9 de mayo de 2012

LA MALDICIÓN DE BABEL (I): EL VERBO Y EL COSMOS (I)







Rudolf Steiner


El alfabeto

Una expresión de los misterios humanos



"Hace algún tiempo nos ocupamos de la relación del hombre con el universo y hoy quiero completar estas consideraciones. Si contemplamos  cómo vive el hombre en la presente época de la humanidad, pero tomando la época de forma tal que abarque la historia y, en parte también, la prehistoria: entonces deberemos decir que para este presente de la evolución cósmica de la humanidad hay que tener en cuenta, por sobre todas las cosas, como algo característico, al habla.

El habla eleva al hombre por encima de los demás reinos naturales. Ya en las conferencias de la semana pasada indiqué que en el transcurso de  la evolución humana, el lenguaje, incluso el hablar, se modificaron. También en este ámbito la humanidad pasó por un desarrollo. Me referí a cómo, en tiempos muy remotos, el  lenguaje era algo que, en cierta manera,  el hombre formaba desde sí mismo, como propia predisposición interior; y  cómo, con ayuda de sus instrumentos del habla, podía manifestar las fuerzas divino-espirituales que vivían el él. Señalé que en la transición de la cultura griega hacia la romano-latina, es  decir en la cuarta época cultural post-atlántica, se hizo claramente perceptible que los sonidos aislados del habla ya no tenían una denominación sino que, simplemente, como estamos acostumbrados hoy, se designaban como sonidos. En el griego, por ejemplo, tenemos aún la denominación para la primera letra del alfabeto; en el latín solamente la A. En la transición del griego al latín, aquello que vivía en el lenguaje, y que era eminentemente concreto, se vuelve algo abstracto.

Se podría decir también, de acuerdo a su real sentido, lo siguiente: mientras los hombres decían “Alpha” a la primera letra del alfabeto, tenían en esta denominación algo de inspiración: en el momento en que empezaron a llamarla solamente A, en lugar de la inspiración, de la vivencia interior, se colocó la adaptación a lo convencional externo, a la prosa de la vida. Esa es la verdadera transición de la cultura griega a la romano-latina: que del mundo poético-espiritual la humanidad cultural se desarrolla hacia la prosa de la vida. El pueblo romano es un pueblo sobrio, prosaico, es el pueblo de lo jurídico, que introdujo más tarde en la cultura la prosa y la jurisprudencia, mientras aquello que vivía en la cultura griega se iba desarrollando en la humanidad cultural más o menos como una especie de sueño cultural, al cual uno se acercaba entonces en sus propias revelaciones, cuando quería vivenciar la interioridad y luego expresarla. Se podría decir que toda poesía tiene algo en sí, por lo cual a la humanidad europea se le aparece como una  hija de Grecia. Toda jurisprudencia, toda clasificación exterior, toda la prosa de la vida tiene algo en sí, que la hace aparecer como una hija del pueblo romano-latino.

También hice notar cómo una verdadera comprensión del Alpha - Aleph en hebreo- nos lleva a reconocer aquello que se quería expresar: que éste es el símbolo para el hombre. Si uno lo quiere expresar hoy en forma aproximada, Alpha es en realidad “el que siente su propia respiración”. En esta denominación se alude directamente a la palabra del Antiguo Testamento. El ser humano fue creado al recibir el divino aliento viviente. Así, aquello que fue realizado allí con el aliento para que el hombre se volviera un hombre terrenal; el ser que se le imprimió al hombre de modo que experimentara y sintiera la respiración; para que incluyera en su consciencia la respiración; eso es lo que se quería expresar en la primera letra del alfabeto.

Y si uno observa en forma imparcial la siguiente, Beta, considerando también la correspondiente en hebreo, ésta se nos presenta como un cerco de paredes, como una envoltura, como la casa. De modo que si en el lenguaje actual se quisiera expresar lo que alguna vez se sintió al comenzar a decir Alpha-Beta, se podría expresar con las palabras: el hombre en su casa. Y así podríamos recorrer todo el alfabeto, y expresar un concepto, un significado, una verdad sobre el hombre, diciendo por orden los nombres de las letras del alfabeto. En cierta forma sería como decir una oración abarcante que expresa el misterio de la humanidad. De modo que esta oración comienza expresando lo siguiente: el hombre en su construcción, en su templo. Lo que sigue en la oración entonces, expresaría cómo el hombre se comporta allí; cómo es su relación con el universo. En pocas palabras, no es lo abstracto lo que se expresa al decir en forma ordenada las letras del alfabeto, como ocurre hoy cuando decimos A, B, C, sin pensar en nada, sino que es la expresión del misterio del hombre y de su arraigo en el mundo. Cuando hoy en diversas sociedades se habla de “la palabra original que se ha perdido”, se hace referencia a la oración que nombra por orden las letras del alfabeto. De modo que podemos mirar hacia atrás, hacia una época en la evolución de la humanidad, donde el hombre en cierta forma, cuando volvía sobre su alfabeto, no exhalaba de sí mismo aquello que se apoyaba en sucesos exteriores, en necesidades exteriores, sino lo que su misterio divino-espiritual quería expresar por medio de su laringe y de sus órganos de fonación.

Se podría decir que, más tarde, aquello que pertenece al alfabeto fue distribuido en objetos exteriores, y se olvidó lo que el hombre a través de su lenguaje puede revelar, desde sí mismo, sobre su misterio divino espiritual. La verdadera palabra primigenia, la palabra plena de sabiduría, se ha perdido. El Lenguaje se diluyó en el prosaísmo de la vida. Y hoy, cuando el hombre habla, ya no es consciente de que esa oración primigenia, a través de la cual la divinidad le revelaba su propio ser fue olvidada, ni de que en las palabras y oraciones aisladas de hoy tenemos sólo jirones de aquella frase originaria.

El poeta, cuando no se abandona al contexto de la prosa del lenguaje, sino que se remonta a la intuición, al sentir interior, a la conformación interna del lenguaje, intenta regresar al elemento inspirador del origen de la palabra; y se podría decir que la poesía verdadera, sea la más pequeña o la más grande, es un intento de volver a la poesía que se ha perdido, de dar un paso atrás desde el prosaísmo de la vida hacia aquellos tiempos en los cuales aún se revelaba el ser del mundo en el organismo interno del lenguaje.

Hoy en el habla diferenciamos el elemento vocálico y el consonántico. Ya hablé de cómo se comporta aquello que el hombre encuentra si se sumerge por debajo del umbral de su consciencia. Para la consciencia común los recuerdos se reflejan hacia arriba, es decir, los pensamientos de las vivencias entre el nacimiento y la muerte. Con la consciencia corriente sólo logramos descender hacia nuestra propia entidad humana hasta los pensamientos dejados atrás en la memoria, en el recuerdo. Desde un determinado punto de vista he señalado aquello que  – quisiera decir- vive como una tragedia general de la humanidad debajo del umbral de la consciencia. Pero también se puede expresar de la siguiente manera. Se puede decir: cuando el hombre despierta en la mañana y su yo y su cuerpo astral se sumergen en el cuerpo etéreo y físico, él desde su interior no los percibe…

[…]

Si se logra a través de la meditación correspondiente, traspasar la memoria representativa, alejar aquello que interiormente nos separa del cuerpo etérico y del cuerpo físico, y mirar hacia estos cuerpos de tal manera que se perciba lo que hay bajo el umbral de la consciencia, se escuchará entonces, tanto en el cuerpo etérico, como en el cuerpo físico, una resonancia. Este, es el sonido de la música de las esferas que el ser humano ha recibido durante su destino desde los mundos divinoespirituales hacia el mundo físico, lo que se le ha dado en la herencia física de sus padres y de sus antepasados. Los sonidos de la música de las esferas resuenan en el cuerpo etérico y en el cuerpo físico de la siguiente manera: en el cuerpo etérico, si son vocales y en el cuerpo físico, si son consonantes.

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Recordemos ahora a los representantes de las estrellas fijas, el zodíaco. El ser humano está expuesto a las influencias cuando desciende desde la vida anímico-espiritual a la terrenal. Si se quiere designar sus verdaderas influencias según su verdadero ser debemos decir: música de las esferas son las consonantes, y el “consonantizar” en el cuerpo físico es la resonancia del sonido de cada una de las imágenes o figuras del zodíaco. A través del movimiento de los planetas sucede aquello que, en esa música de las esferas, es el vocalizar. Esto se imprime en el cuerpo etérico.

Así, inconscientemente portamos, en nuestro cuerpo físico un reflejo de la consonancia cósmica y en nuestro cuerpo etérico un reflejo del vocalismo cósmico.

Se podría decir que todo esto permanece mudo en la subconsciencia. Pero, mientras el niño se desarrolla, ascienden desde el cuerpo hacia los órganos de fonación aquellas fuerzas que son la imagen activa del cosmos y dan forma a los órganos del habla.

Los órganos más interiores son formados por la entidad del hombre, de tal manera que pueden vocalizar, y los órganos situados hacia la perifera: paladar, garganta, lengua, labios y todo aquello que se relaciona más bien con la formación del cuerpo físico se modelan para que con ellos se puedan “consonantizar”. Cuando el niño aprende a hablar surge desde su hombre inferior hacia su hombre superior una consecuencia de aquello que fue incorporado como fuerza formativa en el cuerpo físico, y, también de aquello que fue incorporado en el cuerpo  etérico, naturalmente no en las sustancias sino en las formas. Cuando hablamos, se podría decir que revelamos un eco de las experiencias que el hombre, junto con el cosmos, atravesó entre la muerte y un nuevo nacimiento durante el descenso desde el mundo divino-espiritual. Cada detalle del alfabeto es una reproducción de lo que vive en el cosmos.

[…]

… ¿En qué consiste entonces la vida actual? Si de  esta vida moderna miramos hacia la vida antigua de la humanidad, en tiempos remotos, encontramos que aún existía en la consciencia instintiva de esos tiempos la vivencia de la relación del mundo con el hombre. Eso se puede experimentar en forma concreta en el alfabeto. Cuando el hombre quería expresar toda la plenitud de lo divino en una frase, decía el alfabeto. Si expresaba su propio misterio, como lo podía aprender en los centros iniciáticos, relataba su descenso por Saturno o Júpiter, en su constelación hacia Leo o Virgo es decir, su descenso a través de la "A" o de la "I", en su constelación hacia la "N" o la "L". Expresaba así, lo que había experimentado allí como música de las esferas y ese era su nombre cósmico. En tiempos remotos se era consciente en forma instintiva de que el hombre traía un nombre en su descenso desde el cosmos hacia la Tierra.

Más tarde la consciencia  cristiana creó una especie de eco abstracto de esta consciencia primitiva, consagrando cada día a la memoria de un santo, pero, ante la comprensión correcta, no son otra cosa que los vivificadores del cosmos espiritual. El hombre cuando nacía en día determinado día del año, debía recibir el nombre del santo correspondiente según el calendario pues de ese modo se expresaba en forma abstracta lo que en tiempos primitivos se había expresado en forma concreta, cuando, a través de los misterios se encontraba el nombre cósmico según lo que el ser humano había experimentado durante su descenso, cuando su ser vocalizaba en relación al "consonantizar" del zodíaco. Así, todo el género humano, en su conjunto, tenía entonces muchos nombres, pero la consonancia de esos nombres era imaginada de tal manera que se amoldaba al nombre omniabarcante.

¿Qué era, entonces, el alfabeto observado desde este punto de vista? Era aquello que los cielos revelaban a través de sus estrellas y de los planetas, que giran por encima de esas estrellas. Al decir el alfabeto, en la instintiva sabiduría primitiva del hombre, se expresaba una astronomía. Decir el alfabeto y aprender astronomía era, para esos tiempos antiguos, una sola cosa. En aquellos tiempos, una sabiduría como la astronomía, no era presentada como hoy se hace con cualquier campo del saber instruido, compuesto de percepciones y conceptos aislados. Se la presentaba como una revelación que pugnaba hacia la superficie de la experiencia humana, ya sea en la oración  primitiva misma o en partes de esa oración. Es decir que, con una parte de esa sabiduría primitiva, se presentaba una experiencia concreta. Y todavía subyace algo, como una consciencia muy nebulosa, en el hecho de que en la Edad Media, aquellos que eran  introducidos a una instrucción más elevada, debían aprender gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, música y astronomía. En este paso por los distintos campos del saber subyace en una suerte de consciencia nebulosa, algo que en tiempos remotos existía con claridad instintiva. La gramática hoy se volvió algo muy abstracto. Si uno se remonta  a los tiempos de los cuales la historia no relata nada, pero que, de todos modos, aún son históricos, encontramos que la gramática no era algo abstracto como hoy, sino que en la gramática el hombre era introducido a los secretos de cada letra; aprendía cómo se expresaba algo de los misterios del cosmos en las letras. Cada vocal se unía con cada planeta; cada consonante con la correspondiente imagen del zodíaco, y así se aprendía a reconocer en la letra a la estrella.

Avanzando de la gramática a la retórica, se utilizaba aquello que vivía en el hombre como actividad de lo astronómico. Y cuando se pasaba a la dialéctica se tenía en el pensamiento la  comprensión y elaboración de aquello que, desde lo astronómico, vivía en el hombre. Tampoco la aritmética se enseñaba como suele hacerse hoy, como una abstracción, sino como una entidad que se expresaba en el misterio de los números.

[…]

Así, el hombre es llevado desde algo experimentado en forma inmediata, hacia una abstracción que tiene muy poco que ver con la vivencia.

Cuando se tienen aptitudes matemáticas resulta interesante observar lo musical hasta lo acústico, pero en cuanto a la vivencia musical, no se logra mucho. Respecto a que hoy alguien aprenda geometría y, en posteriores cursos, comience poco a poco a percibir las formas como los tonos musicales, o que, por ejemplo, se pase de un 7° a un 8° grado dejando resonar la geometría dentro de lo musical; de eso, que yo sepa, no se menciona nada en los programas de estudio. Pero, en otros tiempos, éste era el sentido del ascenso hacia la 6° parte, aquello debía aprenderse al pasar de la geometría a la música.

Y luego, uno obtenía como resultado la realidad, que en un principio permanecía en lo profundo. La astronomía en el subconsciente era lo que, conscientemente, aprendía por último, como astronomía, como lo más elevado, como el séptimo miembro del Trivio [Gramática, Retórica y Dialéctica] y Quadrivio [Aritmética, Música, Geometría y Astronomía], según la antigua denominación.

[…]

El idioma latino fue, por excelencia y durante largo tiempo, el idioma de la instrucción superior, como si se tratara así de aferrar, por todos los medios, lo que este idioma en realidad ya había descartado. Luego quedó como remanente, sólo como pensamiento, aquello que había sido dicho en el contexto lingüístico del latín. Del logos quedó la lógica, el pensamiento abstracto.

En la nostalgia que un hombre como Goethe tenía por conocer el ser griego, subyace algo que se podría expresar así: él quería salir de la abstracción del tiempo moderno, de la prosa sobria del romanismo y avanzar hacia la otra hija de la sabiduría primigenia del mundo, hacia aquello que quedó de la cultura griega. Hay que sentir algo así, si se desea  comprender la nostalgia intensa de Goethe hacia el Sur.

En las actuales biografías adecuadas a las escuelas no se dice nada de estas cosas. Pero cuando en cada individuo vuelva a resonar la consciencia de que el hombre es una expresión del universo, se habrá puesto el fundamento para el desarrollo de las fuerzas ascendentes que la humanidad necesita, para que la civilización no caiga en la barbarie."



(Traducción de Renate Castro & Carmen San Miguel, para Editorial Antroposófica, Bs. As., 2002)


NOTA: Otro texto de R. Steiner en conexión profunda con este tema es la Conferencia 1 que figura como primer capítulo de su libro Genesis: Secrets of Creation (en edición castellana accesible como Génesis: Secretos de la Creación). Dicha sección lleva por título general The Mystery of the Primordial Word - El misterio de la Palabra primordial).




RUDOLF STEINER, un coloso moderno de las ciencias ocultas, la hermenéutica de la cultura y la energética como cosmovisión, nació en Donji Kraljevec, Imperio Austríaco (hoy Croacia), en 1861, y falleció en Dornach, Suiza, en 1925. Fue erudito literario, educador, artista, autor teatral, pensador social y esoterista. Fue el fundador de la Antroposofía, el sistema de educación Waldorf, y propiciador de la agricultura biodinámica, la medicina antroposófica y la  novedosa exploración estético-formativo-terapéutica  conocida como euritmia. Miembro adherente de la Sociedad Teosófica creada por H. P. Blavatsky, disidencias personales lo condujeron a formar un espacio sincrético en el que convivieron la Teosofía, la Masonería y el pensamiento Rosacruz. Aparte de su caudalosa obra publicada, se cuenta afortunadamente con la edición de muchas de sus conferencias, como la que, fragmentariamente, ha registrado el texto de esta reseña.

Imagen de portada: Pintura de Cebarre (Francia, 1949); sin título. Abajo: Tapa del libro de Peter Selg, The Therapeutic Eye: How Rudolf Steiner Observed Children, Steinerbooks, 2008.



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