general y de la canción popular de entretenimiento.
Así pues, tenemos por una parte la formación específica del sacerdote, la sacerdotisa, el mago o el místico en el uso de poder de la voz para alterar la consciencia, y por otro lado tenemos un conjunto colectivo y anónimo de canto, ciencia del canto y poemas, rituales folclóricos, cuya substancia a menudo parece perdurar a través del tiempo, remontándose a raíces culturales muy profundas.
[…]
Hay que subrayar aquí que la vocalización de poder no es una cuestión de cantar ‘bien’ o de arte musical, ya que la capacidad musical o calidad vocal son en su mayor parte irrelevantes.
Este poder transformador de la voz tiene otra dimensión, ya que incluso las voces más feas pueden y en su caso se transforman mediante el uso aplicado de la vocalización, canto e imaginación de poder. Por consiguiente, la voz se transforma. La clave de dicha transformación no está simplemente en la técnica, la disciplina o la constancia, aunque evidentemente éstas son esenciales. Reside en la utilización de fuerzas imaginativas, y la sintonización de las energías Elementales con uno mismo. Estas fuerzas armonizadas pueden causar la transformación, y sin ellas, nada es posible.
[…]



El Poder de la Voz


… Las tradiciones espirituales, cosmológicas perennes afirman reiteradamente que el universo está hecho de música: la música se define sencillamente como sonido en esquemas proporcionales. Estas proporciones, que son válidas independientemente del tamaño o escala relativa, porque pueden darse a escala estelar o escala atómica o celular, se reiteran en muchos de los modelos discernibles por la ciencia moderna. Las ciencias artísticas o la magia artística definían estos mismos modelos con diversas presentaciones mediante símbolos específicos, secuencias poéticas y míticas, y mediante algunas de las teorías matemáticas o geométricas y topológicas poco corrientes relacionadas con entidades como los sólidos platónicos. El Árbol de la Vida[2], que está estrechamente relacionado con los sólidos platónicos y el Tetractis pitagórico, se suele publicar en forma de glifo o mapa plano, que armoniza relaciones entre entidades y energías estelares, solares y planetarias. Dichos grifos son siempre representaciones bidimensionales de modelos esféricos.
Las verdades de la física y las matemáticas modernas son meras reformulaciones de dichos modelos conceptuales; no meros modelos teóricos, sino exposiciones prácticas de conceptos derivados de percepciones internas conseguidas mediante la escucha de las proporciones universales en meditación.




Johannes Kepler estableció los fundamentos de la astronomía moderna de esa manera. Empezó siendo un joven con una visión, en la que la relación entre los Cinco Sólidos Regulares le revelaba las proporciones del sistema heliocéntrico y las órbitas de los planetas. En 1596, su obra El misterio cosmográfico demostró que las proporciones no eran sólo geométricas, sino armónicas, lo cual significa sencillamente musicales. En 1619, ya había escrito sus famosos Cinco Libros sobre la Armonía Cósmica, que incluían una nueva formulación matemática del antiguo concepto de la Música de las esferas, una serie polifónica de relaciones. Mediante una posterior investigación matemática, Kepler definió tres leyes de movimiento planetario que sentaron los cimientos de la cosmogonía racionalista moderna; pero su descubrimiento era fruto de una dedicación a una revelación espiritual que sólo ha sido redescubierta recientemente: que el universo es musical.
Aunque la ciencia racional ha tendido a aplicar leyes de números directas a dichos conceptos, en realidad se encuentran en la naturaleza a través de series logarítmicas espirales; éstas se reflejan en entidades orgánicas, y aparecen en nosotros mismos en diversas formas, incluida la forma del oído humano. El código genético, evaluado recientemente y que sigue siendo objeto de mucha investigación y experimentación, no es ni más ni menos que una serie de rotaciones y combinaciones de cuatro unidades. Así pues, la biología moderna reafirma el antiguo modelo de los Cuatro Elementos.
En la tradición esotérica, el principio de resonancia, armonía y octavas se aplica con frecuencia como fundamento inexplícito de las técnicas. Así, el Árbol de la Vida, que consta de tres tríadas o series de armonías, tres espirales de relación, en las que cada vuelta de la espiral reitera ciertas energías y armonías a un nivel superior, puede no ser aplicable a matemáticas precisas. Pero la visualización y los cantos o esquemas musicales basados en dichos modelos conducen, sin embargo, a una respuesta interna. Puede que las matemáticas detalladas no se formulen nunca, como en la formación mística y mágica, o sean la obra de toda una vida, como fue el caso de Johannes Kepler. Lo importante es la respuesta de resonancia al modelo primordial, porque impregna toda nuestra entidad.
La música o canto elemental empleado para la trasformación de la consciencia y de las energías físicas actúa a través de series de leyes relativas. Estas leyes se pueden formular de diversas maneras, pero de todas formas sostienen la existencia. Es una cuestión importante que a menudo se pasa por alto: hay muchas formas de formular las leyes universales. Ninguna única definición, afirmación o modelo rígido son correctos. Lo esencial es la práctica viva de la búsqueda de poder, y no el ensamblar de series de teorías y el tranquilizarse diciendo que éstas son el (único) método, ley o regla que es correcto seguir.
Captamos las proporciones en cuestión por medio de música, porque la música presenta ciertas relaciones, formas e intervalos o ‘distancias’ aparentes entre tonos emisiones seleccionados. Dichas distancias, habitualmente definidas como notas altas o bajas, son en realidad una cuestión de velocidades de vibración relativas. Esta atracción hacia las proporciones es inherente a la consciencia humana, y aunque las tradiciones musicales varían en todo el mundo, tienen más que suficiente en común para demostrar que determinadas proporciones parecen ser inherentes a nuestra percepción. Lo desastroso es que el arte occidental y la música comercial reflejan ciertas limitaciones mecanicistas en nuestra sociedad, ya que muchos de los atributos de la música natural han sido voluntariamente borrados, suprimidos o descartados. Pero dicha limitación o mutilación arbitraria de aspectos de la música no los limita en la naturaleza, o a nuestros niveles consciencia y percepción y reacción orgánica o biológica más profundos.
Al hablar de música, muchas veces los occidentales afirman, muy equivocadamente, que los intervalos que se encuentran en la música no occidental, como el cuarto u octavo de tono, y los variados terceros y séptimos de las escalas o modos étnicos, demuestran claras diferencias de consciencia musical entre Oriente y Occidente, o entre la conciencia musical blanca y negra, y demás. En la música artística, la utilización de intervalos de menos de un semitono, o escalas sin temperar o escalas de temperación variable se consideran insensatamente experimentales o exóticos.
Toda esta especulación comparativa, separatista, sobre las músicas del mundo es un disparate. Basta escuchar las músicas étnicas de Occidente para oír en abundancia intervalos de menos de un semitono, para oír escalas que tienen tres o más opciones de intervalos como el tercero, segundo, séptimo, y demás. Dicha sutileza fue borrada por la música artística en los estrechos confines del mecenazgo y la corte, pero se mantuvieron casi inalterados durante siglos en la música y la canción folclórica. Es a ese nivel tradicional colectiva de Occidente se relaciona con las grandes músicas espirituales y clásicas del Este, que nunca han perdido su fundamento en el estilo y la consciencia musical colectiva.
La tendencia actual hacia un conocimiento creciente de la ‘Música Mundial’, pese a su zafia comercialización y trivialización, es un paso importante en la reapertura de la consciencia musical occidental a las proporciones de la naturaleza, la tierra, el universo. Pero no sugiere en modo alguno que dichas proporciones estén ausentes en la consciencia musical occidental, y deban ser buscadas en África o en Oriente; la reapertura actual tiene lugar precisamente porque esos sonidos, esos ritmos sutiles, los intervalos reducidos, el estilo orgánico u holístico de la música colectiva vuelve a despertar parte de nuestra consciencia, que ha sido encerrada por la rigidez de la música artística o por el pop comercial. En otras palabras, respondemos a la música mundial porque formamos parte de ella, está en nuestro interior. La música es una cuestión de proporción, de relación, de movimiento y posición relativos en el tiempo y el espacio, de velocidades de vibración, de energía, de modelo.




Las mismas proporciones se están redescubriendo ahora en ciencias como la genética y la física, y en las fronteras de las matemáticas. Y decimos redescubriendo porque las antiguas teorías atribuidas a Pitágoras y a Platón, y las tradiciones esotéricas emparentadas de música y cosmología mágicas, han afirmados desde hace mucho tiempo que ciertas proporciones son válidas en todos los mundos. En la naturaleza, encontramos la espiral logarítmica de expansión y contracción, que tiene una analogía musical; en el sistema solar tenemos las proporciones de las órbitas planetarias; en el universo, tenemos la proporcionalidad de las estrellas, y sus inmensas energías y movimientos, mejor conocidas como el asombroso remolino de las nebulosas. Y por supuesto, dichos movimientos relativos se reflejan a escala atómica. Doquiera que investiguemos, escuchemos o miremos, la proporción relativa crea esquemas diferenciadores, y los esquemas se relacionan, cualquiera que sea su escala o tamaño físico.
Así pues, el universo está constituido por música: sonido, es decir, energía, en esquemas proporcionales de diversas categorías, con muchas relaciones claras entre las categorías. Nuestras ciencias en progreso se limitan a descubrir más información sobre dichas relaciones: el conocimiento de las propias relaciones siempre ha estado presente en nosotros.
Todo el tema, o quizás deberíamos decir realidad [sic], de [la] proporción se encuentra en la música a través de los armónicos. Los armónicos son proporciones definidas que se producen naturalmente cuando se emite o genera un tono. Cuando la voz humana produce una emisión, puede parecer que genera una única nota o tono, pero de hecho, en el sonido está presente una multitud de proporciones, armónicos y parciales o subtonos. Este hecho de la naturaleza, esta realidad física, es la raíz de toda la metafísica y la magia referente a la música. De hecho, se considera menos importante el tono emitido, o la forma de un canto o melodía tal como se canta, que los armónicos aparentemente imperceptibles. Estos armónicos son las proporciones que despiertan nuestras energías sutiles, que abren nuestra consciencia a proporciones metafísicas o transpersonales y estados de consciencia, conocidos tradicionalmente como mundos o entidades, seres que resuenan en armonía con nosotros, si conseguimos establecer contacto con ellos.”



Extraído de Robert J. Stewart, Música, Poder, Armonía: Un cuaderno de trabajo sobre la Música y las Fuerzas Internas, Capítulo 12: Vocales, Aliento, Energía, págs. 127 – 141; Madrid, Mandala Ediciones, 1991. Versión castellana: Teresa Sans Morales.




R. J. Stewart







[1] Stewart formula aquí aseveraciones demasiado categóricas, cuyo alcance es, por lo menos, matizable. Resulta tan difícil imaginar el “habla” – según él focaliza la realidad lingüística que le interesa – sin vocales como lo sería sin consonantes. Es el universal rasgo /sonoro/ lo que distingue el repertorio vocálico (de cualquier lengua) de sus formas consonánticas (que pueden ser ‘sonoras’, ‘ensordecidas’ o ‘sordas’). El rasgo ‘cerrado’ / ‘abierto’, por su parte, es común a ambas zonas, y, aun siendo inherente al sistema, está, a nivel de las realizaciones concretas, ampliamente librado a elecciones o propensiones del hablante. (Desde luego que la clasificación fonológica según rasgos tímbrico-acústicos – y no meramente articulatorios – multiplica la gama de aspectos.) Sin embargo, ocurre que existen tendencias peculiares de cada lengua natural en lo que atañe a la expresión de morfemas (parcelas mínimas reconocibles de significado) o de significados en general. Así, entre las lenguas modernas, el inglés muestra un temperamento fuertemente consonántico al conformar sus segmentos significativos (piénsese cuántas “terminaciones” léxicas inglesas no son, al oído, sino oscuros conglomerados de fonos consonánticos pronunciables – según se jactan los propios hablantes nativos – acaso sin abrir las mandíbulas). En contraste, una lengua antigua como el griego hubo de configurar sus partículas, prefijos y sufijos significantes sobre un sustento marcadamente vocálico. Por otro lado, vocales y consonantes no tienen la exclusividad en la expresión del contenido; existen, como es sabido, fonemas (es decir, haces mínimos de rasgos fonológicos concurrentes cuyo contraste permite distinguir significados) de los llamados, en los modelos estructuralistas, “suprasegmentales”; son el acento, el tono - o altura - y la juntura de cese o suspensión, de cuya combinación surge una determinada “figura tonal”, tan “significativa”, tan “comunicacional”, como las unidades articuladas, especialmente si el “habla” se somete a una consideración pragmática. Así, sería igualmente imposible imaginar a dos chinos o dos japoneses incapaces de reconocer los valores entonacionales de sus lenguas al intentar un intercambio comunicativo. Con todo, es verdad que la exploración ocultista y hermenéutica del universo sonoro humano ha tenido en la gradación vocálica su fuente y objeto de entusiasmo. (G. A.)

[2] El origen y la irradiación simbólica de ese icono de la mística Kabbaláh son tratados por Stewart de modo amplio y plural, actitud siempre fiel a su idiosincrasia heterodoxa y alérgica a cualquier manipulación de la cultura, por más antigua y prestigiosa que ésta sea. Así, en su volumen titulado THE UNDERWORLD INITIATION – A Journey Towards Psychic Transformation [La iniciación a través del Inframundo: Un viaje hacia la transformación psíquica] (Surrey, U. K., The Aquarian Press, 1985 - desconozco si existe edición española de este libro), puntualiza – de entrada: “Porque hay un estado de percepción, de atención alerta, que es, por mucho, más importante que las visiones placenteras o la educación a través de contactos con el Inframundo. Es un estado en el cual se nos habilita para lograr un conocimiento directo de realidades ocultas. Esta habilidad emerge de nuestra naturaleza más recóndita, el corazón de nuestro ser, ese centro nuestro que normalmente se ignora o se teme.  En el vocabulario mágico o místico tradicional, esta atención alerta es con frecuencia denominada ‘la mediación del Conocedor Interno’ [‘the mediation of the Knower Within’]. Una clave visual para esto aparece mostrada en el Árbol de la Vida, un emblema que en modo alguno está confinado a la Cábala judía o de Oriente Próximo.”  Valga, entonces, esta aclaración como muy pertinente en el contexto del texto rescatado en la presente entrada. (G. A.)


Imagen de portada (arriba): Publicada por James Bean en http://spiritualnetworks.com/blog/97283