Adiós, fogatas invernales de mi lejana infancia... Adiós, bosque encantado por los duendes que nunca me confundieron con otros aun metido en mis mudables disfraces... Adiós, voces sin tiempo y sin origen, escondite de tantas tardes sin prisas ni amenazas, sin esfuerzos inútiles ni vergüenzas guardadas por las dudas... Colgada de una rama que nunca se arrepintió, la hamaca sabe que hoy no soy yo, que es viento, sólo viento donde los pájaros buscan olvidarse... Las primeras estrellas de un cielo que desconozco vienen por mí, vuelven del azaroso porvenir: soy su canción más triste y más esperanzada, su silencio invulnerable y trémulo; soy ese niño de alas rotas que arrima el portón en el remolino azul de los alguaciles... [G. A., 31 de diciembre de 2025]
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