"... perhaps you may come upon that mystery
which nobody can reveal to you and nothing can destroy..."
("... tal vez te sea dado descubrir ese misterio que nadie puede revelarte ni nada puede destruir...")
J. K.
Plática V
HABLÁBAMOS la última vez sobre el miedo, y
si es siquiera posible que la mente se libre del todo de él; no parcialmente,
no de modo gradual, sino eliminarlo por completo. Me gustaría, esta tarde,
seguir investigando esto.
Nuestras mentes son influidas
de muchas maneras: por los libros que leemos, por el alimento que tomamos, por
el clima, la tradición, los innumerables retos y respuestas. Todas estas
impresiones forman el condicionamiento de la mente. Somos el resultado de las
influencias, las llamadas buenas y las malas, las superficiales y las
profundas, las influencias no examinadas, no reconocidas, ignoradas. Y la
mayoría de nosotros no se da cuenta de este hecho. Cuando utilizo la expresión
‘influencias ignoradas’, no me refiero a nada misterioso. De hecho, no nos
damos cuenta, cuando vamos en un autobús o en el subte, de los ruidos, de los
anuncios, de la propaganda en los periódicos y en los discursos de los
políticos, de todo lo que está pasando. Y sin embargo somos moldeados por estas
cosas; y cuando empieza uno a darse cuenta de todo esto, causa un poco de
terror, de perturbación.
La cuestión es, pues, si la
mente es capaz de estar alguna vez realmente libre de influencia, tanto de las
influencias conscientes como de las inconscientes. Todos sabemos que han estado
ensayando, creo que en Norteamérica, un método de publicidad en los cines, en
la radio y en otros medios el procedimiento de decir las cosas con tal rapidez
que la mente consciente no puede captarlo, pero sí la inconsciente: la impresión
queda. La han llamado publicidad subliminal, y afortunadamente el gobierno la
prohibió. Pero por desgracia, aun cuando se ha puesto fin a una forma de ella,
todos somos esclavos de esta propaganda inconsciente, subliminal. Se la
transmitimos a nuestros hijos de generación en generación, y estamos encerrados
en el marco de la influencia.
Aquí no estamos haciendo
propaganda: seamos muy claros sobre esto. Para mí, toda forma de influencia es
destructiva para lo que es verdad. Si la mente ha de ser libre alguna vez para
descubrir lo incognoscible, aquello que no puede medirse, que no es hecho por
la mente del hombre, entonces uno tiene que penetrar a través de todas estas
influencias. El miedo tiene sus raíces en la huella del tiempo; y la bondad no
puede florecer en el campo del tiempo. ¿Puede uno pues investigar la influencia
‑la de la palabra, de la palabra ‘comunista’, de la palabra ‘creencia’ y la
palabra ‘incredulidad’- y descubrir por sí mismo si la mente puede liberarse de
la palabra, del símbolo?
Creo que es importante
investigar esto, y me pregunto qué queremos decir con la palabra
‘investigación’ ¿Cómo investigamos? ¿Cómo penetra uno en las cosas? ¿Qué
implica la investigación? ¿Escudriñáis conscientemente en el temor, en las
diversas formas de influencia, en el efecto hipnótico de la palabra? ¿Lo
observáis consciente, deliberadamente? Y cuando en efecto miráis así, ¿revela
ello algo? ¿O existe otra forma de ver, de mirar, de inquirir? Por el ejercicio
de la voluntad, por la incitación, por el deseo, la compulsión para inquirir,
para indagar ¿descubriréis algo sobre el temor? ¿Descubriréis todas sus
implicaciones? ¿Reuniréis información sobre ello poco a poco, página por
página, capítulo por capítulo? ¿O comprenderéis todo el asunto de un golpe, totalmente?
Seguramente, existen las dos maneras de indagar, ¿no es así? No sé si habréis
pensado siquiera en ello. Existe el llamado proceso positivo de ponerse
deliberadamente a investigar toda forma de temor, observando cada paso, cada
palabra, dándose cuenta de todo movimiento del pensar. Y es un proceso
extraordinariamente destructivo, ¿verdad?, este constante esfuerzo para
descubrir. Es el proceso analítico, introspectivo
¿Hay otro modo de inquirir?
Por favor, no estoy tratando de haceros pensar en determinada dirección, que es
lo que hace el propagandista. Pero ¿podemos ver por nosotros mismos qué es
verdadero y qué es falso, sin ninguna influencia, sin ninguna directiva verbal?
¿Podemos ver la verdad en lo falso y ver lo que es verdadero como tal? La
cuestión es: ¿liberará a la mente de toda forma de temor el proceso analítico
de indagación? Y ¿es acaso posible estar libre de temor? Existe el miedo
autoprotector, físicamente, cuando tropezáis con una serpiente, o un perro
rabioso, o un autobús que va a embestiros. Seguramente, esta forma de miedo
autoprotector es saludable. Pero toda otra forma de reacción protectora se basa
en el temor. Y ¿puede la mente, por medio de este proceso positivo de
indagación, desenredar todos los nudos, las modalidades y los medios del temor?
Creo que deberíamos ver muy
claramente, antes de seguir adelante, que aquí no se trata de que aceptéis o no
aceptéis lo que se está diciendo. No inquirimos en términos de argumentación,
sino que tratamos de ver lo que es el hecho real. Si uno ve un hecho, no
necesita argüir sobre él o ser convencido.
La cuestión es pues, si por
el examen introspectivo, por la voluntad, por el esfuerzo, podrá la mente
liberarse, desentrañar las causas del temor y salir de él.
Estoy seguro de que habréis
tratado de disciplinaros contra el temor o racionalizarlo: el miedo a la
oscuridad. miedo de lo que la gente puede decir, miedo de docenas de cosas.
Todos hemos probado la disciplina, y sin embargo el temor está ahí. La
resistencia no lo eliminará. De modo que si el proceso positivo ‑si es que
puedo usar esa palabra, porque ‘analítico’ no lo describe suficientemente‑ si
el proceso positivo no es eficaz para liberar la mente, ¿hay entonces otro
camino?
No uso la palabra ‘camino’
en el sentido de un movimiento gradual que lleve a alguna parte, implicando una
distancia de aquí hasta allí. Es en el llamado camino positivo que existe lo
gradual, el espacio del aplazamiento, el ‘entretanto’, el ‘con el tiempo
llegaré’ y el ‘eso hay que conquistarlo tarde o temprano’, y así sucesivamente.
En ese proceso hay siempre un intervalo entre el hecho de lo que es y la idea
de lo que debería ser. Para mí, eso no liberará para nada a la mente, porque
implica tiempo, y el tiempo se vuelve importantísimo. Para mí, el tiempo implica
temor. Si no hubiera eso del mañana o del ayer, ni todas las influencias del
ayer, que a través del hoy conducen al mañana ‑cosa que implica no sólo tiempo
cronológico sino también psicológico, que es la voluntad de alcanzar, de
llegar, de conquistar- entonces no habría temor, porque entonces sólo hay el
momento viviente, la brecha en que el tiempo no existe.
De modo que el llamado
enfoque positivo, la indagación, la actividad positiva, es esencialmente la
prolongación del miedo. No sé si realmente comprendemos eso, no simplemente las
palabras que estoy diciendo, que no son importantes, sino el hecho real.
Ahora bien, si el proceso
positivo no es el factor que libera, entonces ¿qué es? Pero antes tenemos que
comprender que la indagación sobre qué es el factor que libera, no es meramente
una reacción contra el proceso positivo. Esto hay que verlo muy claramente. Por
favor, aguardad, esperad un minuto y observadlo. Estoy pensando en voz alta. No
he pensado todo esto de antemano. Tenemos que darnos tiempo unos a otros para
observarlo realmente.
Podemos ver que la
indagación que hemos llamado proceso positivo no libera a la diente del temor,
porque mantiene el tiempo: tiempo en forma de mañana, que está moldeado por las
influencias del pasado, actuando a través del presente. No os limitéis a
aceptar esto: vedlo. Si veis su verdad o su falsedad, entonces vuestra ulterior
indagación no será una simple reacción contra el proceso positivo.
Ya sabéis lo que quiero
decir con la palabra ‘reacción’. No me gusta el cristianismo por una docena de
razones, de modo que me hago budista. No me gusta el sistema capitalista,
porque no puedo adquirir inmensas riquezas, o por la razón que sea; así que,
como una reacción me hago fascista, comunista o alguna otra cosa. Como tengo miedo,
trato de desarrollar valor; pero esa sigue siendo una reacción y por lo tanto
está dentro del mismo campo del tiempo.
Así, un hecho emerge de
esto: que cuando veis algo como falso, cosa que no es una reacción, entonces
surge un nuevo proceso ‑no un proceso; nace una nueva semilla.
No sé si me expreso
claramente. Ante todo, para ver algo como falso o para ver algo como verdadero,
hace falta una mente muy alerta; una mente que esté por completo libre de
cualquier motivo.
Ahora comprendemos qué
queremos decir con ‘proceso analítico’; y si uno ve su falsedad, o su verdad, o
si ve la verdad en lo falso, entonces ¿cómo vais a enfrentar el temor? Si no es
ese el camino, entonces tenéis que volverle la espalda por completo ¿no es así?
El volverle la espalda no es una reacción; carece de motivo; es sólo que lo
habéis visto como falso y por lo tanto os habéis apartado de ello. Por favor,
no sé si comprendéis todo esto. Creo que es muy importante comprenderlo, porque
entonces cortáis las raíces mismas del esfuerzo y de la voluntad.
Así pues, ¿cual es el
estado de la mente que se ha apartado del proceso analítico, con todas sus
implicaciones? No os limitéis a escuchar mis palabras, sino observad vuestras
propias mentes.
INTERLOCUTOR: La mente está en completa incertidumbre.
KRISHNAMURTI: Señores, os ruego que no
respondáis. Por favor, no le deis expresión verbal aún. Esperad, por favor. No
lo expreséis, ni aun a vosotros mismos, porque es algo enteramente nuevo, ¿lo
seguís? Y por lo tanto no tenéis aún palabras para ello. Si ya tenéis las
palabras, de hecho no estáis observando todavía.
Corno veis, ese estado es
la revolución ¿no es así?, la rebelión que no es una reacción, la rebelión con
respecto a toda la tradición sobre la manera de ser libres, de conseguir, de
llegar. No sé si captáis esto. Vamos a cambiarlo un poquito; dejadlo cocer
lentamente cierto tiempo.
Como sabéis, la mayoría de
nosotros sabemos lo que es sentirse ansioso, sentirse culpable: ponerse ropas
nuevas, cuando hay millones en Oriente que no tienen ropa alguna; tomar una
buena comida cuando millones están hambrientos. Quizá, viviendo en un país
próspero donde estáis seguros desde antes de nacer hasta la tumba, no sabéis lo
que es ese sentimiento. Existe no sólo la culpa colectiva de la raza, sino
también la culpa de la familia, el nombre, el gran nombre y el pequeño nombre,
la culpa de los personajes muy importantes y la de los nadie, y la culpa del
individuo, las cosas malas que hemos hecho, las que hemos dicho y pensado, la
desesperación por todo ello. Estoy seguro que todos conocéis esto. Y partiendo
de esta desesperación, hacemos las cosas más extraordinarias. Corremos por acá
y por allá, ingresamos en esto o lo otro, nos hacemos esto y dejamos aquello,
esperando todo el tiempo eliminar la íntima desesperación. Y la desesperación
también tiene sus raíces en el miedo, y engendra muchas filosofías; y de esa
manera pasamos a través de muchas muertes. No hablo en forma dramática ni
romántica. Éste es el estado común por el que pasan todos, ya sea en forma
intensa o muy superficialmente. Cuando es superficial, acude uno a la radio,
toma un libro, se va a un cine o a una iglesia, o a ver un desfile. Cuando es
muy profundo, se llega a algún extremo y se vuelve uno neurótico, o se suma a
alguno de los movimientos intelectuales nuevos y de moda.
Esto es lo que está pasando
en todo el mundo. Hemos negado a Dios, las iglesias han perdido su sentido, la
autoridad del sacerdote se ha terminado. Cuanto más piensa uno, más depura la
mente de todos estos absurdos.
Tenéis, pues, que hacer
frente al temor, tenéis que comprenderlo. ¿Lo seguís? Tenéis que descubrir.
Porque no sólo existe el temor de la muerte, el de las cosas que habéis hecho y
las que no habéis hecho, sino que está la desesperación, la ansiedad y la culpa
que nacen del temor. Todas éstas son expresiones del miedo. De modo que si la
mente no ha de deteriorarse, si ha de ser viviente, activa, rica, tiene que
eliminar el temor. Hasta que no hagamos eso, no creo que podamos saber lo que
significa amar ni lo que significa tener paz; no la paz política y todo eso,
sino un verdadero sentido de quietud interna, no afectado por el tiempo,
incorruptible; esto no tiene relación con esa cosa llamada paz, que es
concebida por la mente del hombre.
Es pues imperativo que la
mente esté libre de miedo, porque es sólo la mente libre la que puede descubrir
si hay algo más allá. Podéis llamarlo verdad, Dios o lo que queráis: eso es lo
que el hombre ha estado buscando por centurias, por milenios.
Londres, 11 de mayo de 1961
Plática VI
HEMOS estado hablando sobre la completa
liberación del temor; y es evidente que es en realidad necesario estar libre de
él, porque el temor crea tantas ilusiones, tantas formas de autodecepción. Una
mente que de alguna manera está atada al temor, consciente o inconsciente,
nunca podrá descubrir qué es verdadero o qué es falso. Sin estar libre del
temor, la virtud tiene muy escaso sentido. Y quisiera discutir con vosotros qué
es la virtud: si existe siquiera tal cosa o si es meramente un convencionalismo
social que no tiene nada que ver con la realidad. Creo que uno debe abordar el
asunto comprendiendo la necesidad de que la mente esté libre del temor. Cuando
no hay miedo en absoluto, ¿hay virtud? ¿Es la moralidad, la virtud, un mero
convencionalismo social que cambia de tiempo en tiempo? Para la mayoría de
nosotros, la virtud es una cualidad, una moralidad que resulta de la
resistencia, del conflicto; pero creo que la virtud puede tener un sentido muy
diferente si podemos dejar al descubierto su significado.
Podemos dejar de lado toda
la moralidad social, que es más o menos necesaria: como es el tener arreglada
la habitación, el tener ropas limpias; pero, fuera de esas cosas, la virtud o
la moralidad es para la mayoría de nosotros una máscara de respetabilidad. La
mente que se conforma, que obedece, que persigue la autoridad, los
convencionalismos, no es desde luego una mente libre; es mezquina, estrecha,
limitada. Tenemos pues que preguntar si la mente puede jamás quedar libre de
todas las formas de imitación. Y para comprender este problema, tiene uno que
eliminar realmente de la propia mente toda clase de temor. La moralidad social
se basa esencialmente en la autoridad y en la imitación. De modo que, si
podemos, consideremos por el momento si la mente puede comprender las
limitaciones de la imitación, del ajuste a una norma. Y ¿es acaso posible que
la mente se ‘descondicione’ a sí misma?
Me parece que la bondad, el
florecimiento de la bondad, nunca puede tener lugar cuando la mente es sólo respetable,
ajustándose al modelo social, a una norma ideológica o religiosa, ya sea
impuesta desde fuera o cultivada desde dentro. La cuestión es pues: ¿por qué
imita uno? ¿por qué se sigue, no sólo la norma social, sino también la que uno
ha establecido para sí mismo por la experiencia, por la constante repetición de
ciertas ideas, de ciertas formas de conducta? Existe la autoridad del libro, la
autoridad de alguien que dice que sabe, la autoridad de la iglesia, y la
autoridad de la ley; ¿y dónde va uno a trazar la línea que separe lo que se
puede seguir y lo que no debe seguirse?
Obedecer la ley es
evidentemente necesario, en el sentido de mantener la derecha o la izquierda en
la carretera, según el país en que uno esté, etc.; pero ¿cuándo se vuelve la
autoridad perjudicial, de hecho un mal?
Al entrar en todo esto
puede uno ver ¿no es cierto? que la mayoría de nosotros busca poder. En lo
social, político, económico, religioso, estamos buscando poder; el poder que da
el conocimiento, el poder que da la técnica; el poder extraordinario que uno
siente cuando tiene dominio completo sobre su cuerpo; el poder que da el
ascetismo. Todo esto, por cierto, es un proceso imitativo; es ajustarse a una
norma con el fin de obtener cierto poder, posición, vitalidad. Me parece pues
que, sin comprender toda la anatomía del poder, del anhelo, del deseo de poder,
la mente nunca podrá hallarse en ese estado de humildad que no es la humildad
inventada por el hombre.
Así pues, ¿por qué sigue
uno de alguna manera? ¿Por qué me seguís a mí, al que habla, si es que seguís?
Y ¿estáis siguiendo o escuchando? Esos son dos estados por completo diferentes,
¿no es así? Seguís si queréis lograr, llegar, o ganar algo que creéis ofrece el
que habla. Pero si el que habla ofrece algo, entonces en realidad es un
propagandista, no un, buscador de la verdad. Y si seguís a alguien, ello
significa evidentemente que estáis medrosos, inciertos: queréis que se os
anime, que se os diga como llegar, cómo tener éxito.
Mientras que si escucháis
en realidad ‑cosa que es enteramente diferente de seguir la autoridad o buscar
poder- entonces estáis escuchando para descubrir lo que es verdadero y lo que
es falso, y ese descubrimiento no depende de la opinión, del conocimiento.
Ahora bien ¿cómo descubrís qué es falso y qué es verdadero, si estáis
escuchando? Desde luego, una mente que sólo arguye consigo misma o con una
persona que expone ciertas cosas, no está descubriendo lo que es verdadero o
falso. Uno no está escuchando en absoluto cuando ese escuchar sólo provoca una
reacción ‑una reacción según su conocimiento, la experiencia, la opinión, la
educación, que constituyen su propio condicionamiento. Tampoco escucháis cuando
hacéis un esfuerzo para descubrir lo que está diciendo la otra persona, porque
todo vuestro interés entonces está absorbido por el esfuerzo. Pero si todos
estos estados pueden dejarse de lado, entonces existe el estado de escuchar,
que es atención.
Atención no es absoluto lo
mismo que concentración. La concentración es enfocar la mente sobre un punto
determinado mediante el proceso de la exclusión, mientras que la atención es
plena comprensión. Hay atención cuando no sólo escucháis al orador, sino
también la música sacra que están tocando en la vecindad, y el tráfico afuera;
hay atención cuando la mente está totalmente atenta, sin frontera, y por lo
tanto sin centro. Una mente así está escuchando; y una mente así ve
inmediatamente lo verdadero y lo falso, sin reacción, sin ninguna forma de
deducción, inducción y otros trucos mentales. Está de hecho escuchando, y por
lo tanto en ese mismo acto de escuchar hay una revolución, hay una
transformación fundamental.
Esa atención, para mí, es
virtud; es sólo en esa atención que la sencilla bondad florece, la bondad que
no es producto de la educación, de la sociedad Y de todos los ajustes
intelectuales de la influencia. Y quizá, también, esa atención es amor; el amor
no es una virtud, tal como conocemos la virtud. Y donde hay tal amor no hay
pecado; entonces uno puede hacer lo que quiera; entonces está uno más allá de
las garras de la sociedad y de todos los horrores de la respetabilidad.
De modo que tiene uno que
descubrir por sí mismo por qué sigue, por qué acepta esta tiranía de la
autoridad: la del sacerdote, la autoridad de la palabra impresa, de la Biblia,
de las escrituras indias, y todo eso. ¿Puede uno rechazar por completo la
autoridad de la sociedad? No me refiero al rechazo producido por los ‘beatniks’
del mundo; eso es meramente una reacción. Pero ¿puede uno ver realmente que
esta conformidad exterior a una norma es fútil, destructiva para la mente que
quiera descubrir lo que es verdadero, lo real? Y si uno rechaza la autoridad
exterior, ¿es posible también rechazar la interior, la autoridad de la
experiencia? ¿Puede uno prescindir de ésta? Para la mayoría de nosotros, la
experiencia es la guía del conocimiento. Decimos: ‘sé por experiencia’, o, ‘la
experiencia me dice que tengo que hacer esto’; y la experiencia se convierte en
la propia autoridad interna. Y quizá ésta es mucho más destructiva, mucho peor
que la externa. Es la autoridad del propio condicionamiento, y conduce a toda
clase de ilusiones. El cristiano ve visiones de Cristo y el hindú ve visiones
de sus propios dioses, cada cual según su propio condicionamiento. Y el hecho
mismo de ver esas visiones y de experimentar esas ilusiones, hace que él sea
altamente respetado y se convierta en un santo.
Ahora bien, ¿puede la mente
eliminar por completo el condicionamiento de siglos? Después de todo, el
condicionamiento es del pasado. Las reacciones, el conocimiento, las creencias,
las tradiciones de muchos miles de ayeres, han contribuido a moldear la mente.
Y ¿puede todo ello ser eliminado? Considerad por favor seriamente esto, y no os
limitéis a rechazarlo diciendo simplemente: ‘no es posible’, o, ‘sí es posible,
¿cómo voy a hacerlo?’ El ‘cómo’ no existe. El ‘cómo’ implica ‘mientras tanto. .
.’; y una mente que está interesada en el ‘mientras’ está realmente difiriendo.
Podéis creer que si bien la mente puede ser ‘reeducada’ para que sea comunista o
capitalista o lo que fuere ‑cosa que sólo implica una forma distinta de
condicionamiento- es imposible estar libre de todo condicionamiento. No sé si
estáis siguiendo todo esto, y si sois conscientes de vuestro propio
condicionamiento, de lo que implica, y si es posible estar libre o no de él.
Mirad, el condicionamiento es la raíz misma del temor; y donde hay temor no hay
virtud.
Para entrar en esto
realmente a fondo hace falta mucha inteligencia, y por inteligencia quiero
decir la comprensión de todas las influencias, y el estar libre de ellas. La
influencia es la causa del condicionamiento. Se os ha educado para creer en
Dios, en Cristo, repitiendo cosas día tras día, mientras que en la India
descartan todo eso, ‑porque han sido criados con sus propios santos y dioses.
La cuestión es pues si la mente, que ha sido influida por el fuerte peso de la
tradición, siglo tras siglo, podrá dejar de lado todo eso sin esfuerzo. ¿Podéis
salir de todo ello, de todo ese trasfondo, tan libremente como podéis salir de
este salón? Y, ¿no es este trasfondo la mente misma? La historia de la mente es
la mente. No sé si me expreso con claridad.
La mente es el trasfondo;
la mente es la tradición; la mente es el resultado del tiempo. Y al ver que no
hay esperanza en sus propias actividades, dice finalmente que existe la gracia
de Dios y que debe esperarla, aceptarla, recibirla ‑lo que es otra forma de
influencia- y una mente así no es inteligente.
Así pues, ¿qué va uno a
hacer? Estoy seguro de que tenéis que haber pasado por todo esto. Tenéis que
haber experimentado con ello: no aceptar, no confiar en la autoridad, no
dejaros influir. Tenéis que haber comprendido que la mente misma no puede hacer
nada. Es su propia esclava, ha creado su propio condicionamiento. Y toda
reacción a ese condicionamiento no hace más que aumentarlo. Todo movimiento,
todo pensamiento, toda acción que se desarrolla dentro de la mente, está aún en
el campo limitado de sus propios valores. Si uno ha penetrado hasta ahí ‑no
teórica, no intelectual, no verbalmente, sino de hecho- ¿qué pasa entonces?
Espero comprenderéis la cuestión. La cuestión es que para la mente que quiera
descubrir lo que es verdad y si existe algo que es inmensurable e innombrable,
tiene que cesar toda autoridad: la de la ley tanto como la autoridad de la
experiencia. Esto no significa que yo conduzca el coche por el lado no
permitido del camino. Significa que la mente rechaza la autoridad de toda
experiencia, que es el conocimiento, que es la palabra; y que rechaza las
formas extraordinariamente sutiles de la influencia, la ‘expectativa para
recibir’, las esperanzas. Entonces la mente es en realidad inteligente.
Penetrar en uno mismo tan
honda y completamente, es muy ardua tarea. Aplicarse a cualquier cosa requiere
energía, no esfuerzo. Y si uno ha llegado hasta ahí, entonces ¿queda algo de la
mente tal como la conocemos? ¿Y no es necesario llegar a ese estado? Porque
ese, por cierto, es el único estado creativo. Escribir un poema, pintar
cuadros, levantar un edificio, y todo eso, seguramente, no puede llamarse
creador en el verdadero sentido de la palabra.
Como veis, percibe uno que
la creación, eso que llamamos Dios, o verdad, o como queráis llamarlo, no es
para una minoría selecta. No es para los que meramente tienen capacidad, un
talento, como Miguel Ángel, Beethoven, o los modernos arquitectos, poetas y
artistas. Creo que es posible para todos, ese extraordinario sentimiento de
inmensidad, de algo que no tiene barreras, que no tiene límites, que no puede
ser medido por la mente ni expresado en palabras. Creo que es posible para
todos. Pero no es un resultado. Surge cuando la mente empieza con la cosa mas
próxima, que es ella misma, no cuando persigue lo más lejano, lo inimaginable,
lo desconocido. Lo que se lo va a revelar es el autoconocer, la comprensión de
sí misma; id a eso, ved lo que es, no busquéis algo externo. La mente es cosa
realmente extraordinaria. Tal como la conocemos, es el resultado del tiempo; y
el tiempo es la autoridad: la autoridad de lo bueno y de lo malo, de lo que se
debe y de lo que no se debe hacer, de la tradición, de las influencias, del
condicionamiento.
¿Puede pues la mente,
vuestra mente, ‑no hablo en forma personal- descubrir por completo su
condicionamiento, tanto el consciente como el inconsciente, y salir de él?
‘Salir’ es sólo una expresión verbal. Mas cuando la mente ve su
condicionamiento y comprende toda su operación, todo su mecanismo, entonces, de
golpe, la mente está en la otra orilla.
INTERLOCUTOR: ¿Percibe uno el propio condicionamiento por las provocaciones, los
retos de la vida?
KRISHNAMURTI: ¿Veis realmente algo por una
provocación? Si reaccionáis ante una provocación, ¿llamaríais a eso ver?
INTERLOCUTOR: Sugiero que la clase de alerta o elevada percepción de que habléis se
experimenta a veces cuando uno está presenciando un accidente.
KRISHNAMURTI: ¿Acaso la repentina impresión,
el aguzamiento de la atención, os hace ver, ‘ver’ en el sentido que estamos
discutiendo? Hablamos sobre el condicionamiento y la percepción de ese
condicionamiento. ¿Qué significa esta percepción? ¿Tratáis de ver vuestro
condicionamiento sólo porque digo que si vuestra mente está condicionada no
podréis ver lo verdadero? ¿Esperáis que por el hecho de ver vuestro
condicionamiento habrá gloria eterna, y todo eso? Ya sabéis: la experiencia es
una cosa extraordinaria. O tratáis de experimentar porque alguien os habla
sobre algo, o bien estáis experimentando efectivamente la cosa misma, por
vosotros mismos. Nadie tiene que hablaros sobre el hambre, o la envidia, o la
cólera. El descubrimiento de vuestro condicionamiento debido a que alguien os
habla de él, no es vuestro descubrimiento. No sé si seguís esto. Tomad una cosa
muy sencilla. El nacionalismo es una forma de condicionamiento. La mente
nacionalista es localista, mediocre. ¿Veis el hecho, la verdad de eso, por
vosotros mismos? ¿O es que decís: ‘puede ser así, tengo que descubrirlo. Es muy
posible que él tenga razón’?
Lo diré de otra manera. Veo
muy claramente que el pertenecer a cualquier religión organizada es muy destructivo
para el descubrimiento de Dios, o como lo queráis llamar. La mente no puede
entregarse a ninguna forma de pensamiento, creencia o dogma organizado. Veo eso
muy claramente, nadie tiene que decírmelo. Para mí es así y lo digo. Entonces,
como tengo cierta reputación, etc., os decís: ‘tengo que abandonar eso’.
Entonces estáis atrapados: queréis pertenecer y sin embargo algo os dice que no
pertenezcáis. No es pues vuestra experiencia. En la percepción directa no hay
conflicto. Una mente que ve la efectividad de algo, sea falso o verdadero,
percibe inmediatamente, sin ningún conflicto, sin ninguna causa, sin buscar
ningún resultado. La cualidad de la percepción es pues muy distinta de la
experiencia imitativa de copiar, que tiene un motivo ulterior.
Así, hemos estado hablando
del miedo, de la autoridad, de la virtud y el condicionamiento. ¿Ve uno el
hecho de su propio condicionamiento, ‘el hecho’? Y, cuando de veras lo veis,
¿lo veis totalmente o sólo una parte del todo? ¿Veis todo el libro o sólo una
página del libro? Si no veis la totalidad sino sólo una página, entonces habrá
una batalla, una guerra en vuestro interior.
INTERLOCUTOR: ¿Cómo sabe uno si está viendo todo el libro o sólo una página?
KRISHNAMURTI: ¿Queréis que se os asegure que
veis el todo y no la parte? Si queréis estar asegurados, ¿no estáis buscando
autoridad? Es una pregunta errónea, si me perdonáis el decirlo. La pregunta es
ésta: ‘¿es posible ver el todo?’
INTERLOCUTOR: ¿Se me permite sugerir que, para hallar la correcta respuesta, uno no
debe hacer preguntas ni esperar respuestas?
KRISHNAMURTI: ¿No es eso citar el budismo
Zen? Ya veis, señor, tratar de descubrir por sí mismo es mucho más vital, real,
que leer un libro.
INTERLOCUTOR: Todos tenemos momentos en que hay un darse cuenta de todo, y entonces
quiere uno atraparlo y mantenerlo constantemente.
KRISHNAMURTI: ¿Podéis captar la comprensión?
¿Y podéis retenerla continuamente? Lo que tiene continuidad no es lo real, es
meramente un hábito. Todos decimos: ‘debo tener esto continuamente, debo tener
vuestro amor, vuestro afecto, para siempre’. Decimos eso al marido, a la
esposa, y se lo decimos a Dios. Lo que tiene continuidad no es nuevo; no es el
estado de creación. Es sólo cuando se muere a cada minuto que existe lo nuevo.
Volvamos al tema: ¿Cuál es
el estado de la mente que ve el todo, lo total? Por favor, no tratéis de
responder. Estáis tratando de descubrir por vosotros mismos. ¿Veis jamás algo
totalmente? Tomad un árbol; ya sé que es una cosa muy sencilla, muy común; pero
¿veis la totalidad del árbol, la ‘naturaleza del árbol’,
si puedo usar tal palabra? Cuando veis un río, ¿es sólo ‘el Támesis’, o veis la
totalidad de los ríos, la ‘naturaleza del río’1?
Como veis, señores, quiero
descubrir ahora, antes de salir de esta sala, qué es lo que significa el ver
totalmente, y si he visto algo totalmente. Y estamos hablando de algo, y quizá
no sabemos aún lo que significa. ¿Habéis observado alguna vez una flor ‑no
simplemente haberle dado un nombre y pasar de largo, sino haberla observado- lo
que significa ver, escuchar, sentir con todo vuestro ser? Por cierto, el
observar, el ver una flor, el río, la persona, los árboles, el
condicionamiento, implica ¿no es así? el darse cuenta sin un centro, sin la
palabra.
Mirad, cuando uno está
irritado, excitado, en eso no hay centro, ¿verdad? En el momento mismo de la
cólera no hay centro. Sois por completo la colora, ¿no es así? Y al minuto
siguiente viene el centro, que dice: ‘no debía haberme encolerizado. Tonto de
mí’.
INTERLOCUTOR: ¿No es esa cólera un estado de egocentrismo?
KRISHNAMURTI: Disculpad, pero me parece que
no comprendéis esto. En el estado efectivo de cólera, no hay la reacción
condenatoria de llamarlo egocentrismo; eso viene después. Estamos preguntando
si la mente puede ver la totalidad de su propio condicionamiento, las
influencias conscientes e inconscientes de la tradición, de los valores, de las
creencias, de los dogmas, del nacionalismo, de la palabra ‘británico’, todo
eso.
INTERLOCUTOR: Yo diría que nunca vemos nada.
KRISHNAMURTI: Probablemente estáis muy en lo
cierto, señor. Pero ahora estamos haciendo la pregunta.
INTERLOCUTOR: Sólo podemos sentir totalmente.
KRISHNAMURTI: Y cuando sentís totalmente
¿hay un centro que diga: “siento totalmente’? Os ruego que no respondáis,
seguid esto hasta el fin. Es muy importante estar libre de este
condicionamiento, evidentemente, porque de cualquier manera que lo miréis es
completamente estúpido. Estar condicionado como católico, protestante, hindú,
comunista, como esto o aquello, estar condicionado por un rótulo, una palabra y
todo el contenido tras el rótulo y la palabra, es muy necio. Ahora bien, ¿puede
la mente eliminar todo esto de un golpe? Como veis, la virtud reside en esa
percepción. El único hombre virtuoso es el que ve la totalidad de su
condicionamiento y lo elimina. Los demás no son virtuosos; meramente juegan con
los juguetes de la llamada civilización.
Esto significa realmente:
¿puede la mente estar del todo atenta? ¿Podéis daros plena cuenta con todos
vuestros sentidos, con todo vuestro cuerpo, con toda vuestra mente? Aun si os
dais cuenta así durante un fugaz segundo, nunca preguntaréis entonces: ‘¿cómo
voy a darme plena cuenta? ¿Es ello posible?’ Ya veis, creo que perdemos tanta
belleza y amor y tan profundo sentido de inmensidad cuando nos rodeamos de
todas nuestras palabras, querellas, creencias, dogmas y todas esas cosas. No
las expulsamos; y así somos esclavos del tiempo.
Londres, 14 de mayo de 1961
Extraído
de EL
ESTADO CREATIVO DE LA MENTE. Pláticas de J. Krishnamurti en Europa,
Kier, Bs. As., 1992. Traducción: Pedro Sánchez Hernández
Tree-ness - River-ness: La existencia de un árbol o un río como
expresión de la Totalidad o Dios. (N. del Trad.)
Krishnamurti Centre,
Brockwood Park, Hampshire, Inglaterra
(Arriba, del mismo lugar: foto del bosque lateral)