30 de mayo de 2012

NOCHE ESTRELLADA








... pero me habías rogado en tus últimos garabatos postales que no volviera al Sanatorio, que ya habías hecho las paces con tu soledad... Yo, detrás de dos o tres días que me pasaron por alto releyéndolos, arrojé el bollo de papel en el andén; me quedé dormido en el banco y soñé un tren que me llevaba rumbo a Arlés... Nadie – que no haya olvidado - me cobró el billete; también la olvidé si me mostró su cara fugaz el cochero que desde la estación, junto a otros de camino, nos acercó a Saint-Rémis... Tuve que zamarrear tu ovillo humano anudado sobre la cama para despertarnos... En una de las paredes de tu cuarto la humedad fue dejando un extraño graffiti mientras el otoño se desnucaba lentamente en las lomas doradas, pero no le hicimos caso… Acodados sobre la mesita, un solo vaso vacío para los dos, tu voz acalambrada se nos rompió adentro igual que un vidrio antes de hacer comprensible tu silencio sin fondo… “¿No se te ha angostado de pronto el sendero alguna vez demasiado?  – me preguntamos por fin, descansando en los cipreses que se despedían de nosotros en la ventana -  ¿No se te ha achicado el mundo hasta volverse un terroncito de nada en tu puño?...”  Y la hoz rojiza de la luna, suspendida ya encima del villorrio, nos recordó el común vacilar de todas las cosas; pero la interrumpiste (¿a qué prolongar más la agonía de un secreto tan tonto?) para decirme que habías abandonado en la tela mi retrato, que era inútil insistir en terminarlo, que lo humano sería siempre saber desaparecer sin dejar huellas, desvanecerse frente al espejo justo cuando iba a develar la verdad… "Vórtices sin origen... - me dijimos - ruedas de incansable fuego... oleaje del pensamiento y el deseo, el mar proceloso de tu noche alarmada de cruces y ronquidos... Ése es tu rostro..." No quisiste dar vuelta el bastidor que celaba mi imagen contra el ropero. Quizás por eso, por no poder admitirlo, arrojaste de un manotazo el violento vaso contra la pared del graffiti haciéndolo añicos. No hizo falta explicar. Era momento de parir. Trece veces se haría de nuevo la luna antes de que abrieras la puerta por la que te fuiste solo. A mi me ha llevado un tiempo de quién sabe cuántos misteriosos  crecientes y menguantes más hacer lo mismo, y nadie, gracias a Dios, se enteró. Yo tampoco di vuelta entonces el trozo de papel donde vibraban mis versos para ti, estos versos, entorpecidos por tanto furioso sonido y tanta furia atolondrada, que voy a recitarte ahora en aquel pobre balbuceo humano que me postergó la verdad y el universo, no sea que la nube de luz que nos envuelve a ambos nos devuelva así, sin avisar, a quienes elegimos ser en la Tierra para apagar las brasas que quedaron encendidas. Nos esperan allá, hermano Vincent, largos días sin sol y sin estrellas...



           
LA RUEDA DE FUEGO


Buscarnos en el pétalo ojeroso y trémulo
de estrellas que murieron solitarias

hace miles de años,

y que nada supieron de ti ni de tus noches,

de mí ni de las mías.

Ser úlcera en las llamas que torturan

ese desasosiego de cipreses

donde el violento sol intenta otro suicidio.

Sentir la hoz

que se afila en el vuelo de los cuervos,

pero aguardar el oro de otra siega

vigilado de lejos por la luna sinuosa…

Ya no se aquietarán las aspas del molino;

el viento sin origen

sabe de nuestra insomne pesadilla.

Somos el grano herido que tritura impune

una rueda de fuego.[1]

Silencio estrangulado,

pasos que embruteció la soledad,

barcas que se recuestan rendidas en la arena,

la sombra derramada en una mesa
de un bar que ya cerró.

Amordazado amor, amordedura,

eso hemos sido,

huérfanos destetados de un tirón…


Pasan los días, pasan, pasan,

y hay que esperar de nuevo hasta mañana.

Las semillas del tiempo recuerdan nuestra muerte.

Dios las cela en su puño,

Dios contempla en nosotros su locura

erizada de cuervos y cipreses,

de anhelo de labios y de lirios,

y añicos de por qués, cómos y cuándos.

¿Y no habrá nadie

que desde el otro lado del espejo a oscuras

sienta en la sien el frío y el latido,

el orificio y el vacío negro?

¿Tampoco Dios, ahí?

¿Tampoco nadie

en todo aquel inútil infinito

capaz de detener por un momento

el vórtice que sigue y sigue y sigue

abriendo un girasol en nuestra herida,

ni detener tu dedo en el gatillo,

el viento en el estruendo…?


Gustavo Aritto
2008 / 2012

                 


[1] Tanto la imagen “una rueda de fuego” como “las semillas del tiempo”, que aparece más abajo, pertenecen a W. Shakespeare, cuyos escritos van Gogh leyó con fascinación. Respectivamente, “a wheel of fire” y “the seeds of time”, que emergen en las tragedias King Lear (IV, 7) y Macbeth (I, 2). El poema en verso La rueda de fuego fue publicado (y dedicado a V. van Gogh) en el libro La espiral de fuego. Siete palimpsestos del caos, Bs. As., 2008.

Pintura de portada: Noche estrellada, óleo de 1889 que Van Gogh pintó durante su última estancia en el Sanatorio de Saint-Rémis-de-Provence, en Arlés, trece meses antes de causarse la muerte.



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