A Alejandra Pizarnik
I
Le habías sido fiel,
como de nadie más fue suyo
tu alarido,
el latido interrumpido en
los labios;
pero el dolor (también él)
te traicionó,
y una noche al filo del
verano
te engañó con la muerte,
esa vulgar ramera que seduce
a todos.
Te escondiste en la herida,
pero te delató la cicatriz.
Y te despabilaste a la
intemperie
con la luna vaciada en los
ojos:
una vez más, el sueño no
acudió a la cita.
La lengua del silencio,
con su brusca epilepsia de
puñales rotos,
le dictaba a tu sombra
enloquecida,
sombra sin fondo,
una herejía nueva o una
plegaria azul:
¿no eran lo mismo acaso al
apagar la vela?
Es
verde estoy muriendo [1],
fue el graffiti dejado por
tus uñas;
pero la muda pared te dio la
espalda.
Hay
que salvar al viento [2],
le imploraste al oído a tu
torturada caracola
hasta que el mar se le secó
por dentro.
Y tu cítara huérfana.
Y tu cítara,
huérfana…
Nadie te relevó en la torre.
Se hizo tarde.
Y se quedó callado Dios detrás
de los espejos
manoteando tu última máscara
en la niebla…
II
Pellejo fuimos, cicatriz,
herida,
grito y mordaza.
Todo.
Despojos de un oráculo que
nunca se cumplió;
guardianes de un naufragio
que se escurrió de a poco
entre los dedos de un
homicida borracho.
No nos reconocieron,
no volvimos igual:
siempre fue falso el nombre,
siempre el palpar de armas
al cruzar la frontera.
¿Cómo explicarles
que no se vuelve igual de la
fogata
donde se arrodilló
nuestra ceniza desnuda,
ni de ganarle el juicio a la Sibila ,
ni de hacer el amor con las
heladas Parcas?
Nunca se vuelve igual.
Nunca se vuelve…
III
Se oyen pasos trepando la
escalera.
No llegarán arriba;
no hay descanso
ni aliento
ni baranda segura.
¿Qué se siente, por fin,
dejar caer la llave,
afuera la maraña de los
otros,
adentro otra maraña,
las palabras,
la memoria maldita y sus
costuras,
la entrepierna de la
carcajada obscena,
y hacer las paces pronto
con la que te deambula y se
aluciérnaga
en las enaguas negras de tu
noche?
De algo no se enteró la madrugada:
ya es una rosa seca
la encía de la araña
que te tejía oculta y
destejía.
Como las suyas,
tu aguja está sin hilo.
Pero el vivir no cesa ni se
esfuma.
Y aunque te desentiendas de
la orgía
de los relojes y tus
cerraduras,
de las cartas quemadas,
y el pájaro del estallido en los ojos
que tantas veces te acusó
sin pruebas,
hoy tampoco terminas,
Alejandra,
hoy tampoco sirvieron las
tijeras…
Que volteen la puerta, si es
urgente:
la prófuga apenas desarmó la
cama.
Que hurguen en los pétalos
del humo,
a ver si está el relámpago
que presagió tu trueno hacia
el crepúsculo;
a ver si las pezuñas del
caos,
que en vano ordenarán,
incuban en las sábanas.
Y que antes de irse borren
la pizarra,
no sea que el lujurioso sol
pervierta el palimpsesto
nada más
que hasta
el fondo… [3]
y corran tras la pista…
IV
Tu pie pisó una rama
cruzando el bosque.
Diana,
la cazadora,
velando día y noche,
te aguardaba.
Inflama en la espesura
la luna a la doliente
primavera.
La liebre colorada
se aventura
lejos de la caliente
madriguera…
Noche de cuernos blancos,
arco de plata que el amor
nos tensa,
cóncava aljaba.
Lo muy temido y tanto más
deseado:
todo lo daba, no le dabas
nada.
De mujer, no de liebre,
es la celosa herida
que resuena en el tímpano
del viento.
Un otoño de encinas
y hojas rojas
cubrirá las pisadas.
¿Qué no es eterno?
¿Qué, sin remedio, pasa y se
termina,
durmiendo sobre el pecho
de una tierna amiga…? [4]
has ta
el
fond
V
La niebla se retira.
Todos tus rostros buscan ser tu cara.
Y el sí y el no y el pero se confunden.
Un hombre entona dichoso en
la ribera incógnita
cantos de su tiempo de
muchacho. [5]
Y en la voz recobrada,
en su eco invisible y
circular,
está el centro vacío de tu
largo teorema.
Y una espiral de fuego
asciende al infinito
pujando por brotar en tersa
música
de tu breve y ruidosa
pesadilla,
niña desnuda de un huracán
dormido.
Y su fulgor creciente anhela
y gira, gira,
con el secreto impulso del
que nace un verso,
gira donde se ahuecan las
galaxias
y callan los espejos.
Sin procurar llegar,
sin darse vuelta.
Sin detenerse nunca.
GUSTAVO
ARITTO
[1] A.
Pizarnik, “La verdad de esta vieja pared”
(l965).
[2] A.
Pizarnik, “Origen” (l956).
[3] “No quiero ir / nada más /
que hasta el fondo...”. A.Pizarnik, versos dejados en su pizarra en la madrugada de su muerte.
[4]“…durmiendo en el pecho de una tierna amiga…”: Safo, Fragmento 23 (Lobel-Page).
[5]“...cantos de su tiempo de
muchacho...”
A. Pizarnik., “Poema al padre” (1971).
Poema incluido en LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008.