19 de octubre de 2013

LA MALDICIÓN DE BABEL (VIII) / LA CARPA Y LA GRULLA: ARTE Y MISTERIOS DE LA ESCRITURA EN CHINO






LAO-TZU en su exilio hacia el oeste (aguada)



CHINA:

Aspectos y funciones psicológicos de la escritura


Por
Jacques Gernet



 Las relaciones entre psicología y escritura tienen doble sentido. Necesidades de orden psicológico han influido sobre la escritura en el curso de la historia: sobre su creación, su desarrollo, sus formas diversas y el sistema más o menos organizado que ella constituye. Pero, de rechazo, los efectos de la escritura sobre la “psicología de los pueblos” son, sin duda, mucho más profundos de lo que por lo general sentiríamos la tentación de creer. Sin duda, es este segundo aspecto del problema, con mucho, el más rico. En él, asimismo, puede adelantar la investigación de manera menos conjetural, pues se de ordinario conocemos bastante mal las condiciones en que la escritura ha nacido y se ha modificado, en cambio no carecemos de datos sobre las incidencias psicológicas de la escritura.

¿Qué itinerario adoptar y cómo hacer firme el paso en un dominio en que, de no haber barreras, la tentación sería no dar sino impresiones personales y azarosas? En todo caso, no puede admitirse que los pueblos, precisamente por lo que tienen de popular y espontáneo, hayan ejercido una influencia decisiva sobre la formación y el desarrollo de la escritura, ya que la historia nos enseña, muy al contrario, que este instrumento del poder político y religioso (y lo más antiguo: de un poder cuyas funciones políticas y religiosas estaban confundidas indisolublemente) durante largo tiempo no pasó de ser un legado de un número reducido de especialistas o de grupos sociales privilegiados. Son, en efecto, los datos de la historia los que deben guiarnos: es claro que las funciones y los aspectos psicológicos de la escritura están en estrecha relación con sus empleos y con los grupos sociales más o menos restringidos que se han reservado su uso y a quienes interesaba su conservación.

En el caso de China, el tema es tan rico, tan extenso en el tiempo, y merecería tantos trabajos, que no podré más que rozar ciertas cuestiones e indicar cuáles me parecen ser las grandes líneas de una evolución. Desearía mostrar principalmente cómo esta función de pura comunicación intelectual, de transmisión de un contenido semántico con exclusión de todo otro elemento, que es la función que atribuimos hoy a la escritura, sólo despacio se ha desprendido, y por etapas, y cómo tales etapas corresponden a modificaciones sociales que han acarreado extensiones sucesivas de los empleos de la escritura y de su aplicación efectiva. En suma, es toda la historia del espíritu humano la que se ve envuelta en la de las funciones y del lugar de la escritura en la sociedad. Aquí el testimonio de China es sin duda excepcional. En efecto, los datos chinos se extienden por más de tres milenios, y serían superabundantes con sólo que se hiciese una recopilación sistemática, ya que los chinos han concedido siempre gran interés a su escritura y a su historia. Pero sobre todo, el tipo de escritura que se ha desenvuelto y mantenido en esta parte del mundo es profundamente diferente de los que se han impuesto por doquier. Toda escritura es para nosotros una transcripción más o menos exacta de l0s sonidos del lenguaje, y el hecho es que China y Japón son hoy los únicos países en que la escritura no es de tipo alfabético. Desde sus comienzos hasta nuestros días, la escritura china no ha dejado de ser, en principio, un repertorio de signos, cada uno de los cuales corresponde a un semantema [i]. Aun si se carece de todo conocimiento de los hechos chinos, se presiente el interés que puede exhibir el estudio de los aspectos y funciones psicológicos de semejante escritura en los distintos momentos de la evolución histórica. Ahora bien, esta evolución ha sido mucho más considerable de lo que han hecho pensar de ordinario ideas estereotipadas y demasiado difundidas, relativas a la inmovilidad de las sociedades orientales.


Pero antes de abordar las cuestiones que nos interesan directamente, no está de más precisar con qué tipo de escritura nos encontramos en China, e indicar las razones propiamente técnicas que lo han impuesto y que de ahí en adelante han vuelto necesario su mantenimiento. Esto será con la intención de mejor apreciar el margen dejado a la psicología y la independencia que le imponen de hecho ciertas condiciones objetivas.



El más antiguo papel chino hallado
(Lou-Lan, Turquestán, s. II d. C.)


Desde los primeros especimenes que de ella se conocen, hacia 1400 a. C., la escritura china tiene el aspecto de una especie de álgebra. En tanto que la pictografía se mantiene en otras partes, como en los jeroglíficos egipcios o las escrituras maya o azteca, con una profusión de detalles sorprendente, la estilización y la economía de medios han llevado tan lejos en la escritura china más antigua conocida, que los signos tienen mucho más a menudo aire de “letras” que de dibujos. Pero, por añadidura, en su constitución misma, esta escritura abunda en formaciones abstractas (signos vueltos, opuestos, rasgos que marcan tal o cual parte de un signo) y en combinaciones de signos simples que sirven para crear nuevos símbolos. Así, desde sus primeros testimonios, la escritura china parece haber ido mucho más adelante por el camino de la notación ideográfica que cualquier otro tipo de escritura. Es verdad que, desde aquel momento, y sobre todo durante épocas ulteriores, esta escritura ha recurrido más o menos a los préstamos fonéticos, con lo cual algunos signos se emplearon en virtud de su sonido, independientemente de su sentido original. Pero este empleo fonético de los signos jamás ha podido llegar al  grado de alterar en principio la escritura china y de ponerla en la vía de la notación fonética. En efecto, en una lengua monosilábica, como lo era el chino antiguo, los rasgos distintivos que se hallan agrupados en una sola emisión de voz son necesariamente más numerosos que en las sílabas de una lengua polisilábica, hasta el punto de que cada signo de escritura no puede en la práctica servir más que para la notación de una sola palabra, salvo en los casos relativamente limitados de homofonía. La escritura refleja, pues, el estado de la lengua: cada palabra-sílaba tiene generalmente una pronunciación que le es particular y no puede, en teoría, ser denotada más que por un signo que se aplica únicamente a ella, con exclusión de todas las demás. Así, al carácter sintético de la palabra-sílaba desde el punto de vista fonético responde el carácter sintético del signo desde el punto de vista gráfico. No van así las cosas en una lengua polisilábica, ya que los mismos signos pueden servir varias veces: la constitución de un silabario resulta posible y acaba por imponerse su uso, por razones de economía, cuando esa técnica más o menos secreta y sagrada que parece haber sido la escritura en un principio acaba por convertirse en vulgar medio de comunicación.

Sin duda los riesgos de confusión y las dificultades de lectura no han sido redhibitorios [ii] nunca, y muchas escrituras han funcionado a pesar de tales inconvenientes. Tal fue acaso lo que ocurrió a la escritura china en el período turbulento que va del siglo V a la fundación del Imperio en 221 a. C. Lo que se sabe parece indicar que los empleos fonéticos de caracteres de escritura para la notación de homófonos [= palabras de idéntica realización fonética] y de palabras de pronunciaciones afines fueron aun más frecuentes que en la época arcaica. Por lo demás, la fragmentación de China en varios estados tuvo entonces por consecuencia un desenvolvimiento independiente de las grafías y de los estilos. El desgaste fonético, desigual según los dialectos, y la evolución independiente de dichos dialectos, fueron causa de confusión más grave aun. Así, cuando el poder imperial, después de la unificación política, emprendió la unificación de la escritura, recogió superabundancia de formas gráficas, de las cuales hubo que eliminar buena parte. Pero asimismo, a fin de evitar las confusiones, pareció necesario distinguir los que podrían llamarse hologramas. Tal es el origen de las “claves” de la escritura china, signos simples destinados a marcar con qué categoría de objetos estaba en relación el carácter entero. Este tipo de formación (clave + fonética) ha sido, como es sabido, muy prolífico. Pero como desde el principio del Imperio las “fonéticas” no podían de hecho suministrar más que una indicación muy aproximativa de las pronunciaciones, variables según las regiones, y sólo el carácter en conjunto podía permitir identificarlo con tal o cual palabra del idioma, es claro que esta reforma, lejos de señalar un progreso en el sentido de la notación fonética era, al contrario, uno de los medios a los que recurrió el poder central para unificar, ya que no la lengua, al menos la escritura, y para imponer con fines administrativos una lengua gráfica que pudieran entender en todas partes del Imperio, independientemente de las diversidades dialectales. El fundador de la unidad imperial y sus consejeros fueron sin duda responsables de esta concepción audaz, que representó la fortuna del chino como lengua escrita de civilización y le aseguró una duración y una extensión tan sorprendentes. La lengua gráfica oficial que fue establecida como norma prácticamente inmutable desde fines del siglo III a. C. hasta nuestros días, no ha dejado de enriquecerse al correr de los siglos, primero sirviendo para notas los Clásicos y otros textos anteriores a la fundación del Imperio y después por el uso que de ella hicieron generaciones de funcionarios y de escritores, en tanto que se acentuaba la evolución fonética de los dialectos, hasta el punto de que la sustitución de los caracteres de la escritura por una transcripción fonética no pasó de ser cosa inconcebible hasta la adopción de una lengua nacional fundada en el habla de Pekín y el abandono de la lengua escrita de los letrados.


El carácter artificial y sabio de la escritura china más antigua invita a suponer que era patrimonio más o menos secreto de un cuerpo de especialistas, cosa que confirman la arqueología y la historia. Los primeros signos que poseemos están sobre huesos de carnero y carapachos de tortuga que servían para adivinar mediante el fuego. Los trazaron adivinos de la corte real de los Shang (siglos XVI-XI a. C.). Intérpretes de todo lo que es dibujo y se llama wen [iii] (grietas producidas por el fuego en los carapachos previamente santificados, signos celestes, constelaciones…), estos escribas adivinos acaso manejaran asimismo las varitas de aquilea destinadas a obtener combinaciones de líneas interrumpidas o continuas, con significados esotéricos [iv]. Es significativo que la escritura se contara antiguamente entre las Seis Artes: ritos, música, tiro al arco, guiar carros, escritura y ciencia de los números (o sea esencialmente ciencia adivinatoria), disciplinas que, según la tradición confuciana, tendían a la formación de buena gente, pero que en un principio parecen haber sido artes nobles de carácter mágico. Implicaban dominio psicosomático, prueba de “sabiduría” (xian), que habilitaba para el mando (lo cual es particularmente sensible en el caso del tiro al arco).



Réplica de caparazón de tortuga
con inscripciones oraculares
El período de formación de la escritura china nos es desconocido. Pero puede suponerse que los motivos que incitaron a recurrir ante todo al dibujo, aun estilizado, fueron por cierto de carácter mágico-religioso. Ya se ha observado con harta frecuencia: el dibujo es un modo de aprehensión de los seres y de su esencia, tan eficaz como el verbo. Hay una magia del dibujo como la hay de la palabra. Hasta el punto de que no es imposible que al principio la escritura no haya sido lo que para nosotros es – una especie de calco de la palabra-, sino, en el plano de las prácticas mágicas y religiosas, un modo de acción paralelo y diferente. Los hechos chinos parecen confirmar semejante paralelismo y apuntan a una interpretación así.


El ritual de juramento entre reinos, del siglo VIII al V a. C., revela que a algunas divinidades se les informaba del acto oralmente, y a otras por escrito. Las partes se frotaban los labios con sangre de la víctima ante un montículo en que el animal había sido sacrificado. Pronunciaban entonces en voz alta el texto del juramento que estaba inscrito en una tablilla, la cual era enterrada acto seguido encima del cuerpo de la víctima, sin duda a fin de hacer conocer el acto a las divinidades del mundo subterráneo. De modo análogo, en ocasión de los ritos solemnes que se realizaban en las cortes reales (y señoriales), y que conocemos por inscripciones en bronce de la primera mitad del primer milenio, el texto de las donaciones, de los nombramientos, de las investiduras, de los procesos judiciales, se inscribía en una tablilla, que se leía en voz alta en el templo de los antepasados reales y que reproducían luego los beneficiarios en vasos destinados al culto: los espíritus ancestrales, atraídos por el aroma y el humo de las ofrendas se enteraban así. En una tableta con un contrato del siglo IX d. C. relativo a la compra de un túmulo funerario figuran las fórmulas siguientes que se inspiran sin duda, con su paralelismo, en una tradición mucho más antigua: “El texto de este contrato ha sido escrito por la Carpa; lo ha leído la Grulla. Que la Carpa descienda a las profundidades de las Fuentes Amarillas [residencia de los muertos]; que la Grulla suba al Cielo”.

Parece, pues, que hubiera antiguamente en China una especialización de empleos de la palabra y el escrito en los ritos religiosos. La palabra se dirigía de preferencia a las divinidades del mundo visible y a los antepasados promovidos a la condición de dioses, divinidades bienhechoras; el escrito, a las potencias punitivas y vengadoras del mundo ctónico. En todos los casos, entre la época de las inscripciones en huesos y escamas del fin de los Shang y el siglo VII a. C., parece que, en efecto, la escritura no pasó de ser patrimonio de colegios de escribas versados en las ciencias adivinatorias –y, por ello, servían de asistentes a los príncipes en las ceremonias religiosas. La escritura tuvo entonces, sin duda, por función esencial, permitir, en la adivinación y las prácticas religiosas, una especie de comunicación con el mundo de los dioses y de los espíritus. Se comprenderá la potencia temible que seguramente se le reconocía, y el respeto mezclado de desconfianza que debía de rodear a los especialistas en escritura. Sin duda esta potencia de la escritura excluyó por mucho tiempo usos profanos, en una sociedad prisionera de sus ritos en sus actos y su forma de pensamiento.


Las funciones del “hacedor de tablillas” (zuo ce), adivino y astrónomo, probablemente a partir del siglo VIII se extendieron a la redacción de los anales reales. No es éste, contra lo que pudiera creerse, un empleo del todo profano de la escritura, sino ritual, por el contrario.[v] Asimismo, la redacción de las primeras leyes penales, cuyo texto fue grabado en calderos de bronce en 535 a. C., no constituye tampoco una radical novedad; siguen siendo fórmulas eficaces, verba sacra, inscritas en bronce. Con todo, la aparición de los anales y de las leyes escritas es ya índice de los progresos del poder político. Anuncian los cambios por venir.

Para que la escritura sirviera principalmente a otros fines aparte del rito y para que al mismo tiempo se modificasen las funciones psicológicas de la escritura, se requería una profunda revolución. La etapa decisiva en la historia de la escritura en China será atravesada durante este período revolucionario que se inicia a fines del siglo VI y termina con la unificación imperio de 221 a. C. Aunque tengamos que conformarnos con suponer la importancia de su evolución en el curso del milenio precedente, el mundo chino sin duda no permaneció inmutable hasta entonces. Pero el poderío de la religión, de los ritos y de las jerarquías seguía impertérrito. Pero las cosas cambiarían a raíz de los progresos del Estado y de la centralización política. Esta modificación del mundo chino, insensible al comienzo pero que se acelerará con el tiempo, tuvo por primer efecto generalizar las aplicaciones de la escritura a fines propiamente administrativos y profanos. Pero provocó, sobre todo, a la larga, una disociación de lo político y lo religioso, entre las artes de la guerra y del gobierno, por una parte, y los ritos y la moral, por otra; de esta ruptura nacería el pensamiento positivo. A partir de entonces no fueron ya sólo especialistas en las cosas invisibles y divinas quienes usaron la escritura, sino gente hábil en las técnicas diversas que más necesitaban los estados nacientes para asegurar su poderío: estrategia, balística, diplomacia, agricultura, métodos de gobierno, fiscalía, derecho penal… Fue en este momento sin duda cuando se desenvolvieron formas diversas de escritura, en relación con los distintos usos: cursiva para la notación estenográfica de la palabra, escritura oficial, sigilar, escritura de las estelas…

Así, la escritura tiende en esta época a convertirse en un simple útil de comunicación, de registro y de expresión del pensamiento. Lo asombroso es que, pese a las transformaciones radicales que sufre el mundo chino durante los tres siglos que precedieron a la formación del Imperio, no se convirtiera del todo en tal cosa, y que conservara, por el contrario, en algunos de sus usos, todo su prestigio, con persistencia de los nexos con la magia, adivinación y la religión.

Que la escritura, a pesar de cumplir esas funciones profanas que nos parece serles inherentes, no haya dejado de ser cosa eficaz, benéfica o nefasta, es algo de que hay innumerables pruebas durante toda la historia de la China imperial. Y estos testimonios, como corresponden a diferentes medios de una sociedad cada vez más compleja, indican que los aspectos mágico-religiosos de la escritura residen, también ellos, en niveles diferentes. Pudiéramos quedarnos con dos series principales de hechos: los que atañes a los empleos oficiales –especialmente imperiales- de la escritura, y los que conciernen a sus empleos populares. Tendré que contentarme con unas pocas palabras, pues el estudio detallado de estas prácticas está por hacer[se], y merecería ser hecho.




Asociación acumulativa de signos:UNO + HOMO = GRANDE;
el carácter CIELO superándose, con UNO por encima de GRANDE,
y resultando en el de HOMBRE;
el de LOTO formándose de HOMBRE + HIERBA


(F. Cheng,
 La escritura poética china)


Cuando el poder imperial se afianza bajo los primeros Han (siglos II y I a. C.), la moral nobiliaria y el ritualismo de la antigüedad fueron restaurados y reinterpretados en provecho del Estado. Es, así, una concepción ritualista de la escritura la que se impuso en los medios dirigentes. Desde entonces el emperador fue el guardián y exclusivo detentador de la norma gráfica, y la escritura se tornó asunto de Estado. Como la escritura era el conjunto de los símbolos que representaban y evocaban a todos los seres del universo, y como se admitía que era privilegio y principal función imperial atribuir a cada quien su nombre y su rango, la escritura no pudo ser modificada por quienes la empleaban. Sólo el emperador estaba facultado para proscribir ciertos signos de éstos, o para lanzar nuevos a la circulación. Durante todo el período imperial, de los Han a los tiempos modernos, gran parte de la actividad política china se consagró a otorgar nombres, elegir caracteres propicios para la designación de las eras, las divinidades, las construcciones oficiales, ciudades, funciones… Los tabúes que afectaban a los nombres de familia y personales de los emperadores se observaban en todo el Imperio.

El prestigio de la escritura explica sin duda, en su originalidad, esa institución específica del mundo chino que constituyen los mandarines: los funcionarios chinos se definen antes que nada como letrados, calígrafos, gente hábil para hacer composiciones literarias y escoger apelativos –o, mejor: signos- eficaces y benéficos. Merced a las virtudes calificadoras de la escritura, su empleo fue concebido en China como un medio de gobierno, y la actividad política era una mezcla, sorprendente a nuestros ojos, de actos rituales, religiosos y positivos.

Como los rostros, los caracteres de la escritura, y particularmente los que expresan la individualidad (apellidos y nombres personales), insinúan verdades ocultas. Esto lo demuestra una práctica de adivinación vastamente atestiguada: los caracteres complejos pueden descomponerse en elementos más sencillos que sirven para formar frases oraculares o dichos proféticos.

Por último, en los medios populares o semipopulares, pueden mencionarse los testimonios a favor de los muertos, documentos que se quemaban para que se enterasen los dioses; los encantamientos escritos destinados a los dioses, enterrados (o más raramente sumergidos), lo mismo que en ciertas prácticas de culto oficial.


Se preguntará por qué, después de la profunda revolución en China de los Reinos Combatientes (siglos V-III), y del notable desarrollo del pensamiento positivo que acarreó, la escritura conservó parte de las funciones psicológicas de que disponía anteriormente. Esto se debe por una parte a la instauración de un poder político fundado en el rito, pero también, y sin duda en grado esencial, a que la escritura china es un repertorio de símbolos distintos y singularizados.

Como la escritura no paró, en China, en un análisis fonético del lenguaje, jamás se la ha podido apreciar como calco más o menos fiel de la palabra; de ahí que el signo gráfico, símbolo de una realidad única y singular como él, haya conservado mucho de su prestigio primitivo. No hay que creer que en la antigua China no tuviera la palabra la misma eficacia que la escritura, pero su potencia pudo ser parcialmente eclipsada por la del escrito. Por el contrario, en las civilizaciones en las que la escritura evolucionó bastante temprano hacia el silabario o el alfabeto, es el verbo el que concentra en él, en definitiva, todas las potencias de la creación religiosa y mágica. Y es, en efecto, notable, que en China no se encuentre esa valoración pasmosa de la palabra, del verbo, de la sílaba o de la vocal que vemos atestiguadas en todas las grandes civilizaciones antiguas, de la cuenca del Mediterráneo a la India.

Los caracteres de la escritura china están lo bastante singularizados  para servir inmediatamente como marcas (marcas que conceden poder, marcas de identidad, de propiedad, de fábrica…): los sellos chinos incluyen caracteres, por regla general. No ocurre otro tanto en las civilizaciones de Occidente o del Cercano Oriente, donde lo que es de rigor en los sellos es el dibujo. Silabarios y alfabetos están constituidos por signos demasiado uniformes para servir de marcas. Sobre todo, ninguno de ellos caracteriza una realidad única, pues cada uno, por el contrario, entra en composición en un número indefinido de palabras escritas.

El nombre escrito puede ser en China sustituto de toda representación de la persona (estatua o dibujo). Así, en el momento en que se hace entrar el alma del difunto en su tablilla funeraria, se inscriben en ella los caracteres de su nombre. Los dioses que velan en las puertas de las casas e impiden la entada a los malos genios son representados ora por pinturas, ora nada más por su nombre escrito. Por último, todos sabemos que muy a menudo los signos de la escritura sirven en China para expresar deseos. Los caracteres que significan felicidad, longevidad, éxito en la carrera de mandarín, riqueza, se reproducen hasta la saciedad en joyas, vestidos, mobiliario, y en formas extremadamente variadas. Semejante uso es particular de China y carece de equivalente en las demás civilizaciones, en las que la escritura es una descomposición fonética del lenguaje. Si lo caracteres del lenguaje sirven así en China para expresar deseos, es ante todo porque tienen formas específicas, correspondientes únicamente a la realidad que les incumbe recordar, y en segundo lugar en razón de su valor estético y de su función ornamental.


  
Componentes simbólicos primigenios del signo complejo XÍ KÁN - hexagrama 29 del I Ching: LO ABISMAL), en el fascinante tratamiento hermenéutico de LiSe Hayboer. A saber: 1) ALAS (o EL VOLAR); 2) SOL (eventualmente BLANCO); 3) TIERRA; y 4) EXHALAR, EXHAUSTO, CARENCIA (de aliento o dinero). Todo produciendo el conjunto que expresa, simultáneamente, 'agua que cae', 'abismo / barranco', 'arrojarse (a ciegas)', 'peligro inevitable'..., bajo el imperio de la doble repetición: aprendizaje inspirado en la virtud y dirigido al éxito mediante la experiencia límite de lo terrorífico. Fuente: "I Ching, Oracle of the Sun", www.yijing.nl, con permiso expreso de la autora, a quien agradezco su generosidad y su maravilloso trabajo.



Los signos de la escritura se incorporan a la esencia de los seres, pero también a la inversa, el autógrafo retiene parte de la personalidad del autor. Los escritos de mano del emperador siempre han sido en China objeto de una especie de veneración. Los chinos han concebido el arte caligráfico como una técnica propia para la adquisición de ciertas virtudes y el dominio de este arte como prueba de calidades eminentes. “La palabra es la voz del espíritu, la escritura el dibujo del espíritu – afirma un autor de fines del siglo I a. C.-. Gracias a las indicaciones de la voz y del dibujo se reconocen el hombre de bien (el hombre cultivado de las altas clases) y el hombre de poca monta.” Puede decirse que la caligrafía ha tenido entre los letrados chinos, al menos hasta la época de los Tang (siglos VII-X), las funciones de una ascesis casi religiosa, y se sabe de algún monje budista que no tuvo otra ocupación, aislado en lo alto de un pabellón durante treinta años. La copia incansable de las inscripciones y de las caligrafías célebres se concebía como un medio para asimilar el genio propio del escritor o de su época. “Cuando las costumbres cambian –dice un autor de la época de los Tang-, cambia también la escritura.” Se ve, pues, que la idea de la grafología, si no la técnica, es vieja en China. Además, el interés concedido a este arte no figurativo que es la caligrafía suscitó muy pronto un análisis estético y de concepciones que no han salido a la luz hasta época mucho más tardía en Occidente, donde duraba la adhesión al realismo clásico. Los críticos chinos establecieron una distinción entre la belleza formal y el equilibrio por una parte, la fuerza interna y la inspiración por otra. El concurso de estas dos cualidades distintas era, a sus ojos, necesario para que la obra caligráfica fuese perfecta: “Si no hay más que fuerza, y falta la belleza, los caracteres parecerán grandes bloques de piedra árida. Si no hay sino belleza, y falta la fuerza, parecerán magníficos nenúfares sin raíces”. De este modo, la caligrafía ha influido profundamente sobre las concepciones pictóricas, ya que la pintura, arte del trazo, no se distingue tradicionalmente de la caligrafía.

Si la escritura china ha hecho nacer tan pronto un arte sabio y complejo, es a causa de su riqueza gráfica y de la estilización de sus formas: también sus funciones y sus aspectos estéticos son más ricos que los de las demás escrituras. No tiene solamente valor ornamental como la escritura jeroglífica egipcia petrificada en formas inmutables, o como la escritura árabe: constituye un arte en sí misma y el temperamento individual del calígrafo se expresa en ella. De ahí que los procedimientos de reproducción fiel de la caligrafía se desarrollasen en China antes que las técnicas orientadas apenas a la difusión  corriente de los textos. La práctica de la estampación en piedra parece remontarse a los alrededores del año 500 a. C., pero dura aún porque constituye un modo de reproducción barato y exacto de las bellas caligrafías: no es la imprenta, que apunta a la satisfacción de necesidades muy distintas.

Existen dos actitudes profundamente diferentes a propósito de la escritura, según que lo escrito se haga para durar (estelas, bronces), o para ser comunicado y difundido, cuando lo que importa sobre todo no es tanto la duración sino la multiplicación. La primera actitud, de apego a la letra y a su duración –hay que añadir: a su forma- es anterior a la segunda en la historia de las escrituras. Ha subsistido largo tiempo en China en las clases de los letrados y hasta se ha mantenido después de la invención de la imprenta. Esto es lo que explica, en parte, la lentitud con que la técnica de reproducción xilográfica se difundió por China. Estaba en uso desde los siglos VIII y IX en los medios populares y en las comunidades religiosas, donde servía para reproducir calendarios, almanaques, diccionarios elementales, talismanes, fórmulas mágicas y pequeños textos sagrados. En un caso, la reproducción pretendía satisfacer necesidades profanas, en otro, necesidades religiosas, particularmente de los budistas. En efecto, el budismo hace hincapié en las particulares virtudes de la multiplicación de los textos sagrados y de las fórmulas mágicas. Pero se requirieron cerca de dos siglos para que esta técnica popular fuera de veras adoptada por las clases altas. Los clásicos, con sus comentarios autorizados, no se imprimieron por vez primera, a expensas públicas, hasta el siglo X, y esto no fue precisamente para que estos textos se difundieran más, sino porque la xilografía apareció al principio como equivalente provisorio de la inscripción en piedra. El Estado no tenía entonces ni los fondos ni la tranquilidad necesarios para emprender una obra tan larga y costosa como el grabado tradicional en estelas. En efecto, lo importante no era difundir, sino sólo fijar el texto de los clásicos y el de su interpretación oficial. Asimismo, decretos imperiales prohibieron, al comenzar la xilografía en China, la impresión privada de los clásicos, y también la de calendarios, ya que establecer éstos era también privilegio del poder central.




El legendario iniciado Fu-Hsi, padre virtual de la escritura en chino.
Aquí, exhibiendo los trigramas germinales del I Ching, del que fue su transmisor originario.


En tanto que las escrituras alfabéticas están ligadas bastante estrechamente a la realidad cambiante que es el lenguaje, lo que hizo de la escritura china –y de la lengua escrita china- un notable instrumento de civilización, fue su independencia con respecto a la evolución fonética y a las diversidades dialectales e inclusive lingüísticas. Los japoneses –cuya lengua, con todo, difiere tanto del chino, por su polisilabismo y su sintaxis- extrajeron todo su vocabulario gráfico culto de China. Este legado pesa tanto y tiene tanto valor desde el punto de vista semántico y desde el estético, que los japoneses no han conseguido decidirse a sacrificarlo a favor de una escritura alfabética que acarrearía una confusión de los sonidos y de las formas. Incluso en China, la persistencia de las grafías desde la antigüedad hasta nuestros días ha tenido consecuencias análogas: como los caracteres de la escritura no han cambiado de forma, han registrado en el curso de las edades un número siempre creciente de significaciones. Así también, lo que constituye la dificultad del chino literario no es tanto la riqueza y la complejidad de la escritura –que forma, después de todo, un sistema armonioso y que posee su lógica propia-, como esta multiplicidad de sentidos y de empleos, que provienen de épocas diversas y de usos diferentes de la escritura.

Este enriquecimiento ininterrumpido de la lengua escrita que hizo de la escritura una especie de depositaria de toda la herencia cultural de China, ha tenido por consecuencia reducir la lengua hablada al más humilde papel: el de la expresión de trivialidades cotidianas. He aquí sin duda algo que explica por una parte el lugar que ocupa la escritura en la civilización china y el de las clases de letrados en aquella sociedad. Esta situación anormal se ha mantenido tanto como las estructuras sociales de las que rinde testimonio a su manera. La ruptura no ha llegado hasta época reciente, a principios del siglo [XX]. Inclusive hoy en día, las necesidades modernas de enseñanza, de comunicación, de difusión, la unificación lingüística y la fijación de una lengua culta de tipo disilábico, inspirada en la lengua hablada, deben conducir lógicamente al abandono de una escritura inútilmente complicada, desde el momento en que no tiene más misión que servir de notación para una lengua comprensible al oído. Sólo el atractivo estético y sentimental que tiene para los chinos la escritura tradicional la mantiene y la seguirá manteniendo largo tiempo tal vez.


En conclusión, lo que resulta de la historia de los aspectos psicológicos de la escritura en China es que las funciones de pura comunicación se desarrollaron allí mucho más tarde que en las otras civilizaciones. Estas funciones, por decirlo así, han competido con otras, rituales y estéticas principalmente. Las razones parecen ser sobre todo el tipo mismo de escritura propio de China, y las estructuras sociales que allí han persistido hasta fecha muy reciente. Estos dos aspectos, además, no carecen de relaciones mutuas. Recordemos, a este respecto, la influencia indirecta pero muy profunda de la escritura sobre los iletrados que constituyen la gran masa de las poblaciones hasta épocas recentísimas. Es claro que esta influencia es tanto más grave cuanto más complejo es el sistema gráfico: la escritura ha sido en China uno de los instrumentos más eficaces de dominio político.

Hay indiscutiblemente diferencias radicales entre una escritura que se presenta como un repertorio de símbolos distintos y singularizados, y las escrituras silábicas y alfabéticas cuyos signos elementales y poco numerosos desde el principio fungen como herramientas. Y si se consideran desde el punto de vista chino estas escrituras analíticas que son las de las civilizaciones occidentales nuestras, da la impresión de que la invención de estos elementos simples – estos stoichéia- suficientes sin más para notar todas las palabras del lenguaje, sólo pudo deberse a poblaciones comerciantes acostumbradas a manejar esa realidad abstracta y uniforme, común medida de todas las cosas, que es la moneda.

La escritura da testimonio, pues, de esta realidad profunda que ha contribuido a formar y que constituye el genio propio de cada civilización.




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Texto completo de la ponencia de J. Gernet, incluida en el volumen La escritura y la psicología de los pueblos (págs. 23-45), Centro Internacional de Síntesis, trabajos dirigidos por M. Cohen y J. Sainte Fare Garnot, XXII Semana Internacional de Síntesis (3 al 11 de mayo de 1960, sin indicación del lugar ni sede), Siglo XXI Editores, México, 2001. Versión castellana: Juan Almela; 1ª ed. en francés, 1963, con el título L’écriture et la psychologie des peuples.  Se ha eliminado la sección Discusión que subsigue a la exposición (págs. 38-45), así como las tablas cronológica y evolutiva, y un par de muestras caligráficas. Todo el material paratextual es de elección mía.
  






[i] Elemento de la palabra portador de significado. Así, cant en cantar, cantable, cante, etc. Martín S. Ruipérez lo ha definido con toda precisión como “unidad que es término de una oposición significativa de vocabulario... Esta denominación [semantema] hace referencia al plano del significado: en lat., lego legis legem se habla de un semantema leg, entendiendo por tal la forma fónica y su significado”. Boris, Cantineau y otros lingüistas prefieren el término lexema.»  [Lázaro Carreter, F.: Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos, 1968, p. 361] (Tomado de J. Fernández López, recop.] [ G. Aritto]

[ii] Ignoro qué término en francés se traduce aquí por “redhibitorio”. Por si resulta aclaratorio, copio el significado que el Diccionario de la RAE da del verbo “redhibir” y del adjetivo en cuestión; a saber: “(Del lat. redhibere) Deshacer el comprador la venta, según derecho, por no haberle manifestado el vendedor el vicio o gravamen de la cosa vendida”; Redhibitorio: “(Del lat. redhibitorius) Perteneciente o relativo a la redhibición; que da derecho a ella”. [G. Aritto]

[iii] La palabra wen significa ‘conjunto de rasgos’, ‘carácter simple de escritura’. Se aplica a las vetas de las piedras y de la madera; a las constelaciones, representadas por trazos que ligan las estrellas; a los rastros de patas de pájaros y de cuadrúpedos en el suelo (según la tradición china, la observación de tales huellas sugirió la invención de la escritura); a los tatuajes o también, por ejemplo, a los dibujos que adornan los carapachos de tortuga. (“La tortuga es sabia – dice un texto antiguo, significando que posee poderes mágico-religiosos-, pues porta dibujos sobre la espalda.”) El término wen ha designado, por extensión, la literatura y la urbanidad de las costumbres. Son antónimos suyos las palabras wu (guerrero, militar) y zhi (materia bruta, sin pulir ni adornar todavía). [N del A]

[iv] Se trata de las varitas de milenrama – otro nombre de la aquilea-, originariamente utilizadas en la consulta oracular al I Ching, el Libro de la Versatilidad (o Libro de las Mutaciones). Como bien lo sabrá el lector, en la combinatoria de los trigramas (y los ulteriores hexagramas derivados de ellos), las líneas continuas manifiestan energías yang y las discontinuas, energías yin. [G. A.]

[v] Cf. J. Gernet, “Écrit et histoire en Chine” (Journal de Psychologie, enero-marzo, 1959). [N del A]



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