9 de abril de 2009

En busca del No-Tiempo perdido

C. Jung sostuvo con sufrida convicción que el hombre "moderno" se ha quedado sin alma, y su aventura existencial es una dolorosa añoranza de la intimidad que alguna vez mantuvo con los grandes misterios, la noche primordial cuyos astros lo expresaban plenamente, las aguas del abismo interior cuyos repliegues cifran y descifran su verdadera naturaleza. Los efectos de la cáustica codicia materialista y el racionalismo esterilizante se disputan su "sí mismo", esa luciérnaga reclusa donde titila, angustiada, la luz que todos traemos del cielo de eternos arquetipos pujantes y aliados de la vida. El hombre es un indeclinable menesteroso de significado, un niño soltado al flujo universal de una espiral que acaso siente ahí, muy dentro suyo, creciendo y creciendo sin repetirse, pero que es también incapaz de aceptar como la forma liberadora de su destino creativo. La era que hoy va buscando su fin entre convulsiones naturales y sociales que nos estremecen hasta el terror ha de dar paso a una gran oportunidad de cambio planetario. Niños en quienes replandece el aura del índigo, del azul y del cristal pronto no soportarán el presente orden humano que agoniza. El "encantamiento del sueño" de los mayas venusinos está a punto de desvanecerse; otra aventura de extraordinarios horizontes está a las puertas de nuestra mente. La abominable mentira que urdieron merced a nuestra ignorancia y nuestro tiempo usurpado tiene los días contados. Pero, me pregunto, ¿estamos preparados para recibir la nueva "buena nuva" de este siglo? ¿Nos reconocemos al repetir, con temor y temblor, "ama a tu prójimo...", "mejor es dar...", "la libertad es la supresión del insaciable ego que nos gana", "la muerte del sufrimiento radica en la muerte del deseo", "sana tu "niño interno" y serás sano", la vida es un desafío a la creatividad"...? Cabe recordar que basta un gramo de materia cósmica para producir una catástrofe o rehacer el universo. A. Einstein lo dijo con la entonación lacónico e inmejorable de una fórmula: E = m.c2. T. S. Eliot, tal vez rememorando algún eco perdido en la anonimia, nos lo reveló con un verso fatal y lleno de constreñido amor, un hermoso latigazo que sabe a un amenazante desafío que no nos niega la posibilidad de decidir: "I will show you fear in a handful of dust..." (Te mostraté el miedo en un puñado de polvo). ¿Dónde nos encontramos, hermano planetario, para ponernos de acuerdo sobre qué hacer?

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