8 de septiembre de 2012

NOSTALGIAS DEL PARAÍSO PERDIDO (III): "QUIERO QUEDARME EN EL DOLOR..."






Dorotea la cautiva


Yo no soy huinca, capitán;
hace tiempo lo fui…
Deje que vuelva para el sur,
déjeme ir allí.
Mi nombre casi lo olvidé:
Dorotea Bazán.
Yo no soy huinca, india soy,
por amor, capitán.
Me falta el aire pampa y el olor
de los ranqueles campamentos;
el cobre oscuro de la piel de mi señor
en ese imperio de gramilla,
cuero y sol.
Usted se asombra capitán
que me quiera volver.
Un alarido de malón
me reclama la piel.
Yo me hice india y ahora estoy 
más cautiva que ayer
Quiero quedarme en el dolor
de mi gente ranquel.
Me falta el aire pampa y el olor
de los ranqueles campamentos,
el cobre oscuro de la piel de mi señor
en ese imperio de gramilla,
cuero y sol.
Quiero quedarme en el dolor
de mi gente ranquel…


Félix Luna & Ariel Ramírez


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A PROPÓSITO DE DOROTEA BAZÁN Y LA DIVINIZACIÓN DE LA SOLEDAD



Tal vez, muy en el fondo, sólo nos entregamos, quejumbrosamente, a la añoranza de los paraísos que satisfacen las demandas de nuestro Ego, cuyo salvoconducto más predecible son, según buscó mitigarlo Baudelaire, los "paraísos artificiales". En Dorotea la cautiva, a mi entender y sentir, una de las canciones más bellas y emocionantes jamás compuesta en estas tierras sudamericanas, Dorotea Bazán, figura histórica a quien Mercedes Sosa, en una versión canónica, puso la voz más honda y misteriosa que podamos imaginar, parece haber recobrado, gracias a uno de esos rarísimos instantes de iluminación que nos permitimos los humanos, el único paraíso recobrable: el que nos depara, libre de la trama del tiempo y el deseo, nuestra divinidad interior. En un mismo nudo de fuego, su corazón y su intelecto sellan con su Destino un pacto inquebrantable. Y así debe aceptarlo el Capitán argentino Rufino Solano (Azul, Buenos Aires, 1838-1913), adalid de la avanzada en la llamada "Conquista del desierto", que arrinconó hasta el exterminio a los pueblos aborígenes de la panregión pampeano-patagónica en esa entelequia política (y más aun geográfica) conocida como "la Argentina". Honrado por su valiente trabajo de rescate de cristianos blancos capturados por los malones, Solano debe admitir que existe una mujer en el mundo cuya verdad más íntima desdice los motivos de su proyecto libertario de ilustre empleado estatal. Está ahí desde antes, o quizás desde siempre, y la memoria de sus ojos de muchacha cautiva activa hoy su honda sabiduría de mujer. Ella ha olvidado (o, con legítimo derecho, ha querido olvidar) su nombre; a nada está atada, ni siquiera a su lábil origen. Pero sabe que no es huinca, palabra que el mapudungun o lengua mapuche acuñó para referirse con desprecio dolido a los conquistadores  españoles y sus descendientes criollos. Ni "inca" ni "ladrona" es. Confiada a su soledad divinizada, al poema silencioso que ha hecho de su vida, Dorotea sabe que su alma sólo echaría en falta aquello que han venido a quitarle; sabe, porque así se lo revela su arcilla inexpugnable, que nada pueden los mercaderes de la civilización  ofrecerle que no malogre y destruya ese "paraíso" esencial ganado con la alegría (incomprensible para aquéllos) de, como lo intuyó para siempre San Juan de la Cruz, haber renunciado a todo y entonces "tener"-lo todo; de haber hecho suya la aguja incandescente del dolor para, así, sana y total, volverse cualquier dolor posible. 

A propósito de todo esto, vinieron a mí, una vez más, un par de páginas de esas donde el poeta-vate brasileño José Trigueirinho parece haberme adivinado y simplificado, haber dejado otra celosa llave imantada en mi mano. Por eso, el texto (fragmentario) que copio abajo.



Gustavo Aritto



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Mapa planetario de los siete "paraísos" intraterrenos hoy activos




Al encuentro de la vida divina

(Fragmento)

José Trigueirinho



“La vida divina es un estado interno, propio de civilizaciones intraterrenas y suprafísicas. Sin embargo, su energía debe ser impresa, materializada en todos los niveles de conciencia del ser y, en el futuro, en todo el planeta. Una de las principales metas de la evolución es llevar al individuo a manifestar la vida divina dondequiera que él se encuentre.
La vida divina no es objeto de idolatría, sino una realización que debe ser asumida por los hombres de la superficie de la tierra en cada acción diaria. De poco sirven la oración, el estudio de las leyes espirituales y la interiorización, si no existe la predisposición, sin reservas, para superar los aspectos retrógrados arraigados en la conciencia. Tales aspectos, propios de la vida normal de superficie, ya fueron trascendidos en los niveles sutiles de los mundos intraterrenos, y los seres que evolucionan en ellos componen un peldaño superior de la vida-humanidad.
Cuando un individuo, que tiene un ritmo de vida circunscrito a los parámetros normales de esta civilización, alcanza estadios que requieren consonancia entre las leyes espirituales a él reservadas y su vida externa, inevitablemente surgen conflictos. La evolución se hace por actualizaciones continuas.
La vida divina es un estado que expresa imparcialidad e impasibilidad. Entretanto, la penetración de su energía en la vida material –tal como ahora está ocurriendo- desencadena una serie de ajustes, pues la materia tiende a la inercia y la existencia real es autotransformadora, y se adecua en todo momento a los designios de la ley evolutiva y cósmica.
La vida divina no propala superioridad; antes bien, procura comprender a todos y, por medio de la sabiduría y del amor, les indica los caminos sagrados, caminos que llevan hacia la evolución inmaterial. Aquel que es tocado por la vida divina no juzga ni se vanagloria. Se entrega a la humildad, pues la altivez es hija del error.
El despertar de estados divinos es silencioso. Estimula el rigor, la reverencia y la sobriedad, no obstante, inunda el ser de una dulzura y una paz básicas para que pueda servir a los hermanos. ¿Cómo puede un ser reclamar el encuentro interno, si aún no logra convivir armoniosamente con los semejantes?
En la manifestación de la ley evolutiva, que tiende a la sutilización en esta humanidad de superficie, existen gradaciones:

  • La vida humana, que tiene al ego como núcleo conductor de su manifestación. En esta, un error es como una válvula que restringe el flujo de la energía que se vierte sobre el individuo; la reacción y el resentimiento bloquean la manifestación de la vida divina. Son necesarias obediencia y serenidad. Resistir a lo que se sabe correcto es un desvío mayor que perpetuar la ignorancia.
  • La vida de aspiración, que comprende la fase en que la conciencia busca estar enfocada en el nivel del alma. Para llegar a conocer la propia realidad interna, es necesario que el hombre aprenda a estar consigo mismo y encuentre la esencia de la soledad. Un individuo está preparado para vivir equilibradamente cuando es capaz de permanecer en armonía con su propio ser, cuando estar solo no lo asusta. La soledad auténtica es un estado de desprendimiento de los vínculos que impiden el ascenso de la conciencia, sin el cual no es alcanzada la libertad. El descubrimiento de la soledad es fundamental para que el ser logre penetrar la esencia de la vida divina, en la cual se encuentran aspectos profundos de la unión que, para ser conocidos, exigen de él disposición para superar sus conceptos sobre relaciones con los semejantes, por sublimes que estas relaciones sean.
  • La vida de servicio, en la cual la energía interna impregna al ser de tal modo que él es capaz de olvidarse de sí mismo. Así, comienza la glorificación y la divinización de su propia energía y, por irradiación, de todo lo que él contacta. A medida que cada ser percibe claramente su tarea interna, ciertas bandas de energía pueden plasmarse en la vida planetaria. Como cuerdas de un arpa, cada una de esas bandas tiene su vibración característica. La armonía de una música surge de la correcta disposición de las notas, mas, para que pueda ser oída, los instrumentos tienen que estar preparados.
  • La vida divina, estadio en el cual el ser ya busca aprendizaje ni servicio para su evolución o la de otro, es una manifestación viva de la Ley. Es la energía pura en acción. La vida divina enseña por el ejemplo y no por palabras que no se confirmen en actos. Nada pretende. Se abre como una sencilla flor, fortalecida por el aprovechamiento correcto de lo que está disponible para ella.

¿Con qué contribuiría al planeta un ser que fuese señor de una gran sabiduría, pero que la usase en pro de sí mismo? Una de las reglas a ser seguida para evolucionar espiritualmente, es –y siempre será- el olvido de sí, que es progresivo.
La misma tendencia que lleva al ser a ambicionar reconocimiento, posición y prestigio, también lo lleva a sentir cierto gusto en padecer los propios dolores y en justificar las propias debilidades. Ese es un grado de ilusión primario que debe ser conscientemente rechazado. Tiene que ser considerada con reservas una filosofía que asegure al hombre la liberación sin indicarle que, para alcanzarla, es necesario trascender la gran prisión: el ego y sus apegos.
La energía divina manifestada en el pasado en ámbitos restringidos, selectos, llama hoy a la puerta de todos. Es necesario disponerse a recibirla. Desde Miz Tli Tlan, la más elevada civilización de este planeta, se alza la llama de la vida divina. Recorre los invisibles canales de los demás centros internos del planeta. En ellos es perfeccionada por la vibración que los cualifica, para penetrar enseguida la materia, y estimularla a la ascensión.
La vida divina no tiene patria. No tiene origen conocido, ni un fin a alcanzar. Es la realización en la existencia material cósmica. Es el anuncio anticipado del Encuentro Mayor.
El descubrimiento de lo divino está más cerca del simple que del orgulloso. Cuando el hombre se disponga a vivir la simplicidad podrá ver otro mundo en este mundo.”



[Tomado de José Trigueirinho, El visitante: El camino hacia Anu Tea, Parte II: Vida supranatural, Buenos Aires, Kier, 1994.]

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