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Monocordio de Pitágoras |
Semblanza del gran Iniciado de Samos
extraída de
Porfirio
(233-304 d.
C.):
VIDA DE PITÁGORAS
“Siendo así que narró Diógenes[1] con exactitud los hechos
referentes a su condición de filósofo en sus Hechos increíbles más allá de Tule, yo decidí no omitirlos en modo
alguno. Dice, pues, que Mnesarco, que por su origen era un tirreno de los que
colonizaron Lemnos, Imbros y Esciros, y que desde su lugar de residencia
visitaba muchas ciudades y recorría muchas comarcas, se encontró en una ocasión
con un tierno niño que estaba tumbado al pie de un álamo grande y frondoso.
Observó que, boca arriba, dirigía su vista al cielo, hacia el sol, sin
parpadear, y que se había metido en la boca una caña delgada y fina, a modo de
flauta. Contempló con admiración que se alimentaba del rocío que goteaba del
álamo y lo cogió en brazos, suponiendo que, en cierto modo, era divino el
origen del niño.” [§ 10]
[…]
“Poniendo sus pies en Creta, entre los iniciados de Morgo, se dirigió a
uno de los Dáctilos Ideos[2], por quienes también fue
purificado con una piedra tocada por el rayo, tendido boca abajo, desde el
alba, junto al mar, y, por la noche, junto a un río, adornado con los mechones
de un carnero negro. Y bajó a la llamada cueva del Ida con la lana negra; allí
pasó tres veces los rituales nueve días y ofreció un sacrificio a Zeus.
Contempló también el sitial que se le preparaba cada año y un epigrama sobre su
tumba con estas palabras: ‘Pitágoras a Zeus.’ Su comienzo es el siguiente:
Aquí yace, tras su muerte, Zan, a quien
suelen llamar Zeus[3].
Una vez que desembarcó en Italia y se encontró en Trotona, cuenta
Dicearco que, por haber llegado como hombre tan viajero e importante y, en
consonancia con su propia naturaleza, por verse agraciado por la fortuna – ya
que era liberal y elevado en su modo de ser y tenía muchísimo atractivo
personal y encanto, por su voz, por su carácter y por todos los otros aspectos
-, influyó en esa ciudad de tal modo que cautivó al consejo de los ancianos con
su rica y amena charla; a su vez, a instancias de los magistrados, elaboró
exhortaciones juveniles para los muchachos. Y, después, lo hizo para los niños
que acudían juntos a las escuelas. […] Por lo demás, lo que decía a los que con
él convivían ni siquiera uno solo puede manifestarlo con certeza, porque se
daba un silencio ritual entre ellos.” [§
17-19]
[…]
“En Tarento vio a un buey que, en un enorme pastizal, daba cuenta de
unas matas de habas; se acercó al pastor y le sugirió al pastor que le dijera
al buey que respetara las habas. El pastor, bromeando, le respondió que no
sabía hablar en la lengua de los bueyes. Se acercó Pitágoras y le susurró al
toro, al oído, que no sólo se alejara de las habas en aquel momento, sino que
en lo sucesivo no las tocara. En Tarento, por el templo de Hera, permaneció
mucho tiempo un buey viejo, el llamado “buey sagrado”, que comía los alimentaos
que le ofrecían los visitantes. Se cuenta que se ocupaba con sus discípulos
casualmente Pitágoras, en Olimpia, de los augurios, de los símbolos y de las
señales por las que se manifiesta Zeus, y un águila que sobre volaba el lugar
descendió adonde estaban; la acarició y de nuevo la dejó ir, porque son
mensajes de los dioses lo mismo[4] que, entre los hombres,
los que reciben su afecto. En otra ocasión, poniéndose junto a unos pescadores,
en tanto su red arrastraba del fondo un gran copo, predijo la cantidad de peces
que estaban recogiendo, precisando el número. Los hombres se comprometieron a
hacer lo que se les ordenara si su predicción se cumplía; Pitágoras les pidió,
a su vez, que dejaran vivos a los peces, después de contarlos con exactitud. Y
lo más sorprendente es que ningún pez pereció, al permanecer fuera del agua,
durante todo el tiempo que duró el recuento en su presencia.
A la mayoría de las personas con que se relacionaba les recordaba la
vida pasada que sus almas habían experimentado antaño, antes de vincularse al
cuerpo que tenían. Y con pruebas irrefutables se declaraba a sí mismo la
reencarnación de Euforbo, el hijo de Pañito, y, especialmente, celebraba y
cantaba cadenciosamente con la lira aquellos versos de Homero:
y sus cabellos, semejantes a los de las
gracias, se mancharon de sangre,
y sus rizos, que estaban sujetos con
ceñidores de oro y plata.
Y cual frondoso plantón de olivo que,
plantado por un hombre
en apartado lugar, donde brota en
abundancia el agua,
crece hermoso, y lo sacuden corrientes
de toda
clase de vientos, y de flores blancas se
cubre;
mas, de repente, se presenta un
ventarrón, acompañado de fuerte
tormenta, lo arranca de su hoyo y lo
tiende en tierra;
así también, al hijo de Pántoo, a
Euforbo, de robusta lanza armado,
el atrida Menéalo, tras darle muerte, lo
despojó de su armadura.[5]
[…]
Afirmaban que, en otra ocasión, cuando pasaba el río Cáucaso con muchos
de sus discípulos, le dirigió a éste la palabra. Y el río le respondió: ‘Salve,
Pitágoras’[6]. Y casi todos aseguran
que, en un único y mismo día, tanto en Metapunte, de Italia, como en
Tauromento, de Sicilia, se había entrevistado y conversado cara a cara con los
discípulos de uno y otro sitio, siendo así que mediaban, por tierra y por mar,
muchísimos [estadios][7] que ni siquiera se
recorrían en bastantes días.” [§ 24-27]
[…]
“Con sus cadencias rítmicas, sus cánticos y sus ensalmos mitigaba los
padecimientos psíquicos y corporales. Estos procedimientos los desarrollaba
para sus discípulos, pero, particularmente, escuchaba la armonía del universo,
porque comprendía la armonía universal de las esferas y de los astros que en
ella se mueven, y que no la percibimos por la pequeñez de nuestra naturaleza. Y
con estas palabras lo atestigua Empédocles, cuando dice:
Había entre ellos un varón, poseedor de
sólidos conocimientos,
y dominador de toda clase de actos,
especialmente de los sensatos,
que, naturalmente, había logrado la
grandísima riqueza de la
[inteligencia.
Porque, cada vez que con toda ella
efectuaba una tentativa,
fácilmente veía cada uno de los seres
existentes, en su detalle,
en diez o en veinte generaciones
humanas.
En efecto, las expresiones ‘sólidos’, ‘veía cada uno de los seres
existentes’, ‘riqueza de inteligencia’ y otras semejantes son un indicio
revelador de la selecta y singularmente crítica capacidad organizativa [de
Pitágoras][8], por encima de otros,
en el ámbito de la vista, el oído y el pensamiento. Por lo demás, las voces de
los siete planetas, la [de la esfera] de los fijos y, además de ésta, la [de la
esfera] de encima de nosotros, llamada entre ellos[9], por otro lado,
‘antitierra’, había asegurado que eran las nueve Musas. A la mezcla, sinfonía
y, por así decirlo, atadura de todas ellas[10], llamaba Mnemósine, de la
que cada una era parte y efluvio de un eterno increado. Al exponer sus hábitos
cotidianos, Diógenes dice que a todos aconsejaba regir la ambición y la
vanidad, que contribuyen particularmente a la envidia, y evitar las reuniones
masivas. En efecto, desde el alba ocupaba su tiempo conversando en el umbral de
su casa, acompasando su voz a la lira y cantando algunos peanes antiguos de Teletas[11]. Entonaba también los
versos de Homero y Hesíodo que, estimaba, suavizaban el alma. Y practicaba
ciertas danzas que creía proporcionaban al cuerpo agilidad y salud. Sus paseos
no los hacía acompañado de muchas personas, por el hecho de que pudiera
provocar envidia, sino con dos o tres, por los santuarios o bosques sagrados,
escogiendo los lugares más tranquilos y más bellos. Apreciaba
extraordinariamente a sus amigos, y fue el primero que declaró que los asuntos
de los amigos eran comunes y que el amigo era la réplica de uno mismo[12]. Y si estaban sanos,
pasaba su tiempo con ellos; si se encontraban enfermos del cuerpo, los cuidaba,
y si sus lesiones eran psíquicas les daba ánimos, como decíamos, a unos, con
conjuros y ensalmos, a otros, con la música. También tenía para las
enfermedades somáticas cánticos guerreros; al entonarlos, restablecía a los
enfermos. Había otros que provocaban el olvido del dolor, calmaban los
arrebatos de cólera y eliminaban los deseos absurdos.” [§ 30-33]
[…]
“Pero no admitía el placer populachero y marrullero[13], sino el firme, serio y
exento de calumnia. Porque es doble la variedad de placeres: aquellos, por un
lado, que obtienen su complacencia en el vientre y en los placeres eróticos, a
través del lujo, [que][14] equiparaba a los cantos
homicidas de las sirenas; por otro, los que se sustentan en las cosas bellas y
justas, necesarios para la vida, placenteros, a la vez y de inmediato, y que no
comportan la posibilidad de arrepentimiento ante una contingencia futura, y de
los que, afirmaba, se parecían a una armonía musical.” [§ 39]
[…]
“Hablaba también, en un tono misterioso, valiéndose de símbolos, de
ciertos aspectos que Aristóteles, precisamente, los ha señalado con profusión.
Como, por ejemplo, el llamar al mar lágrimas,
a las Osas manos de Rea, a la Pléyade lira de las Musas y a los planetas perros de Perséfone. Y del ruido que se
producía al ser golpeado el bronce, decía que era la voz de algún demon encerrada en él. Había también
otra clase de símbolos, del tipo siguiente: … no llevar las imágenes de los
dioses en los anillos, esto es, no tener ni representar a la multitud, sobre
los dioses, opiniones y palabras corrientes o manifiestas; ofrecer a los dioses
libaciones solamente por el asa de las copas[15], porque de ello se
infería honrarlos y celebrarlos con música, pues ésta penetra a través de los
oídos…” [§ 41-42]
[…]
“Practicaba una filosofía cuyo objetivo era preservar y liberar de
determinadas trabas y ataduras a la mente que se nos ha asignado, sin la que,
en modo alguno, nada sensato ni auténtico se puede conocer ni percibir, sea
cual sea el sentido que utilicemos. Porque la mente por sí misma ‘todo lo ve y
todo lo oye; lo demás es sordo y ciego’[16].
Y una vez que se encuentra purificada, hay que proporcionarle algo que
le sea útil. Y esto es lo que él procuraba, en su discurrir de medios: en
primer lugar, la conducía suavemente a la contemplación de los seres
incorpóreos, eternos y de su misma raza[17], que permanecen
idénticos y sin alteración, avanzando después, poco a poco, por temor a que,
perturbada por un cambio repentino e imprevisto, se desanimara y se cansara en
virtud de la alimentación tan nociva y duradera que había recibido. Por
consiguiente, a causa de las ciencias y especulaciones que tienen lugar en la
frontera de los cuerpos y de los incorpóreos [en una dimensión triple en cuanto
cuerpos, pero sin resistencia en cuanto incorpóreos][18], se ejercitó poco a
poco en los seres reales, conduciendo con habilidad técnica los ojos del alma,
desde los seres corpóreos que jamás se mantienen idénticos, ni siquiera en una
mínima cantidad, hasta la adquisición de su alimento. Por ello,
introduciéndolos en la contemplación de las auténticas realidades, hacía dichosos
a los hombres. Así, pues, el ejercicio de las matemáticas había sido aceptado
en su sistema.
El estudio de los números, como asegura, entre otros, Moderato de Cádiz[19], que reúne once libros,
muy atinadamente, las opiniones particulares de los escritores, se emprendió
por la siguiente razón. Al no poder, dice, transmitir de palabra con claridad
las primeras formas y los primeros principios, a causa de la dificultad de
concebirlos y de expresarlos, se aplicaron a los números por la claridad de su
enseñanza, imitando de ese modo a los geómetras y a los maestros de escuela.
Porque, como éstos, en su intento por transmitir el significado de las letras y
estas mismas letras, recurrieron a los caracteres del alfabeto, diciendo que
estos caracteres son las letras en lo que respecta al comienzo de una
enseñanza; después, sin embargo, enseñan que esos caracteres no son letras,
sino que representan un concepto, a través de ellos, de las auténticas letras[20]; y también los geómetras,
al no poder representar con la palabra las formas corpóreas, se aplican al
dibujo de las figuras, diciendo que el triángulo es esto, pero sin querer que
ello sea lo que cae bajo la vista, sino lo que tiene determinada
característica, y, en base a ello, sostienen su concepción del triángulo; así
también los pitagóricos hicieron lo mismo: como no podían explicar por la
palabra las formas incorpóreas y los primeros principios, se aplicaron a la
demostración por medio de los números. Y así, llamaron ‘uno’ a la razón de la
unidad, de la identidad, de la igualdad, y a la causa del acuerdo y simpatía
del universo y de la conservación de lo que se mantiene en una identidad
inmutable…” [§ 46-49]
De PORFIRIO, Vida de Pitágoras [con Vida de Plotino; y ‘ORFEO’, Argonáuticas
e Himnos
órficos], Planeta DeAgostini, Madrid, 1998, Colección Los Clásicos de Grecia y Roma, según la edición original
de Editorial Gredos (Biblioteca Clásica),
1987-1992. Traducción del griego y notas: Miguel Periago Lorente.
_________________
[1] Antonio Diógenes,
autor de relatos de viajes y de aventuras. Vivió hacia el año 100 de nuestra
Era y es uno de los más importantes narradores griegos de la época imperial;
sólo se conoce un fragmento de su obra, recogido por Focio, Biblioteca, 166.
2 Cf. C. A. Lobeck, Aglaophamus,
Königsberg, 1829, págs. 1179-1180. Para la purificación en el
orfismo y pitagorismo, cf. R. Parker, Miasma:
Pollution and Purification in Early Greek Religión, Oxford, 1985, págs. 292
y sigs.
3 Para
Calímaco, Himnos I 8, la tumba de
referencia era una superchería de los cretenses. En cuanto al nombre de Zan por
Zeus, hay testimonios de que Ferecides de Siro lo utiliza para una de las
deidades supremas originarias de su cosmogonía.
4 Hay en el original griego un ‘attai que dejaría la traducción así:
mensajes de los dioses y voces suyas para los hombres que de ellos reciben su
afecto”. He creído más congruente con el sentido general del párrafo, aceptar
la lección hai autaí, en cuyo caso no
hay que pensar en unas águilas que, aparte de transmitir los mensaje de los
dioses, encarnan también sus voces. Más lógico parece que se debe entender que
su función de mensajeras es análoga a la de los mortales que reciben el afecto
de los dioses, tal como queda la traducción.
5 Ilíada,
XVII 51-60.
6 No tiene sentido que este hecho se
relacione con el río Cáucaso. Puede tratarse de una confusión por Casas,
riachuelo que pasaba por Metapunte.
7 No figura en el texto. Lo introdujo el
filósofo Holstein, tomándolo de Jamblico.
8 Elimina Nauck (cuyas referncias aluden a su
edición de las obras de Porfirio, en Porphyrü
opuscula selecta, Teubner, Leipzig, 1866… Evidentemente, su inclusión no se
ve necesaria para la comprensión del texto.
9 Debe entenderse “los pitagóricos” […].
10 Las Musas, evidentemente.
11 Poeta natural de Gortina, en Creta, y
radicado en Esparta. Floreció en el siglo VII a. C. y su obra ha desaparecido
casi por completo.
12 Literalmente, “otro de sí mismo” (‘állon heautón).
13 El término griego goeteutikén [¿?] viene a
significar algo así como “por malas artes”, “a base de superchería, de
charlatanería”; de ahí el calificativo de “marrullero” que propongo como
traducción.
14 Conjetura del filólogo Nauck, útil para el
sentido y la concordancia sintáctica.
15 Esto es, cogiendo las copas por su asa,
para verter el contenido.
16 Célebre fragmento de Epicarmo [fr. 12 de
Diels-Kranz]. Cf . Porfirio, De
abstinentia I 41 y III 21.
17 Homophýlon,
en griego. Cf. Platón, Fedón 78c5,
donde se expresa un parentesco entre la mente y lo divino.
18 La edición de “Les Belles Lettres”
conservan el somáton (= de los cuerpos) original, que presenta
también el texto de Jámblico. No veo necesaria la corrección somatikón (= de los corpóreos) de Nauck.
19 Contemporáneo de Nerón, parece que ejerció
una gran influencia en Jámblico y Porfirio. Intentó conciliar el platonismo y
el neopitagorismo, en el sentido de que su simbología de los números, que
presentaba al “Uno” como fundamento teológico de su sistema, se hallaba muy
próxima al platonismo tardío.
20 Alude, sin dura, al hecho de que las letras
con su sonido y el concurso de unas
con otras dan lugar a las palabras.
◘◘◘◘◘◘◘
La Música
del Macrocosmos y
del Microcosmos humano
“El aspecto cosmológico de los
conceptos musicales no es una característica solo de China. Se hallan correspondencias similares en India,
en los países islámicos, en Grecia antigua y hasta en el Medievo cristiano. Las
estaciones, los meses, los días, las horas, los planetas, las partes del cuerpo
humano, los humores, las enfermedades, los elementos y hasta la visión del
mismo cosmos repetida en una eterna armonía de las esferas.
Hay pasajes bíblicos que parecen
estar inspirados en la idea de la armonía cósmica. Pero muestran al máximo una
tendencia a admitir la idea a través de la concepción general de que ‘toda la
tierra’ debe cantar al Señor y ‘proclamar su gloria entre las naciones, su maravillosa
obra entre los pueblos’. Pasa una relación lógica entre el Salmo 96:12 donde ‘todos
los árboles y el bosque rebosaron de contento delante del Señor’. Y Filón en su
Vida de Moisés exclama ‘Oh Señor, las estrellas, unidas a formar un
coro, ¿son capaces de entonar un canto digno de ti?’ 12 El nexo es constituido
en aquella demanda que se halla en el Libro de Job:13: ‘¿Dónde estabas tú cuando las estrellas de la
mañana cantaron juntas?´
El Libro de Job es considerado
tardío; el mismo Job vivió en el tiempo del exilio Babilonio (VI a.C.). Por
otra parte Filón atribuye a los Caldeos la idea de la armonía cósmica. Es por
lo tanto más probable que la armonía de las esferas desarrollada de más
antiguas coordinaciones cosmológicas, hallara su forma final en Babilonia, y de
ahí se difundiera entre los hebreos, entre los griegos, e incluso entre los
egipcios.
Una distinción no debe ser
descuidada: la armonía de las esferas difiere fundamentalmente de la
teoría original de la coordinación. Ésta última establecía que cada
planeta estaba en relación a otro, como cierta altura sonora estaba en relación
a otra; la armonía de las estrellas significa una cosa totalmente distinta: los
planetas, o mejor dicho las esferas, suenan verdaderamente, aunque son sonidos
imperceptibles.
En ninguna de las dos formas la idea
de una interdependencia funcional de realidad musical y no musical resulta
evidente, ni puede ser originada espontáneamente en cada país del Pacífico al
Mediterráneo.
Entonces, ¿dónde y
cuándo tomó vida? No lo sabemos. La mejor vía, aquella que se remonta a los
testimonios más antiguos, se dirigen menos a las fuentes asiáticas, que no
estamos en condición de datar por espacio de un milenio. Por demás, los textos
egipcios, sumerios, babilónicos, asirios y persas no tocan este tema (lo que no
demuestra que las caracterizaciones cosmológicas fueran desconocidas).”
[…]
“Aristóteles en un largo párrafo
sobre música en su Política, acepta la división de las melodías según su
ethos, asignando a cada clase su
especial harmonia. Pero oponiéndose a principios no liberales, él agrega
que no se debe juzgar su valor por puntos de vista preconcebidos; la música
debe ser estudiada con la intención de (a) educación (b) purificación y (c)
goce intelectual, distracción y recreación. ‘Algunas personas’, continúa, ‘caen
en un frenesí religioso y les vemos liberarse con el uso de melodías místicas,
las cuales llevan curas y purificaciones al alma’. Justo aquí estamos en el
centro de lo que los griegos llamaban katharsis o curación por medio de
la purificación. Aristóteles dice en la Política 8:1340b, 8 que las
personas insanamente transportadas por el “entusiasmo” ‘escuchan las
entusiastas melodías que intoxican sus almas y son vueltos atrás una y otra vez
en sí mismos, así la catarsis tiene exactamente el lugar de una cura médica’.
Werner y Sonne llamaron a esto un ‘tratamiento
fundamentalmente homeopático’. Por otra parte el tratamiento alopático busca
aliviar a los maniáticos haciendo ‘sobre sus desorganizadas almas la impresión
de la magia numérica y del orden cósmico, y por lo tanto, en cierto sentido
concordándolo a las proporciones del universo’.
La cura de los males corporales es
menos mencionada, aunque no fueron del todo insólitas. Ateneo declara
expresamente que las ‘personas sujetas a la ciática debían ser liberadas de sus
ataques si uno tocaba la flauta en la armonía frigia sobre la parte doliente’ 31.
Ni debemos olvidar que los himnos fueron en origen un encantamiento contra
males y muerte.
La intoxicación y la cura por medio
de la música se encuentran entre los numerosos residuos de primitivismo de la
vida espiritual de los griegos. El doble poder de la música de calmar como de
agitar el pensamiento, era entendido, en el periodo clásico de la civilización
helena, como elemento capaz de influir en las cualidades morales de la nación.
Esta reforzaba o debilitaba el
carácter, creaba el bien y el mal, el orden y la anarquía, la paz y la
inquietud. En el siglo IX a.C. el músico Taleto fue designado para asistir a
Licurgo, el legislador espartano; durante la guerra civil el oráculo délfico
aconsejó llamar al compositor Terpandro para poder pacificar la ciudad; en
Atenas, Platón exhortaba a los tutores de su estado ideal a fundar la república
sobre la música.
Estas ideas no eran
del todo helénicas; habían existido en China y en Egipto antes de llegar a
Grecia. Pero era una característica griega (aunque egipcia en sus inicios) el
organizarlas en un sistema pedagógico. Para Platón, la práctica de la música
era educacional, paideía. Y por lo tanto el entrenamiento musical, vocal
e instrumental debía ser obligatorio, y lo fue a larga escala: cada ciudadano
de Arcadia fue obligado a estudiar música desde la primer infancia a los
treinta años; la música tenía preferencia sobre la gramática en las escuelas
espartanas, y hasta el final un poeta como Luciano todavía reclamaba que la
música debía ser primera materia en la educación, y la aritmética solamente la
segunda. Sobre la idea de preferir la música como objeto educativo, Platón ciertamente
la dedujo de autoridades más antiguas.
En el siglo V a.C.
Herodoto refiere que los niños egipcios no tenían permitido aprender música a
la ciega; solo la buena música estaba permitida y eran los sacerdotes los que
decidían cual era la buena música. En el mismo orden de ideas los niños griegos
comenzaban por los Himnos más antiguos y en algunos casos llegaban hasta la
música contemporánea; las melodías cacofónicas eran evitadas, mientras que las
aptas para templar el carácter tenían predominancia.”
Tomado de Curt Sachs, La música en el Mundo Antiguo. Oriente y
Occidente, III. El Asia Oriental,
1. “Características generales”; V. Grecia
y Roma, 9. “Salud y curación”. Edición
electrónica, sin datos de lugar ni traductor, trad. de la versión italiana,
Florencia, 1981.
◘◘◘◘◘◘◘
Aspectos de la
música en la Grecia
antigua,
a propósito de la
tradición pitagórica
“Entre los griegos, el uso preponderante de lo que llamamos música se
daba en conjunción con la poesía y la danza. ‘La palabra música (mousiké) tenía, en el mundo antiguo, dos significados diferentes:
uno amplio, el otro estrecho. En el sentido amplio significó la totalidad de la
cultura intelectual o literaria, en tanto opuesta a la cultura de las
habilidades físicas, agrupadas bajo el término gimnasia… En su sentido estrecho, mousiké es sinónimo aproximado de nuestra palabra derivada de ella;
pero los antiguos incluían en el concepto ‘música’… los movimientos de danza
que acompañaban el canto, y el texto poético mismo’ (Theodor Reinach, Musica, en trad. de A. Mendel – n. del autor).
La historia de la música en la
Grecia antigua está, pues, entretejida con mitos que las
hilachas de verdad histórica sólo pueden ser desenmarañadas con dificultad…
Nuestro conocimiento de esta música – fragmentaria como es – abarca unos nueve
siglos (ca. s. VII a. C – s. II d.
C.), y es, por lo tanto, importante tener in
mente que su naturaleza debe haber cambiado de época en época, y que
ninguna descripción fácil de fase alguna del arte es pasible de ser aplicada al
período entero.
La figura concreta más temprana en emerger del sombrío pasado musical
personificado por el mítico Olimpo es el citarista Terpander de Lesbos (ca. 675 a. C). Tenemos noticia de
que fue convocado a Esparta, por orden del oráculo de Delfos, a fin de
pacificar disputas con el estado. Se lo considera el fundador de la música
griega clásica y se le atribuye, entre otras cosas, el haber incrementado las
secciones del nomos [= medida, norma, ley] citaródico hasta
el santificado número de siete (cf.
pág. 6, además, las siete puertas de Tebas, los – en cierta época - siete planetas, etc.). El nomos era una
manera cantada en contraste con una recitación, y parece haber erigido un
repertorio de ‘regulaciones’, tipos melódicos y rítmicos fundamentales que
podrían ser introducidos por los músicos como algo más o menos nuevo… El
término se aplicó también a producciones nuevas. Éstas no tenían todas una
forma musical común, pero la división en un número definido de ‘movimientos’
era esencial.”
[…]
“Entre los neoplatónicos que se refirieron a la música estaban Plotino
(205-270 d. C.), su pupilo Porfirio (233-304 d. C.), cuyo comentario a la Harmonia
de Ptolomeo ha sido ya mencionado, y Proclos (412-485 d. C.), los tres
asociados a Alejandría, y al sirio Jámblico († ca. 330 d. C.), quien estudió con Porfirio en Roma. Plotino, al
igual que Platón y Aristóteles, atribuyó una importancia considerable a la
música como influencia moral, pero difirió de ellos al estimar su eficacia más
desde el punto de vista religioso y menos desde el político. Lo Bello, según
él, purifica el alma y la conduce por grados a la contemplación del Bien. En su
filosofía, la música tenía un poder mágico capaz, ateniéndose a su naturaleza,
de llevarlo a uno tanto hacia el bien como al mal. De algún modo, ella semeja
la oración.
‘La melodía de un encantamiento, un
grito cargado de significado… tienen también un… poder sobre el alma… ,
configurándola con la fuerza de… sonidos trágicos – pues es al alma falta de
razón, no la voluntad o la sabiduría, la que es seducida por la música, forma
ésta de brujería que no plantea pregunta alguna, cuyo hechizo, en verdad, es
bienvenido. … Del mismo modo ocurre con las oraciones; … los poderes que
responden a encantamientos no actúan a voluntad. … La oración es respondida por
el mero hecho de que aquella parte y la otra parte [la del Todo] están
plasmadas en un mismo tono como una cuerda musical que, sujeta de un extremo,
vibra también en el otro. Frecuentemente, además, la sonoridad de una de las
cuerdas activa lo que podría pasar por una percepción en la otra, resultado de
estar en armonía y afinadas según una escala musical; ahora, si la vibración de
una lira afecta a otra en virtud de la simpatía existente entre ambas, entonces
sin duda en el Todo – aun cuando esté constituido por contrarios – debe haber
un sistema melódico, ya que él contiene sus unísonos también; y su contenido
total, pese a aquellos contrarios, es de un conjunto de afinidades.’ [Todos los
suspensivos del autor]
Porfirio, aunque un defensor del paganismo y un violento opositor al
cristianismo, llegó a ejercer una influencia decisiva sobre los Padres de la Iglesia. Ardiente
defensor del ascetismo, desaprobaba el placer sensual proporcionado por la
música y colocó los espectáculos dramáticos y la danza, junto con su música,
dentro de la misma clase que las carreras de caballos. Proclo, en tanto
complaciente con el simbolismo neo-pitagórico, tuvo sobre la música una mirada
mucho más cercana a la de Plotino. Poniendo el acento en los atributos mágicos
del arte, vindicó la música que podía poner a los hombres en contacto con lo
divino, y al igual que Porfirio, mostró su desaprobación por la música
proveniente de la escena. Jámblico sostuvo ideas bastante similares, creyendo
que cada uno de los demonios – es decir, los espíritus que servían de
intermediarios entre la suprema divinidad y los hombres – tenían su canto
especial propio y podían ser contactados mediante su ejecución.”
Extraído de Gustave Reese, Music in the Middle Ages (With an
Introduction on the Music of Ancient Times) [Música en la
Edad Media (Con una Introducción sobre la Música en la Antigüedad)], Introduction: 2. Greece and Rome [Introducción: 2. Grecia y Roma]; J. M. Dent &
Sons LTD., London, 1941. [Versión castellana de estos pasajes: G. Aritto]