28 de mayo de 2012

EL FUEGO ROBADO A PROMETEO: BEETHOVEN Y EL GÉNERO HUMANO (I)





(Re-publicado el 10-07-2012, por la eliminación, por decisión de YouTube, del video aquí elegido)




Beethoven en mi vida





A la memoria de mi maestro
don Pedro Callegari





Cierta vez, mientras transcurría la normalidad de una clase de Música en el Colegio Nacional de Adrogué, se abrió uno de esos paréntesis en que, por lo general, ocurren los hechos más importantes de nuestra vida. El profesor (y director) Juan La Moglie, atento a mis apasionadas reincidencias en torno a Beethoven y su arte, aceptó aquella necesidad de adolescente sin piso ni techo, y, habiéndome sugerido, cuidando no herir mi orgullo, la preeminencia de J. S. Bach en toda la tradición musical de Occidente, me abandonó con una sentencia que resonó entonces, como siempre, mucho más poderosa que hoy. Aun sin recordar sus palabras exactas, sí recuerdo su sustancia: el músico que me hubiese llegado primero al alma sería el que quedaría ahí para el resto de mi vida. El hechizo cautivante del genio de Bonn sobre mi sensibilidad se había producido antes, también en una clase de Música, al escuchar al piano una interpretación del primer movimiento de su Sonata n° 14 en Do Sostenido Menor "Claro de Luna"surgida del tierno talento de una compañera para siempre de nombre Mariel Kocak. Nunca "salí" (nunca quise salir) de aquel lugar de ensoñación y recogimiento que me abrió su portal a mis catorce o quince años. Supe que alguien, en otra orilla del tiempo y el espacio, me había comprendido absolutamente. Nada me costó quedarme. Eran tiempos maravillosamente generosos y plurales (al menos eso creí vivir, aun en medio de las marismas tenebrosas y las sombras necrofílicas que entonces dominaban esta República de héroes sin dioses y tumbas sin fechas). Uno de los tesoros de aquel yermo fue, sin duda, mi maestro de guitarra, el genial Pedro Callegari, la mayor influencia humana que reconozco hasta hoy sobre mí. El clariaudiente sordo alemán era "el que vino a completarlo todo..."  para ese rudo y sutil hombre de campo, un argentino sellado por el carácter laborioso y disciplinado de la Italia germánica y la gracia dichosa del espíritu mediterráneo. Su intolerancia frente a la mediocridad, su escepticismo endémico frente a lo divino y la muerte, y su corazón decepcionado ante un país sin valores ni metas universales parecían medrar, disolverse hasta su extinción sólo por dos únicas razones: el abrazo de su guitarra y la música de Beethoven. Junto a él impregné la memoria de mi alma y de mis células con sus sonatas, sus sinfonías y alguno de sus cuartetos (para piano y para cuerdas).  Vaya a saber por qué hacia el fin (cronológico) de mi adolescencia, "mi" músico era ya Johann Sebastian Bach. Lo cierto es que ahora, a los 53 años, cuando "mi" música es, en general, la que los musicólogos denominan "antigua" (es decir, justamente, hasta Bach incluido), no puedo prescindir del artista cuyo sonido caló en lo hondo de mi sensibilidad, mi voluntad y mi intelecto con fuerzas inefables y misteriosas, latidos que parecen seguir surgiendo de lo más profundo de la Creación...


Reubicado artísticamente en el cosmos del período "clásico" de la música europea por la musicología de los últimos veinte años, Beethoven fue asociado hasta los años 80s a la sensibilidad y la estética propias del pre-romanticismo. Una sugestión crítica parecida - aunque menos ardua y controvertida - sufrió la figura, ambivalente en cierto modo, de Goethe (¿hará falta evocar la famosa declaración de su Fausto?: "Dos almas, ¡ay de mí, imperan en mi pecho, y cada una de la otra anhela desprenderse..."). Por el pudor del que no puede esgrimir autoridad y por no desvirtuar estas líneas íntimas que no aspiran a más que dejar una estela de emoción, no avanzaré sobre este aspecto. Sin embargo, cuando mentamos a Beethoven poco nos cuesta congregar a algunos de aquella tribu más o menos contemporánea al apogeo romántico: Schiller, Heine, los hermanos Grimm, Rousseau, los Shelley, Lord Byron, Turner... Napoleón... Y pocos mitos tan caros a la época (y a casi todas las épocas) como el del titán Prometeo encadenado por Zeus. Su figura irradia un espectro de significaciones aún no del todo esclarecidas. Sabemos que su impulso más básico es el problema de la libertad en el hombre, su derecho a homologarse a "los dioses" y el dudoso castigo que merece el atrevimiento de crear. Confiando en recibir alguna otra revelación sobre este punto en conexión con el músico alemán, me arriesgo aquí (como en tantos otros lugares de este blog) a traer un vistazo ocultista, otra vez, el de J. Trigueirinho. A propósito de la historia de la "caída" (de la humanidad y de los ángeles), y de la naturaleza y la implantación del Mal en el planeta, nos sale al encuentro el siguiente comentario: "El ingreso de conciencias de planetas más evolucionados en la Tierra durante las primeras fases de este cuarto ciclo de expresión [se refiere a la raza de los atlantes] contribuyó para que fuese desencadenado el proceso de separación de los sexos en la humanidad. Tal hecho, ocurrido concretamente durante la Tercera Raza [la de los lemurianos, precedente a la atlante], fue simbólicamente descrito en el mito de Prometeo, el titán que robó el fuego de los cielos y lo trajo a la Tierra; por eso fue encadenado a una roca donde, hasta que fuese salvado por Hércules, un buitre ininterrumpidamente le picoteaba el hígado. En ese mito tenemos representada la prisión en la cual se encuentra el ser interior del hombre por su propia elección, y también su liberación. Prenuncia la venida de energías solares en auxilio de la humanidad terrestre, hecho que es hoy claramente percibido por aquellos que respondieron positivamente al llamado para esa liberación" (Secretos develados (Iberah y Anu Tea)). Tal vez esta original perspectiva resulte afín al universo de ideas, sentimientos e impulsos que creo experimentar al escuchar el  Concierto para Piano n° 4 en Sol Mayor Op. 58 que suena en el video, que, junto con muchas de sus sonatas, es la obra de Beethoven a la que sigo retornando sin cansarme nunca, sin dejar de descubrir algo nuevo cada vez, cada día. En ella creo contemplar lo humano cercenado, por un lado, por el poder de lo Absoluto y lo cósmico, y librado, por otro, a su Destino de digno niño-héroe co-creador a la par Dios. Y es al promediar el 2° Movimiento.: Andante con moto cuando irrumpe, abruptamente, como el umbral de la Prueba de acceso a la ardua liberación final, la instancia del Hombre preguntándose a sí mismo y a su incógnito Creador por qué justo a él, que qué sería del Universo sin su frágil arcilla apasionada, que cómo soportaría Aquél su soledad estéril, su vacío añorando eternamente a la criatura (la única) soñada para expresarlo como luz y oscuridad, amor y miedo. Europa -me atrevo a aventurarlo - no había vuelto a rozar las alturas de un "drama" psicológico y metafísico tan prodigioso desde Shakespeare. Y acaso algo de la desintegración del Todo y su recuperación en el milagro precario de lo humano, que podría también estar discurriendo como el genio de Ariel en su Sonata Op. 31 n°2 en Re menorLa tempestad, se abre paso aquí por entre la tétrica amenaza de la orquesta. Martha Argerich confiesa, en la documental del franco-suizo Georges Gachot Conversación nocturna (producida en 2002), que fue la audición de esos trinos allí preparados por su demiurgo, siendo ella todavía una niñael hito contundente y perentorio de su vínculo atávico con la música y el piano. Era, como en el video, el siempre-joven Claudio Arrau, chileno inigualable y universal, quien lo descifró aquella noche en el Teatro Colón de Buenos Aires: el abismal Concierto n° 4 ".. que je ne joue pas ..." (... que yo no toco...) - confiesa la colosal artista argentina haciéndose cargo de la sagrada conmoción a sus lejanos ya seis años...


Su música visionaria se me vuelve un pájaro que, a la vez, anida en el corazón de cada uno y aspira a alcanzar el Empíreo donde cesa toda dualidad y caduca el tiempo. A diferencia de la de Bach, que se siente originada en los confines mismos de Dios, siempre mucho antes de dar con nosotros, y proyectada como una espiral sin fin más allá de nuestra finitud, la de este "Prometeo" que expurga nuestras culpas nos reclama compás a compás, acorde a acorde, susurrándonos en secreto que, sin nosotros ahí hechos un mismo nudo de fuego con ella, su trabajo y su victoria habrán sido en vano.




Gustavo Aritto




(Video de portada eliminado por YouTube.)

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