6 de julio de 2012

LA MALDICIÓN DE BABEL (IV): LA PALABRA Y LA ESCRITURA (II)


Extractos del libro


ORALIDAD Y ESCRITURA. Tecnologías de la palabra

de  Walter Ong







Del Cap. I.
LA ORALIDAD DEL LENGUAJE



En las décadas pasadas el mundo erudito ha despertado nuevamente al carácter oral del lenguaje y a algunas de las implicaciones más profundas de los contrastes entres oralidad y escritura. Antropólogos, sociólogos y psicólogos han escrito sobre su trabajo de campo en sociedades orales. Los historiadores culturales han ahondado más y más en la prehistoria, es decir, la existencia humana antes de que la escritura hiciera posible que la forma verbal quedase plasmada.[1] Ferdinand de Saussure (1857-1913), el padre de la lingüística moderna, llamó la atención sobre la primacía del habla oral, que apuntala toda comunicación verbal, así como sobre la tendencia persistente, aun entre hombres de letras, de considerar la escritura como la forma básica del lenguaje. La escritura, apuntó, posee simultáneamente “utilidad, defectos y peligros”. Con todo, concibió la escritura como una clase de complemento para el habla oral, no como transformadora de la articulación.
A partir de Saussure, la lingüística ha elaborado estudios sumamente complejos de fonología, la manera como el lenguaje se halla incrustado en el sonido. Un contemporáneo de Saussure, el inglés Henry Sweet (1845-1912), había insistido previamente en que las palabras se componen no de letras sino de unidades funcionales de sonido o fonemas. No obstante, a pesar de toda su atención a los sonidos del habla, hasta fechas muy recientes las escuelas modernas de lingüística han atendido sólo de manera incidental – si es que lo han hecho siquiera – las maneras como la oralidad primaria, la de las culturas a las cuales no ha llegado la escritura, contrasta con esta última…
[…]
Los seres humanos se comunican de innumerables maneras, valiéndose de todos sus sentidos: el tacto, el gusto, el olfato y particularmente la vista, además del oído. Cierta comunicación no verbal es sumamente rica: la gesticulación, por ejemplo. Sin embargo, en un sentido profundo, el lenguaje, sonido articulado, es capital. No sólo la comunicación, sino el pensamiento mismo, se relacionan de un modo enteramente propio con el sonido. Todos hemos oído decir que una imagen equivale a mil palabras. Pero si esta declaración es cierta, ¿por qué tiene que ser un dicho? Porque una imagen equivale a mil palabras sólo en circunstancias especiales, y éstas comúnmente incluyen un contexto de palabras dentro del cual se sitúa aquélla.
Dondequiera que haya seres humanos, tendrán un lenguaje, y en cada caso uno que existe básicamente como hablado y oído en el mundo del sonido. No obstante la riqueza de la gesticulación, los complejos lenguajes gestuales son sustitutos del habla y dependen de sistemas orales del mismo, incluso cuando son empleados por los sordos de nacimiento. En efecto, el lenguaje es tan abrumadoramente oral que, de entre muchas miles de lenguas – posiblemente decenas de miles – habladas en el curso de la historia del hombre, sólo alrededor de ciento seis nunca han sido plasmadas por escrito en un grado suficiente para haber producido literatura, y la mayoría de ellas no han llegado en absoluto a la escritura. Sólo setenta y ocho de las tres mil lenguas que existen aproximadamente hoy en día poseen una literatura.[2] Hasta ahora no hay modo de calcular cuántas lenguas han desaparecido o se han transmutado en otras antes de haber progresado su escritura. Incluso actualmente, cientos de lenguas en uso activo no se escriben nunca: nadie ha ideado una manera efectiva de hacerlo. La condición oral básica del lenguaje es permanente.
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La escritura, consignación de la palabra en el espacio, extiende la potencialidad del lenguaje casi ilimitadamente; da una nueva estructura al pensamiento y en el proceso convierte ciertos dialectos en “grafolectos”. Un grafolecto es una lengua transdialectal formada por una profunda dedicación a la escritura. Ésta otorga a un grafolecto un poder muy por encima del de cualquier dialecto meramente oral.
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Todods los textos escritos tienen que estar relacionados de alguna manera, directa o indirectamente, con el mundo del sonido, el ambiente natural del lenguaje, para transmitir sus significados. “Leer” un texto quiere decir convertirlo en sonidos, en voz alta o en la imaginación, sílaba por sílaba en la lectura lenta o a grandes rasgos en la rápida, acostumbrada en las culturas altamente tecnológicas. La escritura nunca puede prescindir de la oralidad. Adaptando un término empleado con propósitos un poco diferente por Jurij Lotman, podemos llamar a la escritura un “sistema secundario de modelado”, que depende de un sistema primario anterior: la lengua hablada.[3] La expresión oral es capaz de existir, y casi siempre ha existido, sin ninguna escritura en absoluto; empero, nunca ha habido escritura sin oralidad.
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Salvo en las décadas recientes, los estudios lingüísticos se concentraron en los textos escritos antes que en la oralidad por una razón que resulta fácil comprender: la relación del estudio mismo con la escritura y la lectura. Los seres humanos de las culturas orales primarias, aquellas que no conocen la escritura en ninguna forma, aprenden mucho, poseen y practican gran sabiduría, pero no “estudian”.
Aprenden por medio del entrenamiento – acompañando a cazadores experimentados, por ejemplo -; por discipulado, que es una especie de aprendizaje; escuchando; por repetición de lo que oyen; mediante el dominio de los proverbios y de las maneras de combinarlos y reunirlos; por asimilación de otros elementos formularios; por participación en una especie de memoria corporativa; y no mediante el estudio en sentido estricto.
… El habla es inseparable de nuestra conciencia; ha fascinado a los seres humanos y provocado reflexión seria acerca de sí misma desde las fases más remotas de la conciencia, mucho antes de que la escritura llegara a existir. Los proverbios procedentes de todo el mundo son ricos en observaciones acerca de este fenómeno abrumadoramente humano del habla en su forma oral congénita, acerca de sus poderes, sus atractivos, sus peligros. El mismo embeleso con el habla oral continúa sin merma durante siglos después de entrar en uso la escritura.
En Occidente, entre los antiguos griegos, la fascinación se manifestó en la elaboración del arte minuciosamente elaborado (sic) y vasto de la retórica, la materia académica más completa de toda la cultura occidental durante dos mil años. En el original griego, téchne rhetoriké, “arte de hablar” (por lo común abreviado rhetoriké), en esencia se refería al discurso oral, aunque siendo un “arte” o ciencia sistematizado o reflexivo – por ejemplo en el Arte Retórica de Aristóteles -, la retórica era y tuvo que ser un producto de la escritura. Rhetoriké o retórica significaba básicamente el discurso público o la oratoria que, aun en las culturas tipográficas y con escritura, durante siglos siguió siendo irreflexivamente, en la mayoría de los casos, el paradigma de todo discurso, incluso del de la escritura. Así pues, desde el principio la escritura no redujo la oralidad sino que la intensificó, posibilitando la organización de los “principios” o componentes de la oratoria en un “arte” científico, un cuerpo de explicación ordenado en forma consecutiva que mostraba cómo y por qué la oratoria lograba y podía ser dirigida a obtener sus diversos efectos específicos.

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¿Dijo “literatura oral”?


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La tradición meramente oral, u oralidad primaria, no es fácil de concebir con precisión y sentido. La escritura hace que las “palabras” parezcan semejantes a las cosas porque concebimos las palabras como marcas visibles que señalan las palabras a los decodificadores[4]: podemos ver y tocar tales “palabras” inscritas en textos y libros. Las palabras escritas constituyen remanentes. La tradición oral no posee este carácter de permanencia… Nosotros (los que leemos textos como éste) por lo general estamos tan habituados a la lectura que rara vez nos sentimos bien en una situación en la cual la articulación verbal tenga tan poca semejanza con una cosa, como sucede en la tradición oral. Por ello – aunque ya con una frecuencia ligeramente reducida -, en el pasado la crítica engendró conceptos tan monstruosos como el de “literatura oral”. Este término sencillamente absurdo sigue circulando hoy en día entre los eruditos, cada vez más regularmente conscientes de la manera vergonzosa como revela nuestra incapacidad para representar ente nuestro propio espíritu una herencia de material organizado en forma verbal salvo como cierta variante de la escritura, aunque no tenga nada en absoluto que ver con ésta.
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Aunque las palabras están fundadas en el habla oral, la escritura las encierra tiránicamente para siempre en un campo visual.
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De acuerdo con los términos “literatura oral” y “prealfabetismo” también oímos mencionar el “texto” de una expresión oral. “Texto”, de una raíz que significa “tejer”, es, en términos absolutos, etimológicamente más compatible con la expresión oral que con la “literatura”, la cual se refiere a las letras en cuanto su origen (litterae) del alfabeto. El discurso oral por lo general se ha considerado, aun en medios orales, como un tejido o cosido: rhapsoidein, cantar, en griego, básicamente significa “cose canciones”. Pero en realidad cuando los que saben leer utilizan hoy en día el término “texto” para referirse a la producción oral, piensan en él por analogía con la escritura. En el vocabulario del lector, el “texto” de una narración hecha por una persona de una cultura oral primaria representa una derivación regresiva…
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… Para la mayoría de los que pueden leer, la consideración de las palabras como separadas de manera íntegra de la escritura sencillamente representa una tarea demasiado ardua para emprenderla, aunque lo requiera el trabajo lingüístico o antropológico especializado. Las palabras siguen llegándole a uno por escrito, sin importar lo que se haga. Por otra parte, la separación de las palabras de la escritura resulta psicológicamente peligrosa, pues el sentimiento de dominio sobre la lengua que tienen los que leen está estrechamente vinculado con las transformaciones visuales de la misma: sin los diccionarios, las reglas gramaticales escritas, la puntuación y todo el resto del mecanismo que convierte las palabras en algo cuyo significado puede averiguarse, ¿cómo podrán vivir los que leen?... Resulta desmoralizador recordarnos que no existe diccionario alguno en la mente; que el aparato lexicográfico constituye un agregado muy tardío a la lengua como tal; que todas las lenguas poseen gramáticas elaboradas y que crearon sus variaciones sin ayuda alguna de la escritura…
Las culturas orales producen, efectivamente, representaciones verbales pujantes y hermosas de gran valor artístico y humano, las cuales pierden incluso la posibilidad de existir una vez que la escritura ha tomado posesión de la psique. No obstante, sin la escritura la conciencia humana no puede alcanzar su potencial más pleno, no puede producir otras creaciones intensas y hermosas. En este sentido, la oralidad debe y está destinada a producir la escritura… Casi no queda cultura oral o predominantemente oral en el mundo de hoy que de algún modo no tenga conciencia del vasto conjunto de poderes eternamente inaccesible sin la escritura. Esta conciencia representa una extrema zozobra para las personas que permanecen en la oralidad primaria, que desean con vehemencia conocer la escritura, pero que saben muy bien que introducirse en el emocionante mundo de esta última significa dejar atrás mucho de lo que es sugerente y profundamente amado en el mundo oral anterior. Tenemos que morir para seguir viviendo.

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Del Cap. IV.
LA ESCRITURA REESTRUCTURA LA CONCIENCIA





El nuevo mundo del discurso autónomo
  

Una comprensión más profunda de la oralidad prístina o primaria nos capacita para entender mejor el nuevo mundo de la escritura, lo que en realidad es y lo quede hecho son seres humanos funcionalmente escolarizados; seres cuyos procesos de pensamiento no se originan en poderes meramente naturales, sino en estos poderes según sean estructurados, directa o indirectamente, por la tecnología de la escritura. Sin la escritura, el pensamiento escolarizado no pensaría ni podría pensar como lo hace, no sólo cuando está ocupado en escribir, sino incluso normalmente, cuando articula sus pensamientos de manera oral. Más que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia humana.
La escritura establece lo que se ha llamado un lenguaje “libre de contextos” [5] o un discurso “autónomo” [6], que no puede ponerse en duda ni cuestionarse directamente, como el habla oral, porque el discurso escrito está separado por su autor.
Las culturas orales conocen una especie de discurso autónomo en las fórmulas rituales fijas [7], así como en frases adivinatorias o profecías, en las cuales la persona misma que las enuncia se considera no la fuente sino sólo el conducto. El oráculo de Delfos no era responsable de sus profecías, pues se las tenía por la voz del dios. La escritura, y más aun la impresión, posee algo de esta cualidad adivinatoria. Como el oráculo o el profeta, el libro transmite una enunciación de una fuente, aquel que realmente “dijo” o escribió el libro. El autor podría ser cuestionado sólo si fuera posible comunicarse con él o ella, pero es imposible encontrar al escritor en un libro. No hay manera de refutar un texto directamente. Después de una impugnación generalizada y devastadora, dice exactamente lo mismo que antes. Éste es un motivo por el cual “el libro dice”, en el habla popular, es equivalente a “es cierto”. También es una razón por la cual los libros se han quemado. Un texto que manifiesta lo que el mundo entero sabe que es falso expresará la falsedad eternamente, siempre que ese texto exista. Los escritos son inherentemente irrefutables.




Platón, la escritura y las computadoras


La mayoría de las personas se sorprenden, y muchas se molestan al averiguar que, en esencia, las mismas objeciones comúnmente impugnadas hoy en día contra las computadoras[8] fueron dirigidas por Platón contra la escritura, en el Fedro (274 -277) y en la Séptima Carta. La escritura, según Platón hace decir a Sócrates en el Fedro, es inhumana al pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él.  Es un objeto, un producto manufacturado. Desde luego, lo mismo se dice de las computadoras. En segundo lugar, afirma el Sócrates de Platón, la escritura destruye la memoria. Los que la utilicen se harán olvidadizos al depender de un recurso exterior por lo que les falta en recursos internos. La escritura debilita el pensamiento. Hoy en día, los padres, y otros además de ellos, temen que las calculadoras de bolsillo proporcionen un recurso externo para lo que debiera ser el recurso interno de las tablas de multiplicaciones aprendidas de memoria. Las calculadoras debilitan el pensamiento, le quitan el trabajo que lo mantiene en forma. En tercer lugar, un texto escrito no produce respuestas. Si uno le pide a una persona que explique sus palabras, es posible obtener una explicación; si uno se lo pide a un texto, no se recibe nada a cambio, salvo las mismas palabras, a menudo estúpidas, que provocaron la pregunta en un principio. En la crítica moderna de la computadora, se hace la misma objeción: “Basura entra, basura sale”. En cuarto lugar, y de acuerdo con la mentalidad agonística de las culturas orales, el Sócrates de Platón también imputa a la escritura el hecho de que la palabra escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada natural: el habla y el pensamiento reales siempre existen esencialmente en un contexto de ida y vuelta entre personas. La escritura es pasiva, fuera de dicho contexto, en un mundo irreal y artificial… igual que las computadoras.
A fortiori[9], la imprenta puede recibir las mismas acusaciones. Aquellos a quienes molestan los recelos de Platón en cuanto a la escritura, se molestarán aun más al saber que la imprenta inspiraba una desconfianza semejante cuando comenzaba a introducirse. Hieronimo Squarciafico , quien de hecho promovió la impresión de los clásicos latinos, también argumentó, en 1477, que ya la “abundancia de libros hace menos estudiosos a los hombres” [10]: destruye la memoria y debilita el pensamiento demasiado trabajo (una vez más, la queja de la computadora de bolsillo), degradando al hombre o la mujer sabios en provecho de la sinopsis de bolsillo. Por supuesto, otros consideraban la imprenta como un nivelador deseable que volvía sabio a todo el mundo.
Un defecto del argumento de Platón es que, para manifestar sus objeciones, las puso por escrito; es decir, el mismo defecto de las opiniones que se pronuncian contra la imprenta y, para expresarlas de modo más efectivo, las pone en letra impresa. La misma incongruencia en los ataques contra las computadoras se expresa en que, para hacerlos más efectivos, aquellos que los realizan escogen artículos o libros impresos con bases en cintas procesadas en terminales de computadora. La escritura, la imprenta y la computadora son, todas ellas, formas de tecnologizar la palabra. Una vez tecnologizada, no puede criticarse de manera efectiva lo que la tecnología ha hecho con ella sin recurrir a la tecnología más compleja de que se disponga. Además, la nueva tecnología no se emplea sólo para hacer la crítica a la escritura: de hecho, da la existencia a ésta. El pensamiento filosóficamente  analítico de Platón… incluso su crítica a la escritura, fue posible sólo debido a los efectos que la escritura comenzaba a surtir sobre los procesos mentales.
En realidad, como Havelock demuestra de manera excelente[11], la epistemología entera de Platón fue inadvertidamente un rechazo programado del antiguo mundo vital oral, variable, cálido y de interacción personal propio de una cultura oral (representada por los poetas, a quienes no admitía en su República). El término idea, forma, tiene principios visuales, viene de la misma raíz que el latín video, ver, y de ahí, sus derivados en inglés tales como vision [visión], visible [visible] o videotape. La forma platónica era la forma concebida por analogía con la forma visible. Las ideas platónicas no tienen voz; son inmóviles; faltas de toda calidez; no implican interacción sino que están aisladas; no integran una parte vital del mundo humano en absoluto, sino que se encuentran totalmente por encima y más allá del mismo. Por supuesto, Platón no conocía de ninguna manera las fuerzas inconscientes que obraban sobre su psique para producir esta reacción, o sobre-reacción, de una persona que sabe leer ante la oralidad persistente y retardadora.
[…]
Una de las paradojas más sorprendentes inherentes a la escritura es la estrecha relación con la muerte. Ésta es insinuada en la acusación platónica de que la escritura es inhumana, semejante a un objeto, y destructora de la memoria. También es muy evidente en un sinnúmero de referencias a la escritura (o a la imprenta) que pueden hallarse en los diccionarios impresos de citas, desde 2 Corintios 3:6, “La letra mata, mas el espíritu vivifica”, y la mención que Horacio hace de sus tres libros de Odas como un “monumento”[12], presagiando su propia muerte, hasta, y más allá, de lo dicho por Henry Vaughan a Sir Thomas Bodley en el sentido de que, en la Biblioteca Bodleyana de Oxford, “cada libro es un epitafio”. En Pipa Passes, Robert Browning llama la atención a la práctica, difundida aun hoy en día, de introducir flores frescas para que se marchiten entre las páginas de los libros impresos: “faded yellow blossoms / twixt page and page” [“entre página y página, / flores amarillas marchitas”]. La flor muerta, en otro tiempo viva, es el equivalente psíquico del texto verbal. La paradoja radica en el hecho de que la mortalidad del texto, su apartamiento del mundo vital humano vivo, su rígida estabilidad visual, aseguran su perdurabilidad y su potencial para ser resucitado dentro de ilimitados contextos vivos por un número virtualmente infinito de lectores vivos.




La escritura es una tecnología

  
Platón consideraba la escritura como una tecnología externa y ajena, lo mismo que muchas personas hoy en día piensan de la computadora. Puesto que en la actualidad ya hemos interiorizado la escritura de manera tan profunda y hecho de ella una parte tan importante de nosotros mismos, así como la época de Platón no la había asimilado aún plenamente, nos parece difícil considerarla una tecnología, como por lo regular lo hacemos con la imprenta y la computadora. Sin embargo, la escritura (y particularmente la escritura alfabética) constituye una tecnología que necesita herramientas y otro equipo: estilos, pinceles o plumas; superficies cuidadosamente preparadas, como el papel, pieles de animales, tablas de madera; así como tintas o pinturas, y mucho más…
Por contraste con el habla oral natural, oral, la escritura es completamente artificial. No hay manera de escribir “naturalmente”. El habla oral es del todo natural para los seres humanos en el sentido de que, en toda cultura, el que no esté fisiológica o psicológicamente afectado, aprende a hablar. El habla crea la vida consciente, pero asciende hasta la conciencia desde profundidades inconscientes, aunque desde luego con la cooperación voluntaria e involuntaria de la sociedad. Las reglas gramaticales se hallan en el inconsciente en el sentido de que es posible saber cómo aplicarlas e incluso cómo establecer otras nuevas aunque no se puede explicar qué son.
La escritura o grafía difiere como tal del habla en el sentido de que no surge inevitablemente del inconsciente. El proceso de poner por escrito una lengua hablada es regido por reglas ideadas conscientemente, definibles; por ejemplo, cierto pictograma representará una palabra específica dada, o a representará un fonema[13], b otro, y así sucesivamente. (Esto no pretende negar que la situación de escritor-lector creada por la escritura afecta profundamente los procesos inconscientes que determinan la composición escrita una vez que se han aprendido las reglas explícitas y conscientes…)
Afirmar que la escritura es artificial no significa condenarla sino elogiarla. Como otras creaciones artificiales y, en efecto, más que cualquier otra, tiene un valor inestimable y de hecho esencial para la realización de aptitudes humanas más plenas, interiores. Las tecnologías no son sólo hechos externos, sino también transformaciones interiores de la conciencia, y mucho más cuando afectan la palabra. Tales transformaciones pueden resultar estimulantes. La escritura da vigor a la conciencia. La alienación de un medio natural puede beneficiarnos y, de hecho, en muchos sentidos resulta esencial para una vida humana plena. Para vivir y comprender totalmente, no necesitamos sólo la proximidad, sino también la distancia. Y esto es lo que la escritura aporta a la conciencia como nada más puede hacerlo.
Las tecnologías son artificiales, pero – otra paradoja – lo artificial es natural para los seres humanos. Interiorizada adecuadamente, la tecnología no degrada la vida humana sino por el contrario, la mejora. […] Como bien saben los musicólogos, no tiene sentido oponerse a las composiciones electrónicas como The Wild Bull (El toro salvaje) de Morton Subotnik porque los sonidos sean producidos por aparatos mecánicos. ¿Dónde cree usted que se originan los sonidos de un órgano? ¿O de un violín o incluso de un silbato? El hecho es que, al emplear aparatos mecánicos, un violinista o un organista pueden expresar algo intensamente humano que nos sería posible sin dicho aparato. Para lograr tal expresión, por supuesto, el violinista u organista tiene que haber interiorizado la tecnología, haber hecho de la herramienta o de la máquina una segunda naturaleza, una parte psicológica de sí mismo. Esto requiere años de “práctica”, de aprender cómo lograr que la herramienta haga lo que puede hacer. Tal adaptación de una herramienta a uno mismo, o aprendizaje de una habilidad tecnológica, difícilmente puede ser deshumanizadora. El uso de una tecnología puede enriquecer la psique humana, desarrollar el espíritu humano, intensificar su vida interior. La escritura es una tecnología interiorizada aun más profundamente que la ejecución de música instrumental. No obstante, para comprender qué es la escritura – lo cual significa comprenderla en relación con su pasado, con la oralidad -, debe aceptarse sin reservas el hecho de que se trata de una tecnología.




¿Qué es la “escritura” o “grafía”?

   
La escritura, en el sentido estricto de la palabra, la tecnología que ha moldeado e impulsado la actividad intelectual del hombre moderno, representa un adelanto muy tardío en la historia del hombre. El Homo sapiens lleva tal vez unos 50 mil años sobre la tierra. La primera grafía, o verdadera escritura, que conocemos apareció por primera vez entre los sumerios en Mesopotamia apenas alrededor del año 3500 a. de C.
Antes de esto, los seres humanos había dibujado durante innumerables milenios. Asimismo, diversas sociedades utilizaban diferentes recursos para ayudar a la memoria o aides-mémoire [“aydamemorias”]… Sin embargo, una grafía es algo más que un simple recurso para ayudar a la memoria. Incluso cuando es pictográfica, una grafía es algo más que dibujos. Los dibujos representan objetos. Un dibujo de un hombre, una casa y un árbol en sí mismo no expresa nada… Una grafía, en el sentido de una escritura real, como es entendida aquí, no consiste sólo en imágenes, en representaciones de cosas, sino en la representación de un enunicado, de palabras que alguien dice o que se supone que dice.
… las investigaciones de la escritura que la definen como cualquier marca visible o sensoria con un significado determinado, la integran en la conducta meramente biológica. ¿Cuándo se convierte en “escritura” la huella de un pie o un depósito de heces u orina (empleados por muchas especies de animales como comunicación…? El uso del término “escritura” con este sentido más amplio, para incluir toda marca semiótica, hace trivial su significado. La irrupción decisiva y única en los nuevos mundos del saber no se logró dentro de la conciencia humana al inventarse la simple marca semiótica, sino al concebirse un sistema codificado de signos visibles por medio del cual un escritor podía determinar las palabras exactas que el lector generaría a partir del texto. Esto es lo que hoy en día llamamos “escritura” en su acepción más estricta.
… En este sentido ordinario, la escritura  era y es la más trascendental de todas las invenciones tecnológicas humanas. No constituye un mero apéndice del habla. Puesto que traslada el habla del mundo oral y auditivo a un nuevo mundo sensorio, el de la vista, transforma el habla y también el pensamiento…
Los sistemas de verdadera escritura pueden desarrollarse, y normalmente lo hacen, de manera paulatina a partir de un uso más elemental de los recursos para ayudar a la memoria. Existen etapas intermedias. En algunos sistemas codificados, el que escribe sólo puede producir aproximadamente lo que el lector comprenderá, como en la técnica creada por los vai en Liberia o incluso en los antiguos jeroglíficos egipcios. El control más riguroso es el logrado por el alfabeto, aunque aun éste nunca sea totalmente perfecto en todos los casos… Incluso con el alfabeto, en ocasiones se necesita de un contexto extra-textual, aunque sólo en casos excepcionales: ¿cuán excepcionales? Dependerá de la medida en que se haya adaptado el alfabeto a una lengua dada.

[…]



De Walter Ong, ORALIDAD Y ESCRITURA. Tecnologías de la palabra, Fondo de Cultura Económica, México, 2006. Traducción de Angélica Sherp. Título original: Orality and Literary. The Technology of the Word (Londres, 1982).





[1] En todas sus argumentaciones de índole histórica, Ong (que no se cuida, por cierto, de incurrir aquí y allá en reincidencias ociosas, en  copiosas aclaraciones que suelen oscurecer) ignora en términos absolutos la preexistencia de la civilización atlante respecto de cualquier otra reconocida como “prehistórica”. Para quienes confiamos en el origen extraterrestre (o, eventualmente, intraterrestre) de la sucesiva e indeseable diversificación étnica, lingüística y religiosa acaecida en la Tierra, la noción de “prehistórico” vale sólo como una hipótesis fuerte que permite describir (no explicar) fenómenos y procesos dentro de un marco teórico coherente y de dudosa, aunque efectiva, fundamentación empírica. (G. Aritto)
[2] Ver Munro E. Edmonton, Lore: An Introduction to the Science of Folklore and Literature (El saber: Una introducción a la ciencia del folklore y la literature), New York, Rinehart & Winston, 1971.
[3] J. Lotman, The Structure of the Artistic Text (La estructura del texto artístico), University of Michigan, Michigan Slavic Contributions, 7, 1977.
[4] Este abstruso pasaje de Ong (o de su traductora) se hace cargo de una larga y compleja tradición en Occidente. Uno de sus más geniales y profundos conocedores y reelaboradores fue, sin duda, el gigantesco poeta inglés Geoffrey Chaucer (1343-1400), quien, en sus Canterbury Tales (Cuentos de Canterbury), evoca y confirma la tesis sostenida por Platón sobre la relación casi “atávica” entre las palabras y las cosas (específicamente en el Timeo, y muy probablemente intermediado por Boecio). Así, por caso, en el Prólogo general a su peregrinaje narrativo, Chaucer afirma: "the wordes moote be cosyn to the dede," (vv 741-742) (“las palabras deben estar emparentadas con los hechos / las cosas”); más aun, en el Cuento del Administrador (Manciple’s Tale) deja constancia de la filiación platónica del problema: " The wise old Plato saith, as you may read, / The word moot nede accorde with the dede. / If men shal telle proprely a thyng,  /  The word moot cosyn be to the werkyng.” (vv 208-210) (“Dijo el sabio Platón, como podéis leer, que la palabra debe necesariamente concordar con el hecho. Y si un hombre hablare con propiedad alguna cosa, la palabra debe estar emparentada con la acción.”). Originariamente, había escrito, por ejemplo, el pensador griego: “…los discursos están emparentados con aquellas cosas que explican: los concernientes al orden estable, firme y evidente con la ayuda de la inteligencia, son estables e infalibles (...); los que se refieren a lo que ha sido asemejado a lo inmutable, dado que es una imagen, han de ser verosímiles y proporcionales a los infalibles". (Timeo 29b6-c5) (G. A.) Lo mismo en Platón que en Chaucer, y allende su arista ontológica, la cuestión involucra el problema de la verdad, con todas sus implicancias morales y psicológicas. Será el historicismo semiológico de Michel Foucault el que, en el siempre revisionista siglo XX,  rescate a Cervantes (y específicamente el Quijote) como agente de ruptura de ese consolidado legado filosófico en torno al lenguaje; el siglo XVI había sido, según el intelectual francés, una expresión extrema de aquella concepción del lenguaje. Con la verdadera estoria de Don Quijote, las palabras y las cosas se desvincularían para siempre… (hasta ahora, quizás, añadiría yo…). (G. A.)
[5] Ver E. D. Hirsh Jr, The Philosophy of Composition (Filosofía de la composición), Chicago y Londres, University of Chicago Press1977, 1977. (Como el resto de las citas, nota del autor.)
[6] Cfr David R. Olson, “On the language and authority in textbooks” (“Sobre el lenguaje y la autoridad en los libros de texto”), Journal of Communication, 30 (4) (invierno), 1980, pp. 186-196.
[7]  Ver D. R. Olson, artículo citado arriba; Wallace L. Chafe, “Integration and involvement in speaking, writing, and oral literatura” (“Integración y participación en el hablar, el escribir y la literature oral”), en Deborah Tannen (comp), Spoken and Written Language: Exploring Orality and Literacy (Lengua hablada y escrita: Explorando la oralidad y la literaturidad), Norwood, 1982.
[8]  Tenga en cuenta el lector que el presente escrito salió a la luz  en 1982. (G. A.)
[9] A fortiori (loc. lat.): forzosamente, como consecuencia forzosa. (G. A.)
[10] Citado en Martin Lowry, The World of Aldus Manutius: Business and Scholarship in Renaissance Venice (El mundo de Aldus Manutius: Negocios y erudición en la Venecia del Renacimiento), Ithaca, N. Y., Cornell University Press, 1979.
[11]  Eric A. Havelock, Preface to Plato (Prefacio a Platón), Cambridge, Mass., Belknap Press of Harvard University Press, 1963.
[12] En Odas, III, v. 301 se lee que esos versos son un “monumentum aere pennium” (“un monumento más duradero que el bronce”). (G. A.)
[13] Fonema: unidad mínima fonológica (o sea, del conjunto total de oposiciones funcionales distintivas de una lengua) cuyo contraste con otras permite diferenciar significados. Ej.: p y m son fonemas en castellano, cuyo valor distintivo puede constatarse en pares como pero / mero o trapo / tramo. (G. A.)


Imagen de portada: Tabilla en escritura cuneiforme, ca. siglo 24º a. C. (Colección Kirkor Minassian, Congreso de los EEUU)




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