20 de marzo de 2013

"UNA TIERRA SIN CAMINOS" (XXI): EL "INCONSCIENTE" SIN SECRETOS DE J. KRISHNAMURTI














“Los verdaderos secretos no pueden revelarse.”
C. G. Jung

                                                 





“Cuando usted se dé cuenta de su condicionamiento, comprenderá la totalidad de su conciencia. La conciencia es el campo total donde funciona el pensamiento y existen las relaciones. Todos los motivos, intenciones, deseos, placeres, temores, inspiraciones, anhelos, esperanzas, penas y alegrías están en este campo. Pero nosotros hemos dividido esta conciencia en activa y latente, en el nivel superior y el nivel inferior ‑esto es, en la superficie, todos los pensamientos, sentimientos y actividades diarias, y debajo de ellos, la llamada subconsciencia donde están las cosas con las que no estamos familiarizados y que se manifiestan ocasionalmente por medio de ciertas insinuaciones, sueños y percepciones intuitivas‑.
Nos ocupamos de un pequeño rincón de la conciencia donde pasamos casi toda nuestra vida pero no sabemos cómo penetrar en la subconsciencia con todas sus motivaciones, sus temores, sus cualidades raciales y heredadas. Ahora, yo me pregunto: “¿Existe en absoluto el llamado subconsciente?” Usamos esa palabra con demasiada libertad. Hemos aceptado que tal cosa existe, y todas las frases y la jerga de los analistas y psicólogos se nos han colado en el lenguaje; pero, ¿existe tal cosa? ¿Y por qué le damos tan extraordinaria importancia? A mí me parece que es tan trivial y estúpida como la mente consciente; igual de estrecha, fanática, condicionada, impaciente y falsa como el oropel.
Pues bien, ¿es posible que se dé uno cuenta totalmente de todo el campo de la conciencia y no sólo de una parte, de un fragmento? Si usted es capaz de ser consciente de la totalidad, estará actuando siempre con atención completa, no con atención parcial. Es importante que se comprenda esto porque cuando usted se da cuenta por completo de todo el campo de su conciencia, no hay fricción. La hay sólo cuando usted divide la conciencia en diferentes niveles, pues toda ella es pensamiento, sentimiento y acción.
Vivimos fragmentados. Usted es una cosa en la oficina y otra en la casa; habla de democracia, y en su corazón es autócrata; habla de amar a su vecino, pero lo mata con la competencia; existe una parte de usted trabajando, observando, independientemente de la otra. ¿Se da usted cuenta de esta existencia fragmentaria en usted mismo? ¿Y es posible para un cerebro que ha dividido en pedazos su propio funcionamiento, su propio pensar, es posible que tal cerebro se dé cuenta de la totalidad del campo donde opera? ¿Es posible mirar la totalidad de la conciencia de manera completa, absoluta, lo cual implicaría que somos seres humanos totalmente?
Si para tratar de comprender la estructura compleja del “mí”, del “yo”, con toda su extraordinaria complejidad, usted va paso a paso, descubriendo capa por capa, examinando cada pensamiento, sentimiento e intención, se encontrará atrapado en el proceso analítico, que puede tomarle semanas, meses, años. Y cuando usted da entrada al tiempo en el proceso de comprenderse usted mismo, ha de tener en cuenta cada forma de distorsión, porque el yo es una entidad compleja, viva, en movimiento, que esta luchando, deseando, rechazando, bajo presiones, tensiones e influencias de toda clase, las cuales obran sobre él continuamente. Así descubrirá por usted mismo que éste no es el camino, comprenderá que sólo hay un modo de mirarse: mirarse inmediatamente, totalmente, sin contar con el tiempo. Y sólo puede ver la totalidad de usted mismo cuando la mente no está fragmentada. Lo que usted ve en la totalidad es la verdad.
Y, bien, ¿puede usted hacer esto? La mayoría de nosotros no podemos porque nunca nos acercamos al problema seriamente, nunca nos miramos en realidad a nosotros mismos. Nunca. Culpamos a otros, explicamos de alguna manera las cosas, o nos asustamos de mirarlas. Pero cuando usted se observe totalmente, pondrá toda su atención, todo su ser, todo lo que es usted, sus ojos, sus oídos, sus nervios, prestará atención en completo olvido de sí mismo, y entonces no habrá lugar para el temor ni para la contradicción, ni, por lo tanto, para el conflicto.


Atención no es lo mismo que concentración. La concentración es exclusión; la atención, que implica estar consciente ‑to be aware‑, no excluye nada. Me parece que la mayoría de nosotros no estamos totalmente conscientes de lo que hablamos, tampoco de lo que nos rodea: los colores, las personas, las formas de los árboles, las nubes, el movimiento del agua. Tal vez es porque estamos tan interesados en nosotros mismos, en nuestros minúsculos problemas, en nuestras propias ideas, nuestros propios placeres, pretensiones y ambiciones, que no somos objetivamente conscientes. Y, sin embargo, hablamos mucho del estar consciente –awareness‑. Una vez en la India, viajaba yo en automóvil, sentado al lado del chófer. Había tres caballeros detrás discutiendo acaloradamente acerca del estar consciente y por desgracia en ese momento, el chófer se distrajo y atropelló una cabra. Y los tres caballeros seguían hablando del tema sin darse cuenta en absoluto de que habían atropellado una cabra. Cuando se señaló esta falta de atención a estos señores que trataban de estar alertas, recibieron una gran sorpresa.
Y con la mayoría de nosotros pasa lo mismo. No nos damos cuenta de las cosas externas o internas. Si quiere usted comprender la belleza de un pájaro, de una mosca, o una hoja, o de una persona con todas sus complejidades, tiene que darles atención completa, que es estar consciente. Y usted sólo puede prestar atención cuando tiene interés, lo que significa que realmente quiere comprender ‑entonces pone usted todo su corazón y su mente en la búsqueda‑.
Este estado de ser consciente sería como vivir con una serpiente en una habitación, vigilaría cada movimiento y estaría muy, muy sensible al más ligero ruido que hiciera. Tal estado de atención es energía total; en ese estado de ser consciente la totalidad de su ser se revela en un instante.

Cuando usted se ha mirado así tan hondamente, podrá penetrar a mayor profundidad. Cuando decimos “mayor profundidad” no estamos comparando. Siempre pensamos a base de comparaciones ‑profundo y superficial, feliz e infeliz‑. Siempre estamos midiendo, comparando. Y bien, ¿hay tal estado que se llame profundo y lo superficial en uno mismo? Cuando digo “mi mente es superficial, vacía, pequeña, estrecha, limitada”, ¿cómo sé todas estas cosas? Porque he comparado mi mente con la de usted, que es más brillante, que tiene más capacidad, es más inteligente y alerta. ¿Conocería mi pequeñez sin la comparación? Cuando tengo hambre no comparo ésta con mi hambre de ayer. El hambre de ayer es una idea, un recuerdo.
Si estoy siempre comparándome con usted, luchando por ser como usted, estoy negando lo que soy y, por tanto, creando una ilusión. Cuando he comprendido que la comparación en cualquier forma lleva sólo a mayor ilusión y mayor desdicha, igual que cuando me analizo, añadiendo algo poco a poco al conocimiento de mí mismo, o me identifico con algo exterior a mí, ya sea el Estado, un salvador o una ideología ‑cuando comprendo que todo este proceso conduce a mayor conformidad y en consecuencia, a mayor conflicto‑, cuando veo todo esto, lo pongo a un lado por completo. Entonces mi mente ya no está buscando. Es muy importante comprender esto. Entonces mi mente ya no está tanteando, preguntando, buscando. Esto no significa que mi mente esté satisfecha con las cosas tal como son, pero sí que no tiene ilusiones. Una mente así puede moverse entonces en una dimensión totalmente distinta. La dimensión donde pasamos de ordinario la vida diaria, que es dolor, placer y temor, ha condicionado la mente, ha limitado su naturaleza, y cuando el dolor, el placer y el temor han desaparecido ‑lo cual no significa que ya nunca habrá gozo, que es algo del todo diferente del placer‑ entonces la mente actúa en una dimensión distinta donde no hay conflicto, ni sentido de separación de los otros.
Sólo hasta aquí podemos llegar verbalmente; lo que está más allá no se puede poner en palabras, porque la palabra no es la cosa. Hasta ahora, podemos describir, explicar, pero ni las palabras ni las explicaciones pueden abrir la puerta. Sólo abrirán la puerta el estar consciente y la atención diaria (darnos cuenta de cómo hablamos, qué decimos, cómo caminamos, qué pensamos). Es como limpiar una habitación y mantenerla en orden. Conservarla en orden es importante en un sentido, pero no tiene importancia alguna en otro. Ha de haber orden en la habitación, pero el orden no abrirá la puerta o la ventana. Lo que abrirá la puerta no es su voluntad ni su deseo. No hay posibilidad de que usted pueda invitar a “lo otro”. Todo lo que puede hacer es conservar la habitación en orden, lo que es una virtud por sí misma, no por lo que ello produzca. Será usted sano, racional, ordenado. Entonces, tal vez, si tiene suerte, la ventana se abrirá y la brisa entrará. O puede que no entre. Depende del estado de su mente. Y ese estado mental sólo puede ser comprendido por usted mismo observándolo sin tratar nunca de moldearlo, de tomar partido, de oponerse, de estar o no de acuerdo, de justificar, de condenar, de juzgar, esto es, observarlo sin ninguna elección. Y si se da cuenta sin elección alguna, quizá la puerta se abra y usted sabrá qué es esa dimensión en que no existe el conflicto ni el tiempo.”



  

De J. Krishnamurti, Libérese del pasado (Freedom from the known), Cap. III. La Conciencia - La Totalidad de la Vida - El Estado de ser Consciente (Awareness); Ed. Orión, México, 1987. Traducción generada por la Krishnamurti Foundation Trust – Londres.


Todas las imágenes pertenecen a El Libro Rojo, de C. G. Jung. Edición en castellano del sello El Hilo de Ariadna para Malba - Fundación Costantini, en coedición con la editorial Norton, bajo el cuidado, traducción y comentario del Dr. Bernardo Nante y un equipo de estudiosos de la Fundación Vocación Humana de Bs. As., 2010.




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