Me pregunto cuál será el destino creativo, el lugar en el nuevo mundo ya en ciernes, de los "ermitaños" sometidos, como todo ser planetario, a la energía de Acuario. Y me consuelo pensando que esa luminosa intimidad que les es propia, su carisma natural, su desdén por el presunto "conocimiento" adquirido entre los hombres y su sabiduría sin origen visible habrán de armonizarse tierna y perentoriamente con un paisaje planetario que nos insta a re-unirnos y compartir(nos) con nuestros afines en el camino. Pronto ya nada será del todo "individual", salvo quizás el secreto proceso que nos conduzca a "llegar a ser quien somos", según profetizaba el aquí archi evocado numen de Carl G. Jung. Imagino al Ermitaño que hay en mí ultimando su doméstica tarea de alquimista consigo mismo y sintiéndose, tras la larga noche, urgido a salir al alba en busca de sus hoy imprescindibles semejantes. De la ermita oscura al Mundo develado por los fotones me figuro a este antiguo heraldo de Luz. Del centro clandestino del inmóvil Laberinto pisciano a la vertiginosa Espiral encendida en la pujante y también menesterosa civilización acuariana.
Gustavo Aritto
"He llegado al final del camino, allí donde lo impensable
se presenta como un abismo. Ante esta nada, no puedo avanzar. Solo puedo andar hacia atrás, contemplando ya
lo recorrido. A cada retroceso formo ante mí una realidad.
Entre
la vida y la muerte, en una crisis continua, mantengo encendida mi
linterna, mi consciencia. Me sirve, por supuesto, para guiar los pasos de
quienes me siguen por la vía que he abierto. Pero brilla también para señalarme
a mí mismo: he llevado a cabo toda la labor espiritual que debía hacer. Ahora,
oh misterio infinito, ven en mi ayuda.
Poco
a poco, he ido deshaciéndome de las ataduras. Ya no pertenezco a mis
pensamientos. Mis palabras no me definen. He vencido mis pasiones: desprendido
del deseo, vivo en mi corazón como en un árbol hueco. Mi cuerpo es un vehículo
que veo envejecer, pasar, desvanecerse como un río de curso irresistible. Ya no
sé quién soy, vivo en la ignorancia total de mí mismo. Para llegar a la luz, me
adentro en la oscuridad. Para llegar al éxtasis, cultivo la indiferencia. Para
llegar al amor a todo, me retiro en la soledad. Allí, en el último recoveco del
universo, es donde abro mi alma como una flor de pura luz. Gratitud sin
exigencia, la esencia de mi conocimiento es el conocimiento de la
Esencia.
Por
el camino de la voluntad, he llegado hasta la cima más alta. Soy llama, luego
calor, luego luz fría. He aquí que brillo, que llamo y espero. He conocido mi soledad completa. Este ruego va
directamente de mí a mi Dios interior: tengo la eternidad delante de mi
espalda. Entre dos abismos he esperado y seguiré esperando. Ya no puedo avanzar
ni retroceder por mí mismo: necesito que vengas. Mi paciencia es infinita, como
tu eternidad. Si no vienes, te esperaré aquí mismo, pues esperarte se ha convertido
en mi única razón de vivir. ¡Ya no me muevo! Brillaré hasta consumirme. Soy el
aceite de mi propia lámpara, este aceite es mi sangre, mi sangre es un grito
que te llama. Soy la llama y la llamada.
He
cumplido mi cometido. Ahora solo tú puedes continuarlo. Soy la hembra
espiritual, la actividad infinita de la pasividad. Como una copa, ofrezco mi
vacío para que sea colmado. Porque me he ayudado a mí mismo, ahora ayúdame tú. "
Alexandro Jodorowsky, La vía del Tarot
"En
la terminología junguiana el Ermitaño representa el arqueripo del Viejo Sabio.
Al igual que Lao-tzu, cuyo nombre significa 'anciano', el fraile aquí
representado encarna una sabiduría que no se halla en los libros. Su don es
elemental y no tiene edad, como el fuego de su lámpara. Es hombre de pocas
palabras, vive en el silencio de su soledad, el silencio anterior a la
creación, sólo del cual puede tomar forma un nuevo mundo. No nos trae sermones,
se ofrece a sí mismo. Por su simple presencia ilumina la búsqueda temerosa del
alma humana y calienta los corazones vacíos de esperanza y de sentido.
Según Jung, esta figura personifica 'el arquetipo del espíritu... el sentido oculto preexistente en el caos de la vida' (The Archetypes and the Collective Unconscious, Vol. IX, Parte I). Se distingue de El Papa en que este monje no está entronizado como portavoz y árbitro de las leyes generales; se distingue de La Justicia en que no lleva ninguna balanza en la que pesar nuestros imponderables. Esta figura se nos muestra muy humana, caminando sobre el suelo e iluminando sus pasos sólo con la luz de su pequeña lámpara.
Como El Loco, es un caminante; la capucha de monje, prototipo del tocado del Loco, los conecta como hermanos en el espíritu. Pero la marcha de este viajero es más comedida que la de aquel joven loco. No mira por encima del hombro. Aparentemente, no necesita ya considerar lo que dejó atrás; asimiló la experiencia del pasado. Tampoco necesita escudriñar horizontes lejanos en busca de poderes futuros. Parece contento con el presente inmediato. Sus ojos están bien abiertos para percibirlo, sea lo que sea. Va a captarlo y lidiarlo de acuaerdo con su propia iluminación.
Su lámpara parece un símbolo apropiado para la introspección del místico. Mientras el Papa enfatiza la experiencia religiosa bajo las condiciones que prescribe la Iglesia, el Ermitaño nos ofrece la posibilidad de la iluminación individual como una potencia humana universal, una experiencia no limitada a santos canonizados sino alcanzable, en algún grado, por toda la humanidad.
La llama que sostiene el Ermitaño podría representar la quintaesencia del espíritu inmanente en toda vida, centro mismo del significado que es el fugaz quinto elemento que trasciende los cuatro de la realidad mundana. Nos ofrece esta luz interior, cuya llama dorada, por sí sola, disipa el caos espiritual y la oscuridad..."
"... En los mitos y cuentos de hadas, cuando el héroe que va en busca del tesoro ha perdido su camino o vencido en alguna prueba, suele aparecer el Anciano que le entrega nueva luz y esperanza. De la misma manera, esta figura puede materializarse en nuestros sueños. Esto es especialmente cierto cuando nuestro dilema personal se hace eco de una prueba similar en nuestra cultura, ya que el Ermitaño ha encontrado dentro de sí mismo lo que como sociedad perdió o ignoró. No es accidental, pues, que en la medianoche cultural de nuestro tiempo haya aparecido de repente, como una estrella, para que compartamos su antigua luz en nuestros problemas contemporáneos..."
En afinidad profunda con la tradición del Tarot "europeo" (no siempre existente), EL EREMITA del antiguo Tarot egipcio acoge en sí el símbolo y el agente de protección, iluminación interior e iniciación en los Misterios. Es una consciente parte del todo, eslabón, señal de fuerza y unión cósmicos. Le está conferido el poder del fuego de Ra, en simbiosis hermética con el Sol y su magnánima dispensación de energía. Su caminar es hacia la derecha, y una palmera permanece próxima a su paso como garantía de renovación y apertura incesantes. En un plano inferior de interpretación, representa las fuerzas más conservadoras de la Naturaleza, lo más primario en el hombre, la physis reciclándose a sí misma, la unidad molecular de todo ser vivo en el plano material. El místico Nueve (9) que se le ha otorgado en el mazo, cifra de altísima simbología divina, encierra asimismo la idea elemental de prueba de fuego, dura batalla entre esferas de realidad, triunfo que, aunque de previsiones gloriosas, ha de transitar la senda evolutiva con trabajo duro, humilde y paciente.
"...En muchos otros aspectos, este extranjero parece encarnas aspectos de los dos polos opuestos del ser. Su barba y su lámpara nos sugieren la enseñanza y el espíritu masculinos, el fogoso yang, el polo positivo de la energía; mientras que su airosa capa y su gentil ademán nos indican una relación cercana al oscuro yin, la terrenal naturaleza femenina. Como san Francisco, debe de sentir una relación íntima y tierna con el hermano Sol y la hermana Luna, con todos los pájaros y bestias; al mismo tiempo, este ermitaño debe de tener el mismo aguante que san Antonio, quien resistió a miles de demonios, la aberración monstruosa del espíritu humano que tienta al hombre en su soledad. Quizá este Sabio Anciano ha regresado para enseñarnos el olvidado arte de la soledad.
Hoy en día se ha convertido ya en algo aceptable que somos una multitud solitaria. Los psicólogos nos han dicho cómo enmascaramos nuestro aislamiento pétreo en una asociación compulsiva espiritual que tiene poca relación con la relación humana. Nos han enseñado cómo defender nuestra tierna inseguridad con la armadura de la conformidad social. Algunas veces podemos ver estas terribles visiones internas plasmadas de un modo que hace temblar nuestros huesos. Atrapado en el metro en lo que llaman 'hora punta', uno puede encontrarse como parte integrante de una horda de zombies anónimos, cada uno inmovilizado en un confinamiento solitario público, y cada uno encasillado en el propio símbolo de su status social, cada uno armado contra todo contacto humano, pero además cada uno protegido contra la verdadera soledad..."
“… I said to my soul, be still, and let the dark come upon you
Which shall be the darkness of God. As, in a theatre,
The lights are extinguished, for the scene to be changed
With a hollow rumble of wings, with a movement of darkness on darkness,
And we know that the hills and the trees, the distant panorama
And the bold imposing facade are all being rolled away—
Or as, when an underground train, in the tube, stops too long
[between stations,
And the conversation rises and slowly fades into silence
And you see behind every face the mental emptiness deepen
Leaving only the growing terror of nothing to think about…”
“… Le dije
a mi alma, quédate quieta,
deja que te anegue la oscuridad
porque será la oscuridad de Dios.
para cambiar la escena con vacío,
rumor de bastidores, movimiento
de los oscuro en lo oscuro, y sabemos
que se llevan enrollados el árbol
y la colina, el paisaje lejano
y la imponente fachada; como en el Metro,
cuando se detiene el tren demasiado,
tiempo entre estaciones y animase
la conversación para poco a poco
hacerse el silencio y en cada rostro
ves ahondarse el vacío de la mente
que deja sólo el creciente terror
a no tener en qué pensar…”
(T. S. Eliot, East Coker, III. Versión castellana: E. Pujols.)
"... Cada vez parece más difícil aceptar los parajes solitarios que llevan a la autorealización. El arte de la individuación, convertirse en el único Sí-mismo, es (como su nombre lo indica) una experiencia intensamente personal y a veces muy solitaria. No es un fenómeno de grupo, comporta la difícil labor de desprender la propia identidad de la masa de la humanidad. Para descubrir quiénes somos, tenemos que que extraer finalmente aquellas partes de nosotros mismos que hemos proyectado en otros, aprendiendo a encontrar en el fondo de nuestra psique las fuerzas y carencias que habíamos visto previamente solamente en otros. Estos reconocimientos se facilitarán si podemos retirarnos de la sociedad por breves períodos y aprender a dar la bienvenida a la soledad...
[...]
En el sentido mencionado anteriormente, quien haya alcanzado algún grado de autorrealización es un 'solitario' en relación con el resto de la humanidad y está abocado a seguir así hasta que los demás, cada uno a su turno y según su particular manera, alcancen un estadio de iluminación similar. Incluso más solos que un ermitaño, dice Jung. La raza humana, en virtud de su capacidad única para la consciencia, se encuentra sola en este planeta y separada de cualquier criatura viviente, debido a las diferencias psíquicas que existen entre ellos. Jung explica la situación del hombre de esta manera:
'Él es, en este planeta, un fenómeno único que no puede compararse con ningún otro... Los diferentes grados de autoconocimiento dentro de su propia especie son poco significativos comparados con las posibilidades que aparecerían en el encuentro con criaturas de estructura similar pero origen distinto... Hasta entonces, el hombre ha de seguir pareciéndose al ermitaño...' (Civilization in Transition, Vol. X).
Queda por ver si nuestra exploración en campos más lejanos, al encararnos con criaturas humanoides, podría ampliar nuestro actual campo de consciencia...
En su ensayo Platillos volantes: un mito moderno, Jung comenta ampliamente el significado psicológico de nuestro interés por los ovnis. Apoya la idea de que (aparte de que sea cierto que existen estos objetos circulares en la realidad) es un hecho de significación psicológica considerable que haya personas en todo el mundo que digan haberlos visto en los cielos, o hayan experimentado su presencia en sueños y visiones. Comparando el Ovni con el mandala, la rueda circular y el 'Ojo de Dios', Jung dice después:
'En la antigüedad, los ovnis podían entenderse fácilmente como 'dioses'. Son manifestaciones implícitas de la totalidad, cuya forma redonda, simple, representa el arquetipo del Sí-mismo, el cual, como sabemos por experiencia, juega un papel importante en la unión de los opuestos aparentemente irreconciliables y es por eso el medio más apto para compensar la mente dividida de nuestra época... [...]'
Considerando el fenómeno ovni como una compensación para nuestra cultura de orientación grupal, Jung dice que 'los signos aparecen en los cielos de modo que todos puedan verlos. Son como una pregunta para que cada uno de nosotros recuerde su alma y su totalidad, pues ésta es la respuesta que Occidente tiene que darle al peligro de la masificación' (op. cit.)
[...]
El Ermitaño del Tarot puede, pues, simbolizar la humanidad que camina solitaria por la tierra, llevando solamente la pequeña luz de la consciencia diaria para iluminar la creciente masificación que trata de apoderarse del mundo. El hombre está al borde de una revolución en potencia de la consciencia humana. Quizá la ayuda desea descienda de los cielos, quizá se halle solamente en la constelación celestial que poseemos en nuestro interior..."
"... 'Oh, Maestro', empezó diciendo sin aliento el buscador fervoroso, 'Estoy avergonzado por no haber traído ningún regalo, vivo ahora con las manos vacías'; y el maestro le contestó pausadamente: 'Lo sé, hijo, lo sé; déjalo, pues'.
Nuestro Ermitaño es sin duda este sabio. Es obvio que la luz de su lámpara penetra la oscuridad espiritual tanto como la temporal, puesto que el cielo que tiene encima es claro y sin nubes. Su visión interior penetra las divisiones arbitrarias de tiempo y espacio para revelarnos unos patrones del eterno presente llenos de significado. Consigue ver tan profundamente en el presente que aclara todo el tiempo: el pasado, el presente, el futuro, así como su interrelación. Más adelante, la evidencia nos confirmará el hecho de que a este sabio, como a Merlín, se le atribuye la posesión del tiempo, ya que en algunas barajas antiguas se le dibuja con un reloj de arena y a esta carta de le llama El Tiempo.
[...]
... Si no lo sacas de ti mismo, ¿dónde vas a ir a buscarlo? Esta vieja cantilena resuena con fuerza en nuestros oídos. Quizás más que nunca debemos cobrar consciencia ahora de que la luz que buscamos no es una luz pre-dispuesta que nos llegará algún día del espacio exterior en un platillo volante... Hemos de hacernos a la idea de que el Espíritu Santo no es algo externo a nosotros, algo que algún día con suerte llegaremos a alcanzar. El Espíritu Santo es una minúscula llama creada de nuevo con cada ser humano en cada generación. Con cada inspiración incitamos o accedemos al 'pneuma' y recreamos el Espíritu. El Cristo es concebido, no hecho, lo que equivale a decir que Él nace de nuevo en cada uno de nosotros.
Prometeo robó el fuego del cielo y lo acercó a la humanidad. Me gusta pensar que el Ermitaño devuelve algo de ese fuego sagrado a su fuente. Es lo que cada uno de nosotros hace al recrear el Espíritu..."
SALLIE NICHOLS, Jung y el Tarot. Un viaje arquetípico, Cap. 12, El Ermitaño: ¿Hay alguien ahí?; Editorial Kairós, Barcelona, 2006. Traducción: Pilar Basté.
Arcano Mayor XXI:
El Mundo
(Tarot marsellés)