Me dormí como si el vacío me hubiese acogido
en su seno, un hoyo donde iban a parar todos los vértigos del pasado, donde el
imán de la Tierra ya no me sujetaba ni luchaban con ella mis bucles negros. Un círculo de cándidas túnicas verdosas
escoltó mi partida. No temas – sentí
vibrar en mi hueco –, estás a salvo… Eres
ahora un eco en los repliegues cóncavos de Aurora [1]: nadie daría con nosotros si no lo hubiera
buscado con su corazón… Entonces mi cuerpo se durmió, y un ojo sin párpado que
se me encendió por dentro y yo desconocía contempló un sueño; y lo contemplaba
y lo soñaba a un tiempo…
Era yo, pero no pude ver mi rostro. Un hilo
rojo bajaba hasta mis tobillos. Sabía (no puedo recordar cómo lo sabía)
que quedaba una semana de mí en la tierra; siete días fugaces con sus noches,
inútiles ya. Quiero morir en el bosque…,
nos dijimos. Me calcé el abrigo. Al salir de la casa erizada por el ronquido espectral de mi padre, eché llave a
la puerta y la arrojé después sin mirar dónde, de paso por el puente que se
aferraba a los bancos de un canal rumoroso y oscuro. Hacía frío, y las
hojas se dejaban caer obedientes al otoño. Me acordé de mamá, que otra vez
no estaba allí…
Tres… cuatro… cinco infinitas jornadas me
llevó llegar. Iba a los tumbos, presa de los vahídos, descubriendo de pronto agujereada
mi mollera sin el menor dolor. Cuando por fin pude tenderme, lejos de todo, al amparo del encinar, me despedí, por si acaso, de los pájaros y de una nube
alargada que avanzaba contra el viento, y me eché a dormir en la proximidad de
los grillos. Arriba, el empinado follaje que respiraba en todas partes abrió un
cráter añil donde se demoró una estrella (no la vi desaparecer). Una mata de
flores diminutas me sirvió de almohada. Los seis pétalos que no había observado
se transformaron conmigo en el sueño que soné allí. Eran verdes por fuera y por
dentro blancos. [2]
El asombroso resplandor de las florcitas me
condenó, durmiendo, al insomnio. Algo en esa visión me habló de mí, y yo dejé
que su tersa noche me iluminara. Cuando la madrugada comenzó a ceder a la
fatalidad de la aurora, sentí que las flores ya no estaban ahí. Sentí que
estaban dentro, muy dentro mío. El resto fue una paz misteriosa, parecida a
la que acompaña el rostro de los muertos en la Gracia. Padre… Madre… ¿Qué será Dios?... ¿Qué no será...? Hacía frío, sí, pero me levanté sin hacer esfuerzo, entregada a las hélices doradas del otoño tardío. El capullo de una llama que ardía y no quemaba quería devolver lo que
ya no era suyo. Nunca pude repetir las sílabas resonantes que se escaparon de
mí al salir de aquel tímpano de fuego. Caminé… caminé largamente de regreso por
otro camino, uno que desapareció junto con mis pisadas y el hilo rojo olvidado abajo, muy abajo… Mi sombra de niña trémula esperó en vano que pasara a recogerla: no habría entendido mis bucles del mismo color que el otoño…
Un
cerrajero… –me dije al oído apenas antes de despertar - ... Lo primero es encontrar un cerrajero…
Gustavo Aritto
©2012 / Registro Nac. Prop. Intelectual - Rep. Argentina
[1] Aurora, centro y civilización intraterrenos
localizada, a nivel suprafísico, en tierras uruguayas (Salto, con umbral en la
Estancia La Aurora), supone una
apertura hacia la cura cósmica. Cuando alcanza a un ser humano predispuesto a
la fe, logra equilibrarlo, armonizarlo y sanarlo a nivel de todos sus cuerpos.
La apertura de esta morada abocada a la curación y la formación de sanadores
cósmicos, representa un hecho clave para la purificación del mundo. Su trabajo
está a cargo de “seres pléyade”, o sea, entidades humanas sin necesidad de
manifestación ni experiencia física (ya no se procrean). En Aurora se emplea la
incubación, semejante a la de los templos de Esculapio, aunque por vías absolutamente
internas y etéreas. Los seres de Aurora trabajan sin la coerción espacio-tiempo,
pudiendo realizar sanaciones a distancia y de modo no sincrónico. La cura y
regeneración de los cuerpos se efectúa gracias a la energía Brill, consistiendo aquéllas en recibir quánta que emanan de los niveles
superiores de la vida (“mundos sutiles”), áreas del cosmos libres de
contaminaciones psíquicas o de otro origen. El resultado es la transformación
del interior de las células. El procedimiento básico es el de incubación y
sueño profundo, aunque lejos de las prácticas terapéuticas planetarias actuales. Según José Trigueirinho, el sacerdote italiano y sanador conocido como 'Padre Pío' forma
parte de los agentes con servicio en Aurora. Apunta, además, el ocultista brasileño: "El reino vegetal ejerce un papel relevante en la transmutación de vibraciones desde el nivel denso hasta el astral más sutil... Con la fusión del nivel astral y el mental, que ya comenzó, ciertos vegetales serán más sensibles a las vibraciones del pensamiento, lo que permitirá que este reino y el humano trabajen en estrecha colaboración. El centro Aurora participa directamente en la relación del reino vegetal con esferas extraplanetarias, relación que se está llevando a efecto".
[2] Star of
Bethlehem (Estrella de Belén o Leche de
gallina) es uno de los florales curativos del sistema terapéutico del Dr.
E. Bach. Figura en el grupo emocional
del abatimiento y la desperación. Se aplica en presencia de traumas
(inmediatos o muy alejados en el tiempo), tanto físicos como emocionales.
Tristeza, parálisis, conmoción son los síntomas que la activan. Pero, sobre
todo, es una flor que actúa como sellador
áurico y armonizador energético. Es
una flor pequeña de seis pétalos, verdes por fuera y blancos por dentro, con
pecíolos amarillos. Su virtud es la paz y el reencauzamiento interiores; comparada por Bach a la presencia del Espíritu Santo, y en
sintonía con su morfología, la “estrella de David” de seis puntas cuyos dos triángulos contrapuestos remiten a la consagración de la Unidad y la Totalidad, el arquetipo esencialmente integrador del floral.
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