15 de abril de 2009
Dante y la Era de Acuario: Anotaciones a la Divina Commedia
Intuición de la naturaleza cuántica del cosmos (I)
Occidente no ha producido jamás, ni antes ni después de Dante, otra obra literaria tan profundamente consubstanciada con la naturaleza psicofísica del Universo como la Divina Commedia. Creo no equivocarme si arriesgo que sólo el antiguo taoísmo de la China logró expresar la complejidad, el vértigo y la dinámica cósmicas gracias a esa maravillosa sedimentación anónima de visiones y paroxismos combinatorios que fue, tras unos dos mil años de tradición, el gran I Ching o Libro de la Versatilidad redactado por el rey Wen y su hijo Chi. Tengo para mí que lo que la Commedia es para los occidentales, lo es, mutatis mutandi, el libro chino para Oriente.
Harto conocido es el viaje mítico que el iniciado Dante Alighieri emprende y consuma en su poema. También es patrimonio de los humanos el relato paradigmático sobre los tres territorios del ultramundo atravesados en su itinerario ascensional. Y aunque no está de más recordar que la noción de “Purgatorio” no había encontrado aún en el siglo XIII un lugar estable en el imaginario teológico-escatológico europeo, y que la zona preliminar del Infierno que, por primera vez en la historia, un escritor denominó “Limbo” no esquiva ya su procedencia islámica; lo cierto es que el dominio tripartito de su caudalosa aventura ocultista resulta compatible con la convicción del creyente cristiano-romano, la sospecha del metafísico y la condescendencia del agnóstico pensante, que se resiste a no cultivar la terapéutica fantasía de Lo Otro. Así, Infierno, Purgatorio y Paraíso son tres esferas vibracionales, psíquicas, que parecen (y sólo parecen) sucederse desde la selva oscura hasta la Rosa cándida. Siempre hacia la izquierda por los precipicios circulares de la desesperanza, luego, absorbido por un misterioso “portal interdimensional” con forma de alargado túnel, hacia la derecha, de grada en grada, escalando la dócil ladera del auspicioso monte bruno de reminiscencias atlantes, en cuya cima el vacío Paraíso Terrenal admite la paulatina transmutación de un cuerpo vivo (el de Dante-hombre, única criatura que proyecta ahí su sombra) que se deja penetrar por la peculiar energía de los siete cielos planetarios, el firmamento de estrellas fijas, el espectro de las emanaciones angélicas, para, finalmente, volverse visión en la Visión del Empíreo judeo-cristiano. El cuenco uterino universal de la Virgen María (fuente dadora de la luz de Beatriz) todo lo ha contenido y preservado al terminar. Las pisadas erráticas del florentino desterrado en el mundo hallan entonces rumbo exigido y seguro. Su sufrida estela iniciática ha trazado atrás una colosal espiral que estrangula el embudo infernal en el centro helado de la Tierra flotante y que va desahogándose poco a poco luego de emerger del intolerable intestino terráqueo. Empero, su larga y sinuosa aventura pascual es –según lo aclara la cuarta estrofa de la primera cántica- materia de un sueño o de una ensoñación (dos experiencias distintas para la psicología medieval). Suerte de “Kundalini” escatológica, la ardua travesía que condujeron sucesivamente Virgilio, la amada beatificada y Bernardo, el santo varón por antonomasia, alcanza su último “chakra” espiritual en un cuadro descriptivo y narrativo cuyas cotas de perfección formal, belleza y sugestión no han sido igualadas hasta hoy. Una intuición de fascinantes perfiles “cuánticos” sale a nuestro encuentro poco antes de que el poeta-protagonista nos abandone fundido (si bien no confundido) con el Uno intemporal. Hay momentos celosamente elaborados y, sin duda, rigurosamente distribuidos en el poema que propician en mí verdaderas “epifanías” de esa visión. Voy a extraer abajo los que recuerdo, veré si me incitan, más tarde, a algún comentario ulterior.
“… pero se me apareció una visión que me atrajo de tal modo al percibirla que ya no me acordé de mi confesión. Como vidrios transparentes y tersos o aguas límpidas y tranquilas, pero no tan profundas que el fondo sea oscuro, reflejan de nuestro rostro los perfiles tan débilmente que una perla blanca no sería más difícil de ver por nuestros ojos… (…) Tan pronto como me di cuenta de ellos, creyéndolos semblantes reflejados en espejos, volví los ojos hacia atrás para ver de quién eran y no vi nada… ´No te maravilles de que me sonría de tu pueril pensamiento –me dijo [mi maestro]-, pues aún no fijas el pie en la verdad y te dejas llevar, como sueles, por las impresiones. Seres reales son los que ves, aquí relegados por no haber cumplido enteramente sus votos. Habla, no obstante, con ellos, óyelos y cree lo que te digan, pues la verdadera luz que los hace felices no les permite alejar sus pasos de allá.’ ’”
[« … ma visione apparve che ritenne / a sé me tanto stretto, per vedersi, / che di mia confession non mi sovvenne. / Quali per verti transparenti e tersi, / o ver per acque nitide e tranquille, / non sí profonde che i fondi sien persi, / tornan de’ nostri visi le postille / debili sí, che perla in bianca fronte / non vien men tosto a le nostre pupille…/ [...] Subito sí com ío di lor m’ accorsi, / quelle stimando specchiati sembianti, / per veder di cui fosser, li acchi torsi; / e nulla vidi... / [...] ´Non ti maravigliar perch’ io sorrida´ / mi disse ´appresso il tuo pueril coto, / poi sopra ‘l vero ancor lo pié non fida, / ma te rivolve, come suole, a vóto: / vere sustanze son ció che tu vedi, / qui rilegate per manco di voto. / Peró parla con esse e odi e credi; / ché la verace luce che li apaga / da sé non lascia lor torcer li piedi´... »]
Par., III, 7- […] – 31
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“Con la mirada recorrí todas las siete esferas, y vi a este globo tan mísero, que sonreí al contemplar su vil apariencia y apruebo por buena aquella opinión que lo tiene por poco… (…) Y todos los siete (planetas) se me mostraron tal como son de grandes y de veloces y cómo están en distintas posiciones. La pequeña tierra que nos hace tan feroces, al girar yo con los eternos Gemelos, se me apareció toda de los montes a los mares…”
[“Col viso ritornai per tutte quante / le sette apere, e vidi questo globo / tal, ch´io sorrisi del suo vil sembiante; / e quel consiglio per migliore approbo / che i’ ha per meno... / [...]E tutti e sette mi si dimostraro / quanto son grandi, e quanto son veloci, / e come sono in distante riparo. / L’ aiuola ch ci fa tanto feroci, / volgendom’ io con li eterni Gemelli, / tutta m’ apparve da’ colli a le foci...”]
Par., XXII, 133-(...)-153
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“La forma universal de este nudo creo que la vi, porque diciendo esto me siento presa del mayor gozo. Un solo instante me produce mayor olvido que veinticinco siglos a la empresa que hizo a Neptuno admirar la sombra de Argos.”
[“La forma universal di questo nodo / credo ch’ i’ vidi, perché piú di largo, / dicendo questo, mi sento ch’ i’ godo. / Un punto solo m’ é maggior letargo / che venticinque secoli a la ´mpresa, / che fe’ Neptuno ammirar l’ ombra d’ Argo.”]
Par., XXXIII, 91-96
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“No porque hubiese más de un simple aspecto en la vida luz que yo miraba, que siempre será tal como era antes, mas porque mi vista se enriquecía al mirar su apariencia única, conforme cambiaba yo, cambiaba para mí.”
[“Non perché piú ch’ un semplice semblante / f vivo lume ch’ io mirava, / che tal é sempre qual s’ era davante; / ma per la vista che s’ avaloraba / in me guardando, una sola parvenza, / muntandom’ io, a me si travagliava.”]
Par., XXXIII, 109-114
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