Creo no equivocarme si afirmo que no ha existido otro compositor cuya música goce de la "plasticidad" - formal y del contenido -, del natural poder de autotransfiguración, de la de J. S. Bach... Tampoco - y sin exagerar - hubo en mi ya extinguida existencia 3D otra experiencia tan sublime y duradera como la del verano del '75 (del siglo pasado), cuando, a mis 16 añitos, logré hacer vibrar esta obra incomparable en mi modesta guitarra, según aquella pionera y ardua, valiente y también, necesariamente, poco condescendiente transcripción de Andrés Segovia a partir de la partitura original para violín solo (Partita N° 2, BWV 1004): no fui el mismo desde entonces, y esta insondable "ciaccona" (por cierto, un género inspirado por cierta danza primitiva oída a aborígenes de los pagos de Ecuador y Perú en tiempos de la "conquista", o de la ocultada conmemoración tártara que llamamos así) no ha dejado de estremecerme los tuétanos, de confiarme siempre un secreto nuevo, algún perfil insospechado y revolucionario, de lo que había aceptado antes como la "realidad" del mundo objetivo y sobre ese pobre desconocido para mí mismo que era Yo... Compleja, extremadamente, caldero incesante donde se revuelven en cuarenta y tantas variantes todos los futuribles en el caleidoscopio de una vida, su momento cúlmine, en la primera de las tres secciones que la integran [min. 5:00 - 6:00 de la grabación aprox.] me devuelve instantáneamente a aquel antiguo éxtasis... Y ni qué decir - más bien quedarse mudo de asombro - sobre la apasionada reunión de estos cuatro magníficos instrumentistas, el entendimiento sobrenatural que los amalgama sin perder su desgarrada individualidad, y - quiero decirlo - la portentosa labor personal del celista Brian Thomton (miembro componente de la Cleveland Orchestra)... [Gustavo Aritto]
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