24 de noviembre de 2013

NADA MÁS QUE HASTA EL FONDO

                 

                 
                 







A Alejandra Pizarnik




I


Le habías sido fiel,                                                             
como de nadie más fue suyo tu alarido,
el latido interrumpido en los labios;
pero el dolor (también él) te traicionó,
y una noche al filo del verano
te engañó con la muerte,
esa vulgar ramera que seduce a todos.
Te escondiste en la herida,
pero te delató la cicatriz.
Y te despabilaste a la intemperie
con la luna vaciada en los ojos:
una vez más, el sueño no acudió a la cita.

La lengua del silencio,
con su brusca epilepsia de puñales rotos,
le dictaba a tu sombra enloquecida,
sombra sin fondo,
una herejía nueva o una plegaria azul:
¿no eran lo mismo acaso al apagar la vela?

Es verde estoy muriendo [1],
fue el graffiti dejado por tus uñas;
pero la muda pared te dio la espalda.
Hay que salvar al viento [2],
le imploraste al oído a tu torturada caracola
hasta que el mar se le secó por dentro.
Y tu cítara huérfana.
Y tu cítara,
huérfana…
Nadie te relevó en la torre.
Se hizo tarde.
Y se quedó callado Dios detrás de los espejos
manoteando tu última máscara en la niebla…



II


Pellejo fuimos, cicatriz, herida,
grito y mordaza.
Todo.
Despojos de un oráculo que nunca se cumplió;
guardianes de un naufragio que se escurrió de a poco
entre los dedos de un homicida borracho.

No nos reconocieron,
no volvimos igual:
siempre fue falso el nombre,
siempre el palpar de armas al cruzar la frontera.
¿Cómo explicarles
que no se vuelve igual de la fogata
donde se arrodilló nuestra  ceniza desnuda,
ni de ganarle el juicio a la Sibila,
ni de hacer el amor con las heladas Parcas?

Nunca se vuelve igual.
Nunca se vuelve…



III


Se oyen pasos trepando la escalera.
No llegarán arriba;
no hay descanso
ni aliento
ni baranda segura.
¿Qué se siente, por fin, dejar caer la llave,
afuera la maraña de los otros,
adentro otra maraña,
las palabras,
la memoria maldita y sus costuras,
la entrepierna de la carcajada obscena,
y hacer las paces pronto
con la que te deambula y se aluciérnaga
en las enaguas negras de tu noche?

De algo no se enteró la madrugada:
ya es una rosa seca
la encía de la araña
que te tejía oculta y destejía.
Como las suyas,
tu aguja está sin hilo.
Pero el vivir no cesa ni se esfuma.
Y aunque te desentiendas de la orgía
de los relojes y tus cerraduras,
de las cartas quemadas,
y  el pájaro del estallido en los ojos
que tantas veces te acusó sin pruebas,
hoy tampoco terminas,
Alejandra,
hoy tampoco sirvieron las tijeras…

Que volteen la puerta, si es urgente:
la prófuga apenas desarmó la cama.
Que hurguen en los pétalos del humo,
a ver si  está el relámpago
que presagió tu trueno hacia el crepúsculo;
a ver si las pezuñas del caos,
que en vano ordenarán,
incuban en las sábanas.
Y que antes de irse borren la pizarra,
no sea que el lujurioso sol pervierta el palimpsesto                                                          
                            nada más   
                                                      que      hasta            
                                                                                  el fondo… [3]
y corran tras la pista…                                                                        



IV


Tu pie pisó una rama
cruzando el bosque.
Diana,
la cazadora,
velando día y noche,
te aguardaba.
                                                              
                                                               Inflama en la espesura
                                                               la luna a la doliente
                                                               primavera.
                                                               La liebre                                                                                                                colorada                 
                                                               se aventura
                                                               lejos de la caliente
                                                               madriguera…


Noche de cuernos blancos,
arco de plata que el amor nos tensa,
cóncava aljaba.
Lo muy temido y tanto más deseado:
todo lo daba, no le dabas nada.
De mujer, no de liebre,
es la celosa herida
que resuena en el tímpano del viento.
Un otoño de encinas
y hojas rojas
cubrirá las pisadas.
¿Qué no es eterno?
¿Qué, sin remedio, pasa y se termina,
durmiendo sobre el pecho
de una tierna amiga…? [4]
                                                 has ta     
                                                                                el
                                                                                             fond



V


La niebla se retira.
Todos tus rostros buscan ser tu cara.
Y el y el no y el pero se confunden.
Un hombre entona dichoso en la ribera incógnita
cantos de su tiempo de muchacho. [5]

Y en la voz recobrada,
en su eco invisible y circular,
está el centro vacío de tu largo teorema.

Y una espiral de fuego asciende al infinito
pujando por brotar en tersa música
de tu breve y ruidosa pesadilla,
niña desnuda de un huracán dormido.
Y su fulgor creciente anhela y gira, gira,
con el secreto impulso del que nace un verso,
gira donde se ahuecan las galaxias
y callan los espejos.
Sin procurar llegar,
sin darse vuelta.
Sin detenerse nunca.












                 GUSTAVO ARITTO  








[1] A. Pizarnik, “La verdad de esta vieja pared” (l965).
[2] A. Pizarnik, Origen” (l956).
[3] “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo...”A.Pizarnik, versos dejados en su pizarra en la madrugada de su muerte.
[4]“…durmiendo en el pecho de una tierna amiga…”: Safo, Fragmento 23  (Lobel-Page).
[5]“...cantos de su tiempo de muchacho...”  A. Pizarnik., “Poema al padre” (1971).


Poema incluido en LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008.


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