Me hace bien, muy bien, me renueva con profunda alegría, recordar a Osvaldo Pugliese (Buenos
Aires, 2-XII-1905 - 25-VII-1995). En contraste con las emociones, las
sensaciones y los pensamientos que el tango mueve casi indefectiblemente en mí,
este genial explorador del sonido y del silencio, de las oscuras mareas
cósmicas del ritmo, logró transmutar en mí lo que la música emblemática de
Buenos Aires siempre me deparó: la experiencia de la vida como derrota, del
fracaso como la representación más genuinamente argentina de nuestra incapacidad
de aceptarnos, de desempañar el espejo sin miedo, de hacernos cargo de quienes
somos, sin culpas ni culpables, sin otro enemigo que nosotros mismos. Cuando
escucho a su orquesta, vibrando con la intensidad, la austeridad y la sugestión
de los más exigentes conjuntos de música antigua europeos, algo de mí que es de
esta orilla arrinconada de la Tierra y que quizás no me atrevía a admitir del
todo como mío reclama vivir en libertad y volverse media luz en mi mirada, tajo
incurable en mi orgullo de no saber muy bien dónde estoy parado. El desaforado
carácter Yang de esta polirriza danza vernácula, imbuida del misterio africano, su secuela rioplatense, la milonga-candombe, y la melancolía de la habanera, cede a la
impostura hipercodificada por una falsa tradición - apuntalada en la imagen del "huérfano" embelesado consigo mismo y con su anima materna - para celebrar su
censurada sombra curvilínea y la dignidad de ser oriundo del común Universo de
todos y todo. Al autocomplaciente Narciso argentino opuso un Sísifo que conoce
la sartreana "herida inútil" de estar vivo pero sabe que no hay aventura más
digna que la de sufrirla hasta el final. Puedo imaginar a don Osvaldo (mucho más
que a Astor Piazzola) entusiasmando el alma abierta (como la suya) de J. S. Bach con su arte. Nada es caprichoso en él,
nada suena a tic ni a recurso fácil, nada parece sobrar en ese cosmos suyo, en
su orden implacable, en su gracia para desafiarnos con los violentos contrastes
y el vacío de lo no dicho, con el hueco que ha dejado Dios en su exilio del
Paraíso. Su intuición de artesano quiso revelarle que detrás de cualquier emoción hay invariablemente una idea, algún Arquetipo infundiéndole su timbre y su tono distintivos. A diferencia de otros pocos númenes verdaderamente "personales" y acaso también inconfundibles (mayoritariamente leales a los cánones del período clásico-romántico de la música occidental), el maestro cuyos días se detuvieron hace hoy diecisiete años fue único.
Dudo que uno de esos que otrora se hacían honrosamente llamar
"tangueros de ley" entendiese lo que me ha costado tanto decir en estas breves líneas.
Antes, seguramente, me achacaría (con franco derecho) que yo no sé nada de tango:
Pugliese, mucho más fiel a sí mismo que nosotros, nos dejaría, feliz en su noche sin tiempo, hablar y hablar hasta el final de la nuestra, cansada de argumentos y de tener razón.
Gustavo Aritto
CRUZ DEL
SUR
Elegía tangoidal
Al maestro Osvaldo Pugliese
¿Fue un tramposo relámpago la vida,
un falso trueno, un desueño trunco?
¿Qué hacen, si no, en la luna del
ropero
tu sombra y vos jugando a ser ninguno?
No olvidaron que es jueves las palomas,
pero es sólo de ellas, sólo suyo:
Su locura es un círculo vacío
que estrangulan la Plaza y sus tumultos…
Se ha vuelto azul la soledad de pronto;
con los númenes rojos del suburbio
se erizan ya las lenguas de otros
fuegos,
se encienden los tatuajes de otros
humos..
Algo sabe y no dice ahí, en el borde,
el fósil de jabón, rajado y húmedo.
Algo te sigue, muda, preguntando
la grieta que te espía desde el muro.
Pero, ¿de qué valdrían las palabras,
si el silencio es el último refugio,
y a San Telmo hoy le duelen más que
nunca
un bandoneón suicida, un patio oculto,
ese alarido ahogado en un aljibe,
y el polizón que se escapó a los
tumbos…?
Todo quiere volver a su misterio,
al íntimo repliegue del desnudo.
Vuelven los pasos de tu madre que
entra,
su voz intacta en el zaguán oscuro.
Y a recordarte que aún hay tiempo
vuelve
aquel ladrido que cambiaba el mundo…
Cruz del Sur, en la noche quieta y
larga
del solsticio y sus náufragos sin
rumbo.
Cruz del Sur, tenso insomnio de
diamantes,
centinela glacial del infortunio.
Hechos del mismo hueco que sus sueños,
dejaron su fantasma en el crepúsculo
de otra orilla; y el hondo precipicio
de los labios del mar, su verde
augurio,
les habló del fulgor de otras
estrellas,
de una luna que miente entre los flujos
y reflujos de un río de aguas turbias
una zozobra de cemento y juncos…
Pero el reloj que late en la mesita
te habla de otro cielo, blanco y
cúbico;
y vos sabías que era un as de espadas
el naipe que le queda en este truco
a la mujer de frígida entrepierna
que va a apagar la luz. Juntos, bien
juntos,
el amor se parece a una navaja…
Se hizo tarde… Quién será el intruso
que llama y llama y llama en el cancel.
Pronto se irá, y también será Ninguno,
como los que se fueron ya, sin
despedirse.
Con las baldosas flojas del apuro
y un rumor de cloacas clandestino,
la ciudad va a olvidarlo igual que un
bulto…
en los confines de tu sueño helado,
esas cosas perdidas hace mucho
buscan que alguien la llore en Buenos
Aires,
para morir despacio al lado tuyo.
G. A.
(Cruz del Sur (Elegía tangoidal) fue incluido en el libro La espiral de fuego: Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008)
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