10 de octubre de 2009

LAS VERTIGINOSAS HÉLICES DE ACUARIO




Sólo unas imágenes que me ruegan muy adentro salir. Hay unos versos de T. S. Eliot que me acompañan desde que los descubrí, hará quizás unos veinticinco años, entre los tesoros de sus Four Quartets (Cuantro Cuartetos); dicen:

"We shall not cease from exploration,
And the end of all our exploring
Will be to arrive where we started
And know the place for the first time..."
O sea, más o menos, "No dejaremos de explorar, / y el fin de toda nuestra exploración / será arribar a donde comenzamos / y conocer el lugar por primera vez...". Pertenecen al poema que cierra esa maravillosa cuádruple travesía cósmica, "Little Gidding". Son los versos que me esperaban para volverse el umbral del libro que publiqué en Buenos Aires en 2008, La espiral de fuego. Siete palimpsestos del caos, al que sirven de epígrafe general. Pocos momentos de la literatura occidental sintetizan de modo tan acabado e inagotable mi visión del Universo y el flujo incesante que envuelve nuestra existencia más allá del engaño del tiempo y el espacio, sólo válido intramuros de nuestra mente tridimensional. El genial poeta no se equivocó: vivir no se trata de volver y volver repitiéndose, sino de retornar sin ser jamás el mismo, ni tú ni yo ni eso que llamamos "realidad" y no es más que nuestra íntima fábrica interior, la mía, la tuya, la de la Mente que permite que seamos Lo Mismo sin confundirnos. Dejo ahora un poema de mi Espiral... que siento afín a lo que mi impulso de esta mañana de tedioso domingo me ha llevado a expresar en el sur del Gran Buenos Aires; pertenece a la sección Catorce cerrojos, y dice así:

TRABAJOS Y NOCHES DE UN ENLAZADOR DE MUNDOS[1]



Para el poeta maya Humberto Ak’ abal

Olvidaste la magia rojiza de tus manos,
la huída de las proas de cuarzo y las Sirenas.
En la espiral de fuego que remontó tus venas
vibra oculto el Acorde guardián de los Arcanos.

Un orgasmo de fríos cristales te reclama; [2]
su noche de pirámides, su menguante gemelo.
La ola abovedando su encía contra el cielo:
dientes y espermas, todo, peste, auricalco y fama…

Eres enlazador de mundos [3] aún dormidos;
hijo del sexto Sol, tu tierno puño aprieta
las semillas de un tiempo sin rastros de la muerte.

Cuando sientas el eco del Cuerno en los latidos
de tus sienes azules, Hunab Ku [4], que sujeta,
soltará por amor, abrirá al que despierte. [5]

[1] El prototipo de la civilización atlante es, según la tradición ocultista maya, la Atlantis galáctica extraterrestre regida por Antares. De las cuatro razas que la conformaron en su réplica terrestre de la Atlántida, la Roja parece haber sido la que produjo a los brujos depravados de la última etapa (circa 10.000 a. C.). Las imágenes de los obeliscos de cuarzo y la Sirenas fueron reunidas por el antropólogo mexicano José Argüelles al describir las beligerancias entre Antares (Atlantis) y Arcturus (Elysium). Ver J. Argüelles, The Arcturus Probe (en versión digital castellana: La Sonda de Arcturus).[2] Ésta y otras alusiones genético-eróticas se basan en versiones que indican prácticas perversas contra la naturaleza, realizadas a partir de la manipulación molecular del A.D.N. y el genoma humanos. El auricalco (oricalco u orichalcum) era una especie de cobre prístino, valuado por los atlantes por encima del oro. El “Acorde perdido” es el antareano Ximox, por extensión la vibración primordial que unía a Gea o Unania (la Tierra) con Urano, lazo que destruyó la explosión de Maldek, el quinto planeta desaparecido (hoy Cinturón de Asteroides); en la historia paralela de las tribus hebreas, reaparece en manos de Josué. A esa catástrofe se debió también la desaparición de una segunda Luna terrestre, satélite gemelo del actual: de ahí la evocación “su menguante gemelo”. Aparte, es la Era de Géminis la que domina la historia atlante hasta confundirse con la de Tauro, y luego declinar ante la entrada de Cáncer (o del Escorpión o el Escarabajo), tutelar de Egipto, y la ulterior del Ariete (Aries), el Cordero de los israelitas. Su superadora será la de Piscis, emblema de la cristiandad occidental, en tensión con su opuesto complementario, Virgo (Lela Marien = María), a su vez dejada atrás por la actual: Acuario.[3] Enlazador de mundos: uno de los veinte sellos solares del Calendario Maya de las 13 Lunas. Su nombre originario es CINI, su planeta rector es Marte y su chakra asociado el laríngeo. Su misión esencial es la de configurar un nexo entre el mundo de los fenómenos tridimensionales humano y el correspondiente a otra dimensiones, entre la vida y la muerte, propiciando el desapego, la transmutación, la regeneración y las reencarnaciones. Suscita la abolición de las fuerzas absorbentes del Ego y la entrega por amor no condicionado. Pertenece a la Raza Blanca.[4] Hunab Ku es, dentro de la misma tradición, el centro autoexistente de la Galaxia, corazón del movimiento, controlador de las fuerzas interdimensionales y canon de toda medida. Su existencia autónoma y ubicua presupone la del Supremo Dios creador.[5] Alusión al fin del llamado “Encantamiento del Sueño”, período de engaño signado por el velo de Maya y la instauración de calendarios que distorsionan la naturaleza del tiempo y su intimidad con la humana (el Juliano y el Gregoriano). Comenzó con la desaparición de la decadente Atlántida bajo el mar y llegará a su fin hacia el mítico año 2013. Se habla de “sexto Sol” como referencia a la Raza Sexta de los urarianos o terrícolas; los atlantes fueron la Cuarta, los que heredamos el legado de Adán, la Quinta. La Sexta está en ciernes, y sus incipientes representantes son las generaciones de los conocidos Niños Índigo y Niños Cristal, superadores del orden anterior y agentes de la restauración del tiempo originario ajeno al imperio del dinero, la decrepitud y la muerte.
Gracias a ti, hermano leyente, por estar ahí.
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23 de abril de 2009

La vida como juego: Cervantes y el “niño interno”


“… llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino…”



Para los marginales que sufrimos de una visión “esotérica” de la vida, cada día debería encerrar las claves de un descubrimiento nuevo, la entonación apenas audible de un enigma nunca antes activado en nuestra imaginación. Para el alarde “exotérico” están los millonarios Parlamentos de los demócratas, los diarios obedientes, los presagios bursátiles, el último aviso publicitario, la última invasión. Lo Otro, lo que late detrás de la acalorada refriega humana que nos reduce un poco más, de la mañana a la noche, a ejemplares anónimos de la “tecnología de punta” de la masificación, el desarraigo y la tristeza, aquello Otro, digo, defiende celosamente sus secretos, confiado en la alquimia silenciosa y opaca que volverá a transmutarlo - evocando a E. Banchs -, “sin hacer señas ni hacer ruido”, en oro prístino hacia el Ocaso. Una drástica equivalencia existencial cifra nuestra aventura íntima en el planeta azul: todo lo que está vivo se transforma, y si algo no se transforma es porque está muerto. Por eso, ante el paisaje que hoy habita la humanidad, congelado en su creciente acidia, en su ansiedad y su incalculable vacío, Don Quijote y su estoria pueden resultar (una vez más) un antídoto invaluable.
De las muchas y brillantes páginas que he leído sobre el Quijote pocas hacen verdadero hincapié en la visión de la vida como juego que, según yo lo siento, imanta el libro. Está la angustiada experiencia del ser-en-el-mundo de Unamuno, quien confundió al hidalgo manchego con su propia sombra exasperada. Está el Alonso Quijano fatalmente bibliómano de Borges, “que, como yo, nunca salió de su biblioteca”. Está la muy española lección del vencido, la del desengañado retorno barroco de León Felipe. Está la universal consagración del loco que sucumbe al constatar que su reino no es de la tierra… Por mi parte, nada hay de revolucionario en el héroe de la Triste Figura: don Quijote jamás intenta cambiar el mundo sino, más bien, restituirle su perdida entidad sagrada. Y si bien es cierto que su empresa descansa en haber transformado sus días en una obra de arte (un romance medieval, es decir, un laxo relato sin límites precisos de ningún tipo escrito en lengua vernácula), es, creo, la idea de espontánea creatividad liberadora - y no la de mero artificio poético - lo que mejor parece expresar el ultimátum dado a nuestro actual tiempo de catástrofe. Y ello es así porque en el centro de esa desolada arcilla que es don Quijote hay escondido un niño incondicional y, muy en su fondo, invulnerable. Tomando distancia de la tradición que sólo podía extraer alguna sabia consolación misantrópica del derrotado, cara al endémico “desengaño” contrarreformista, Cervantes no suelta jamás del todo a ese pequeño ser olvidado, lleno de pavor inducido y de entusiasmo natural, que sobrevive, sin notarse a sí mismo, en el corazón metafísico de su ridículo caballero andante. El Quijote bien puede ser contemplado (y efectivamente lo fue) como un largo y sinuoso itinerario seguido a fin de esquivar el rostro incansable de la muerte, asunto que, al igual que la sexualidad, no termina de plantearse nunca extramuros del taboo. Prueba del aliento que el autor le confiere a esa tierna criatura invisible hasta el amargo final al que arrastra al melancólico hombre que “frisaba con los cincuenta años”, es la decisión tomada por éste cuando ya las fuerzas de su imaginario enajenado comienzan a ceder frente a la “realidad”. Cervantes no disimula su urgencia ni dilata su aparición como signo escrito. El capítulo LXVII de la segunda parte lleva por título: “De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa…” Cuesta creer que el personaje no sea consciente de su derrota; sin embargo, aun en el tramo final de un proceso que, no exento de hiatos y saltos bruscos, había sido detonado acaso con “la extraña aventura… con el carro o carreta de Las cortes de la Muerte” (II, cap. XI) (cuyo nefasto “agujero negro” es justamente la palabra que sella una cosmovisión: “… y ahora os digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño…”), y se ve sentenciado con el famoso descenso a la cueva de Montesinos (II, caps. XXII y XXIII). Así, pues, como anticipándose a los malos agüeros que les salen al encuentro al merodear la aldea, don Quijote anuncia a Sancho su “resolución”: "Yo compraré algunas ovejas, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí, bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos, o de los caudalosos ríos…” . Y no conforme con esta compensación poética, Cervantes se obceca en que ella irradie su amarga luz mortecina cuando, finalmente asistido en su casa por el bachiller Sansón Carrasco y el cura, “les hacía saber que lo más principal de aquel negocio estaba hecho, porque les tenía puestos los nombres, que les vendrán como de molde”. Y se añade: “Díjole el cura que los dijese. Respondió don Quijote que él se había de llamar el pastor Quijotiz; y el bachiller, el pastor Carrascón; y el cura, el pastor Curambro; y Sancho Panza, el pastor Pancino.” A riesgo de resultar demasiado taxativo, me pregunto si no está casi todo el volumen de 1615 (la Parte II) dominado por una historia posible de dos hombres (caballero y escudero) que juegan a creer, a entregarse en libertad al azar apasionante que burla los artilugios desconocidos de cualquier sabio encantador. Arropado, como siempre, por la música redentora de los nombres, quien a poco más resignará su sueño en el umbral de la muerte para conformar a los que lo sobrevivirían para aburrirse, se toma, empero, el año impuesto por el falso Caballero de la Blanca Luna como salvoconducto para que su “niño interno” siga vivo en alguna parte. Verdad es que no damos crédito a su convicción; pero también es cierto que Sancho Panza ya ha sido ilusionado por el “virus”, ya ha transpuesto con él el portal que lleva a Lo Otro y a abandonar el tedioso territorio de Lo Mismo, y aun no siendo capaz de advertir la derrota, sí presiente sus consecuencias. Ambos quieren seguir jugando, sin saber muy bien a qué, pero no importa. Intuyen lo terrible de corregir el equívoco fascinante que movió su interminable conversación de venta en venta, de bosque en bosque, de sinrazón en sinrazón, de mentira en mentira…
Yo descreo de modo tajante de que una obra de arte comunique; el arte no comunica, expresa. De ahí que nunca haya caído en la tentación de esperar mensajes en un texto literario (salvo los encubiertos sobre la naturaleza y las tácticas de la obra). No ahondaré ahora en el porqué, me exigiría exponer, argumentar, opinar… y ello malograría la magia de esta aproximación emocionada a un cosmos pleno de vigor y de difícil alegría interior. Sólo agregar que cuánto necesitamos hoy de la alegría y el vigor de nuestro niño íntimo, cuán diferente sería la “derrota” cotidiana que sufrimos como algo inexorable y persistente si le confiriéramos, a la luz de Cervantes y su sueño abierto y siempre por completarse, el derecho a extraer oro prístino aun del más vil metal fundido en la horma de ese resquicio colosal que llamamos nuestro destino, o sea, del personal desafío a continuar creando y recreándonos a despecho del mundo, su ethos impostado y su Orden.

22 de abril de 2009

Un relato "cabalístico". Motivos de la Torre tarótica de la Segunda Muerte y las dos Serpientes




EL SABBATH





"Ellos sabían que cuando todo hubiera acabado, deberían salir al exterior y poner la piedra angular en la cúspide de la pirámide de nuevo..."

Tarot egipcio, Arcano XVI

Para mi amiga Virginia Marconi




Es un carro vacío y el río se lo lleva: … da igual porque de enfrente en Fray Bentos lo habrán de ver pasar desvencijado sin reparar siquiera en quién fue su dueño… Renuente a entregarse a esa misma suerte, el cuerpo de “el ruso Elías” (según lo llamaron desde su borroso arribo en tiempos del General, allá cuando había que igualarse a las ratas para cruzar la frontera desde el Brasil), ese cuerpo tan suyo, sano y aún vigoroso, se ladea despacio, vuelve la espalda al cielo, luchando con un atado de mimbres que se resiste a desprendérsele. Y la nuca rota, y la camisa negra de siempre, vacilante, tapándole una parte u otra de la cara. Magda no mira; espera que su hermana acabe por fin con el palo manchado de sangre. El puño apretado contra su vientre parece estar buscándole acomodo a algún dolor siniestro debajo del delantal blanco. Rut, sí, mira. Pero el viejo, señor de su casa, no se hunde fácil. Tarda. Las sombras gemelas de las muchachas que le manosearon su agonía con los ojos se alargan y se aproximan en el cangrejal rozándose hasta remedar entre los pastos una misma yarará. … Todo te dice Elí que el sol se irá pronto vanidad de vanidades será tal vez la brisa de nuevo en los sauces ese olor a ceniza esa tonada que alguien suelta desde otra orilla quién sabe si de una de las aberturas de la torre del granero como espantado por un rayo no se ha precipitado recién el alarido suicida de un pájaro que era también una bandada… a nuestro terco carnero y al manso buey del egiptano que me enseñó a mentir sin perder la dignidad habrá que recogerlos antes de que anochezca habrá que guardarlos tampoco ellos quieren estar cerca… Con otro empujón, el bulto bruscamente se columpió. En un confín de su boca abierta titiló por última vez el oro que muchos de los suyos habían perdido entre las alambradas de Treblinka. … qué lejano todo aquello el aleteo confuso de la memoria perdiéndose para siempre detrás de la niebla de tanto tanto tiempo en la oscuridad de incontables agujeros vacíos y puertas clausuradas para recobrar el olor nauseabundo de los vapores aquel callar paulatino que decía el final la cifra 1357-2468 tatuada en el reverso de mi antebrazo piel y hueso hueso y piel… ¿acaso importa algo eso ya?... La lujuria de otro lecho pronto lo haría arcilla de dientes peores. Ni madre (dormida con los ancestros ascendidos hacía mucho) ni ellas se acostarían más a su lado, de a una, obedientes a la vela que contagiaba al cuarto su falso sosiego amarillento. Dos o tres burbujas rojas, y el rostro se disolvió en el agua opaca y maloliente, cubierto ahora del todo por la camisa.
Eran tiempos de vómitos para Magda; de ahí, quizá. Hubo un silencio largo, de ese silencio en que sólo se oye respirar a la isla mientras el río transcurre. Las primeras estrellas estaban ahí. Ninguno en la colonia iba a tocar al muerto que se inflaría mañana en el espejo del río. Ninguno. Porque era el sabbath, y Rut, que nunca había llorado con los ojos, soltó sonriente unas pocas palabras en iddish. (Años, más de treinta años después, su sobrinito, el único, debería creerle: ´A tu abuelo y tu padre los arrastró juntos la corriente… Eran uno y el mismo en el carro aquel día en que nadie oyó nada… Vos lo sabés, Omarcito: tía Rut no miente…´.) Camino a la escalerita de madera que atajaba la pezuña de las crecientes, hipnotizada por los cráteres del cangrejal, su hermana le dijo a ella que sí… En algún punto del espacio infinito que las separaba y las unía sus miradas se habían cruzado poco antes de entrar. Un susurro sibilante les heló entonces las venas con la espiral de su eco: “sí… el hombre se fue perdiendo por el río… el hombre se fue perdiendo… el hombre se fue…”.
Pero en las palmeras doradas el viento hablaba ya de otra cosa.


Gustavo Aritto, de La espiral de fuego...

15 de abril de 2009

Dante y la Era de Acuario: Anotaciones a la Divina Commedia


Intuición de la naturaleza cuántica del cosmos (I)



Occidente no ha producido jamás, ni antes ni después de Dante, otra obra literaria tan profundamente consubstanciada con la naturaleza psicofísica del Universo como la Divina Commedia. Creo no equivocarme si arriesgo que sólo el antiguo taoísmo de la China logró expresar la complejidad, el vértigo y la dinámica cósmicas gracias a esa maravillosa sedimentación anónima de visiones y paroxismos combinatorios que fue, tras unos dos mil años de tradición, el gran I Ching o Libro de la Versatilidad redactado por el rey Wen y su hijo Chi. Tengo para mí que lo que la Commedia es para los occidentales, lo es, mutatis mutandi, el libro chino para Oriente.
Harto conocido es el viaje mítico que el iniciado Dante Alighieri emprende y consuma en su poema. También es patrimonio de los humanos el relato paradigmático sobre los tres territorios del ultramundo atravesados en su itinerario ascensional. Y aunque no está de más recordar que la noción de “Purgatorio” no había encontrado aún en el siglo XIII un lugar estable en el imaginario teológico-escatológico europeo, y que la zona preliminar del Infierno que, por primera vez en la historia, un escritor denominó “Limbo” no esquiva ya su procedencia islámica; lo cierto es que el dominio tripartito de su caudalosa aventura ocultista resulta compatible con la convicción del creyente cristiano-romano, la sospecha del metafísico y la condescendencia del agnóstico pensante, que se resiste a no cultivar la terapéutica fantasía de Lo Otro. Así, Infierno, Purgatorio y Paraíso son tres esferas vibracionales, psíquicas, que parecen (y sólo parecen) sucederse desde la selva oscura hasta la Rosa cándida. Siempre hacia la izquierda por los precipicios circulares de la desesperanza, luego, absorbido por un misterioso “portal interdimensional” con forma de alargado túnel, hacia la derecha, de grada en grada, escalando la dócil ladera del auspicioso monte bruno de reminiscencias atlantes, en cuya cima el vacío Paraíso Terrenal admite la paulatina transmutación de un cuerpo vivo (el de Dante-hombre, única criatura que proyecta ahí su sombra) que se deja penetrar por la peculiar energía de los siete cielos planetarios, el firmamento de estrellas fijas, el espectro de las emanaciones angélicas, para, finalmente, volverse visión en la Visión del Empíreo judeo-cristiano. El cuenco uterino universal de la Virgen María (fuente dadora de la luz de Beatriz) todo lo ha contenido y preservado al terminar. Las pisadas erráticas del florentino desterrado en el mundo hallan entonces rumbo exigido y seguro. Su sufrida estela iniciática ha trazado atrás una colosal espiral que estrangula el embudo infernal en el centro helado de la Tierra flotante y que va desahogándose poco a poco luego de emerger del intolerable intestino terráqueo. Empero, su larga y sinuosa aventura pascual es –según lo aclara la cuarta estrofa de la primera cántica- materia de un sueño o de una ensoñación (dos experiencias distintas para la psicología medieval). Suerte de “Kundalini” escatológica, la ardua travesía que condujeron sucesivamente Virgilio, la amada beatificada y Bernardo, el santo varón por antonomasia, alcanza su último “chakra” espiritual en un cuadro descriptivo y narrativo cuyas cotas de perfección formal, belleza y sugestión no han sido igualadas hasta hoy. Una intuición de fascinantes perfiles “cuánticos” sale a nuestro encuentro poco antes de que el poeta-protagonista nos abandone fundido (si bien no confundido) con el Uno intemporal. Hay momentos celosamente elaborados y, sin duda, rigurosamente distribuidos en el poema que propician en mí verdaderas “epifanías” de esa visión. Voy a extraer abajo los que recuerdo, veré si me incitan, más tarde, a algún comentario ulterior.



“… pero se me apareció una visión que me atrajo de tal modo al percibirla que ya no me acordé de mi confesión. Como vidrios transparentes y tersos o aguas límpidas y tranquilas, pero no tan profundas que el fondo sea oscuro, reflejan de nuestro rostro los perfiles tan débilmente que una perla blanca no sería más difícil de ver por nuestros ojos… (…) Tan pronto como me di cuenta de ellos, creyéndolos semblantes reflejados en espejos, volví los ojos hacia atrás para ver de quién eran y no vi nada… ´No te maravilles de que me sonría de tu pueril pensamiento –me dijo [mi maestro]-, pues aún no fijas el pie en la verdad y te dejas llevar, como sueles, por las impresiones. Seres reales son los que ves, aquí relegados por no haber cumplido enteramente sus votos. Habla, no obstante, con ellos, óyelos y cree lo que te digan, pues la verdadera luz que los hace felices no les permite alejar sus pasos de allá.’ ’”


[« … ma visione apparve che ritenne / a sé me tanto stretto, per vedersi, / che di mia confession non mi sovvenne. / Quali per verti transparenti e tersi, / o ver per acque nitide e tranquille, / non sí profonde che i fondi sien persi, / tornan de’ nostri visi le postille / debili sí, che perla in bianca fronte / non vien men tosto a le nostre pupille…/ [...] Subito sí com ío di lor m’ accorsi, / quelle stimando specchiati sembianti, / per veder di cui fosser, li acchi torsi; / e nulla vidi... / [...] ´Non ti maravigliar perch’ io sorrida´ / mi disse ´appresso il tuo pueril coto, / poi sopra ‘l vero ancor lo pié non fida, / ma te rivolve, come suole, a vóto: / vere sustanze son ció che tu vedi, / qui rilegate per manco di voto. / Peró parla con esse e odi e credi; / ché la verace luce che li apaga / da sé non lascia lor torcer li piedi´... »]


Par., III, 7- […] – 31

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“Con la mirada recorrí todas las siete esferas, y vi a este globo tan mísero, que sonreí al contemplar su vil apariencia y apruebo por buena aquella opinión que lo tiene por poco… (…) Y todos los siete (planetas) se me mostraron tal como son de grandes y de veloces y cómo están en distintas posiciones. La pequeña tierra que nos hace tan feroces, al girar yo con los eternos Gemelos, se me apareció toda de los montes a los mares…”


[“Col viso ritornai per tutte quante / le sette apere, e vidi questo globo / tal, ch´io sorrisi del suo vil sembiante; / e quel consiglio per migliore approbo / che i’ ha per meno... / [...]E tutti e sette mi si dimostraro / quanto son grandi, e quanto son veloci, / e come sono in distante riparo. / L’ aiuola ch ci fa tanto feroci, / volgendom’ io con li eterni Gemelli, / tutta m’ apparve da’ colli a le foci...”]


Par., XXII, 133-(...)-153

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“La forma universal de este nudo creo que la vi, porque diciendo esto me siento presa del mayor gozo. Un solo instante me produce mayor olvido que veinticinco siglos a la empresa que hizo a Neptuno admirar la sombra de Argos.”


[“La forma universal di questo nodo / credo ch’ i’ vidi, perché piú di largo, / dicendo questo, mi sento ch’ i’ godo. / Un punto solo m’ é maggior letargo / che venticinque secoli a la ´mpresa, / che fe’ Neptuno ammirar l’ ombra d’ Argo.”]

Par., XXXIII, 91-96


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“No porque hubiese más de un simple aspecto en la vida luz que yo miraba, que siempre será tal como era antes, mas porque mi vista se enriquecía al mirar su apariencia única, conforme cambiaba yo, cambiaba para mí.”


[“Non perché piú ch’ un semplice semblante / f vivo lume ch’ io mirava, / che tal é sempre qual s’ era davante; / ma per la vista che s’ avaloraba / in me guardando, una sola parvenza, / muntandom’ io, a me si travagliava.”]

Par
., XXXIII, 109-114

11 de abril de 2009

Cuando seamos niños

W. Wordwoth nos susurra convencido que "el niño es el padre del hombre adulto". Aun más fama ganó seguramente la sentencia de B. Shaw, quien supo descifrar nuestra triste, temerosa y reseca acidia de adultos civilizados advirtiéndonos que el hombre no deja de jugar porque se vuelve viejo sino que se vuelve viejo porque deja de jugar... Yo, omo muchos otros desengañados del mundo, no reparo en madureces a la hora de defender a mi "niño herido" interior, ese cuya vida late sofocada o atrofiada por el gran engaño de la empresa personal y las falsas "etapas" que hacemos nuestras por miedo. Condescendientes con aquello que nos va marchitando de a poco, resignamos el jardín del tiempo que se abría con la espontaneidad de una flor, del satori exaltado por el zen. Mi niñez está poblada de luz, de espectros cromáticos y sonoros, de canciones y de disfraces, de territorios nunca agotados que no supieron distinguir entre "lo natural" y "lo artificial" para alojar la fantasía compartida de mis cofrades en el templo eterno de la aventura infantil de hacerse de cuenta. Dos estrellas me alumbraron entonces. Un álbum de figuritas: su tersa magia nos convocó, durante años, a cuatro o cinco "iniciados": "Blancanieves y los siete enanitos". Una película cuya sugestión hecha de música y de transfiguraciones no me abandona hoy: The sound of Music (La novicia rebelde o Sonrisas y lágrimas), maravillosa recreación que de la comedia musical original de R. Rogers y O. Hammerstein II logró el director Robert Wise en 1967. Como yo a Marguerite Yourcenar le creo casi todo, agradezco a "el testaferro de Dios" (por otro nombre, el azar) el que haya bendecido al hombre que lentamente o a los saltos fue creciendo en mí con la figurita 1 de aquel álbum encantado. Nadie más en este mundo ancho y ajeno (me hace bien sospecharlo) tiene ese trozo milagroso de papel imantado por un Hada donde Blancanieves vive con sus siete dáimones a la luz de las estrellas. Un pájaro presto a perderse en el horizonte de mi mente puede llevarles cualquier recado, cualquier nueva buena de este lado del universo, en cuanquier momento, dormido yo o despierto. No he podido (y quizás no he querido) descifrar ese atávico "mandala" cuya invisible curva, cuyo centro renuente a toda geometría, saben de mí tanto como Dios, que conoce el revés, que debe resignarse a maginar lo que es aguardar una revelación, gozar de la emocionada expectativa de descubrirse de nuevo en el propio rostro del comienzo. El rostro que era también la cara de un presagio, la huella inicial borrada o desvirtuada por la ciencia morbosa, miserable, de la sociedad humana, esa que, con paciencia mansa y tenaz, el zorro intentó exitosamente hacer "desaprender" al Principito. Sí. Porque lo esencial de mi mandala primordial, lo esencial de la balada más hermosa jamás escrita, "Edelweiss", sigue siendo invisible a los ojos que traicionaron al niño que miró todo por primera vez. Mi libro La espiral de fuego... se cierra con la danza de un poema que dediqué a Rogers & Hammerstein II; su título no puede ser más vulgar: "Alegría de vivir". Dejo a continuación fragmentos del final:



(...)


Entonces, nos les pidas oráculo a los dioses;
ellos se han puesto viejos, duros y amargados
de conocerse tanto y tanto a Sí Mismísimos.
Guarda tu rosado relámpago
de ese anémico tedio.
Sé tu runa ilegible;
los higos en el ave que tu augur descifre.
Sé tu misterio...

¿No es acaso lo nuestro equivocarnos,
errar para aprender a errar sin repetirnos?

Había una vez un niño y una playa,
un pescador y el muelle y el otoño.
Lo observaba:
de la resaca al médano, y del médano
de vuelta con su balde a desafiar la espuma.
«¿Puedo jugar contigo?», le pregunta,
barba hecha de años y de sal.
« No estoy jugando ahora »,
replica el niño, tardo, atento a la rompiente,
« Estoy vaciando el mar...
»[1]

« ... Al Don – al Don... »


¿De madurar me hablabas?
¿Y de eso de que es hora de sen
tar
ca
be za ?

Yo quiero madurar al sol, como el ciruelo,
que se entrega a las manos de la noche
con la sangre en la piel
(tan sin saberlo),
algo más dulce, sí, algo más tierno
(así, sin darse cuenta)...


« ... Al Don – al Don – al Don Pirulero... »

¡Hagamos la fogata
con la bruja de trapo en ronda entre los choclos,
hasta tiznar los cuernos celosos de la luna
y hacer resucitar las calabazas!


« ... Cada Cual – cada Cual... »
« Adiós», le susurré a mi sombra,
ya no me sigas :
quiero, como el ciruelo,
que no anide en mis ramas
la memoria que acorta los caminos.
Si no quedó la huella,
si mis pasos se olvidan
de mis pasos,
entonces no hay regreso para mí
que no sea (¿me escuchas?),
que no sea también una partida »

« ... y El Que no – y El Que no... »
(...)

Si te encuentras con él (son azules sus sienes ),
dile que ya entendí;
y si vienes –qué sé yo- a las cuatro de la tarde,
comenzaré a ser feliz
desde las tres. [2]




[1] Se atribuye a San Agustín una versión original de este breve apólogo. [2] Es versificación libre de: « Si tu viens, par exemple, à quatre heures de l'après-midi, dès trois heures je commencerai d'être heureux. » A. de Saint-Exupéry, El Principito, XXI. (Trad. del A.)

9 de abril de 2009

En busca del No-Tiempo perdido

C. Jung sostuvo con sufrida convicción que el hombre "moderno" se ha quedado sin alma, y su aventura existencial es una dolorosa añoranza de la intimidad que alguna vez mantuvo con los grandes misterios, la noche primordial cuyos astros lo expresaban plenamente, las aguas del abismo interior cuyos repliegues cifran y descifran su verdadera naturaleza. Los efectos de la cáustica codicia materialista y el racionalismo esterilizante se disputan su "sí mismo", esa luciérnaga reclusa donde titila, angustiada, la luz que todos traemos del cielo de eternos arquetipos pujantes y aliados de la vida. El hombre es un indeclinable menesteroso de significado, un niño soltado al flujo universal de una espiral que acaso siente ahí, muy dentro suyo, creciendo y creciendo sin repetirse, pero que es también incapaz de aceptar como la forma liberadora de su destino creativo. La era que hoy va buscando su fin entre convulsiones naturales y sociales que nos estremecen hasta el terror ha de dar paso a una gran oportunidad de cambio planetario. Niños en quienes replandece el aura del índigo, del azul y del cristal pronto no soportarán el presente orden humano que agoniza. El "encantamiento del sueño" de los mayas venusinos está a punto de desvanecerse; otra aventura de extraordinarios horizontes está a las puertas de nuestra mente. La abominable mentira que urdieron merced a nuestra ignorancia y nuestro tiempo usurpado tiene los días contados. Pero, me pregunto, ¿estamos preparados para recibir la nueva "buena nuva" de este siglo? ¿Nos reconocemos al repetir, con temor y temblor, "ama a tu prójimo...", "mejor es dar...", "la libertad es la supresión del insaciable ego que nos gana", "la muerte del sufrimiento radica en la muerte del deseo", "sana tu "niño interno" y serás sano", la vida es un desafío a la creatividad"...? Cabe recordar que basta un gramo de materia cósmica para producir una catástrofe o rehacer el universo. A. Einstein lo dijo con la entonación lacónico e inmejorable de una fórmula: E = m.c2. T. S. Eliot, tal vez rememorando algún eco perdido en la anonimia, nos lo reveló con un verso fatal y lleno de constreñido amor, un hermoso latigazo que sabe a un amenazante desafío que no nos niega la posibilidad de decidir: "I will show you fear in a handful of dust..." (Te mostraté el miedo en un puñado de polvo). ¿Dónde nos encontramos, hermano planetario, para ponernos de acuerdo sobre qué hacer?

7 de abril de 2009

KAFKA Y NUESTRA VIGILIA





Cuando leo a Kafka, dos impactos siento en mi psiquis y en mi cuerpos (eternos aliados): que Dios está ahí y es un amor tan inevitable como inaccesible; que no hay nada menos confiable, más temible, que el hombre. Su atroz ventaja sobre su Hacedor parece ser, sin embargo, su condición de efímera luciérnaga, saberse el fósil de un sueño rosado y caliente capaz de sufrir y dejarse destruir por vocación. La sombra (y la luz) del genial Kafka vuelven siempre, sin avisar, a remover y erizar las pesadillas que pueblan nuestra vigilia. Son las peores, ya que tratan con fenómenos, no con noúmenos; una vez de regreso ahí, somos la inminencia de algo desconocido y monstruoso, y en el umbral de la aventura espeluznante estamos indefectiblemente solos (como Dios...). Dado el primer paso hacia nuestro abismo, no hay redención posible. El oscuro Khaos, aquel agujero negro debajo al que el hombre griego prefirió no asomarse, no es, entonces, sino nuestra propia psyché, mariposa inmortal torturada en un cuerpo imantado por Eros.

Cierto día tuve una visión, y pronto esa visión se transformó en una imagen posible del escritor checo. La huella de aquel trance es lo que reproduzco abajo:








EL PRECIPICIO


                                                    A Franz Kafka






La muralla se acerca, simula, nos rodea;
guantes que nunca vimos la urden en secreto.
Respira a espaldas nuestras el hoyo sordo, inquieto:
“¡Auxilio!...”, ululan otros que olvidó la polea…


No hay lugar para el monstruo que suplica ternura;
somos su pesadilla, su vergüenza deforme.
No hay tiempo para él, y no hay nadie que informe
si preparan la quema, si ya somos basura…


Está aquí mi abogado y trae lista la almohada
para ahogarme en mi cárcel y demorar el juicio:
mañana es el pseudónimo que eligió la mentira…


Somos los cerrajeros sin rostro de la nada;
y el ojo los buitres, allá en el precipicio,
sabe que es Dios que tarda, tarda y es Dios que expira.







G. A., 2003






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Imagen: fotografía de Leszek Bujnowski



6 de abril de 2009

Nuestro antiguo "nuevo mundo fascinante"




No estamos solos, no lo estuvimos nunca. Incalculables velos de discursos, de redes tejidas con palabras, nos impiden retomar contacto con quienes una vez fuimos en el origen. La piedra angular de toda civilización miente en la oscuridad inviolable tres o cuatro sustantivos que permiten cimentar sus columnas y mantenerlas en pie hasta que otros sustantivos usurpen la cámara. Si no me equivoco, Nietzsche atisbó algo por el estilo.
El siglo XXI, sellado por la energía expansiva y radiante de Acuario, trae otras premisas. El velo virginal de Piscis ya ha cumplido su misión de guardar el Secreto sólo accesible a quienes lo mereciesen o fuesen inocentemente “elegidos”. No se trata ahora de perseverar en la fe, de resistirse a claudicar en el acto apremiante de creer; se trata de haber sido capaces de activar el Cristo interno mediante actos. Ésa es, creo, la “segunda venida” del Hijo de Hombre, huésped anhelado de la Casa del Aguatero, la nuestra, la de la remanente y agotada raza adámica que sigue buscando en sus pesadillas la noche de pirámides de los atlantes sin comprender muy bien lo que busca. Como perpleja ante el tétrico vórtice de destrucción y regeneración donde nos perdemos, desaparecemos, regresamos cíclicamente, la Eternidad, hermano, nos recuerda aguardando el próximo viaje en las Pléyades o en Arcturus o en la misteriosa matriz de Orión, el cazador…
Cuando contemplo la hermosa libertad desprejuiciada del caballito blanco de Uffington sé que me falta mucho aún para lograr la consumación de la "gran Obra" alquímica que, con estusiasmada convicción, defendió Jung: "Llega a ser el que eres...". A propósito de llegar a ser y el "brave new world", mundo tan maravilloso como espeluznante, que, como a Miranda en la isla de su padre, nos desafía hoy, escribí lo que sigue:



AL CABALLO BLANCO DE UFFINGTON[1]



“… mis párpados desfallecen y se cierran, y mi boca se seca
y queda amarga, temblores recorren mi cuerpo
y mi cabello se eriza con horror…”

Bhagavad Gita, I, 28




¿Por qué declive oculto
de aquel verde valle olvidado en nuestro origen
llegaste galopando a la colina?
Blanca tu crin al viento,
tu cola mansa y tus orejas yertas,
sin sombra que te siga,
así, frágil y ufano, inquietas el vacío
que al irse nos dejó bajo la luna
la diosa[2] que arrojó su llave a los druidas…

Miedo de rojo pedernal:
el hacha que seguimos con los ojos
hasta verla caer
sobre nosotros y mojar la tierra…
De rojo hierro hipócrita:
la Espada atravesando todos los escudos,
la hoja del Alfanje santo y, de rodillas,
el Velo y la verdad…
O el silbido de plomo,
la mira en nuestra nuca,
derribando de lejos,
cobarde como un dios en bancarrota…

Golpes de tétrico tambor,
rabia de cepos.
Camino entre las uñas brotadas en los muertos
que nadie va a enterrar,
las bocas donde fueron a anidar las ratas,
la madre que amamanta
un cangrejo deforme y voraz,
clones espermutantes,
tubérculos fetoides,
osteopolillas de alas de plutonio,
estrangulabios marchitando un beso
de ultraletal violeta…
Mi pie descalzo pisa
el pétalo negrusco de una lengua,
la lava que trepó sus venas de cristal,
y siente, hasta la helada médula,
los dientes de la trampa…

Una racha con voz de niño
se levantó de pronto de una fosa…

A no dormirse: de un momento a otro
los Ángeles Guardianes
descenderán sin rostro entre las nubes
cargados de racimos.
Para avivar el fuego
de ese tumulto herido de furiosa ceniza
nos reclutaron como mercenarios.
¿Quién era el enemigo?
¿Quién declaró la guerra? ¿Estaba yo ahí?
¿Fue ayer? ¿Hoy? ¿Hace años?...
No importa, da lo mismo:
¿quién se acuerda?
Todas las guerras son la misma guerra,
y es una la batalla,
una y la misma es…
Los Grises soterrados,
ellos, que funden sordos arsenales,

y Nedalníb, el tránsfuga,
debelarán los golfos y las torres…






¿Por qué declive oculto
de aquel verde valle olvidado en nuestro origen
llegaste galopando a la colina,
blanco caballo amigo?
Algo que no quisimos escuchar
nos susurra la música
de tu esquiva silueta tendida en la ladera.
El Ocaso impetuoso del solsticio
dilata su misterio sin bordes en mi sueño.
Allí nos reuniremos,
mi sombra, tú y yo,
allí, como hace siglos,
cuando te falte el sol y te reanime la luna.
Intacto y sin esfuerzo,
igual que una caricia
me confiarás de nuevo tu íntimo secreto,
hecho del silencioso amor
que no han envilecido las palabras.
YAM… YAM… YAM… YAM…[3],
resuena ya en el tímpano del bosque
la voz inmemorial de tus encinas.
Y libre de la antigua prisión de los espejos,
oigo en tu grácil galope el vaticinio
del eco que remonta una espiral azul:
KSHAM… KSHAM…, es el conjuro[4],
KSHAM… KSHAM..., es la señal…

¿Me atreveré a seguirte hasta la orilla,
tierno heraldo del tiempo del gran Escanciador?[5]
¿A olvidar el camino,
el mundo que se extingue en un gemido
de bellotas de uranio?
¿Me atreveré esta vez
a abrir el puño y arrojar la llave,
y como un niño desnudo a lomos del viento
donde germina el trueno,
saltar con el relámpago al vacío?



1 El Caballo Blanco de Uffington (Uffington White Horse): uno de los más antiguos pictogramas hollados por manos desconocidas en el sur de Inglaterra. Ubicado en Berkshire, en el mismo valle donde se alza la adyacente Colina del Dragón (Dragon Hill), su vecindad al castillo de Uffington le da nombre. Enmarcada en el culto de la tribu Belga de Britania, su edad se calcula en 3.000 años aproximadamente. El grabado de cal ha sido atribuido asimismo a Hengist, el jefe de las hordas de anglos y sajones del siglo V d. C. En su extenso poema The Ballad of the White Horse (La balada del Caballo Blanco), G. K. Chesterton lo convirtió en un motivo épico en torno a la figura del rey sajón Alfred y su gesta cristiana contra los daneses (finalizada en 871 d. C.).
2 Epona, divinidad femenina adorada por el pueblo celta con atributos y denominaciones diversas, de la que se sugiere sería, en Inglaterra, una evocación el Caballo Blanco. Siempre en conexión con la figura equina, estuvo asociada la fertilidad y las cosechas, el medio acuático y el umbral entre la vida y la muerte (la llave que alternativamente aparecía en su mano era símbolo de esto último). Epona fue Edain en Irlanda, y Rhionne en Gales. Los romanos tuvieron en la exótica Cibeles un equivalente.
3 Mantra principal de activación del chakra cardíaco (ANAHATA: intacto), ubicado en el centro del tórax, cuya expresión glandular es el timo. El vórtice del cuarto chakra despliega o inhibe la capacidad de amar y ser amado, de experimentar sentimientos, propiciando el sacrificio del ego y la conexión con todo lo vivo en su calidad de semejante. Su gema afín es la malaquita verde. Su energía se corresponde con el espíritu de entrega y sacrificio de la Era (cristiana) de Piscis que acaba de concluir.
4 Mantra principal de activación del chakra frontal o “tercer ojo” (AJNA: saber, percibir). Es esencialmente el centro de la visión trascendente y premonitoria, la visualización y de la expansión de la conciencia, comprensión conceptual y creatividad, voluntad de concreción. Su tonalidad asociada oscila entre el índigo y el añil, y su gema es la amatista. Su actividad es afín a la Era de Acuario, en la que la experiencia trascendente del amor “místico” ya ha dado frutos; el nuevo desafío para la humanidad, entregada ahora a la “religión del amor universal” y el desapego frente mundo material, es la evolución por el Conocimiento. Los Niños Índigo son sus prototipos (y los Cristal su subsiguiente manifestación crística).
5 El Escanciador de agua o Acuario.




¿Te has detenido alguna vez, amigo, en la misteriosa imagen del caballito blanco sobre la verde pradera de Uffington? Tal vez una misma magia nos hermane aun más...






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