10 de marzo de 2013

"UNA TIERRA SIN CAMINOS" (XIII): KRISHNAMURTI / REFLEXIONES SOBRE LA NATURALEZA Y LO BELLO







"El arte expresa lo que la Naturaleza NO es..."


P. Picasso



                                                   
“No sé si alguno de ustedes habrá notado, temprano por la mañana, la luz del sol sobre las aguas. Cuán extraordinariamente suave es la luz, y cómo danzan las aguas oscuras, con las estrellas matinales encima de los árboles, esa única estrella en el cielo. ¿Han notado algo de eso? ¿O están ustedes tan atareados, tan ocupados con la rutina diaria, que han olvidado o jamás conocieron la belleza de esta tierra, la tierra en la cual todos nosotros debemos vivir? Da igual que nos llamemos comunistas o capitalistas, hindúes, budistas o cristianos, si somos ciegos, rengos, o bien y felices, esta tierra es nuestra. Es nuestra tierra, no de ningún otro; no es sólo la tierra del rico, no pertenece exclusivamente a los dictadores poderosos, a los nobles de la tierra, sino que es nuestra tierra, suya y mía. Nosotros no somos nadie, sin embargo, también vivimos en esta tierra y todos tenemos que vivir juntos. Este es el mundo de los pobres así como de los ricos, de los iletrados como de los educados; es nuestro mundo, y pienso que es muy importante sentir esto y amar la tierra, no sólo ocasionalmente en una serena mañana, sino todo el tiempo.”



De J. Krishnamurti, This Matter of Culture, 23. Traducción del pasaje: G. Aritto.



  



 “La muerte de un árbol es hermosa al ir llegando a su fin, como no lo es la del hombre. Un árbol muerto en el desierto, desvestido de su corteza, pulido por el sol y el viento, todas sus ramas desnudas abiertas a los cielos, es una visión maravillosa. Una enorme secoya de muchos, muchos cientos de años, es cortada en unos pocos minutos para hacer verjas, asientos, y construir casas o abonar el suelo del jardín. El maravilloso gigante se ha ido. El hombre se adentra más y más en lo profundo de los bosques, destruyéndolos para la pastura y la vivienda. Las selvas están desapareciendo. Hay un valle, cuyas colinas circundantes son quizás las más antiguas de la tierra, donde el leopardo cazador, los osos y el venado que podía verse otrora han desaparecido por completo, porque el hombre está por todas partes. La belleza de la tierra está siendo lentamente destruida y profanada. Los automóviles y los altos edificios están apareciendo en los lugares menos esperados. Cuando uno pierde su relación con la naturaleza y los vastos cielos, uno pierde su relación con el hombre."




Del J. Krishnamurti Krishnamurti Foundation Trust Bulletin 56, 1989. Traducción del pasaje: G. Aritto.


Fuente: http://www.jkrishnamurti.org – sitio y archivo digital oficial de las enseñanzas de J. Krishnamurti




 



 “Habiendo perdido el contacto con la naturaleza, tendemos naturalmente a desarrollar capacidades intelectuales. Leemos muchísimos libros, asistimos a innumerables museos y conciertos, mirarnos televisión y tenemos muchos otros entretenimientos. Citamos interminablemente las ideas de otras personas y pensamos y hablamos extensamente acerca del arte. ¿Por qué dependemos tanto del arte? ¿Es una forma de escape, de estimulación? Si estuvieran directamente en contacto con la naturaleza, si observaran el movimiento de un pájaro cuando vuela, si vieran la belleza de cada movimiento del cielo, las sombras de las colinas o la belleza en el rostro de otra persona, ¿piensan que querrían ir a un museo para mirar algún cuadro? Tal vez sea a causa de que no saben cómo mirar todas las cosas que los rodean, que recurren a alguna forma de droga, a fin de estimularse para ver mejor.

Hay una historia acerca de un maestro religioso que acostumbraba hablar todas las mañanas a sus discípulos. Una mañana subió al estrado y estaba a punto de comenzar, cuando un pajarito vino a posarse en el alféizar de la ventana y empezó a cantar; cantó sin cesar y a pleno corazón. Cuando terminó y se fue volando, el maestro dijo: ‘El sermón de esta mañana ha terminado’.

Me parece que una de nuestras mayores dificultades es ver por nosotros mismos con verdadera claridad, no sólo las cosas exteriores sino nuestra vida interna. Cuando decimos que vemos un árbol o una flor o una persona ¿las vemos realmente? ¿O vemos meramente la imagen que la palabra ha creado? O sea: cuando ustedes miran un árbol o una nube en un atardecer pleno de luz y encanto, ¿ven realmente ese árbol, esa nube, los ven no sólo con los ojos o el intelecto sino de manera completa total?

¿Han probado alguna vez mirar una cosa objetiva como un árbol, sin ninguna de las asociaciones, sin ninguno de los conocimientos que han adquirido acerca de él, sin ningún prejuicio, sin ningún juicio, sin palabras que formen una pantalla entre ustedes y el árbol, pantalla que les impide verlo tal como es verdaderamente? Traten de hacerlo y vean qué es lo que realmente ocurre cuando observan el árbol con todo su ser, con la totalidad de su energía. En esa intensidad encontrarán que no hay observador en absoluto, que sólo hay atención. El observador y lo observado existen cuando hay inatención. Si miran algo con atención completa, no hay espacio para un concepto, una fórmula o un recuerdo. Es importante comprender esto, porque vamos a examinar algo que requiere una investigación muy cuidadosa.

Sólo una mente que mira un árbol o las estrellas o las centelleantes aguas de un río con una completa entrega de sí misma sabe qué es la belleza; y cuando vemos de verdad, nos hallamos en un estado de amor. Por lo general, conocemos la belleza mediante la comparación o por intermedio de lo que el hombre ha producido, lo cual implica que atribuimos la belleza a algún objeto. Veo lo que considero que es un bello edificio, y aprecio esa belleza a causa de mi conocimiento de la arquitectura o comparando este edificio con otros que he visto. Pero ahora me pregunto: '¿Existe una belleza sin el objeto?'. Cuando hay un observador, que es el censor, el experimentador, el pensador, no hay belleza, porque entonces la belleza es algo externo, algo que el observador mira y juzga. Pero cuando no hay observador -y esto exige muchísima meditación e investigación-, entonces existe la belleza sin el objeto.

La belleza está en el total abandono del observador y lo observado, y ese abandono de uno mismo sólo es posible cuando hay total austeridad, no la austeridad del sacerdote con su dureza, sus sanciones, sus reglas y su obediencia, no la austeridad en las ropas, en las ideas, en la comida y en la conducta, sino la austeridad de la total sencillez, que es completa humildad. Entonces no hay nada que lograr, no hay escalera para subir por ella; sólo existe el primer paso, y el primer paso es el paso para siempre.

Digamos que uno está caminando a solas o con alguien y que ha dejado de hablar. Se halla rodeado por la naturaleza; no ladra ningún perro, no se oye el ruido de ningún automóvil que pase, ni siquiera el aleteo de un pájaro. Uno está completamente callado y la naturaleza que lo rodea también está totalmente silenciosa. En ese estado de silencio, tanto en el observador como en lo observado -cuando el observador no traduce en pensamientos lo que observa-, en ese silencio hay una calidad de belleza diferente. No hay naturaleza sin observador. Hay un estado de la mente que es de total, completa soledad; la mente está sola, no aislada, sino quieta, en silencio, y ese silencio, esa quietud, es belleza. Cuando ustedes aman, ¿hay un observador? El observador existe solamente cuando hay deseo y placer. Cuando el deseo y el placer no están asociados con el amor, entonces el amor es intenso. Igual que la belleza, es algo totalmente nuevo cada día. Como he dicho, no tiene ni ayer ni mañana.

[…]

¿Es posible afrontar cada problema sin este intervalo de espacio-tiempo, sin la brecha entre uno mismo y la cosa que uno tiene? Es posible sólo cuando el observador no tiene continuidad, el observador que es el constructor de la imagen, el observador que es una colección de recuerdos e ideas, un manojo de abstracciones.

Cuando uno mira las estrellas, ahí está el 'uno' que mira las estrellas en el cielo; el cielo está colmado de brillantes estrellas, el aire es fresco, y ahí está 'uno', el observador, el experimentador, el pensador con su corazón adolorido, ahí está uno, el centro, creando espacio. Nunca entenderemos esto del espacio entre uno mismo y las estrellas, entre uno mismo y la esposa, el esposo o el amigo, porque jamás hemos mirado sin la imagen, y por eso no sabemos qué es la belleza, qué es el amor. Hablamos y escribimos al respecto, pero jamás lo hemos conocido excepto, quizás, en raros instantes de total olvido de nosotros mismos. De modo que mientras existe un centro creando espacio a su alrededor, no hay amor ni belleza. Cuando no existen ni centro ni circunferencia, entonces hay amor. Y cuando amamos, somos belleza.

Cuando miramos un rostro que tenemos frente a nosotros, estamos mirando desde un centro, y el centro crea el espacio entre persona y persona; por eso nuestras vidas son tan vacías e insensibles. No es posible cultivar el amor o la belleza, ni inventar la verdad, pero si estamos todo el tiempo atentos a lo que hacemos, podemos cultivar la percepción alerta. Y desde esa percepción alerta comenzaremos a ver la naturaleza del placer, del deseo y del dolor, y la completa soledad y el hastío del hombre; entonces comenzaremos a dar con esa cosa llamada 'el espacio'.

Cuando haya espacio entre nosotros y el objeto que estamos observando, sabremos que no hay amor; y sin amor, por mucho que tratemos de reformar al mundo o de producir un nuevo orden social, por mucho que hablemos de mejoras, sólo crearemos dolor. De modo que ello depende de ustedes. No hay líder, no hay maestro, no hay nadie que les diga lo que deben hacer. Están solos en este mundo demente y brutal.”




Hatkushika Hokusai (una versión del Monte Fuji)


La Naturaleza y el Medio (tomado de El último Diario), Editorial Planeta – Biblioteca Krishnamurti-, Buenos Aires, 1994












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