En busca de la oralitura
perdida
Una relación triangular vincula la
Filología , la
Hermenéutica y la
Semiología , ciencias, a mi
entender, esencialmente abocadas a la exploración del misterio, en especial el
del verbo humano. Si la primera se sustenta en presupuestos teóricos,
procedimientos y objetos de estudio que exceden la mera dilucidación de
territorios simbólicos verbales y no verbales (estoy pensando en el ya casi
bimilenario ejercicio filológico de la identificación, la restauración, la
labor descriptiva y explicativa y de edición de textos en general y, muy en
particular, de aquellos legados al mundo hasta en el siglo XV), la
Hermenéutica y la
Semiología podrían desaparecer en su propio halo heurístico si
las facetas impredecibles de ese “misterio-objeto” fuesen reveladas por sus deidades
guardianas. Con su usual agudeza intelectual, Graciela Maturo (el mayor lector que conozco en Buenos Aires) se
distancia de esa posible equivalencia, defendiendo la idea de que la
Semiología trata, en verdad, de resolver enigmas, no de interpretar misterios.
No hacía falta arribar al terminante
modelo del deconstruccionismo propuesto por J. Derrida (dedicado a desacreditar
toda una era de “literatura oral” en la Tierra y a conferir a la escritura una
autonomía y un poder como
generadora de sentido aun liberándola de cualquier determinación
histórico-cultural) para sentir el peso de toda una tradición adicta a la
sacralización de la escritura y sus textos.
Fue el extraordinario potencial de producción, transmisión e interpretación
textuales del mundo medieval (europeo y oriental) el que, primariamente, puso
al libro (o sus ancestros o sucedáneos de papiro y de cuero) en el Centro del
orden estabilizado, en Occidente, por el cristianismo y el malogrado impulso de
los exegetas de Alejandría, y por la influencia del pensamiento confuciano, de
intención doctrinal o de cierta concepción “estética” de lo socio-político, en
el Oriente dominado por las mentalidades china, tibetana y japonesa (la India , su
alfabeto sagrado o devanagari,
y sus Vedas siempre fueron renuentes a conformarse
con los signos estampados que desvirtúan irremediablemente el arcaico mantram y su Secreto). Cuando aquel universo
que Dante contempló desde la cima de la Era de Piscis se desmoronó junto con
Aristóteles y la Escolástica ,
W. Shakespeare y M. de Cervantes aguardaron el momento de entrar en acción. Dos
contemporáneos del incipiente siglo XVII, Próspero y Don Quijote, acaudalaron,
cada uno a su modo, el torrente de símbolos, códigos y lecturas místicamente entretejidos durante
quince aun hoy incomprendidos siglos de búsquedas, de hallazgos, de ocultos
tesoros perdidos y, muchas
veces, afortunadamente recuperados. Así, mientras el egómano mago-soberano del "teatro flotante" de The Tempest (La tempestad) sufre, entre otras muchas, de la
obsesión por sus libros y la escritura,
el hidalgo manchego se origina en su propia biblioteca y por efecto de sus lecturas (en verdad, de las de Alonso Quijano). La consecuencia
literaria más contundente y feliz del Quijote en el siglo XX ha sido, sin duda, J.
L. Borges, cuya vocación cabalística,
harto más teórica que experimentada, lo conecta entrañable y definitivamente al
“palimpsesto” sagrado que subyace en la que pasa por ser la primera novela (Cervantes y sus personajes jamás la
llamaron así: siempre hablan de la estoria de Benengeli y los sabios encantadores
que la tergiversan) moderna, psicológica, etc… (al menos de este lado del
planeta). Con la Segunda Parte (de 1615: diez años posterior a la Primera) de ese concienzudo experimento narrativo el mundo recibió el que acaso sea el "libro más libro", el que, distanciándose en su hechura de la Naturaleza y de la vida hasta lo indecible, sin sacrificar jamás la pureza ni declinar en un ápice su convicción especular del arte, juega a mirarse a sí mismo, jugando también así con la infinitud del lenguaje. Bajo el signo de los signos hemos llegado a las puertas de Acuario.
Yo presiento que el siglo que se inicia no resistirá ese peso abrumador, que,
por más placentera, autorrenovadora y plural que siga siendo la interacción con
textos escritos, el nuevo hombre en preparación, abierto al despliegue de
planos dinamizados por la intuición, la telepatía y el silencio, habrá de
reclamar para sí alguna forma de resurgimiento de la oralidad “literaria”
(oxímoron éste hoy hipercodificado hasta el desgaste). Un renuevo de rapsodas y
aedos, de trovadores, juglares y bardos deberían pulular en la Tierra venidera. No sé si contarán fábulas,
activarán dramas o cantarán odas o elegías; sólo creo avizorar su postergado
regreso para reunirnos otra vez alrededor del fuego, mirados por otras
estrellas o convocados por quién sabe qué humildes templos íntimos, Debería ser
algo así como una ORALITURA de alcance transpersonal e interdimensional. Quizás
hayamos de modificar sustancialmente los conceptos de auctor y lector heredados, manipulados, negados y
reivindicados a lo largo de la ya vetusta modernidad. Me inclino por preservar
todavía la noción de sujeto individual creador, pero lo hago consciente del
arrollador desafío de las fuerzas holísticas, unificadoras del pluriverso que
sostiene nuestro universo, y del anhelo incorruptible de la humanidad en
ciernes de volver a la Fuente como un todo común respetuoso de cada
uno. No sólo dependerá de los lectores – como creyó profetizar Borges – lo
que de ahora en más produzca nuestra imaginación; otros hechos aún incógnitos
esperan ser develados en la Tierra.
Dejo abajo, del gran hermeneuta y pensador
francés Paúl Ricoeur (1913 - 2005), algunas argumentaciones y definiciones en
torno al fenómeno de la palabra en tanto entidad congénere de la voz y
remanente sígnico en la civilización de la escritura. A Ricoeur le debemos
investigaciones pioneras de la dimensión simbólica del lenguaje, así como el
buceo ensayístico que supo confrontar,contrastar y reelaborar sincréticamente
la exploración de textos y géneros, las teorías estructuralistas y, comonota
casi peculiar de sus desarrollos,la fenomenología de Husserl y el pensamiento
existencialista de Jaspers. Libros suyos como La
metaphore vive (La metáfora viva), los tres volúmenes de Temps
et récit (Tiempo y narración) o Du texte à l'
action (Del texto a la acción: Ensayos de hermenéutica) figuran
como hitos insoslayables en cualquier revisión y discusión hermenéutica y
narratológica. Hay, en los cuatro ensayos publicados en castellano bajo el
título Teoría
de la interpretación: Discurso y excedente de sentido (de uno de los cuales
extraigo tres secciones contiguas) lementos propulsores de
su itinerario mental que me alejan de él y de hipótesis demasiado vehementes:
los “descubrimientos” de
Ferdinand de Saussure (hoy sumamente pobres y encasilladotes para mí), el
abstracto y simplista modelo comunicacional de Roman Jakobson, cierta apelación
compulsiva a la lingüística pragmática son algunos: la forma y la sustancia del lenguaje "articulado" parecen haber ensombrecido y postergado su esencia; además, nada más extraño a mi concepción de lo literario que la noción de mensaje que subyace a toda las argumentaciones: una obra de arte no comunica, el arte (a veces nos preocupamos por olvidar que la literatura es, ante todo, arte) sólo expresa. Celebro, en cambio, su
honesta revisión de la exégesis griega y la romántica.
Gustavo Aritto
HERMENÉUTICAS DE PAUL RICOEUR:
De
Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido
En contra de la escritura
El ataque contra la escritura viene
de muy atrás. Está asociado a un cierto modelo de conocimiento, ciencia y
sabiduría utilizado por Platón para condenar la exterioridad como contraria a
la reminiscencia genuina [Cfr. Fedro, 274e – 277a]. Lo presenta en
la forma de un mito porque la filosofía aquí tiene que ver con el advenimiento
de una institución, una facultad y un poder, perdidos en el oscuro pasado de la
cultura y conectados con Egipto, la cuna de la sabiduría religiosa. El rey de
Tebas recibe en su ciudad al dios Theuth [o
Thot], quien ha inventado los números, la geometría, la astronomía, los
juegos de azar y los grammata o
caracteres escritos. Al ser interrogado acerca de los poderes y posibles
beneficios de su invención, Theuth afirma que el conocimiento de los caracteres
escritos haría a los egipcios más sabios y capaces de conservar el recuerdo de
las cosas. No, responde el rey, las
almas se volverán más olvidadizas una vez que pongan su confianza en señales externas en lugar de apoyarse en sí mismas
desde su interior. Este “remedio” (phármakon)
no es reminiscencia, sino mera rememoración. En cuanto a la instrucción, lo que
esta invención acarrea no es la realidad, sino una semblanza de ella; no la
sabiduría, sino su apariencia.
El comentario de Sócrates no es
menos interesante. El escribir es como el pintar que genera al ser no vivo, que
a su vez permanece en silencio cuando se le pide que conteste. Los escritos,
también, si uno los cuestiona para aprender de ellos, “significan algo singular
siempre igual”. Además de esta mismidad estéril, los escritos son indiferentes
a sus destinatarios. Vagando por aquí y allá, son indiferentes a quienes
llegan. Y si se presenta una disputa, o si son injustamente despreciados,
todavía necesitan de la ayuda de su padre. Por sí mismos, no son capaces de
salvarse.
De acuerdo con esta dura crítica, en
su calidad de apología de la reminiscencia verdadera, el principio y alma del
discurso correcto y genuino, del discurso acompañado de sabiduría (o ciencia),
está escrito en aquel que sabe, aquel que es capaz de defenderse y mantenerse
en silencio o hablar según lo requiera el alma de la persona a quien se dirige.
Este ataque platónico de la
escritura no es un ejemplo aislado en la historia de nuestra cultura. Rousseau
y Bergson, por ejemplo, por razones diferentes, conectan los principales males
que azotan a la civilización con la escritura. Para Rousseau, mientras el
lenguaje se apoyó sólo en la voz, conservó la presencia de uno mismo ante uno
mismo y ante los otros. El lenguaje era todavía la expresión de la pasión. Era
elocuencia, todavía no exégesis. Con la escritura comenzó la separación, la
tiranía, la desigualdad. La escritura ignora a su destinatario al igual que
esconde a su autor. Separa a los hombres al igual que la propiedad separa a los
propietarios. La tiranía del léxico y de la gramática es equivalente a la de
las leyes de intercambio, cristalizadas en el dinero. En vez de la Palabra de
Dios, tenemos el gobierno de los educados y la dominación del sacerdocio. El
desmoronamiento de la comunidad hablante, la división de la tierra, lo
analítico del pensamiento y el reinado de lo dogmático nacieron todos con la
escritura.
Por lo tanto, un eco de la
reminiscencia platónica puede oírse todavía en esta apología d la voz como la
portadora de la presencia de uno ante uno mismo, y como el eslabón interno de
una comunidad sin distancia.
Bergson cuestiona directamente el
principio de exterioridad que atestigua la infiltración del espacio en la
temporalidad del sonido y de su continuidad. La palabra genuina emerge del
“esfuerzo intelectual” por realizar una intención previa del decir en busca de
la expresión apropiada. La palabra escrita, como depósito de esta búsqueda, ha
roto sus lazos con el sentimiento, el esfuerzo y el dinamismo del pensamiento.
La respiración, el canto y los ritmos han terminado, y la figura toma su lugar. Captura y fascina. Esparce y aísla. Ésta es
la razón por la que los auténticos creadores como Sócrates y Jesús no han
dejado escritos, y los místicos genuinos renuncian a las declaraciones y al
pensamiento articulado.
Una vez más la interioridad del
esfuerzo fónico se opone a la exterioridad de impresiones muertas que no son
capaces de “rescatarse” a sí mismas.
La escritura y la iconicidad
La réplica a tales críticas tiene
que ser tan radical como el reto. No es posible ya apoyarse únicamente en una
descripción del movimiento que va del hablar al escribir. La crítica nos obliga
a legitimar lo que hasta ahora simplemente se ha tomado como dado.
Un comentario hecho de paso en el Fedro
nos proporciona una pista importante. La escritura es comparada con la pintura,
cuyas imágenes, se dice, son más débiles y menos reales que los seres
vivientes. La pregunta aquí es si la teoría del eikon [= imagen, reproducción
plástica], que sostiene que es una mera sombra de la realidad, no es la
presuposición de cada crítica dirigida a cualquier mediación por medio de
marcas exteriores…
Lejos de redituar algo menos que lo
original, la actividad pictórica puede caracterizarse en términos de un
“aumento icónico”, donde la estrategia de la pintura, por ejemplo, es la de
reconstruir la realidad sobre la base de un alfabeto óptico limitado. Esta
estrategia de contracción y miniaturización reditua más abarcando menos. De
esta forma, el efecto principal de la pintura es resistir la tendencia a la
entropía de la visión originaria – la imagen de la sombra que emplea Platón – y
ampliar el significado del universo capturándolo en la red de sus signos
abreviados. Este efecto de saturación y culminación, dentro del pequeño espacio
del marco y en la superficie de una tela bidimensional, en oposición a la
erosión óptica propia de la visión ordinaria, es lo que quiere decir aumento icónico. Mientras que en la
visión ordinaria las cualidades tienden a neutralizarse mutuamente, a borrar
sus orillas y a ensombrecer sus contrastes, la pintura, cuando menos desde el
invento del óleo por los artistas holandeses, intensifica los contrastes,
devuelve su resonancia a los colores y permite la aparición de la luminosidad
dentro de la cual brillan las cosas.
[…]
Debido a que el pintor pudo dominar
un nuevo material alfabético – ya que era químico, destilador, barnizador y
satinador -, le fue posible escribir un nuevo texto de la realidad. Pintar,
para los maestros holandeses, no fue ni la reproducción ni la producción del
universo, fue su metamorfosis.
[…]
Igualmente, el impresionismo y el
arte abstracto se aproximan cada vez más y más atrevidamente hacia la abolición
de las formas naturales en bien de una gama simplemente construida con signos
elementales, cuyas formas combinatorias rivalizarán con la visión ordinaria. En
el arte abstracto, la pintura se acerca a la ciencia en tanto desafía las
formas perceptibles al relacionarlas con estructuras no perceptivas. También
aquí la captura gráfica del universo se sirve de la negación radical de lo
inmediato. La pintura sólo parece “producir”, ya no “reproducir”. Pero logra
darle alcance a la realidad en el nivel de sus elementos, como lo hace el dios
del Timeo.
El constructivismo es sólo el caso límite de un proceso de aumento, donde la
aparente negación de la realidad es la condición para la glorificación de la
esencia no figurativa de las cosas. Iconicidad, entonces, significa la
revelación de una realidad más real que la realidad ordinaria.
Esta teoría de la iconicidad, como
el aumento estético de la realidad, nos da la clave para encontrar una
respuesta decisiva a la crítica de la escritura en Platón. La iconicidad es la
re-escritura de la realidad. La escritura, en el sentido limitado de la
palabra, es un caso particular de la iconicidad. La inscripción del discurso es
la transcripción del mundo, y la transcripción no es duplicación, sino
metamorfosis.
El valor positivo de la mediación
del material por signos escritos puede atribuirse, en la escritura como en la
pintura, a la invención de sistemas rotacionales que presentan propiedades analíticas:
discrecionalidad, número finito, poder de combinación. El triunfo del alfabeto
fonético en las culturas occidentales y la aparente subordinación de la
escritura al habla, que deriva de la dependencia de las letras respecto de los
sonidos, sin embargo, no debe permitirnos olvidar las otras posibilidades de
inscripción expresadas por pictogramas, jeroglíficos y, sobre todo, por
ideogramas [como en el sistema del chino],
que representan una inscripción directa de los sentidos del pensamiento y que pueden
leerse de forma diferente en distintos idiomas. Estos otros tipos de
inscripción exhiben un carácter universal de escritura, igualmente presente en
la escritura fonética, pero que en este caso la dependencia respecto de los
sonidos tiene a disimular: el espacio-estructura no sólo del portador, sino de
las marcas mismas, de su forma, posición, distancia mutua, orden y disposición
lineal. La transposición del oír al leer está fundamentalmente ligada a esta
transposición de las propiedades temporales de la voz a las propiedades
espaciales de las marcas inscritas. Esta especialidad general del lenguaje se
completa con la aparición de la imprenta. La visualización de la cultura
comienza con el desposeimiento del poder de la voz en la proximidad de la presencia
mutua. Los textos impresos alcanzan al hombre en soledad, lejos de las
ceremonias que reúnen a la comunidad. Las relaciones abstractas, las
telecomunicaciones en el sentido propio de la palabra, conectan a los miembros
dispersos de un público invisible.
Tales son los instrumentos
materiales de la iconicidad de la escritura y la transcripción de la realidad a
través de inscripciones externas del discurso.
LA INSCRIPCIÓN Y EL DISTANCIAMIENTO
PRODUCTIVO
… El problema de la escritura se
vuelve un problema hermenéutico cuando se lo refiere a su polo complementario,
la lectura. Emerge entonces una nueva dialéctica, la del distanciamiento y la apropiación.
Por apropiación quiero decir la contraparte de la autonomía semántica, la cual
se desprendió al texto de su escritor. Apropiar
es hacer “propio” lo que era “extraño”. Debido a que existe la necesidad
general de hacer nuestro lo que nos es extraño [¿?], hay un problema general de distanciamiento. La distancia,
entonces, no es simplemente un hecho, un supuesto, sólo una brecha espacial y
temporal que se abre realmente entre nosotros y la apariencia de tal o cual
obra de arte o discurso. Es un rasgo dialéctico, el principio de una lucha
entre la otredad que transforma toda la distancia espacial y temporal en una
separación cultural, y lo propio, por lo cual todo el entendimiento apunta a la
extensión de la autocomprensión. El distanciamiento no es un fenómeno
cuantitativo; es la contraparte dinámica de nuestra necesidad, nuestro interés
y nuestro esfuerzo para superar la separación cultural. La escritura y la
lectura tienen lugar en esta lucha cultural. La lectura es el phármakon, el “remedio” por el cual el
sentido del texto es “rescatado” de la separación del distanciamiento y
colocado en una nueva proximidad, proximidad que suprime y preserva la
distancia cultural e incluye la otredad dentro de lo propio. Esta problemática
general está firmemente enraizada tanto en la teoría del pensamiento como en
nuestra situación ontológica.
Hablando históricamente, el problema
que estoy elaborando es la reformulación de un dilema al que la Ilustración del
siglo XVIII le dio su primera formulación moderna por amor a la filología
clásica: ¿cómo hacer presente una vez más a la cultura de la antigüedad a pesar
de la distancia cultural interpuesta? El romanticismo alemán dio una vuelta
dinámica a este problema al asegurar: ¿cómo podemos hacernos contemporáneos de
los genios del pasado? Más aun, ¿cómo han de emplearse las expresiones de vida
fijadas en la escritura para poder trasladarse a una vida psíquica ajena? El
problema regresó nuevamente después del colapso de la pretensión hegeliana de superar el historicismo por la
lógica del Espíritu Absoluto. Si no hay una recapitulación de herencias
culturales del pasado en un conjunto que abarca todo y que está librado de la
unilateralidad de sus componentes parciales, la historicidad de la transmisión
y recepción de estas herencias no puede ser superada. Entonces la dialéctica
entre el distanciamiento y la apropiación es la última palabra en la ausencia
del conocimiento absoluto.
Esta dialéctica puede también ser
expresada como la de la tradición como tal, entendida como la recepción de
herencias culturales transmitidas históricamente. Una tradición no suscita
ningún problema filosófico siempre que vivamos y habitemos dentro de ella en la
ingenuidad de la primera certeza. La tradición se vuelve problemática cuando
esa primera ingenuidad se pierde. Tenemos entonces que recuperar su sentido a
través y más allá de la separación. De aquí en adelante la apropiación del
pasado procede a lo largo d una lucha sin fin con el distanciamiento. La
interpretación, entendida filosóficamente, no es otra cosa que un intento de
hacer productivos la separación y el distanciamiento.
Colocada sobre el trasfondo de la
dialéctica entre el distanciamiento y la apropiación, la relación entre la
escritura y la lectura accede a su sentido más fundamental. Al mismo tiempo,
los procesos dialécticos parciales, descritos por separado en la sección
inicial de este ensayo, siguiendo el modelo de la comunicación de Jakobson, son
comprensibles tomados en su conjunto.
Será la tarea de una discusión
aplicada a los conceptos controvertidos de la explicación y la comprensión
captar en conjunto las paradojas del sentido del autor y la autonomía
semántica, el destinatario personal y el auditorio universal, el mensaje
singular y los códigos literarios típicos, así como la estructura inmanente y
el mundo exhibido por el texto; una discusión que emprenderé en mi cuarto
ensayo.
P. Ricoeur, Teoría de la interpretación:
Discurso y excedente de sentido, Cap. 2: Habla y escritura, México DF, Siglo XXI Editores, 1995. (Todos los corchetes en bastardilla míos.)
P. Ricoeur
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