26 de octubre de 2013

OCASO CON CUERVOS







                                      A Antonio Machado


Con profundo alivio, divisé su figura recortada por el filo bermejo del trigal. Anochecía, y los graznidos invisibles reclamaban la complicidad de la luna detrás de los nubarrones soltados por el horizonte. Le hice seña; a punto de tomar el sendero que se estrechaba hacia el valle, la mula que lo llevaba se detuvo. Me esperaron con alguna escondida ansiedad al borde de los cardos. Si me dejas seguir a la grupa contigo, puedes parar sin cuidado en mi casa, del otro lado del río: mi cena es pobre pero alcanzará  para los dos… Un tumultuoso silencio pareció asentir debajo de su capucha oscura. Su rostro borroso se ladeó atajando un remolino de polvo; si era hombre o era mujer no lo supe. Tengo miedo, ¿sabes? – le comenté al montar con mi talego al hombro. Me aplasté el sombrero de paja contra la mollera y me acomodé atrás. Sentí entonces retumbar en mi pecho el golpe de las patas contra la tierra. Vengo de la ciudad, estoy recién avecindado en la aldea, y eso de oír a las comadres murmurar que ya dos parroquianos han regresado sin sus ojos por no lograr espantar a  los cuervos… Nada hizo por completar mi balbuceo de niño asustado, sólo continuó entregado a la torpe inercia de su mula camino abajo. Una aprehensión extraña semejante al respeto quiso que no pudiese asirme a su cintura. Hoy por hoy – insistí inútilmente- estamos todos solos en este mundo. Platicando de sol a sol con nuestra sombra. Y de noche nos queda el consuelo de apretar un fantasma vacío en nuestro lecho, y poco más. En cualquier momento todo se acaba… Pero tuve claro que no era amigo de las palabras, que quizás la mejor paga a su cristiano altruismo sería callarme.

Una repentina racha helada nos envolvió al llegar despacio al borde del río donde hundió sus patas la mula duplicándonos en los añicos de un espejo turbio. Hacia el lado del poniente, la profecía de una tormenta mostró su encía azul. Algo que no entendí resonó detrás de su capa movediza. ¿Me hablaste?..., le pregunté, arriesgando, no sé cómo, una sonrisa mientras me aplastaba el sombrero contra mi cabeza. …Por el pedrusco, no más, vadeando recto es más fácil… Pero mi voz se extravió en el viento, y con ella la violenta espiral de alas erizadas, los cuervos aterrados que estallaron junto a mis manos aferradas al vacío, sobre la torpe mula desganada que siguió conmigo a cuestas, para perderse también en lo hondo del valle que recortaba la guadaña sigilosa de la luna.




GUSTAVO ARITTO

Texto incluido en LA ESPIRAL DE FUEGO. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008.


1 comentario:

  1. Me gusta la manera en que se acerca la muerte. Creo que es un consuelo escuchar que por el pedrusco, vadeando recto es más fácil. Si bien la muerte no perdona a nadie tal vez en algunos casos sea más benévola.
    Me imagino queriendo hablar muerta de miedo con ella, buscándole una cara y andando en esa mula.
    Una vez más, te leo y me lleno de imágenes magníficas.
    Esto me llega como un regalo en un momento especial, para dar la posibilidad de que tal vez la muerte sea en algunos casos CONSIDERADA.
    Gracias !

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